EL RECUERDO DE RAUL ALFONSIN

Un 31 de marzo de 2009, moría Raúl Ricardo Alfonsín, abogado pacifista y de derechos humanos (DDHH), gran caudillo radical y lo más importante, ex Presidente de la Argentina entre 1983 y 1989, es decir, el primer mandatario de la restauración democrática en el país, tras 5 décadas de una espiral  de inestabilidad institucional, signada por golpes militares, gobiernos constitucionales débiles y violencia política.

En un análisis histórico, puede recordarse que Alfonsín tiene su lugar ganado en el altar republicano, por haber sido el primer político no peronista -y el primer radical-, en derrotar al peronismo en elecciones libres, imparciales y justas. Fue el último político argentino en generar actos populares masivos como el del Obelisco en Buenos Aires y numerosas ciudades y capitales del país. Nunca más, cientos de miles y hasta millones de argentinos se agolparon en calles, avenidas y estadios para escuchar el discurso de un dirigente partidario. Alfonsín marcó una era en la que la motivación, el entusiasmo, la adhesión y militancia política, sobre todo, de los más jóvenes, escaló a niveles inéditos, sin ninguna moneda a cambio. Más allá de que la restauración democrática post 1983, haya sido producto de la derrota en Malvinas y no de un cambio generacional interno, aquel boom de participación desinteresada en jóvenes jamás socializados en democracia, es un factor llamativo y paradójico sobre el que nunca se indagó de manera profunda, pudiendo tal vez, si se hiciera, derribar algunos mitos científicos.

Discursivamente, ese gran orador que era Alfonsín, con una prosa optimista y contagiosa al máximo, combinaba republicanismo, ética política y justicia social. Recitaba en sus actos, el Preámbulo de la Constitución liberal de 1853, exigiendo a la clase política, probidad y austeridad, adhería a la división de poderes y al mismo tiempo, enarbolaba una bandera típica de su archirrival, el peronismo, exigiendo una mejor distribución del ingreso, porque para él, aquí “hay hambre porque hay inmoralidad”. Ideológicamente, Alfonsín era un político formado, culto, globalizado que simpatizaba abiertamente con los principios de la socialdemocracia, particularmente, la europea: incluso, fue vicepresidente de la Internacional Socialista. De todos modos, era un “Vasco” terco, oriundo de la localidad bonaerense de Chascomús, por lo que dudo mucho de que si viviera hoy, hubiera aceptado la flexibilidad de los políticos socialdemócratas europeos -fundamentalmente españoles, franceses, alemanes e italianos-, aceptando ciertos principios liberales en lo económico. De hecho, Alfonsín siempre repudió a “la derecha”: sus embates a lo largo del tiempo, contra economistas y dirigentes de ese espacio, como Cavallo, López Murphy el propio Macri, así lo demostraron.

Alfonsín fue también el hombre justo para el momento justo de los argentinos. A pesar de un origen negativo, como una derrota militar contra una potencia extranjera, legitimamos una transición que no fue la española post Franco ni la chilena post Pinochet ni la uruguaya ni mucho menos, la brasileña. Gracias al liderazgo de Alfonsín, se juzgó de manera imparcial, a las Juntas Militares por sus violaciones a los derechos humanos (DDHH), torturas, desapariciones forzadas, secuestros de bebés, etc., durante la dictadura de 1976-1983. También fue el artífice de una obra como el libro “Nunca Más”, tras conformar una Comisión de intelectuales y personalidades de la cultura y los medios, que investigó aquellos crímenes perpetrados bajo la lógica de terrorismo de Estado.

Un gran atributo de Alfonsín como líder, fue su empeño en hacer responsables de la decadencia argentina, a las corporaciones, como los militares, los sindicalistas, la llamada “patria contratista” -empresarios ligados a negocios con el Estado, como la propia familia Macri-, la jerarquía eclesiástica católica, etc. Si bien alentó iniciativas legislativas y judiciales, orientadas a socavar y limitar aquel poder corporativista, antidemocrático por antonomasia, se vio frustrado en la mayoría de los casos. Aún en el caso de los juicios militares, tuvo que ceder después, ante la rebeliones de oficiales subalternos (1987-1988), conocidos con el nombre de “carapintadas”. Sobre el unicato y la falta de pluralidad sindical, heredados de la legislación fascista mussoliniana y trasplantada por Perón y siempre denunciada por la OIT, tampoco pudo tener éxito, por sus propias contradicciones -recuérdese el Ministerio de Alderete-. Sobre los empresarios, al fracasar sus dos Planes económicos de estabilización (“Austral” en 1986 y “Primavera” en 1987), no tuvo la oportunidad de rever las perversas reglas de juego para invertir y ganar dinero en Argentina.

Tal vez, el único plano en el que le fue bien a Alfonsín, fue el cultural: libertades de expresión -excepto el episodio del Diario “La Prensa”-, crecimiento de los medios de comunicación (incluyendo el nacimiento de un producto genuinamente argentino como la TV por cable), gran expansión artística, musical, etc. Ese plano cultural incluye al moral: en la era Alfonsín, se promulgó la Ley de Divorcio, que testimonió la erosión de poder de la Iglesia Católica, otrora tan fuerte, sobre todo, en la era de Perón en los años cuarenta. Pero también, promovió la patria potestad compartida por la mujer, con lo que se constituyó en un visionario de la causa feminista que hoy, tres décadas después, tanto se enarbolan.

La política exterior alfonsinista cometió el error básico de sobreestimar la afinidad socialdemócrata del ex Presidente con sus colegas contemporáneos europeos, deduciendo que ello facilitaría la entrada de capitales del Viejo Continente o contribuiría a disminuir la dependencia crediticia respecto a organismos multilaterales como el FMI y el BM. Esa expectativa pudo plasmarse en la consecución de tratados comerciales y de amistad con España e Italia, cuyos efectos positivos en términos de inversiones privadas e intercambio científico y cultural, no los vería sino Alfonsín sino gobiernos sucesivos. Sí tendría éxito Alfonsín en la eliminación de las hipótesis de conflicto con sus países vecinos, como Brasil y Chile y producto de ello, los avances iniciales en la integración con dichos países, sobre todo, el primero, a través del MERCOSUR. También cabe reconocerle alguna iniciativas de paz extrarregional, como el llamado “Grupo Contadora”, para apaciguar los conflictos en Centroamérica, evitando la intervención norteamericana. Es que Alfonsín era un doctrinario de la paz internacional, no sólo la convivencia doméstica: fue uno de los pocos políticos argentinos que estuvo en contra de la guerra de Malvinas; lideró la cruzada por negociar con Chile por la paz en el Canal de Beagle y contribuyó a desmilitarizar la región.

Una de las dos grandes debilidades de la Presidencia de Alfonsín, fue la económica. Equivocó su diagnóstico de la economía argentina, apenas ingresó al poder, improvisando con el Ministro Grinspun; luego, fracasó en sus dos planes macroeconómicos y tal ineptitud -y terquedad-, desembocó en una fenomenal hiperinflación en julio de 1989. La segunda, fue política. Si bien era un “animal político” incansable, cometió tres errores políticos básicos: su apuesta a Antonio Cafiero en la interna peronista de 1988; el Pacto de Olivos de 1994, para regalarle la reelección a Menem y la oposición al Presidente de su propio Partido, Fernando de la Rúa, cuando no escatimó  aliarse con los peronistas de la Provincia de Buenos Aires, para derribarlo, mediante un “golpe civil”, en 2001.

A pesar de la gran militancia de este “Vasco” de Chascomús, por los DDHH, el kirchnerismo construyó un “Relato” alternativo a la democratización argentina, iniciada por un Alfonsín -que rechazaba toda antinomia o “grieta” y por ello, excepto un año antes de su muerte, lo subestimó y hasta ignoró. Por esa razón, los jóvenes de hoy no lo conocen suficientemente y por ende, tampoco lo valoran. De allí, este merecido homenaje porque esa democracia por la que él luchó en serio, en Argentina, a pesar de todo, sigue viva.

“Raúl Querido”: “la casa está en orden. Felices Pascuas a todos”. Su discurso de 1987.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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