“MATCH POINT”

El tenis es como la vida. Cada partido, que puede durar 40 minutos, una, seis u 11 horas, tiene fases, los llamados “games”, que son prácticamente subpartidos en sí mismos, con sus puntos definitorios, viviéndolos cada tenista como si estuviera al borde de la cornisa. La vida también parece tener sus etapas bastante bien definidas, las que van marcando el derrotero de cada uno de quienes habitamos este planeta y en ellas hay mayor o menor energía vital, la cual seguramente va mermando a medida que nos acercamos al final.

Esa conclusión del partido y la vida, puede demorarse más o menos, pero en cualquier caso, uno no quiere llegar a esa instancia o, al menos, si acepta que llegue, trata de que sea lo mejor posible, en condiciones de ganar el match con cierta holgura o arribando saludablemente al último minuto de este tránsito terrenal.

Hablando del mismo, igual que en el tenis, se camina por la vida, tomando decisiones, con un mix de pasiones y razones, todo el tiempo: planteo de estrategias, ser más atrevido o más dubitativo, considerar al rival o el contexto, autorreflexionar sobre nuestra evolución, asumir con determinación y actitud el obstáculo que tengamos enfrente, aceptar pero intentar salir de los bajones, depresiones o “lagunas mentales” a las que nos somete el juego, en fin, un cúmulo de vicisitudes a las que deberemos enfrentar y hasta desafiar. En el “deporte blanco” como en la vida, uno convive y lidia con los demás, pero sobre todo, consigo mismo. Así como se deja guiar, envolver o traicionar por los aplausos. Los más espartanos tratarán de ignorarlos y los más carismáticos (u oportunistas) los aprovecharán a su favor.

Semejantes dudas, inquietudes y hasta dilemas de definición habrá recorrido Roger Federer, con 41 años de edad, a lo largo de sus más de 1.500 partidos y más de 24 años de carrera tenística profesional, que acaba de culminar esta semana. Nos ha emocionado a todos en el mundo, incluyendo a sus archirrivales, Djokovic y Nadal, que lo extrañarán aún deduciendo que sus respectivos retiros también se hallan más próximos. Ese sustantivo que en singular, es horrible por donde se lo mire: asumir que ya nada será como antes, que el ciclo vital y la energía se han agotado o ya no son los mismos, por lo que es preferible abandonar y no ser humillado, que habrá que buscar otros horizontes, otras alternativas, otras formas de vivir porque lo que se daba, ya no se dará.

Si es una forma de morir, es debatible hasta el infinito, pero sin duda, se trata de otro tipo de partido, durísimo para sobrellevar. Por eso, el mensaje de Federer a su esposa ex tenista, también es comprensible: “estoy feliz, no estoy triste”, es la ratificación de un momento amargo para él, porque se trata del más sencillo reconocimiento de que ese final no es el deseado, aunque uno se resigna a aceptarlo.

Todos los que amamos este deporte, nunca olvidaremos el gran legado del helvético, su hombría de bien, noble sentido de la competencia, su esmero profesional pero sobre todo, su devoción por el tenis. Ojalá su ejemplo inspire a sucesivas generaciones para que lo sigan practicando y aprendan a quererlo tanto o más que él.

UN LEON CONFUNDIDO

Dos o tres golpes de efecto de una persona sanguínea y carismática sobre una sociedad anestesiada, perdida, sin rumbo pero sobre frustrada, desencantada, pueden servir para que ésta quede deslumbrada y lo siga sin cuestionamiento alguno.

Inaugurando su gira nacional como diputado, con clases de Economía, que apenas lo son, apelando a shows que se parecen más a los de un rockero que a los de un político, mediados por influencers de opacos y hasta nulos pergaminos académicos, Javier Milei vive ese momento de fama. Las encuestas le dan excelentes números en vistas al 2023 y en cada Provincia que estará, seguramente, llenará plazas o parques.

Se disimularán así, errores no forzados de la campaña electoral como la derrota del debate legislativo de CABA, los ataques de furia en una charla en Montevideo o el desborde del supuesto agente de seguridad en el festejo del Luna Park. Incluso la rara percepción popular del sorteo de su dieta, a todas luces, un acto demagógico de baja estofa pero que para los Millennials ingenuos, jóvenes aturdidos y adultos buscadores de salvación material inmediata, pudo ser una bisagra en la política argentina, más allá de que como investigó el especialista en informática Javier Smaldone, puede ocultar una vil operatoria de venta ilegal de datos personales. Es que “todo vale” en un momento así, de euforia, de exaltación, hasta de clímax: la gente se enceguece con esta figura y eso le dará una cierta impunidad que se agrega al endiosamiento que ya hacen de su personalidad.

Lo que sería una buena noticia para el liberalismo argentino, en realidad, tal vez, no lo sea. Un entorno que lo rodea, bastante mediocre y pletórico en obsecuencia y adulación al nuevo “Mesías”; un misticismo que se difunde incluso en Twitter -su red preferida para satisfacer su irrefrenable vocación egocéntrica, narcisista y nada sensible-, que tal vez, encubre la red de negocios de sus adláteres, el siniestro dirigente sionista Maslatón y el financista  Marra -hoy legislador porteño-; un armado político que no tiene nada como tal, porque se nutre de mucho personalismo, influencers y sellos partidarios de oscura procedencia (UNITE, el partido de un kiosquero rosarino de diarios y ex concejal, PAC, la agrupación de ex policías y un Partido Libertario que es un “cóctel” de personajes ignotos, aunque todos peleados entre sí).

Es que además de mantener dudas sobre la falta de equilibrio emocional de Milei, que lo convierte en poco apto para desempeñar un rol ejecutivo, de un país anómico como Argentina, hay también mucho por advertir, en materia ideológica. El aspirante a león de la jauría, tiene confusiones ideológicas estridentes, de envergadura, no menores para alguien que se precia venir del mundo académico -apenas de paso, si lo sabrá su padrino Eurnekian-.

Dice que el impuesto es un robo sin entender que es la única forma de financiamiento de un Estado, que él, como anarcocapitalista -como el hijo de Milton Friedman– aborrece pero que es preferible a emitir moneda o pedir crédito interno o externo. Ignorando defensas tales como las de Adam Smith, Tocqueville y Sarmiento, entre tantos, defenestra a la educación pública lo cual puede ser comprensible considerando el estado de deterioro de la misma y la situación social general de Argentina, pero no toma conciencia que este país encontró la senda del progreso una vez, de la mano de dicha escuela sarmientina. Además, el esquema de vouchers (subsidio a la demanda) que él mismo propone -aunque muchos lo hicieran ya mientras él se dedicaba al fútbol profesional hace 3 décadas-, es un mecanismo de financiación pública, medida por alumno/a, sin privilegiar a la escuela privada, que allí perdería su razón de ser. Finalmente, la eliminación del Banco Central puede ser popularmente contrastante con el pasado y presente de destrucción de la moneda en el país, pero no es nada realista si se cree que la inflación desaparecerá producto de ello. Mientras continúe un nivel de gasto público infinanciable, la fórmula mileirista, aplicada en otros contextos históricos y geográficos, mucho más fáciles que el nacional, es absurda y hasta podría generar carcajadas en un café imaginario con economistas de la Escuela Austríaca, monetaristas-Public Choice a lo Buchanan y fiscalistas a lo Musgrave.

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