HISTORIA DE UN DIVORCIO

Tuve la oportunidad de compartir dos asados en Córdoba Capital, uno el pasado viernes 15 y otro, el domingo 17. El primero, con algunos amigos y otros, no tanto. El segundo, con amigos y colegas de la Universidad. Excepto dos de todos ellos, aún casados, el resto éramos todos separados o divorciados. También un par, mostró facetas totalmente contrapuestas, mientras se hallan en pleno proceso de separación: uno estaba feliz y esperaba tener nuevas oportunidades de conquista en su nuevo departamento; el otro se hallaba moralmente destruido, durmiéndose en un sofá cada vez que lograba escapar de la mesa de discusiones políticas, las mismas que antes le parecían importantes y ahora pueriles.

Es que claramente, excluyendo las reacciones coyunturales y hasta los intentos de reconstrucción personal a posteriori, la culminación de un matrimonio, cualquiera haya sido su duración, es de una de la peores situaciones de la vida, seguramente, junto con la pérdida de un ser querido. Es la destrucción de los proyectos en común, de los sueños de una vida compartida -máxime si hubo hijos-, la frustración, el desencanto con las virtudes del otro/otra, la exaltación de sus defectos, todo aquello que era percibido antes como positivo, admirable, etc. Es la cruel reflexión de lo invertido en energía, salud y química a lo largo de años, esperando que todo conduzca a buen puerto y la horrible conclusión de un resultado opuesto. Es la terrible y temible concreción de la muerte en vida, porque uno parece haber llegado no sólo al final de una etapa, sino a una suerte de precipicio donde no cabe otra alternativa que saltar -sin paracaídas-. Si abajo hay una laguna sin rocas o la altura no es tan grande, habrá posibilidades de salvación. De lo contrario, es el final.

Para colmo, ese sábado 16, en el medio de los sendos encuentros gastronómicos, tuve la oportunidad de ver un film recomendado por una especialista en TV y producción de imágenes, más preocupada por dichos aspectos técnicos que por su guión. El mismo que versaba casual -o no tan casualmente-, sobre una ruptura matrimonial.

“Historia de un matrimonio” (2019), más allá de la genial interpretación de sus dos protagonistas, a cargo de un ignoto (excepto para los fanáticos de Star Wars) pero genial Adam Driver (una especie de mezcla física noventosa entre Paul Dano y Jason Schwartzmann) y la siempre carismática Scarlett Johansson, revela mucho más que ese cúmulo nefasto de sensaciones que describí al inicio. Lo que resulta en un comienzo de una suerte de culminación matrimonial consensuada, gradualista, mediada con psicólogo de pareja, terminan derivando en un calvario donde los esposos ven autodestruirse su mancomunión de años, merced en gran medida, a sus propios abogados, la perversa Nora Fanshaw (interpretada por Laura Dern) y Jay Marotta (por Ray Liotta). Hasta la presencia transitoria de un abogado más contemporizador como el personaje del veteranísimo Alan Alda (el mismo de “M.A.S.H.”), fue devorada por esa dinámica legalista que consumió las pocas cenizas que quedaban del languideciente matrimonio.

Precisamente, esa competencia judicial tan afín a la idiosincracia norteamericana desde hace décadas, es la que tan sabiamente critica el periodista Frank Gibney, cuando a fines de los setenta, exaltaba por comparación, el modelo armónico y confuciano japonés, como testimonio del éxito económico y social nipón.

A modo de corolario, siempre combinando dos artes que me apasionan, el cine y la música, les dejo estas tres canciones de ABBA. Sí, el grupo sueco que vivió en pleno apogeo profesional como banda de pop, la propia separación matrimonial de sus dos parejas, después de haber dedicado muchos de sus éxitos al amor y la felicidad. La tristeza del proceso se refleja en sus rostros particularmente, en los ojos de ambas mujeres. A lo largo del tiempo transcurrido, podemos ver así cuál fue el balance físico y de salud que tuvo cada uno de los integrantes tras aquellos sendos divorcios.

La reconstrucción de la vida personal a partir de dicho “big bang“, dependerá del tipo de duelo que cada uno realice y la mejor -o más saludable- forma de salida que elija, aunque muchas veces, la racionalidad juega aquí, un papel limitado. De lo que sí estoy seguro, es que, a diferencia de la trama del film citado, no hay que dejar librado el resultado final a los hombres de leyes.

EL RECUERDO DE MI MADRE

Setiembre tiene un sabor especial y contradictorio para mí. Es el mes de la primavera en el hemisferio sur, las flores encierran un particular encanto para mí, conocí en persona a mi novia en Rusia, nació mi primera hija, es el aniversario de Sarmiento, el golpe de Allende y el atentado a las Torres Gemelas que no conocí pero que recuerdo aquí mismo, pero también es el aniversario de mi madre, ya sea el 5 (creímos todos que ésa era su fecha de cumpleaños) o el 10 (como fue anotada en el Registro Civil), uno de sus tantos misterios, como todo ser virginiano. Ahora será un mes a recordarla de manera permanente, porque se nos fue de la vida, en julio pasado, no pudiendo cumplir su 88 aniversario.

En Estados Unidos

En Italia

Prefiero recordarla como a ella le hubiera gustado. Nunca la vi acostada en la cama, llorando o deprimida por algún motivo, aunque no le hubieran faltado las razones. Siempre la vi de pie, orgullosa, altiva, con fuerza, con una sed de ambición y obsesión por el progreso, que me contagió toda la vida. Sus traumas del pasado, que tenían relación con su pobreza en la infancia, allá, en el barrio María Selva, de Santa Fe Capital, a pesar de haber nacido en la diminuta Obispo Trejo, del norte de Córdoba, lograba disimularlos hábilmente con su primer trabajo en Bonafide, para poder alimentar a sus padres y hermana. Nunca mostró resentimiento alguno por ese tipo de situaciones. Sufrió un engaño duradero, nunca disimuló su encono pero una y otra vez, se levantaba y continuaba. Exponía su enojo pero también mostraba sentido del humor, el mismo de su padre tan seductor y “caramelero” con el sexo opuesto. Me dejó un legado inconmensurable que nunca pude transmitirle en términos de agradecimiento directo, quizás, éste sea el momento y el espacio para retribuirlo, si es que puede leerlo donde esté.

En Mendoza, su Córdoba natal y Brasil, diferentes épocas

Su gran objetivo era que sus hijos tuvieran un título universitario. Esa parecía ser su gran frustración con sus padres por lo que proyectó en nosotros tres, ese gran logro. Pagó todos sus créditos, de lo cual también se enorgullecía, en virtud de cómo era reconocida en una ciudad adoptiva, como Rosario. Me formó en la perseverancia, aún admitiendo errores o fracasos temporales, me instaba a enfrentarlos, corregirlos y superarlos. Nunca se conformaba con notas mediocres. Siempre me estimulaba a sortear más y más las vallas. Una vez, me defendió del “bullying” -cuando éste ni siquiera era conocido así- de mis compañeros de inglés en una academia privada, llamada IATEL, donde debía soportar las rivalidades entre los Maristas -curiosamente, el colegio al cual terminaron yendo mis tres hijos en Mar del Plata- y nosotros, los provenientes del Sagrado Corazón de Jesús, es decir, la Congregación de los Padres Bayoneses. Una y otra vez, me sugería no hacer caso a las diferencias de clase ni de posesión del dinero ni status: yo podría superarlas sólo a fuerza propia o a través de mi exclusivo mérito personal. Ese carácter meritocrático lo llevo en la sangre hasta que me muera.

Continúe leyendo