REY DE REYES

Cada Semana Santa, permanece mi recuerdo de mis minivacaciones en la década del setenta en Santa Fe, junto a mis abuelos. La asistencia a la procesión del Vía Crucis cada Viernes Santo como hoy, pero además las imágenes televisivas en blanco y negro, del lavatorio de pies del Papa de aquel entonces, Paulo VI, el Jueves Santo. Socializado en la educación católica, no podía ser de otro modo. Tal semana de reverencia, solemnidad pero también recogimiento, habituado a escuchar música sacra en radio dada la muerte de Jesús en la Cruz, había empezado con el Domingo de Ramos, simbolizando la entrada “triunfal” de Jesús en Jerusalén, mientras los feligreses le arrojaban ramos de olivo a su paso. Claro, este “Rey” en el que los judíos aún no creen, ingresaba allí montado en un burro y no en un brioso caballo, como podía hacerlo un Emperador o general romanos.

No cabe duda de que esas primeras sensaciones de un cristianismo vívido e histórico, más allá de la novedad de Navidad y Día de Reyes, que están asociados a la alegría de un nacimiento, algo que experimentaría, cuando tuve a Verónica Eugenia (mi primera hija), no pueden dejar de estar asociadas sino al cine, una película llamada “Rey de Reyes” (1961). Creo que más allá de la genial representación de su actor principal, el malogrado joven Jeffrey Hunter, ese film recoge genuinamente la figura del Nazareno, incluso mejor que las versiones posteriores de “Jesús de Nazareth” (1977) y, “La Pasión de Cristo” (2004), cruda y demasiado sanguinaria -para mi gusto-, dirigidas por el italiano Franco Zeffirelli y el australiano Mel Gibson y protagonizadas por Robert Powell y Jim Caviezel, respectivamente.

Allí percibí por primera vez que un Rey puede serlo, aún sin corona, sin poder, sin ejércitos que los defiendan, pero sí con la palabra, con el carisma, con la fortaleza aunque también con la debilidad (humana), como quedó demostrado con las tentaciones en el desierto, antes de sufrir la traición de Judas Iscariote o el mismo viernes de la muerte en la cruz, previo a exhalar el último aliento. Esa humanidad -de ése Rey llamado Jesús-, capaz de sufrir y sobreponerse a todo, me ha motivado a lo largo de la vida, para, a su vez, motivar a otros/as a intentar lo mismo.

Afortunadamente, los cristianos del mundo hallamos consuelo, el día Domingo, de Pascuas de Resurrección. Es la oportunidad para entender en ésta vida, que luego de tocar fondo, siempre existe la posibilidad de otra redención.

DE CRIMENES GRUPALES Y RACISMO

Fue, junto al terremoto en Turquía y Siria, la novedad del día. Por fin, se conoció la sentencia contra los ocho jóvenes rugbiers de Zárate por el crimen de Fernando Báez Sosa en el verano de 2020, antes de la pandemia de Covid-19: cinco fueron condenados a cadena perpetua y tres a 15 años de prisión, acusados de homicidio doloso por un tribunal de la ciudad de Dolores.

Más allá de la cuasi normalidad de las peleas nocturnas, a la salida de los boliches en numerosos lugares del país, los fines de semana, por parte de banditas de adolescentes, influidos en gran medida por exceso de alcohol y en algunos casos, drogas, el caso del asesinato del joven argentino de ascendencia paraguaya Báez Sosa, remite a discusiones interminables y hasta banales en torno a la supuesta violencia del rugby como deporte, la psicología violenta de los grupos juveniles, más allá de la responsabilidad individual o, la crianza familiar de los protagonistas.

En mi caso, apenas me enteré del hecho, estando en ese momento en Mar del Plata, antes de quedar varado por la cuarentena de entonces, recordé los dos casos de “bullying” que sufrí en mi adolescencia. Una, en el colegio, por parte de un ex compañero, proveniente de una familia adinerada, dueña del Diario La Capital de Rosario, quien me salivaba en los recreos, con total desparpajo, despreciándome por el color de mi piel mestiza. La otra, un poco antes, cuando cursaba el séptimo grado en el colegio pero en la instancia de mi aprendizaje del idioma inglés en un instituto privado (IATEL), por parte de alumnos del Colegio Maristas de Rosario, socios del Jockey Club de la misma ciudad y también, al igual que el joven Lagos,  precoces jugadores de rugby.

La vida fue poniendo justicia, jamás me caí anímicamente por aquellos episodios, tuve la defensa de mis padres, sobre todo, mi madre, pero además, me fui fortaleciendo hasta incluso perdonarlos con el transcurso del tiempo. Sin duda, que ayudó mi sobreesfuerzo para convertirme en abanderado y superar el nepotismo histórico premiando a hijos de profesionales o ex alumnos del propio colegio. De hecho, en tal sentido, hubo un protagonista clave, el Padre Reverendo Bruno Ierullo, quien arbitró justicia, como el tribunal de Dolores, hoy. No quiero dejar de mencionar a mis amigos de entonces -y ahora- quienes desconociendo aquel “bullying” me apoyaron siempre, sin condiciones.

Pero siempre me pregunté si ese “bullying” hubiera pasado al ámbito de la violencia, de los golpes de puño, si yo mismo hubiera reaccionado, con toda razón, como pudo haber intentado, sin éxito el propio Fernando en aquella noche fatídica de Villa Gesell. Probablemente, hubiera terminado de la misma manera que él, en soledad, con la indiferencia o el famoso “no te metás” de los demás testigos, porque nadie en esta cobarde Argentina, enfrenta en su sano juicio a una banda de 7 u 8 jóvenes irracionales. Afortunademente, las cámaras de video instaladas en las calles del Municipio pero también las propias filmaciones de los rugbiers, permitieron desentrañar la siniestra madeja del crimen. Los condenó su propia vanidad.

El trasfondo de todo es el racismo implícito, del que no hablan los grandes medios, hace décadas latente, en buena parte de la sociedad argentina, que se autopercibe “venida en los barcos” desde Europa. Donde probablemente, algunos, lamentablemente, por status social o lo que sea, se autoperciben más que otros, en esa caracterización. Mientras no se combata ese flagelo en el sistema educativo y se castigue ese tipo de conductas, de manera institucional, habrá más Fernandos desgraciados y más Máximos Thomsen, seres absolutamente despreciables.

Ojalá el fallo de hoy obre como una suerte de bisagra al respecto. No pierdo la esperanza.

“MATCH POINT”

El tenis es como la vida. Cada partido, que puede durar 40 minutos, una, seis u 11 horas, tiene fases, los llamados “games”, que son prácticamente subpartidos en sí mismos, con sus puntos definitorios, viviéndolos cada tenista como si estuviera al borde de la cornisa. La vida también parece tener sus etapas bastante bien definidas, las que van marcando el derrotero de cada uno de quienes habitamos este planeta y en ellas hay mayor o menor energía vital, la cual seguramente va mermando a medida que nos acercamos al final.

Esa conclusión del partido y la vida, puede demorarse más o menos, pero en cualquier caso, uno no quiere llegar a esa instancia o, al menos, si acepta que llegue, trata de que sea lo mejor posible, en condiciones de ganar el match con cierta holgura o arribando saludablemente al último minuto de este tránsito terrenal.

Hablando del mismo, igual que en el tenis, se camina por la vida, tomando decisiones, con un mix de pasiones y razones, todo el tiempo: planteo de estrategias, ser más atrevido o más dubitativo, considerar al rival o el contexto, autorreflexionar sobre nuestra evolución, asumir con determinación y actitud el obstáculo que tengamos enfrente, aceptar pero intentar salir de los bajones, depresiones o “lagunas mentales” a las que nos somete el juego, en fin, un cúmulo de vicisitudes a las que deberemos enfrentar y hasta desafiar. En el “deporte blanco” como en la vida, uno convive y lidia con los demás, pero sobre todo, consigo mismo. Así como se deja guiar, envolver o traicionar por los aplausos. Los más espartanos tratarán de ignorarlos y los más carismáticos (u oportunistas) los aprovecharán a su favor.

Semejantes dudas, inquietudes y hasta dilemas de definición habrá recorrido Roger Federer, con 41 años de edad, a lo largo de sus más de 1.500 partidos y más de 24 años de carrera tenística profesional, que acaba de culminar esta semana. Nos ha emocionado a todos en el mundo, incluyendo a sus archirrivales, Djokovic y Nadal, que lo extrañarán aún deduciendo que sus respectivos retiros también se hallan más próximos. Ese sustantivo que en singular, es horrible por donde se lo mire: asumir que ya nada será como antes, que el ciclo vital y la energía se han agotado o ya no son los mismos, por lo que es preferible abandonar y no ser humillado, que habrá que buscar otros horizontes, otras alternativas, otras formas de vivir porque lo que se daba, ya no se dará.

Si es una forma de morir, es debatible hasta el infinito, pero sin duda, se trata de otro tipo de partido, durísimo para sobrellevar. Por eso, el mensaje de Federer a su esposa ex tenista, también es comprensible: “estoy feliz, no estoy triste”, es la ratificación de un momento amargo para él, porque se trata del más sencillo reconocimiento de que ese final no es el deseado, aunque uno se resigna a aceptarlo.

Todos los que amamos este deporte, nunca olvidaremos el gran legado del helvético, su hombría de bien, noble sentido de la competencia, su esmero profesional pero sobre todo, su devoción por el tenis. Ojalá su ejemplo inspire a sucesivas generaciones para que lo sigan practicando y aprendan a quererlo tanto o más que él.

EL ULTIMO ADIOS

Antes de una nueva fase de la guerra de Ucrania y luego del sepelio de Isabel II, escribí estas líneas para la Revista Claves, dirigida por Alberto Costa:

Las desapariciones físicas de figuras públicas tienen diferentes significados. Marcan comienzos o finales de era, representan motivaciones especiales para sus pueblos respectivos o, simplemente, son el preludio de cambios más profundos que no conocemos de modo cierto, hacia dónde y cómo se encaminarán.

En pocas semanas, setiembre de 2022, será recordado por los fallecimientos de Mikhail Gorbachov y la Reina Isabel II de Inglaterra. Ambos longevos, el primero, como ex Secretario General del Partido Comunista y ex Presidente de la también extinta Unión Soviética desde 1985 hasta 1991 y “Su Majestad” británica, la de mayor duración física en la historia de su país.Ambos, nos dejaron siendo mayores de 90 años, siguiendo el gran aumento inédito de expectativa de vida de la época que vivieron y también, ambos, gobernaron Imperios, durante siete (7) décadas. La URSS de Gorbachov habría durado eso e Isabel reinó -aunque no gobernó- durante semejante período.

Más allá de las enormes diferencias institucionales, culturales, simbólicas y hasta personales, hay otras paradojas similares en las vidas políticas de estos sendos líderes. Como queda dicho, Gorbachov e Isabel estuvieron al frente de formatos imperiales, pero les tocó a ellos, despedirlos. 

No era la intención de Gorbachov plasmar acciones imbuidas de ideas, que llevaran al desenlace de la ex URSS, pero así ocurrió. En efecto, la “Glasnost”, la “Perestroika” y el “Nuevo Pensamiento” buscaban revitalizar, al “socialismo real”, fortalecerlo internamente y hasta globalizarlo más allá de Khruschev y Brezhnev. Sin embargo, apenas permitió que se expandiera, sin necesidad de la represión vía tanques soviéticos, la vieja gran utopía se desmoronó país por país, como un verdadero “efecto dominó”.

Isabel había nacido y sido educada para lo que sería y haría el resto de su vida hasta el jueves 8 de setiembre. Darle nuevo vigor a la monarquía de su gran país, como institución, mantener los lazos coloniales desde la metrópoli y conceder unidad en un contexto esperanzador a un reino conformado por tres naciones (y media): ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses.

Sin embargo, sólo habría un envión inicial, que le serviría para mantener una mancomunidad de 54 países, a duras penas sostenida a insistencia de paradiplomacia y un unitarismo que fue contradiciendo cada vez más las tendencias democratizadoras tardías de un Estado que evitó contagiarse dos siglos antes con la convulsión y el terror de la Revolución Francesa. Por último, a Isabel le explotaron en su propio rostro, como madre y suegra, los escándalos familiares de la Corona. Las aventuras extramatrimoniales de su hijo mayor Carlos -un solterón empedernido-, casado con Diana Spencer, una maestra de escuela, con familia plebeya aspirante a noble; las corruptelas de su propio marido Felipe de Edimburgo y otro de sus hijos varones, el ex “Principito” Eduardo; las rebeldías, traiciones y trágica caída de su nuera, ya explicitadas y difundidas por doquier; las de su propio nieto Harry y su esposa, la “ultraplebeya” Megan -y la lista sigue-. Todo ello se mantuvo precaria y artificialmente un largo tiempo, mientras ella conservó el temple para reinar sobre un pueblo de sencillos isleños, actores teatrales y navegantes.

Hoy, con Carlos III y una gestualidad inicial con sus sirvientes, que le empieza a jugar en contra, ante la opinión pública, dudando de su capacidad para tener el temple de su adorada madre, todo eso cruje y los aires republicanistas empiezan a soplar, adentro y fuera de las Islas.

La Unión Soviética fue, pero toda la torpe obra de Gorbachov, aún aplaudiendo su idealismo, resuena hasta nuestros días, incluso en la guerra de Rusia y Ucrania o en la de Azerbaiyán versus Armenia. El caos que siguió al final de la URSS, se asentó sobre promesas orales jamás cumplidas por quienes -defensores de “Occidente”- emplearon a Gorbachov para perpetuar sus intereses de la Guerra Fría en una era posterior que ya no tenía ningún peligro de antagonismo nuclear. Esa ambición desmedida de la OTAN llegó hasta las puertas del corazón de la civilización eslava, primero con Ucrania en 2004 y luego, con Georgia en 2008. Todo ello a pesar de las advertencias del propio Putin, heredero de la Rusia postsoviética. La guerra post Euromaidán en 2014 y su continuidad con el ejército ruso entrando al sudeste ucraniano, completan una película cuyo guión se venía escribiendo hace tres décadas. Gorbachov sería más recordado fuera de Rusia, reconocido y admirado en “Occidente” y, juzgado como “traidor” en su propio terruño.

Así, dos figuras emblemáticas del siglo XX, favorables a la paz mundial, nos dejan. Con sus aciertos y no pocos errores políticos, queda por verse si el mundo que les seguirá, será más o menos estable, más o menos conflictivo, más o menos convulsivo. Lo que va quedando claro, como gran lección de la historia, es que las grandes personalidades ayudan a construirla aunque no controlan los efectos de sus actos. Esta moraleja nos aconseja tornarnos prudentes, no aventurar más utopías regresivas y siempre preferir el camino de la reforma, adaptando nuestras instituciones al cambio. Será la mejor forma de recordarlos para las generaciones venideras, habituadas ya a la impaciencia y la vertiginosidad en el vacío.

ISABEL II: CUANDO LLEGO EL FINAL

Fueron 70 largos años de un total de 96, para una mujer que fue educada para tomar las riendas simbólicas de un país que acababa de dejar de ser Imperio, bajo su reinado. Su polémica figura, liderando una familia bastante escandalosa, adquiere mayor relevancia institucional por los tiempos que le tocó vivir, aunque sólo será recordada como popular sólo por los británicos. Probablemente, los tiempos que vendrán para la monarquía que tanto se esmeró en proteger como para su país, serán por qué no, convulsivos. Para que no lo sean, dependerán del temple y sabiduría de su hijo y sus nietos, sí, los mismos que conservan en grado diferente, la rebeldía de su ex nuera, Lady Diana Spencer, la Princesa de Gales, la “Reina de Corazones”.

MI BREVE SEMBLANZA EN RT (1 hora 44 a 1 hora 49)

MENEM: EL ESPEJO DONDE NO QUEREMOS MIRARNOS LOS ARGENTINOS

“Depende del prisma con el que se lo mire”. Se trata del juego de las interpretaciones y no tanto de los balances que se precian de racionales, que hacen los terceros, cercanos o no, cuando uno muere.

Hace algo más de 17 años, cuando falleció mi “viejo”, un hombre que supo vivir y disfrutar de la vida, pero que engañó a mi madre durante 15, ante su ceguera y la nuestra como hijos, descubrí que todos sus amigos., incluyendo los que no conocía yo, sabían perfectamente hasta lujos de detalles de mi vida. Allí me di cuenta no sólo que “no hay peor ciego que quien no quiere ver” sino que, haciendo una interpretación más que idiosincrática de la Argentina, la mentira está incorporada en nuestro ADN. Nos mienten y nos encanta que nos mientan. Eso conduce a una conducta rayana a la esquizofrenia, tal vez cercana a la de muchos países de Europa Oriental, la propia Rusia y sus vecinos cercanos, donde imperó el “socialismo real”: durante décadas, imperó la mentira oficial del “hacemos que trabajamos y ellos hacen que nos pagan”. Aquí no hubo ejercicio de falsedad oficial y sistemático -tal vez el más cercano a ello, fue la cobertura de la guerra de Malvinas o la negación de las violaciones de los DDHH, bajo una dictadura- pero nos habituamos, incluyendo bajo la democracia, tal vez, a modo de elusión de una realidad decadente -codearnos con las grandes potencias y luego descender al infierno-, a vivir hipócritamente.

El mismo cinismo que vemos en estas horas en ocasión de otro entierro, el de Carlos Menem. Otro hombre que supo disfrutar del poder, de los buenos y malos momentos, de la farándula, de las mujeres, en fin, del mundo. Como mi padre. No en vano, Menem murió un día como el de ayer, en pleno carnaval, porque su vida era así, simpática, atractiva, prácticamente una fiesta, incluyendo peripecias graves como su prisión en Las Lomitas o la muerte de su hijo Carlos Junior -que lo shockeó, sin dudas-.

Un personaje que hoy, es reconocido como “un buen adversario” o todo “un caballero”, por Jorge Lanata, el periodista otrora progresista, por no decir marxista, ahora republicano y social-liberal, que fundó un Diario -Página 12-, financiado con el secuestro de los hermanos Born, desde el cual destrozaba la política económica pro-mercado de Menem -la única transformadora aunque parcial, en décadas- y la manchaba de toda denuncia de corrupción que se le ocurriera, algo que hasta en estas horas, defiende por su “razonabilidad”. Subrayo que en el menemismo, excepto en su ocaso (caso Yabrán y crimen de Cabezas), absoluta libertad de prensa, por lo que los Lanata, los Castro, los Verbitsky, pudieron criticar abiertamente a quien estaba intentando transformar a la Argentina, con un gran apoyo en votos, por primera vez en tantas décadas.

Un ex Presidente peronista que ya no está, pero que es homenajeado con un velorio oficial, en el mismo Congreso de la Nación, por la cúpula oficial del kirchnerismo, una agrupación -ni siquiera partido-, que es manifiestamente antiperonista y sobre todo, antimenemista, más allá de que tanto Néstor Kirchner como CFK defendieron las privatizaciones de los noventa, porque claro, la renta petrolera produce milagros como ése: que dos conspicuos pragmáticos y materialistas, disfrazados de progresistas, justifiquen por ejemplo, una YPF privada y años más tarde, cuan interesante ejercicio “travesti”, fundamenten las razones de su estatización.

O que, Duhalde y muchos radicales, que contribuyeron al derrumbe de la Convertibilidad por venganza y orgullo perdido, respectivamente, ahora “se pavonean” en los canales de TV y radios, llenando de loas y alabanzas al supuesto “gran estadista” de las últimas décadas. Como si hoy viviéramos en el “Primer Mundo” que prometió.

O que, para no cuestionar sólo a los peronistas y los K, mi propio partido -la UCEDE- rinda un tributo póstumo a quien, mintiéndole a su propio electorado justicialista, nos sobornó a los liberales y robó nuestras banderas, algo de lo que tardamos en levantarnos, otras dos décadas. Por cierto, como creo en el sitio de control interno y la voluntad como su expresión, mi crítica es mayor a mis propios correligionarios y su actitud en aquel momento -más que al presente- y que al mismo agente incentivador.

Finalmente, hasta parece que numerosos cordobeses se dieron cuenta que Río Tercero se halla en esta Provincia mediterránea: producto de la trágica explosión de 1995 insólitamente todavía no resuelta por la justicia, se solidarizaron con la decisión local de no decretar luto por la muerte de quien se supone, fue el responsable de semejante accidente.

Podríamos seguir infinitamente con el repertorio de conductas cínicas. Pero claro, por razones de espacio, prefiero no hacerlo. Considero que es mejor, sin entrar en el análisis de la política pública en general o la evaluación de la gestión del menemato, al que se lo juzga peor por lo que hizo en el primer mandato que por el segundo cuando tal vez habría que hacerlo exactamente al revés, observar de qué manera ese cinismo puede proyectarse en el tiempo y hacer metástasis en el tejido moral, de la misma manera que lo hecho en el postsocialismo europeo oriental y ruso. Podemos ver más claramente cómo Menem es el padre reconocido de Duhalde quien a su vez, cegado por su ira por la promesa incumplida de aquél de permitirle la Presidencia en ese aciago año 1995, lo fue de los Kirchner y tras éstos, los hermanastros de Macri, a pesar de la grieta artificial, en la que nos han embarcado desde 2008.

Como yo el día del velorio y entierro de mi padre, tal vez -y ojalá-, espero que esta muerte sirva a los argentinos para asumir por fin nuestras verdades por más dolorosas que sean, dar vuelta atrás páginas que ya no nos conducen a nada positivo y finalmente, sobre la base de tal aprendizaje, dedicarnos “a las cosas” como reclamaba Ortega y Gasset.

Mientras tanto, Menem y Maradona seguirán vivos en nuestro recuerdo, dividiendo o alegrándonos.

 

HISTORIA DE UN DIVORCIO

Tuve la oportunidad de compartir dos asados en Córdoba Capital, uno el pasado viernes 15 y otro, el domingo 17. El primero, con algunos amigos y otros, no tanto. El segundo, con amigos y colegas de la Universidad. Excepto dos de todos ellos, aún casados, el resto éramos todos separados o divorciados. También un par, mostró facetas totalmente contrapuestas, mientras se hallan en pleno proceso de separación: uno estaba feliz y esperaba tener nuevas oportunidades de conquista en su nuevo departamento; el otro se hallaba moralmente destruido, durmiéndose en un sofá cada vez que lograba escapar de la mesa de discusiones políticas, las mismas que antes le parecían importantes y ahora pueriles.

Es que claramente, excluyendo las reacciones coyunturales y hasta los intentos de reconstrucción personal a posteriori, la culminación de un matrimonio, cualquiera haya sido su duración, es de una de la peores situaciones de la vida, seguramente, junto con la pérdida de un ser querido. Es la destrucción de los proyectos en común, de los sueños de una vida compartida -máxime si hubo hijos-, la frustración, el desencanto con las virtudes del otro/otra, la exaltación de sus defectos, todo aquello que era percibido antes como positivo, admirable, etc. Es la cruel reflexión de lo invertido en energía, salud y química a lo largo de años, esperando que todo conduzca a buen puerto y la horrible conclusión de un resultado opuesto. Es la terrible y temible concreción de la muerte en vida, porque uno parece haber llegado no sólo al final de una etapa, sino a una suerte de precipicio donde no cabe otra alternativa que saltar -sin paracaídas-. Si abajo hay una laguna sin rocas o la altura no es tan grande, habrá posibilidades de salvación. De lo contrario, es el final.

Para colmo, ese sábado 16, en el medio de los sendos encuentros gastronómicos, tuve la oportunidad de ver un film recomendado por una especialista en TV y producción de imágenes, más preocupada por dichos aspectos técnicos que por su guión. El mismo que versaba casual -o no tan casualmente-, sobre una ruptura matrimonial.

“Historia de un matrimonio” (2019), más allá de la genial interpretación de sus dos protagonistas, a cargo de un ignoto (excepto para los fanáticos de Star Wars) pero genial Adam Driver (una especie de mezcla física noventosa entre Paul Dano y Jason Schwartzmann) y la siempre carismática Scarlett Johansson, revela mucho más que ese cúmulo nefasto de sensaciones que describí al inicio. Lo que resulta en un comienzo de una suerte de culminación matrimonial consensuada, gradualista, mediada con psicólogo de pareja, terminan derivando en un calvario donde los esposos ven autodestruirse su mancomunión de años, merced en gran medida, a sus propios abogados, la perversa Nora Fanshaw (interpretada por Laura Dern) y Jay Marotta (por Ray Liotta). Hasta la presencia transitoria de un abogado más contemporizador como el personaje del veteranísimo Alan Alda (el mismo de “M.A.S.H.”), fue devorada por esa dinámica legalista que consumió las pocas cenizas que quedaban del languideciente matrimonio.

Precisamente, esa competencia judicial tan afín a la idiosincracia norteamericana desde hace décadas, es la que tan sabiamente critica el periodista Frank Gibney, cuando a fines de los setenta, exaltaba por comparación, el modelo armónico y confuciano japonés, como testimonio del éxito económico y social nipón.

A modo de corolario, siempre combinando dos artes que me apasionan, el cine y la música, les dejo estas tres canciones de ABBA. Sí, el grupo sueco que vivió en pleno apogeo profesional como banda de pop, la propia separación matrimonial de sus dos parejas, después de haber dedicado muchos de sus éxitos al amor y la felicidad. La tristeza del proceso se refleja en sus rostros particularmente, en los ojos de ambas mujeres. A lo largo del tiempo transcurrido, podemos ver así cuál fue el balance físico y de salud que tuvo cada uno de los integrantes tras aquellos sendos divorcios.

La reconstrucción de la vida personal a partir de dicho “big bang“, dependerá del tipo de duelo que cada uno realice y la mejor -o más saludable- forma de salida que elija, aunque muchas veces, la racionalidad juega aquí, un papel limitado. De lo que sí estoy seguro, es que, a diferencia de la trama del film citado, no hay que dejar librado el resultado final a los hombres de leyes.

CHILE: EL “DICTADOR BENEVOLENTE”, EL GATO Y EL RATON

No hay explicación válida del progreso y modernización chilena, sin subrayar el rol del General Pinochet. Cualquier alusión a los famosos “Chicago Boys“, los economistas monetaristas que pusieron los cimientos del plan económico de estabilización y crecimiento que inauguraría aquel primer período de gobierno dictatorial (1973-1982), o a sus colegas como Hernán Büchi Buc, quien lo remozaría con inusitado vigor, a partir de 1986 hasta diciembre de 1989, posibilitando esa recuperación, su propia candidatura a Presidente, no sería suficiente para entender aquel gran despegue, el mismo que sigue siendo modelo en Latinomérica, a pesar de las protestas de hace más de un año. El liderazgo de Pinochet, quizás inédito respecto a su larga profundidad, coherencia y convicción en torno a un modelo económico pro-mercado, algo raro en un militar latinoamericano prototípico, más proclive al industrialismo desarrollista, es la principal variable explicativa del “milagro chileno”.

Pero además de esta faceta de modernizador a lo Lew Kwan Yew sudamericano, Pinochet era un “gallo” -como suele usarse en la jerga callejera chilena-, problemático en cuestiones como derechos humanos (DDHH). Su notorio y crudo autoritarismo, entendible no al estilo latinoamericano, dada la originalidad del profesionalismo prusiano de las FFAA chilenas, sólo justificable en función de la dura experiencia de la Unidad Popular (UP) allendista (1970-1973), no tiene parangón excepto con la dura y prolongada dictadura brasileña (1964-1982). Sin dudas, la dictadura pinochetista fue exitosa, por la performance macroeconómica pero también por la política social (jubilaciones, salud, educación y sobre todo, vivienda), tan contrastantes con su predecesora, la única experiencia socialista que llegó al poder vía elecciones en el mundo. Aún así, también mostraba sus logros por la eficacia con que enfrentó lo que Pinochet llamaba explícitamente, el desafío de “extirpar el cáncer marxista”, incluso en contra de la propia Administración demócrata norteamericana de Jimmy Carter, resuelta a castigarlo por las violaciones de DDHH.

Tal eficacia, tan diferente al caso de las inoperantes y corruptas dictaduras militares argentinas, hasta pudo plasmarse institucionalmente. El pinochetismo no sólo se prestó a competir dos veces en sendos plebiscitos (1980 y 1988), el primero de ellos, victorioso por amplia mayoría pero sin registros electorales y el segundo de ellos, perdidoso aunque aceptando la derrota, a regañadientes y con la presión de Estados Unidos con Ronald Reagan a la cabeza. A través de la Constitución de 1980, planteó innovaciones institucionales, como un sistema electoral binominal para asegurarse la presencia de una sólida derecha opositora en el Congreso; nueve (9) senadores designados y vitalicios; Comandantes militares inamovibles; la prohibición legal de la actividad del Partido Comunista; una parte dogmática que defendía como ninguna otra Carta Magna moderna, la propiedad privada, etc., todas ellos, denominados como “enclaves autoritarios”, que lograron sobrevivir a tres décadas de democracia.

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CHAU “ALEMAN”

Los alemanes del Volga son aquellos grupos que poblaron las llanuras rusas aledañas al Río homónimo, en el marco de un política de fomento poblacional de la Zarina Catalina La Grande en el siglo XVIII. Pero muchos de ellos sufrieron persecuciones con los Zares posteriores y fue así que hacia fines del siglo XIX, cuando en Argentina gobernaba Nicolás Avellaneda, aquellos europeos como tantos otros, vinieron a estas tierras, con el afán de poblarlas y cultivarlas. Un grupo de ellos se estableció en Coronel Suárez, un pueblito de la Provincia de Buenos Aires (hoy, del tamaño de Alemania) y en una familia de apellido Hoffmann, un carpintero tendría a uno de sus hijos, Héctor Omar, quien pronto descubriría en la composición musical y el canto, su verdadera pasión.

La misma pasión con la que pronto, llegado a la capital, la ciudad de Buenos Aires, conquistaría a masas enteras, con el ritmo pegadizo de sus canciones, mediante el seudónimo de “Sergio Denis”. Con una sonrisa permanente y un estilo particular de juventud eterna, que apenas podrían disimular a pesar de la gran cantidad de canciones, álbumes y recitales exitosos, tras más de 4 décadas de vigencia, la enorme angustia y soledad por la que trasuntaba. Como muchos ídolos populares argentinos, también “el alemán de Coronel Suárez”, encontraría el abandono y la muerte de manera absurda, a pesar de los flashes y las luces del traicionero y efímero suceso.

Prefiero recordarlo con una sonrisa, por el amor que le tuvo a nuestro país, al que dedicó dos canciones, una en los años ochenta y otra más recientemente, pero sobre todo, por la motivación que generó en mí mismo, con menos de 10 años, para imitarlo cuando veraneaba en las playas de Pinamar entre 1973 y 1975. La misma motivación que llevó a hinchadas del fútbol nacional e internacional, a adaptar y corear sus canciones y a la selección nacional campeona mundial en México 1986, adoptar como cábala, ir a los estadios escuchando “religiosamente” uno de sus singles.

A modo de corolario, me tomo otra licencia, tan usual en nuestro país, donde se llama “turco” a un descendiente de inmigrante sirio-libanés o “ruso” a un judío. Le voy a titular “alemán” porque mi ídolo tenía esa sangre en las venas aunque fuera un argentino de ley -y de alma-. Porque irradiaba luz por doquier aunque él mismo la reclamara para sí hasta su trágico desenlace.

PD: al igual que Marcos Mundstock, nuestro ídolo-poeta-cantante fue enterrado ayer, en estricta privacidad, lejos del calor de su público habitual, teniendo en cuenta la pandemia del Covid-19.