EL INFIERNO TAN TEMIDO

Una crisis de gobernabilidad no se incuba en unas semanas, tampoco en meses. Quizás algunos años. Cuando el mundo le sinceró a Macri que ya no habría financiamiento externo en marzo de 2018 y toda la fantasía del “genial timbero financiero” Caputo, cayó como “un castillo de naipes”, entró en un tobogán permanente que desembocaría en la “sorpresiva” derrota en las PASO contra los Fernández, para no poder ser revertida a pesar del esfuerzo final, en octubre de 2019. Había alternativa política allí, el recambio, a pesar de que espantara a casi la mitad del electorado.

Siempre me pregunté qué sería de la Argentina si volviera a gobernar CFK, aún encubierta o abiertamente como ahora, y voy respondiéndome esa pregunta día a día, a medida que se aproxima la tormenta perfecta, del default, del impacto del emisionismo monetario sin igual de estos meses de cuarentena, del sinceramiento de precios y tarifas, de la devaluación, cuando se achique la brecha con el dólar paralelo, en fin, cuando quede al desnudo, el gobierno de los “no científicos”.  Ni la épica del triunfo sobre el virus, ni la apelación al esfuerzo colectivo ni la solución semiautoritaria vía la renuncia de Alberto y la asunción de CFK o la de Berni ganando la parlamentaria en Buenos Aires, podrán salvar al gobiermo y tampoco a la oposición, cómplice de este desaguisado. Como se ha visto con las iniciativas más proclives al “paladar negro K”, como la expropiación de Vicentín o ahora, la reforma judicial, enfrentarán crecientes rechazos sociales que terminan acorralando los intentos de frágil moderación de unos y otros.

Entonces, una crisis institucional y por qué no, de gobernabilidad, está a la vuelta de la esquina en Argentina, no creo que esperemos al 2021 para verla  y nadie quiere asumirlo, porque se mezclan tabúes de golpismo histórico y autismo más miedo generalizados. Una vez más, la pandemia desnudó y agudizó los graves déficits institucionales allí donde los había y en 37 años de democracia, nunca resolvimos. El gobierno por más que “saque de la galera”, 60 medidas, no cree en los planes, no tenía ninguno desde que asumió, por eso se aferró a la cuarentena y tampoco podrá elaborar uno, por más que el FMI, en caso de evitar el default, le exija uno.

Pero qué antecedentes hallamos en la historia para llegar a tan terrible pronóstico. Desde luego, hay factores multicausales, para arribar a esta conclusión, como la anomia social, el pésimo resultado macroeconómico, la inseguridad, el Estado fallido, pero sobre todo, la ausencia de plan u horizonte integral por parte de la clase política, que terminó por hartar a la sociedad. Un consenso para hacer reformas de fondo, como las que necesita Argentina, no puede avizorarse en un plazo corto. Por lo que la situación se asemeja a 1974-1975, cuando murió Perón, gobernó Isabel, con la sombra de López Rega y fracasó el plan de sinceramiento de precios de Celestino Rodrigo, depositándonos en la hiper de 1975. Si a ello le sumamos que el mismo gobierno constitucional había elegido la opción legal de la guerra antisubversiva con todo el aparato represivo estatal, acabó de “cavarse la propia tumba”, cuando el líder de la oposición, Ricardo Balbín, de la UCR, dijo ya no tener soluciones para salvar al gobierno. Tampoco olvidemos que aquel regreso de Perón, fue precedido por el gobierno “comodín” del “Tío” Alberto J. Cámpora, cuya principal medida fue la liberación masiva de presos políticos, no por corrupción o delincuencia, como en abril pasado, sino ex guerrilleros urbanos y terroristas. En marzo de 1976, tras aquel caos, sin rumbo alguno, con violencia política – y no tanta delincuencial, como la actual-, todos esperábamos a la dictadura militar aunque nos agradara el eufemismo de “Proceso de Reorganización Nacional”. Todos sabemos también lo mal que terminó -y terminamos- al cabo de 7 largos años.

2001 fue una catarata de errores no forzados. El nombramiento y falta de apoyo suficiente a López Murphy, para enmendar los errores fiscales de los noventa, en un momento sin apoyo financiero externo, la asunción de Cavallo para salvar a su criatura, la Convertibilidad, el intento de bancarización de los informales y el primer “corralito”, terminaron con el gobierno de De la Rúa. Este ya venía golpeado desde la renuncia del Vicepresidente Alvarez por lo que con una alianza entre el propio radicalismo conspirando con Alfonsín a la cabeza, seguido por Leopoldo Moreau, sobre todo contra la figura de Cavallo y el peronismo, el bonaerense de Duhalde, luchando desde 1997, sostenido por una poderosa coalición antimercado y pro salvataje de deudas en dólares (Grupo Clarín, UIA y CAME), no pudo sostenerse y pronto fue derribado. En octubre, había ganado el “voto bronca”, con el muñeco “Clemente” a la cabeza, por lo que existía un notorio vacío de poder. Algunos de los sindicalistas tradicionales que conspiraron contra De la Rúa, ahora le dan un ultimátum al gobierno de los Fernández.

Tanto en 1976 como en el 2001, la situación de deterioro macroeconómico pero sobre todo, político, desembocó en sendas crisis institucionales, incluso de gobernabilidad. Se trataba de gobiernos que no gobiernan: pueden gritar como lo hacía “Isabelita” pero sin comunicar nada; pueden sobreactuar o contradecirse, dar alguna muestra de gestión mínima, como comunicar el número de contagiados y fallecidos por Covid-19 día a día, pero la gente espera de ellos, otra faceta. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Hoy, ya sin el recuerdo generacional de 1976, los “Millennials” ni siquiera imaginan una circunstancia tan dramática como aquélla. Pero está a la vuelta del camino porque el actual gobierno e insisto, la oposición, con “fuego amigo” en ambos bandos, se han “anotado todos los números”. Al incubamiento previo, le han “echado más nafta al fuego” y dudo que un sinceramiento de precios pueda ser resuelto pacíficamente, con medios de comunicación comprados, sindicatos apenas murmurando y una sociedad anestesiada y con miedo producto del terrorismo mediático. Tarde o temprano, esa olla a presión estallará. Un mix de 1975, 1989 (la segunda hiperinflación) y 2001, se avecina. Un arreglo de la deuda, el esperado rebote del “gato muerto” o la suba de la Bolsa y acciones, no alcanzan para disimular la caída. La regresión semiautoritaria de los últimos años en la región con rebrotes en tal sentido en la Brasil de Dilma y la Bolivia de Morales, más la supervivencia de Cuba y Venezuela, favorece la resiliencia autocrática de la Argentina.

Ojalá me equivoque. Por ahora, una vez más, es “la tragedia que deviene en farsa”.

ALVARO ALSOGARAY: A 107 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Los Kirchner, Tinelli, Pergolini, Manzano, Moyano, Verbitsky, Mauro Viale, “Corcho” Rodríguez, “Dady” Brieva, Horacio Embón pero también Lanata, Hadad, Longobardi, Nelson Castro, Macri (hijo), Elsztain y otros,  son hijos de los años noventa. Una década especial y como se ve, diversa por sus “productos” pero que en las cátedras universitarias, se juzga peyorativamente a modo de demonización, “neoliberal”. Mucha influencia en tal rótulo, tuvo un economista devenido en político, de enorme gravitación en el plano de las ideas y finalmente, en el gobierno, llamado Alvaro Alsogaray.

Luego de haber sido objeto de burlas históricas de peronistas y radicales respecto a que los militantes de su partido minoritario llamado UCD (más tarde, por razones jurídicas, con la sigla UCEDE) cabían en una cabina de teléfono público, Alsogaray logró que su partido originalmente ideológico y de notables, adquiriese notoriedad y hasta popularidad. En la campaña electoral de julio de 1989, llenó el Estadio de River Plate, en una de las mayores demostraciones públicas en toda la democracia argentina, sólo superadas por el Obelisco de Ricardo Alfonsín y algunos actos de Carlos Menem.

Alsogaray obtuvo apenas un 7 % de votos para Presidente a nivel nacional pero, producto de un 10 %, un gran número de diputados nacionales, entre los que se incluyó, reeligiéndose y alcanzando el récord de 16 años consecutivos como legislador por la Ciudad de Buenos Aires, desde 1983 hasta 1999, en que se retiró. Ya en 1994, fue convencional constituyente nacional.

Alsogaray, nacido el 22 de junio de 1913, en la colonia agrícola de Esperanza al norte de Santa Fe, es un ejemplo más de movilidad social ascendente, algo nada sorprendente en Argentina, sobre todo, la de hace décadas atrás. Habiendo cursado el Colegio Militar, llegó hasta el grado de capitán a diferencia de su hermano Julio que sí egresaría en rango superior. En la actividad civil, como ingeniero aeronáutico civil formado en Córdoba, terminó dedicándose a la faz empresaria: era dueño de la aceitera Indo, una pequeña Vicentín de los sesenta.

Pero el inquieto Alsogaray tenía vocación pública. Participó en el golpe de la Revolución Libertadora contra Perón, fue Ministro de Industria de Aramburu y luego, un par de veces, ocupó el Ministerio de Economía, tanto con Frondizi como con su sucesor Guido. Embajador de Argentina en Washington durante el gobierno militar de Onganía, dejó la función pública frustrado para participar formando partidos políticos afines a la idea liberal. Tanto el Partido Cívico Independiente como Nueva Fuerza, un alarde de innovador marketing político, fueron dos experiencias negativas aunque no lo amilanaron. Sería con su UCEDE a partir de 1983, con la que sería catapultado nuevamente al poder y la influencia mediática.

Fue el artífice junto al periodista televisivo Bernardo Neustadt y un ama de casa llamada Lita de Lázzari, líder de una asociación de consumidoras y madre de Gustavo (hoy empresario liberal), de la gravitación ideológica sobre Menem, quien arribó al gobierno abruptamente, tras la renuncia de Alfonsín. Con él, muchos jóvenes emigraron del país, porque pensaban que el país podía terminar como la Libia de Khadaffy, pero como buen pragmático y seguramente aturdido por la hiperinflación y por un final de la Guerra Fría favoreciendo a Estados Unidos, Menem hizo un viraje ideológico rotundo convergiendo con Alsogaray y su partido. Estos lograron espacios de poder clave impulsando y liderando procesos de privatización de empresas como la telefónica Entel, la emblemática petrolera YPF,  la acería SOMISA, el Banco Hipotecario Nacional y la desregulación de los Puertos, además de reservarse la apertura de la telefonía celular.

Hasta 1992, se vivió el auge de la gravitación alsogaraísta en un gabinete mayoritariamente peronista, otrora archirrival histórico. Cuando Cavallo -con quien Alsogaray también había tenido conflictos de filosofía económica- se hizo cargo del Ministerio de Economía e impulsó la Convertibilidad, para frenar de cuajo la inercia inflacionaria, el rol de Alsogaray declinó, reservándose como aliado político del gobierno hasta su retiro, coincidiendo con la salida de Menem del poder, luego de una década relativamente exitosa, particularmente hasta 1996.

Ideológicamente, Alsogaray abogaba por un alineamiento de la Argentina con las naciones libres del mundo, empezando por Estados Unidos y Europa Occidental, con el deseo ferviente de volver a formar del concierto de países que lideraban en ingreso per cápita, a fines del siglo XIX y principios del XX. El ejemplo a seguir era la Alemania de postguerra, la de su admirado Ludwig Erhard, el Ministro de Economía artífice del llamado “milagro alemán”, con su profunda reforma monetaria. La decadencia argentina para él, tenía directa relación no con el peronismo o el militarismo, sino con la inflación crónica, causada por el estatismo, el intervencionismo estatal y el dirigismo. Como buen ingeniero y metódico, su explicación era sistémica: operando bajo un nuevo régimen de economía social de mercado, una versión mucho más legitimadora del Estado que la liberal decimonónica, se produciría un “shock de confianza”que posibilitaría una enorme inyección de capitales, tan necesaria para la economía argentina en el ocaso.

Hoy, la figura de Alsogaray, como las de Alfonsín, Menem y Cavallo, cada uno por diferentes razones, hasta contradictorias entre sí, adquieren un enorme significado, en función de la pandemia histórica que implicó el kirchnerismo, retrocediendo tanto en los planos institucional, macroeconómico, social y educativo. 

Pudo sobreponerse a todas las críticas que se le formularon durante dos décadas y media. El mito de su participación activa a favor de golpes militares, quedó desmentido al observar su mirada crítica a estos procesos, incluyendo el de 1976-1983, dadas sus disidencias públicas con las licuaciones de pasivos, la reestatización de empresas privadas, la organización del Mundial de Fútbol 1978, los excesos de la lucha antisubversiva y la guerra de Malvinas, aún arriesgando afecto popular. Numerosos políticos incluyendo radicales, desarrollistas, socialistas y hasta peronistas, participaron en todos los golpes militares y fueron acríticos respecto al rol de los uniformados. Hoy, si viviera, seguramente Alsogaray levantaría su voz contra el intento de expropiación de Vicentín.

Otra objeción histórica que debió tolerar, fue el “Bono Patriótico 9 de Julio”, con el cual pudo rescatar deudas públicas pero que fue mayoritariamnte rechazado por los argentinos en la década del sesenta. Sus mensajes por cadena nacional, con un tono monocorde, frío, nada carismático, anunciando nada más que malas noticias, sin siquiera brindar certidumbre de un futuro mejor, le granjearon la antipatía popular por años. Su discurso aconsejando “hay que pasar el invierno” fue y es recordado lúgubremente, para colmo, ahora con la perspectiva de aplicarlo a la cuarentena dura de Alberto Fernández.

Sin embargo, de nuevo, Alsogaray perseveró con la apuesta político-partidaria. Con la UCEDE se movió hacia el centro político, aunque en algún momento intentó moverse hacia la derecha, pero democrática. Ello le permitió como nadie hasta ese momento, atraer a cientos de miles de jóvenes que militaron en ese partido, tanto en las calles, los centros cívicos y hasta las Universidades bajo la sigla UPAU, una verdadera escuela de dirigentes, muchos de los cuales, hoy, ya cincuentones, militan en el PRO o la actividad empresaria. Esto tiene un significado también extraordinario, porque ante las opciones del golpe tradicional para imponer el criterio de minoría, dar sólo la batalla intelectual “a lo Benegas Lynch (hijo)” o replegarse al negocio propio, Alsogaray eligió el camino más difícil: crear una estructura política con cierta vocación de poder.

En tal sentido, aquí sí podría hacerle una única gran objeción. La alianza con Menem así como trajo grandes beneficios públicos en el campo tecnológico, por la modernización telefónica y portuaria, tuvo particularmente, un alto costo político y moral. Denunciada por el propio líder, la corrupción que envolvió a su hija, María Julia, quien falleciera hace 3 años, a una edad de 74; cierto vedettismo que la incluyó junto a su rival en la interna, Adelina Dalesio de Viola, hija de un lobbysta farmacéutico nacional y la persistencia en cerrar el liderazgo del partido a familia y allegados, como los caudillos Durañona y Vedia (bonaerense), Capdevila y Agrelo (cordobeses) más Alderete y Albamonte (hoy directivo de la cadena hotelera Howard Johnson), impidieron una trayectoria del partido, más institucionalizado, autónomo y masivo.

Es contrafáctico pero si la oposición llamada Unión Liberal, con Pedro Benegas a la cabeza e intelectuales de la talla de Mora y Araujo, Starke, Grondona, Ribas, Zanotti, Iglesias, sumados a Federico Clérici, un dirigente bonaerense de excelencia, trágicamente afectado muy joven por un cáncer letal, hubieran triunfado en las elecciones internas, tal vez, el partido hubiera dibujado un rol menos expuesto con el menemismo y así sobrevivido. Kammerath, Massa y Boudou -quien nunca estrictamente se afilió a la UCEDE- heredaron el partido y terminaron de liquidarlo, haciéndolo apenas un apéndice del peronismo. Hoy, dos de ellos son conspicuos dirigentes del kirchnerismo, lo cual revela su escasa adhesión doctrinaria al liberalismo. Gracias al menemato, “lejos de popularizarse al partido liberal, se liberalizó al partido popular” -aunque sólo por una década, a la luz de lo ocurrido a partir de 2002-.

Acción por la República, con Cavallo a la cabeza en 1999, Recrear con López Murphy en 2003 y el PRO con Macri en el 2005, fueron la herencia de la centroderecha argentina y democrática, por el camino antes ensayado por Alsogaray. Su hijo Alvaro y viejos dirigentes como Bontempo (Buenos Aires), Passamonti (CABA), Ribas, Portas Dalmau y Mansilla (Presidente a nivel nacional) militaron en parte con Macri y en parte con José Luis Espert y el Frente Despertar en la elección presidencial de 2019.

Todos quienes estuvimos en las plazas de todo el país, en River bajo la lluvia, en la Rambla marplatense, en Mendoza, Rosario, etc. en esos gloriosos años ochenta, haciendo saltar al Ingeniero, lo recordamos como ese luchador liberal que fue, aún con sus errores y sus muchos aciertos. Su mensaje pero sobre todo, su programa completo de gobierno, en la actualidad, posee plena vigencia, ante la amenaza de un kirchnerismo cada vez más empeñado en destruir la República y aislar cada vez más a la Argentina del mundo, luego del interín macrista.

Para leer sobre la historia del partido, una vez más, un autor norteamericano, llamado Edward Gibson, en el Journal of Interamerican Studies de 1990, describe como nadie, aquella evolución. Aquí sugiero su lectura.

EL RECUERDO DE RAUL ALFONSIN

Un 31 de marzo de 2009, moría Raúl Ricardo Alfonsín, abogado pacifista y de derechos humanos (DDHH), gran caudillo radical y lo más importante, ex Presidente de la Argentina entre 1983 y 1989, es decir, el primer mandatario de la restauración democrática en el país, tras 5 décadas de una espiral  de inestabilidad institucional, signada por golpes militares, gobiernos constitucionales débiles y violencia política.

En un análisis histórico, puede recordarse que Alfonsín tiene su lugar ganado en el altar republicano, por haber sido el primer político no peronista -y el primer radical-, en derrotar al peronismo en elecciones libres, imparciales y justas. Fue el último político argentino en generar actos populares masivos como el del Obelisco en Buenos Aires y numerosas ciudades y capitales del país. Nunca más, cientos de miles y hasta millones de argentinos se agolparon en calles, avenidas y estadios para escuchar el discurso de un dirigente partidario. Alfonsín marcó una era en la que la motivación, el entusiasmo, la adhesión y militancia política, sobre todo, de los más jóvenes, escaló a niveles inéditos, sin ninguna moneda a cambio. Más allá de que la restauración democrática post 1983, haya sido producto de la derrota en Malvinas y no de un cambio generacional interno, aquel boom de participación desinteresada en jóvenes jamás socializados en democracia, es un factor llamativo y paradójico sobre el que nunca se indagó de manera profunda, pudiendo tal vez, si se hiciera, derribar algunos mitos científicos.

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