EL CHUPETE DE LOS ARGENTINOS

El chupete cumple una función para los recién nacidos: la de succión. Sólo ellos saben cómo los calma, cómo los relaja, cómo les genera cierta dosis de placer. Pero es un mero paliativo, incluso para padres ansiosos o presionados ante el nuevo hijo. Ese calmante transitorio no es solución de los problemas de gases, cólicos o dentadura, que sí intranquilizan al niño. En todo caso, forma parte de los nuevos problemas que arrastra la vida en su fase inicial. El chupete en exceso, puede ocasionar problemas de dentadura a futuro, pero lo más grave, puede agradar su dependencia y hasta generar retraso en el habla, cuando no, otras dificultades.

Incapaces de lidiar con sus problemas estructurales, así como las personas, inmaduras o no, las sociedades también pueden emplear paliativos para sus dramas existenciales, a modo de “chupetes”. Argentina parece no estar exenta de obrar o imitar semejantes conductas.

Nadie parece ya recordar el triunfo de la oposición parlamentaria del setiembre y noviembre pasados. Se han licuado sus efectos por virtudes ajenas (mediáticas, del oficialismo kirchnerista) pero sobre todo por errores propios. Primero, lejos de las promesas de campaña, ayudaron a reelegir como Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, a Sergio Massa. Luego, votaron nuevos impuestos, perdiendo votaciones por ausencia de diputados propios y finalmente, aprobaron reelecciones de intendentes bonaerenses y hasta la legalización de juegos online en Provincias. Es decir, se comportaron como integrantes de una verdadera “casta política”. Sí, idénticamente al relato del flamante diputado nacional Javier Milei.

la genial caricatura de mi amigo, el sociólogo Dr. Matías Giletta

Pero claro, éste, ya que le gustan tanto las citas bíblicas, tampoco puede “arrojar la primera piedra”. A poco de andar en el ruedo legislativo, desbarrancó. Se vacunó fallándole a los muchos “antivacunas” seducidos por su discurso. Cobró su dieta en lugar de donarla, tal cual lo también prometido. Nombró como secretaria del minibloque parlamentario, a una joven sin antecedentes, más que mostrar su cuerpo en Instagram. Se ausentó en la primera reunión de Comisión de Presupuesto, aduciendo no haber sido invitado mientras realizaba un acto político -disfrazado de “clase de Economía”- en Rosario. Mientras muchos en el interior esperaban una institucionalización seria de su armado partidario nacional, sorprendió ungiendo “gatos”  al frente de esos actos en las Provincias, por encima de dirigentes que habían estado esperándolo ilusionados con su llegada novedosa a la política.

Como si todo ello fuera poco, para completar esta secuencia de errores no forzados, de un advenedizo de la política que se precia de ser presidenciable, mal asesorado por su entorno de oportunistas, “amigas de la cama” e influencers, cuya lealtad está por verse, rompió lazos con José Luis Espert, el otro gran dirigente liberal que lo invitó hace un año y pico a ingresar a la arena política.

Todo lo que el economista apadrinado por el legendario empresario Eurnekian ha denostado en los demás, lo está promoviendo en su propio círculo de amigos y acciones.

Lo expresado me lleva a concluir que Milei puede estar convirtiéndose en un nuevo “chupete” colectivo de los argentinos. Sin relativizar el peso de las ideas liberal-libertarias, cuando uno piensa en ese cúmulo de decisiones mal ejecutadas, de manera improvisada y sin lógica alguna, que aún él hoy puede defender, porque no estamos habituados a ver combatir a esa “casta”, queda claro que es difícil que Milei asome como algo demasiado novedoso en un país tan conservador. Lo más probable es que sea una muestra más de un producto con contenido viejo en un frasco inédito. Cabe preguntarse por ejemplo, dónde estaba Milei en las últimas dos décadas. No es un joven de 20 o 30 años, tiene 51 ya. Qué le impidió actuar antes en política?

Miremos por ejemplo, sus seguidores. Ellos, jóvenes, provenientes de familias deshechas o ensambladas, con padres ausentes o madres omnipresentes, lo apoyan porque se identifican con él, quien también sufriera violencia doméstica, como ellos. No es que han logrado escapar a un supuesto “adoctrinamiento” educativo o tienen acceso a las NTICs y por eso saben quién es Mises o Hayek, sin leer siquiera un libro físico de ellos, como suele repetir el propio Milei. La causa de tal apoyo es más profunda y por ende, más compleja. Milei es para ellos, un guía espiritual, hasta una proyección, de sus propias penurias personales. Pobremente educados en todo caso, incluso en reglas mínimas de urbanidad, en nada se parece esta juventud a la liberal de los ochenta, proveniente de familias consolidadas y de aceptable nivel económico y educativo. Son chicos de bajísima autoestima, para quienes los gritos de Milei, son sus propios gritos de “libertad” contra sus padres que no tuvieron, contra su entorno conurbanizado, rodeados de drogas, fracaso, destrucción, muerte. Para ellos, la palabra “libertad” es un atajo, para salir de ese horrible mundo, no una elección racional.

Milei no deja de ser un consolador, un calmante. Es sorprendente pero su propio grito sacía la sed de bronca de los enardecidos, como él mismo contra su pasado infantil. Hace las veces de un “chupete societal”. Dependerá de él y nada más que él, transformarse en alguien que ayude a reconstruir la Argentina, bajo otros parámetros de mayor sustancia.

Claro, tal vez, le estemos pidiendo demasiado en función del drama que él mismo vivió y del cual no parece querer salir, con ayuda profesional, sino con misticismo, mala contención familiar y entorno donde sobran “los amigos del campeón”. Tal vez, vamos camino, a pesar de que llene plazas en todo el país, durante el 2022, a ver otra decepción, como lo fueron Alfonsín, De La Rúa y Macri. A veces, es mejor criarse sin chupete y dejar que gobiernen los sátrapas que nos gobiernan antes que persistir en las decepciones. La terapia puede ser peor que la enfermedad: la frustración puede conducir a la violencia.

Mientras tanto, sigamos como sociedad jugando como bebés que ya no lo somos. O como “corderos”, como le gusta repetir a Milei, supuesto gran León. Algún día -o no-, como enseñaban los estoicos, asumiremos que la escalera se termina escalón por escalón, con la virtud de la paciencia, incluso golpeándonos, sin siquiera paliativos que nos distraigan del objetivo.

LECCIONES DE DOMINGO CAVALLO PARA LA ECONOMIA ARGENTINA

Como pocos hombres de Estado o políticos en Argentina, Domingo Felipe Cavallo sufrió un verdadero ostracismo, sin haber estado nunca condenado ni detenido por razón alguna. Su pecado fue pergeñar el mayor y más exitoso -mientras duró- plan de estabilización antiinflacionaria de la Argentina (Plan de Convertibilidad), del que pronto se cumplirán 3 décadas -mañana 1 de febrero se celebra su asunción como Ministro de Economía- así como también intentar salvarlo de manera no traumática, lo cual arrastró a una enorme crisis de la que se salió errática y sólo parcialmente merced al “boom de las commodities” (2002-2011).

Se trata del penúltimo gran estadista vivo tras su gran apoyo -y “sepulturero político” (Carlos Menem)- dado que tuvo una mirada general y estratégica de lo que había qué hacer con el Estado argentino: como reducirlo, reasignarlo, reformarlo, eficientizarlo, en sus tres niveles, no sólo el nacional. De hecho, cuenta con ex funcionarios que le respondían, en algunos gobiernos actuales, por ejemplo, Osvaldo Giordano en Córdoba.

Hasta hace poco, era una especie de cadáver político para muchos medios de comunicación y no pocos políticos: recuérdese cómo “Cambiemos” mientras estuvo en el poder, lo despreció -como a todos los liberales, aún sin él serlo ni asumirlo nunca- y hasta trató de diferenciarse de su gran experiencia positiva, para evitar pagar costo político alguno. Sin embargo, es tal el “pozo” en el que estamos, recreando una y vez los males crónicos de la macroeconomía argentina, agravados por la “cuarentena cavernícola” de Alberto Fernández, que la “estabilidad monetaria” de 1991-1994, es recordada con mucha nostalgia por gran parte de la población -la que no emigró en los últimos meses- y así, su arquitecto, cordobés, oriundo de San Francisco, pudo recuperar parte de su prestigio.

Podrá criticarse su papel en el gobierno de De la Rúa (2001) pero su obsesiva vocación de servicio a la Patria, de la que nunca se fugó ni quiso emigrar, está fuera de duda. Se peleó con muchos políticos (Alfonsín, Duhalde, Alvarez, Terragno, Storani, María Julia Alsogaray, hasta el propio Menem después de 1996, etc.) pero también estuvo en desacuerdo con no pocos colegas (Erman González, Javier González Fraga, Rodolfo Rossi, Enrique Folcini, los monetaristas y los austríacos vernáculos, etc.), que hasta el día de hoy, lo envidian, por no haber exhibido ellos la valentía ni la cuota de poder que él tuvo para ejecutar los cambios de fondo que eran tan necesarios en 1989 como ahora.

Contrariamente a lo que se monologa en las Universidades y medios de comunicación, el camino a la reforma económica no fue nada lineal ni mucho menos, sencillo. Cuando asumió Economía, Cavallo en febrero de 1991, Menem estaba en un piso de popularidad del 20 % y casi todo el arsenal de medidas ortodoxas y también heterodoxas, con el apoyo de grupos empresarios nacionales como Bunge & Born y tantos otros, como extranjeros, en un contexto global muy favorable, se había usado con resultados aún insatisfactorios. 

Es que a Cavallo en su tándem con Menem, se les puede reprochar NO LO QUE HICIERON, sino tal vez, cómo lo hicieron o, lo más importante, LO QUE NO PUDIERON HACER. El “cómo lo hicieron” guarda directa relación con los gremialistas y algunos “empresaurios” -diría hoy Javier Milei– que lograron direccionar las reformas hacia sus propios intereses (algunas privatizaciones, programas de desempleo, subsidios, etc.), no acordes a la ejecución técnica estricta o el plan general que Cavallo tenía originalmente en mente, combinando lo monetario, con lo fiscal pero sobre todo, integrándolo a lo económico.

LO QUE NO PUDIERON HACER, habiendo hecho demasiado (reforma monetaria, del Estado, descentralizaciones, baja de impuestos, desregulaciones, AFJPs, ARTs, etc.), tiene vinculación con sobre todo, la NO reforma laboral y la NO reforma del sistema de Obras Sociales, además de la ausencia de reforma educativa y el carácter procíclico del régimen perverso de federalismo fiscal (coparticipación nacional y provincial). Poco o nada de ello se logró, por la fuerte oposición de los gremios peronistas, amparados por el propio menemismo (en parte), que frustraron el diseño inicial del brillante ex Ministro.

Sin tales reformas, el despegue definitivo de la economía argentina, con una baja de costos, vis a vis el “torniquete” monetario y cambiario, no era posible en el largo plazo, como ya quedó demostrado en 2001, no por “el fracaso del modelo” como se repitió insistente y erróneamente, sino por todo lo que faltó ejecutar. La mayor productividad de una economía totalmente desorganizada en 1990 y con un nuevo training en abril de 1991, quedó como una tarea pendiente.

No quiero dejar de subrayar que institucionalmente, diciembre de 2001 se explica como un verdadero golpe de Estado contra De la Rúa pero sobre todo contra Cavallo, por parte de la coalición bonaerense bipartidaria de Duhalde (peronista) y Alfonsín (radical) más la UIA y el Grupo Clarín, entre otros, unidos por la venganza contra Menem y la pesificación de sus deudas originales (en dólares).

Ojalá algún día esta mente brillante que tenemos los argentinos, pueda tener su merecido reconocimiento, el mismo que sí le dan en países tan diferentes como Ecuador y Rusia. Hoy, se dedica como un joven quinceañero entusiasta a bajar sus entrevistas por doquier, en su propio sitio web, ayudado por su hija economista, publicar notas y hasta libros de historia económica argentina.  Sigue siendo incansable, inquieto, curioso, polémico, pero tremendamente lúcido: insisto, con una visión global de lo que debe hacerse con el Estado pero también con el país, remarcando que es necesario una organización económica (con incentivos institucionales correctos) y un liderazgo carismático y audaz que la promueva, resucitando así, las fuerzas económicas del mercado.

No pierdo la esperanza de que sea escuchado y que en el 2023, cuando este pésimo gobierno termine -si no lo hace antes-, pueda volcar sus conocimientos y experiencia nuevamente en la función pública, para el gobierno que asuma ante la que será seguramente, la mayor crisis de nuestra historia como país.

Si bien recomiendo por lo medular y detallada nota que le hiciera Hernán Iglesias Illia en la Revista Seúl, les sumo estos dos videos recientes, uno, con Julio Nieto (Fundación Vanguardia de Villa María) y otro, un jugoso diálogo con Carlos Maslatón.

EL INFIERNO TAN TEMIDO

Una crisis de gobernabilidad no se incuba en unas semanas, tampoco en meses. Quizás algunos años. Cuando el mundo le sinceró a Macri que ya no habría financiamiento externo en marzo de 2018 y toda la fantasía del “genial timbero financiero” Caputo, cayó como “un castillo de naipes”, entró en un tobogán permanente que desembocaría en la “sorpresiva” derrota en las PASO contra los Fernández, para no poder ser revertida a pesar del esfuerzo final, en octubre de 2019. Había alternativa política allí, el recambio, a pesar de que espantara a casi la mitad del electorado.

Siempre me pregunté qué sería de la Argentina si volviera a gobernar CFK, aún encubierta o abiertamente como ahora, y voy respondiéndome esa pregunta día a día, a medida que se aproxima la tormenta perfecta, del default, del impacto del emisionismo monetario sin igual de estos meses de cuarentena, del sinceramiento de precios y tarifas, de la devaluación, cuando se achique la brecha con el dólar paralelo, en fin, cuando quede al desnudo, el gobierno de los “no científicos”.  Ni la épica del triunfo sobre el virus, ni la apelación al esfuerzo colectivo ni la solución semiautoritaria vía la renuncia de Alberto y la asunción de CFK o la de Berni ganando la parlamentaria en Buenos Aires, podrán salvar al gobiermo y tampoco a la oposición, cómplice de este desaguisado. Como se ha visto con las iniciativas más proclives al “paladar negro K”, como la expropiación de Vicentín o ahora, la reforma judicial, enfrentarán crecientes rechazos sociales que terminan acorralando los intentos de frágil moderación de unos y otros.

Entonces, una crisis institucional y por qué no, de gobernabilidad, está a la vuelta de la esquina en Argentina, no creo que esperemos al 2021 para verla  y nadie quiere asumirlo, porque se mezclan tabúes de golpismo histórico y autismo más miedo generalizados. Una vez más, la pandemia desnudó y agudizó los graves déficits institucionales allí donde los había y en 37 años de democracia, nunca resolvimos. El gobierno por más que “saque de la galera”, 60 medidas, no cree en los planes, no tenía ninguno desde que asumió, por eso se aferró a la cuarentena y tampoco podrá elaborar uno, por más que el FMI, en caso de evitar el default, le exija uno.

Pero qué antecedentes hallamos en la historia para llegar a tan terrible pronóstico. Desde luego, hay factores multicausales, para arribar a esta conclusión, como la anomia social, el pésimo resultado macroeconómico, la inseguridad, el Estado fallido, pero sobre todo, la ausencia de plan u horizonte integral por parte de la clase política, que terminó por hartar a la sociedad. Un consenso para hacer reformas de fondo, como las que necesita Argentina, no puede avizorarse en un plazo corto. Por lo que la situación se asemeja a 1974-1975, cuando murió Perón, gobernó Isabel, con la sombra de López Rega y fracasó el plan de sinceramiento de precios de Celestino Rodrigo, depositándonos en la hiper de 1975. Si a ello le sumamos que el mismo gobierno constitucional había elegido la opción legal de la guerra antisubversiva con todo el aparato represivo estatal, acabó de “cavarse la propia tumba”, cuando el líder de la oposición, Ricardo Balbín, de la UCR, dijo ya no tener soluciones para salvar al gobierno. Tampoco olvidemos que aquel regreso de Perón, fue precedido por el gobierno “comodín” del “Tío” Alberto J. Cámpora, cuya principal medida fue la liberación masiva de presos políticos, no por corrupción o delincuencia, como en abril pasado, sino ex guerrilleros urbanos y terroristas. En marzo de 1976, tras aquel caos, sin rumbo alguno, con violencia política – y no tanta delincuencial, como la actual-, todos esperábamos a la dictadura militar aunque nos agradara el eufemismo de “Proceso de Reorganización Nacional”. Todos sabemos también lo mal que terminó -y terminamos- al cabo de 7 largos años.

2001 fue una catarata de errores no forzados. El nombramiento y falta de apoyo suficiente a López Murphy, para enmendar los errores fiscales de los noventa, en un momento sin apoyo financiero externo, la asunción de Cavallo para salvar a su criatura, la Convertibilidad, el intento de bancarización de los informales y el primer “corralito”, terminaron con el gobierno de De la Rúa. Este ya venía golpeado desde la renuncia del Vicepresidente Alvarez por lo que con una alianza entre el propio radicalismo conspirando con Alfonsín a la cabeza, seguido por Leopoldo Moreau, sobre todo contra la figura de Cavallo y el peronismo, el bonaerense de Duhalde, luchando desde 1997, sostenido por una poderosa coalición antimercado y pro salvataje de deudas en dólares (Grupo Clarín, UIA y CAME), no pudo sostenerse y pronto fue derribado. En octubre, había ganado el “voto bronca”, con el muñeco “Clemente” a la cabeza, por lo que existía un notorio vacío de poder. Algunos de los sindicalistas tradicionales que conspiraron contra De la Rúa, ahora le dan un ultimátum al gobierno de los Fernández.

Tanto en 1976 como en el 2001, la situación de deterioro macroeconómico pero sobre todo, político, desembocó en sendas crisis institucionales, incluso de gobernabilidad. Se trataba de gobiernos que no gobiernan: pueden gritar como lo hacía “Isabelita” pero sin comunicar nada; pueden sobreactuar o contradecirse, dar alguna muestra de gestión mínima, como comunicar el número de contagiados y fallecidos por Covid-19 día a día, pero la gente espera de ellos, otra faceta. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Hoy, ya sin el recuerdo generacional de 1976, los “Millennials” ni siquiera imaginan una circunstancia tan dramática como aquélla. Pero está a la vuelta del camino porque el actual gobierno e insisto, la oposición, con “fuego amigo” en ambos bandos, se han “anotado todos los números”. Al incubamiento previo, le han “echado más nafta al fuego” y dudo que un sinceramiento de precios pueda ser resuelto pacíficamente, con medios de comunicación comprados, sindicatos apenas murmurando y una sociedad anestesiada y con miedo producto del terrorismo mediático. Tarde o temprano, esa olla a presión estallará. Un mix de 1975, 1989 (la segunda hiperinflación) y 2001, se avecina. Un arreglo de la deuda, el esperado rebote del “gato muerto” o la suba de la Bolsa y acciones, no alcanzan para disimular la caída. La regresión semiautoritaria de los últimos años en la región con rebrotes en tal sentido en la Brasil de Dilma y la Bolivia de Morales, más la supervivencia de Cuba y Venezuela, favorece la resiliencia autocrática de la Argentina.

Ojalá me equivoque. Por ahora, una vez más, es “la tragedia que deviene en farsa”.

ALVARO ALSOGARAY: A 107 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Los Kirchner, Tinelli, Pergolini, Manzano, Moyano, Verbitsky, Mauro Viale, “Corcho” Rodríguez, “Dady” Brieva, Horacio Embón pero también Lanata, Hadad, Longobardi, Nelson Castro, Macri (hijo), Elsztain y otros,  son hijos de los años noventa. Una década especial y como se ve, diversa por sus “productos” pero que en las cátedras universitarias, se juzga peyorativamente a modo de demonización, “neoliberal”. Mucha influencia en tal rótulo, tuvo un economista devenido en político, de enorme gravitación en el plano de las ideas y finalmente, en el gobierno, llamado Alvaro Alsogaray.

Luego de haber sido objeto de burlas históricas de peronistas y radicales respecto a que los militantes de su partido minoritario llamado UCD (más tarde, por razones jurídicas, con la sigla UCEDE) cabían en una cabina de teléfono público, Alsogaray logró que su partido originalmente ideológico y de notables, adquiriese notoriedad y hasta popularidad. En la campaña electoral de julio de 1989, llenó el Estadio de River Plate, en una de las mayores demostraciones públicas en toda la democracia argentina, sólo superadas por el Obelisco de Ricardo Alfonsín y algunos actos de Carlos Menem.

Alsogaray obtuvo apenas un 7 % de votos para Presidente a nivel nacional pero, producto de un 10 %, un gran número de diputados nacionales, entre los que se incluyó, reeligiéndose y alcanzando el récord de 16 años consecutivos como legislador por la Ciudad de Buenos Aires, desde 1983 hasta 1999, en que se retiró. Ya en 1994, fue convencional constituyente nacional.

Alsogaray, nacido el 22 de junio de 1913, en la colonia agrícola de Esperanza al norte de Santa Fe, es un ejemplo más de movilidad social ascendente, algo nada sorprendente en Argentina, sobre todo, la de hace décadas atrás. Habiendo cursado el Colegio Militar, llegó hasta el grado de capitán a diferencia de su hermano Julio que sí egresaría en rango superior. En la actividad civil, como ingeniero aeronáutico civil formado en Córdoba, terminó dedicándose a la faz empresaria: era dueño de la aceitera Indo, una pequeña Vicentín de los sesenta.

Pero el inquieto Alsogaray tenía vocación pública. Participó en el golpe de la Revolución Libertadora contra Perón, fue Ministro de Industria de Aramburu y luego, un par de veces, ocupó el Ministerio de Economía, tanto con Frondizi como con su sucesor Guido. Embajador de Argentina en Washington durante el gobierno militar de Onganía, dejó la función pública frustrado para participar formando partidos políticos afines a la idea liberal. Tanto el Partido Cívico Independiente como Nueva Fuerza, un alarde de innovador marketing político, fueron dos experiencias negativas aunque no lo amilanaron. Sería con su UCEDE a partir de 1983, con la que sería catapultado nuevamente al poder y la influencia mediática.

Fue el artífice junto al periodista televisivo Bernardo Neustadt y un ama de casa llamada Lita de Lázzari, líder de una asociación de consumidoras y madre de Gustavo (hoy empresario liberal), de la gravitación ideológica sobre Menem, quien arribó al gobierno abruptamente, tras la renuncia de Alfonsín. Con él, muchos jóvenes emigraron del país, porque pensaban que el país podía terminar como la Libia de Khadaffy, pero como buen pragmático y seguramente aturdido por la hiperinflación y por un final de la Guerra Fría favoreciendo a Estados Unidos, Menem hizo un viraje ideológico rotundo convergiendo con Alsogaray y su partido. Estos lograron espacios de poder clave impulsando y liderando procesos de privatización de empresas como la telefónica Entel, la emblemática petrolera YPF,  la acería SOMISA, el Banco Hipotecario Nacional y la desregulación de los Puertos, además de reservarse la apertura de la telefonía celular.

Hasta 1992, se vivió el auge de la gravitación alsogaraísta en un gabinete mayoritariamente peronista, otrora archirrival histórico. Cuando Cavallo -con quien Alsogaray también había tenido conflictos de filosofía económica- se hizo cargo del Ministerio de Economía e impulsó la Convertibilidad, para frenar de cuajo la inercia inflacionaria, el rol de Alsogaray declinó, reservándose como aliado político del gobierno hasta su retiro, coincidiendo con la salida de Menem del poder, luego de una década relativamente exitosa, particularmente hasta 1996.

Ideológicamente, Alsogaray abogaba por un alineamiento de la Argentina con las naciones libres del mundo, empezando por Estados Unidos y Europa Occidental, con el deseo ferviente de volver a formar del concierto de países que lideraban en ingreso per cápita, a fines del siglo XIX y principios del XX. El ejemplo a seguir era la Alemania de postguerra, la de su admirado Ludwig Erhard, el Ministro de Economía artífice del llamado “milagro alemán”, con su profunda reforma monetaria. La decadencia argentina para él, tenía directa relación no con el peronismo o el militarismo, sino con la inflación crónica, causada por el estatismo, el intervencionismo estatal y el dirigismo. Como buen ingeniero y metódico, su explicación era sistémica: operando bajo un nuevo régimen de economía social de mercado, una versión mucho más legitimadora del Estado que la liberal decimonónica, se produciría un “shock de confianza”que posibilitaría una enorme inyección de capitales, tan necesaria para la economía argentina en el ocaso.

Hoy, la figura de Alsogaray, como las de Alfonsín, Menem y Cavallo, cada uno por diferentes razones, hasta contradictorias entre sí, adquieren un enorme significado, en función de la pandemia histórica que implicó el kirchnerismo, retrocediendo tanto en los planos institucional, macroeconómico, social y educativo. 

Pudo sobreponerse a todas las críticas que se le formularon durante dos décadas y media. El mito de su participación activa a favor de golpes militares, quedó desmentido al observar su mirada crítica a estos procesos, incluyendo el de 1976-1983, dadas sus disidencias públicas con las licuaciones de pasivos, la reestatización de empresas privadas, la organización del Mundial de Fútbol 1978, los excesos de la lucha antisubversiva y la guerra de Malvinas, aún arriesgando afecto popular. Numerosos políticos incluyendo radicales, desarrollistas, socialistas y hasta peronistas, participaron en todos los golpes militares y fueron acríticos respecto al rol de los uniformados. Hoy, si viviera, seguramente Alsogaray levantaría su voz contra el intento de expropiación de Vicentín.

Otra objeción histórica que debió tolerar, fue el “Bono Patriótico 9 de Julio”, con el cual pudo rescatar deudas públicas pero que fue mayoritariamnte rechazado por los argentinos en la década del sesenta. Sus mensajes por cadena nacional, con un tono monocorde, frío, nada carismático, anunciando nada más que malas noticias, sin siquiera brindar certidumbre de un futuro mejor, le granjearon la antipatía popular por años. Su discurso aconsejando “hay que pasar el invierno” fue y es recordado lúgubremente, para colmo, ahora con la perspectiva de aplicarlo a la cuarentena dura de Alberto Fernández.

Sin embargo, de nuevo, Alsogaray perseveró con la apuesta político-partidaria. Con la UCEDE se movió hacia el centro político, aunque en algún momento intentó moverse hacia la derecha, pero democrática. Ello le permitió como nadie hasta ese momento, atraer a cientos de miles de jóvenes que militaron en ese partido, tanto en las calles, los centros cívicos y hasta las Universidades bajo la sigla UPAU, una verdadera escuela de dirigentes, muchos de los cuales, hoy, ya cincuentones, militan en el PRO o la actividad empresaria. Esto tiene un significado también extraordinario, porque ante las opciones del golpe tradicional para imponer el criterio de minoría, dar sólo la batalla intelectual “a lo Benegas Lynch (hijo)” o replegarse al negocio propio, Alsogaray eligió el camino más difícil: crear una estructura política con cierta vocación de poder.

En tal sentido, aquí sí podría hacerle una única gran objeción. La alianza con Menem así como trajo grandes beneficios públicos en el campo tecnológico, por la modernización telefónica y portuaria, tuvo particularmente, un alto costo político y moral. Denunciada por el propio líder, la corrupción que envolvió a su hija, María Julia, quien falleciera hace 3 años, a una edad de 74; cierto vedettismo que la incluyó junto a su rival en la interna, Adelina Dalesio de Viola, hija de un lobbysta farmacéutico nacional y la persistencia en cerrar el liderazgo del partido a familia y allegados, como los caudillos Durañona y Vedia (bonaerense), Capdevila y Agrelo (cordobeses) más Alderete y Albamonte (hoy directivo de la cadena hotelera Howard Johnson), impidieron una trayectoria del partido, más institucionalizado, autónomo y masivo.

Es contrafáctico pero si la oposición llamada Unión Liberal, con Pedro Benegas a la cabeza e intelectuales de la talla de Mora y Araujo, Starke, Grondona, Ribas, Zanotti, Iglesias, sumados a Federico Clérici, un dirigente bonaerense de excelencia, trágicamente afectado muy joven por un cáncer letal, hubieran triunfado en las elecciones internas, tal vez, el partido hubiera dibujado un rol menos expuesto con el menemismo y así sobrevivido. Kammerath, Massa y Boudou -quien nunca estrictamente se afilió a la UCEDE- heredaron el partido y terminaron de liquidarlo, haciéndolo apenas un apéndice del peronismo. Hoy, dos de ellos son conspicuos dirigentes del kirchnerismo, lo cual revela su escasa adhesión doctrinaria al liberalismo. Gracias al menemato, “lejos de popularizarse al partido liberal, se liberalizó al partido popular” -aunque sólo por una década, a la luz de lo ocurrido a partir de 2002-.

Acción por la República, con Cavallo a la cabeza en 1999, Recrear con López Murphy en 2003 y el PRO con Macri en el 2005, fueron la herencia de la centroderecha argentina y democrática, por el camino antes ensayado por Alsogaray. Su hijo Alvaro y viejos dirigentes como Bontempo (Buenos Aires), Passamonti (CABA), Ribas, Portas Dalmau y Mansilla (Presidente a nivel nacional) militaron en parte con Macri y en parte con José Luis Espert y el Frente Despertar en la elección presidencial de 2019.

Todos quienes estuvimos en las plazas de todo el país, en River bajo la lluvia, en la Rambla marplatense, en Mendoza, Rosario, etc. en esos gloriosos años ochenta, haciendo saltar al Ingeniero, lo recordamos como ese luchador liberal que fue, aún con sus errores y sus muchos aciertos. Su mensaje pero sobre todo, su programa completo de gobierno, en la actualidad, posee plena vigencia, ante la amenaza de un kirchnerismo cada vez más empeñado en destruir la República y aislar cada vez más a la Argentina del mundo, luego del interín macrista.

Para leer sobre la historia del partido, una vez más, un autor norteamericano, llamado Edward Gibson, en el Journal of Interamerican Studies de 1990, describe como nadie, aquella evolución. Aquí sugiero su lectura.

EL PRESIDENTE QUE NO MERECIMOS

Ayer falleció el ex Presidente Fernando De la Rúa, quien gobernara con una singular alianza de centro-izquierda, que congregaba radicales y peronistas-progresistas, entre 1999 y 2001. A continuación, comparto alguna semblanza.

Estuvo en el lugar correcto en el momento equivocado -y con las compañías inadecuadas-. De la Rúa fue uno de los últimos exponentes de la clase dirigente argentina, en creer y escalar socialmente de manera meritocrática, sin tomar atajos como un matrimonio por conveniencia o alguna otra corruptela. Cordobés de origen, fue abanderado del Liceo Militar General Paz, Medalla de Honor en Abogacía de la UNC, Profesor por Concurso en la UBA y elegido como el “delfín” del histórico dirigente radical Ricardo “Chino” Balbín, para salvarse de la debacle generalizada contra el avasallador peronismo triunfante de 1973, convirtiéndose en el Senador nacional más joven de la historia argentina. En el regreso de la democracia, una década más tarde, tras ser derrotado en una gran interna radical contra Raúl Alfonsín, a la postre, Presidente de la Nación (1983-1989), fue diputado nacional y el primer Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde ya era un connotado vecino adoptivo. Quien fuera llamado con razón, el “Kennedy argentino”, estaba llamado a ser Presidente a su turno. Lo fue en 1999, elegido por más de 11 millones de votantes en primera vuelta, que esperaban que castigara la corrupción menemista, mejorara la política social pero mantuviera la Convertibilidad de 1 dólar = 1 peso.

Sin embargo, no contaba conque su propio partido, encabezado por Alfonsín, lo presionara imponiéndole funcionarios como el economista heterodoxo Machinea ni “le soltara la mano” en el tramo final; tampoco con un peronismo que adentro de la coalición (con “Chacho” Alvarez como Vicepresidente -renunciante-) como en la oposición con la grieta Menem-Duhalde, una vez más asumiría un rol institucional irresponsable; finalmente, no supuso que la sociedad civil, que lo había acompañado, se dejaría manipular discursivamente por una nueva coalición, no partidaria, pero sí sectorial, la devaluacionista, formada por grupos empresarios (mediáticos e industriales), a la que se agregaron políticos vengativos de ambos grandes partidos tradicionales, como Duhalde y Alfonsín y no pocos intelectuales.

La renuncia de De la Rúa, más allá de sus dudas en la gestión y un contexto internacional sumamente adverso -el bajísimo precio internacional de la soja y la altísima tasa de interés en Estados Unidos-, condujo a la Argentina a un abismo, cuyos efectos se perciben hasta hoy. Desde todo lo que significó el derrumbe formal de la Convertibilidad, algo que ni siquiera Rafael Correa se animó a hacer -con la dolarización- en Ecuador, en materia de ruptura de contratos generalizados-incluyendo el “corralón” de Remes Lenicov; el default; una devaluación del 137 % en un año -pulverizando salarios-; el regreso de la inflación y la regresión autoritaria del kirchnerismo. Todo ello fue tolerado y hasta acompañado tácitamente por una sociedad contradictoria y bipolar que a mediados del 2001, en un 80 % aprobaba el mantenimiento de la Convertibilidad pero que rechazó abrumada un ajuste presupuestario quirúrgico de Ricardo López Murphy en marzo de aquel trágico 2001.

A De la Rúa, lo conocí hace apenas cuatro años en el CARI, cuando fue a ver a Mariano Caucino, en una charla de presentación sobre su primer libro de Rusia. Me impresionó como un buen hombre, un político culto -de los que ya no quedan-, honrado, respetado -en tal círculo- y respetable. Seguramente, su vulnerabilidad cardíaca y renal, empezó a perfilarse por aquellos años aciagos del país, así como muchos compatriotas, como mi ex suegro y mi propio padre, que sufrieron infartos mortales entre 2001 y 2004. Con estoicismo admirable, guardó un bajo perfil durante la década durante todos lo demonizaron, aunque se quedó a vivir en el país.

Un detalle final: De la Rúa murió un 9 de julio, coincidiendo con la fecha de la independencia patria. Tal vez, la amaba más que ninguno. Tal vez, todos, ciudadanos de un país de baja institucionalidad, fuimos muy injustos con él. Quizás en Suiza -o Uruguay-, lo hubieran apreciado y valorado mucho más.


DANTE CAPUTO: EL PRIMER CANCILLER DE LA TRANSICION DEMOCRATICA

Hoy falleció este sociólogo argentino formado en La Sorbonne, Francia, quien se constituyera en el Canciller del primer gobierno radical que emergió en la recuperación democrática argentina de 1983 a 1989. El entonces Presidente Raúl Alfonsín lo tuvo como funcionario, asesor y amigo y tras haber liderado el cuerpo diplomático nacional, dedicó su vida pública a representar a su país, en organismos multilaterales como la OEA, de la que fuera su Secretario de Asuntos Políticos -hoy lo recordó el uruguayo Luis Almagro, su actual Secretario General-, además de haber participado del Grupo de Contadora que mediara en la crisis centroamericana de los años ochenta.

Dotado de una gran templanza para los aciagos momentos que le tocó vivir, Caputo era una persona lúcida, intelectual -tal vez el último que pasó al frente del Palacio San Martín-, pero también un político, y en ese carácter, se ganó la confianza de Alfonsín pero también de todo el partido radical -y de su adoptivo socialista-popular en 1998-, a quienes les hizo llegar su voz serena hasta su último momento en vida, porque trabajó para poder vivir: jamás se enriqueció con la función pública, a diferencia de tantos dirigentes de la naciente democracia argentina. Siguió siendo siempre el porteño, orgulloso oriundo de Villa Urquiza, tanguero y fan de Messi. Continúe leyendo

LAGRIMAS DE EMOCION POR LA POLITICA ARGENTINA

“Mi digno colega dice que su voluntad debe ser servidora de la vuestra. Si eso fuera todo, la cosa es inocente. Si el gobierno fuese, en cualquier parte, cuestión de voluntad, la vuestra debería, sin ningún género de dudas, ser superior. Pero el gobierno y la legislación son problemas de razón y juicio y no de inclinación y ¿qué clase de razón es esa en la cual la determinación precede a la discusión, en la que un grupo de hombres delibera y otro decide y en la que quienes adoptan las conclusiones están acaso a trescientas millas de quienes oyen los argumentos?” (Edmundo Burke, 1774).

Tuve la fortuna de pasar por el Congreo de la Nación no pocas veces. La mayor y más intensa fue en octubre de 1987, cuando gané esa posibilidad, junto al rosarino Juan Marcelo Gullo y los cordobeses Carlos María Lucca y Andrea Heredia, más otros 26 jóvenes dirigentes políticos estudiantiles, a través de la Beca “El País Federal” de la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP) que presidió el ex becario, ex candidato a intendente de Mendoza y actual periodista de Internacionales de América 24, Luis Rosales y estando dos semanas en Buenos Aires, pude conocer el Parlamento, como dirigente político juvenil, acceder a conferencias de legisladores y hasta tomarnos fotos en sus recintos que congregan a las sesiones plenarias. Ocasionalmente, visité legisladores y volví en noviembre de 2014, también becado pero por la Fundación Naumann para exponer en un seminario de Seguridad. En setiembre del año pasado, me tocó disertar en un Seminario sobre potencias emergentes, sobre la temática de la política exterior de Rusia. No olvido que en 2103, fui candidato a diputado nacional suplente en mi Provincia natal (Santa Fe), por una coalición opositora al kirchnerismo y al socialismo. Claramente, la enorme carga simbólica que ejerce esta institución señera de la democracia liberal, no puede ser entendida desde las miradas teóricas unilaterales del Rational Choice, tipo los de Barbara Geddes, George Tsebelis y Kenneth Shepsle, que sólo enfatizan el rol de los legisladores como profesionales o amateurs, como jugadores racionales, egoístas que defienden sus intereses, maximizando poder y votos.

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ARGENTINA, MACRI Y LA CULTURA DE “ZAFAR”

Hace unas semanas apenas, Argentina atravesó una feroz corrida cambiaria, el BCRA perdió el mayor nivel de reservas en 12 años y el peso se devaluó respecto al dólar entre noviembre del año pasado y ayer, un 80 % Esto significa que todos los argentinos somos un 80 % más pobres que en 2017. A ello debe sumársele una inflación que se mantiene alta, entre un 2 a un 3 % mensual. En otro contexto y otra época, un gobierno como el de Macri jaqueado por la macroeconomía, habiendo fracasado en su estrategia gradualista y pidiendo auxilio al FMI, todo ese cóctel explosivo, producto de errores no forzados propios, empecinamientos de -y con- no pocos funcionarios, cierto autismo y también canibalismo opositor, ya hubiera estado cerca de derrumbarse o directamente caído, al estilo de De la Rúa 2001 o Alfonsín 1989. Sin embargo, se mantiene incólume y apuesta a volver a ganar en 2019, como si nada hubiera pasado.  Cómo se explica?

Fuente: Diario La Gaceta de Salta

Daré un ejemplo análogo, muy propio de la cultura cívica argentina, para entender este fenómeno. En gran medida, el proceso de decadencia del país, se explica por el marcado deterioro del sistema educativo, a lo largo de décadas. Pero éste se apoya en no pocas tolerancias, por ejemplo, al facilismo o falta de exigencia estudiantil. “Zafar” es un infinitivo inventado en los años ochenta, para describir la conducta de algunos alumnos que sólo estudiaban para rendir, apenas un día u horas antes del examen. Por supuesto, no les interesaba contraerse al estudio ni mucho menos, la materia o espacio curricular del que se trate. Sólo estudiaban lo mínimo y necesario y con ello, superaban el obstáculo, con un 4 (cuatro), la nota mínima aprobatoria. Luego seguían evadiendo su responsabilidad y cada vez que afrontaban un examen, recurrían al mismo método. “Zafaban” ante ellos mismos, ante sus profesores y su propios padres. Los conformaban, los satisfacían con una sonrisa cómplice y seguían la vida como si nada hubiera ocurrido. Niños pobres y ricos, adolescentes pobres y ricos, se comportaban así: sin distinción de clases. Siempre había alguien dispuesto a tolerárselos.

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