GUERRA DE MALVINAS: EL AUTISMO DE LA POLITICA EXTERIOR ARGENTINA

Las cientos de veces que cruzamos esos carteles en las rutas argentinas, siempre me recuerdan la pregunta cruda e incisiva de mi novia, proveniente de un país milenario y guerrero que acaba de recuperar Crimea: “y qué han hecho por recuperarlas?”. La respuesta tal vez, lógica, hubiera sido una guerra victoriosa, pero esa opción, que ella conocía, en realidad, apela a que más allá de tanto cartel y discurso nacionalista hipócrita, efectivamente, a lo largo de casi dos siglos, los argentinos no hemos hecho nada concreto ni eficaz, excepto desde el fútil plano discursivo, para que las Islas sean parte del territorio argentino.

 

La reflexión vale, para estos días cuando se celebran 35 años del desembarco de los conscriptos argentinos en el archipiélago, desalojando por apenas un bimestre, a las escasas fuerzas británicas allí apostadas, custodiando al entonces gobernador Rex Hunt, hecho en el cual, perdiera la vida, el Capitán Giacchino, el primero de una larga lista de algo menos de un millar de desafortunados de los dos bandos, que perecerían en esa absurda guerra.

Aquel triste evento, al que le siguió una efervescencia nacionalista súbita y extendida a todo el país, sin distinción de franjas sociales, catapultó al General Galtieri a esa fatídica Plaza de Mayo del sábado 11 de abril, tomando una decisión que casi nadie, excepto el siempre solitario Ingeniero Alsogaray y alguno más, en ese momento, midió siquiera con sensatez. El “si quieren venir, que vengan”, provocando a una Thatcher ávida de votos y un Imperio ya decadente pero rugiente y sanguinario, no hizo más que convertirse en el embudo mental, político y militar en el que se enfrascó el pueblo argentino, durante dos meses, hasta el día de la rendición final -14 de junio-. Un autismo colectivo, vale la pena remarcarlo, semejante al festejo del “default” de Rodríguez Saá o, el “entierro” del ALCA en Mar del Plata, dos décadas más tarde.

Aquella “gesta” -desde una óptica nacionalista-, tuvo un origen eminentemente político, pues fue motivada fundamentalmente por la necesidad del régimen militar de perpetuarse en el poder, en una fase de su evolución crítica, por su creciente ineficacia en la gestión e impopularidad. La toma de las islas detonó la guerra a posteriori en mayo, habiendo cometido los militares argentinos, dos gravísimos errores de percepción: subestimar la respuesta británica y suponer la neutralidad norteamericana, en plena Guerra Fría, con submarinos soviéticos a 20 km de las costas de Mar del Plata, esperando un llamado de auxilio argentino. Esta combinación explosiva de gesta patriótica con populismo militarista, terminó mal para el propio régimen militar. Pero no debe dejar de llamar la atención que luego de ella, cambió la óptica de Washington respecto a los otrora aliados militares latinoamericanos, abriendo nuevas perspectivas para las democracias nacientes y además, el conflicto malvinense anticipó otros que se darían ya en la Postguerra Fría, como la Primera y Segunda Guerra del Golfo, la invasiones de Irak y Afganistán, los ataques sobre Libia y Siria, donde la OTAN enfrentó a fuerzas de países No Alineados, ex colonias europeas. Como en la guerra contra el terrorismo, Argentina marcó el camino, mal que le pese y fue castigada sobremanera por ello, aunque a favor de la democracia posterior, la cual tiene su génesis en la caída y desprestigio del poder militar para siempre, tras 70 años de cierta hegemonía de tal corporación.

A la bravata argentina del 2 y el 11 de abril, le siguió la historia conocida. Los británicos vinieron, con apoyo norteamericano, de quien los militares argentinos, pensaron insólitamente que jugarían de modo neutral; fracasaron las mediaciones del General norteamericano Alexander Haig y el peruano Belaúnde Terry; los sudamericanos se dividieron entre sus apoyos mediáticos a la causa argentina y sus oportunismos geopolíticos, incluyendo el sostén chileno a los británicos; se improvisó el envío de las tropas de adolescentes de las provincias más pobres, con una logística inexistente; las tres fuerzas entraron en una vorágine internista de la que sobresalió el heroísmo individual de los pilotos del aire y como contracara, apenas asomó la Marina, sobre todo tras el hundimiento del obsoleto Belgrano. A ello debe sumarse la censura y obsecuencia generalizada de los medios de comunicación, de la que sólo se salva, paradójicamente, el único argentino que vio in situ, lo que pasaba en las Islas, aunque mucho de su material filmado, fuera destruido: Nicolás Kasanzew, corresponsal de guerra, de origen austríaco-ruso blanco, nacionalizado argentino, prohibido en la TV argentina post 1982 y hoy, viviendo en Miami, lamentablemente crítico respecto a la Rusia de Putin.

La guerra perdida de Malvinas perjudicó notablemente los intereses nacionales respecto a las islas, hoy convertidas en una colonia próspera y al borde de la independencia propia, en el momento en que Londres lo evalúe o disponga. Mientras China recuperó Hong Kong y Macao, haciendo gala de la paciencia diplomática y Rusia, a su Crimea, por un sutil movimiento ajedrecístico, los argentinos nos vimos inexorablemente perjudicados al optar por el torpe y desmedido camino de las armas. Han pasado tres décadas y ningún gobierno democrático, habiendo ensayado muy disímiles políticas respecto al tema,  ha tenido éxito alguno en, al menos, un intento de negociación seria con los ingleses o de seducción de los propios kelpers. Estamos hoy, más lejos que en los años sesenta para recuperar las islas, por una vía pacífica.

Aun con todos los errores, corruptelas y facciosidad de los militares argentinos, se estuvo a punto de infringirles a los británicos, dolorosas pérdidas, que de no haber existido el apoyo de la OTAN, tal vez, hubieran servido para ganarles, aunque dicho resultado hubiera sido nefasto por las consecuencias políticas para nuestra propia sociedad, enceguecida hasta el 14 de junio de 1982, dada la continuidad posible de la dictadura militar “exitosa”.

De allí en más, el negacionismo respecto a la guerra y esos jóvenes que se recibieron de hombres allí, luchando contra todo y todos. Continuaron las políticas erráticas, oscilando entre el seduccionismo a los ingleses (la política del “paraguas” de la soberanía y los “Winnie Pooh” del menemismo), pasando por la culposa del alfonsinismo y el confrontacionismo discursivo del kirchnerismo. Nada se consiguió. Los habitantes de Malvinas tienen una de las rentas per cápita más altas del mundo, gracias a los derechos de la pesca y los subsidios de Londres, además de fortificarse como si estuvieran cerca de San Petersburgo. Si hiciéramos una encuesta sobre sus habitantes, que hace unos años, reforzaron su lealtad a Gran Bretaña a través de un referéndum, el rechazo a Buenos Aires, sería ostensible.

Al cabo de la historia, existe una deuda moral, que se ha ido zanjando sólo parcialmente, por parte de los sucesisvos gobiernos y la sociedad entera: la de los jóvenes de 18 o 19 años, que fueron a pelear allá, sobreviviendo o muriendo a semejante aventura. Inicialmente, negados o deshonrados por la sociedad civil, pagando un elevado precio injusto por la derrota o la traición de sus jefes, luego levantiscos o semigolpistas, con el paso del tiempo, han sido reconocidos y hasta reivindicados. Así como las grandes potencias tienen los suyos, en victorias o derrotas, los argentinos, con una historia de mucha paz y pocas guerras, también tenemos los nuestros, hoy cincuentones. Es tal vez, el mayor y mejor legado de aquella toma transitoria de las Islas, el 2 de abril. El costado humano de una reconquista y guerra, que ojalá sirva a generaciones futuras, a rechazar la vía armada definitivamente para dirimir pretensiones territoriales.

Es hora de asumir, primero, con crudeza, al estilo de la pregunta de mi novia, para qué queremos a las Islas. Un país que predica amor territorial pero carece de una política efectiva de ocupación territorial, dándose el lujo de tener  su suelo, vacío, despoblado, desigual, hiperconcentrado en el conurbano de Buenos Aires, no amerita tenerlas.

Ahora bien, si la respuesta a aquél interrogante, es la decisión de recuperarlas algún día, sin mediar violencia militar, incluso por la sangre derramada, hay que ser consecuentes, arbitrar y ejecutar las medidas necesarias, con visión de largo plazo, para lograrlo. Así como lo ocurrido con Hong Kong, Macao, la misma Crimea, los chinos y los rusos que se vieron enfrentados a este dilema, tuvieron la paciencia necesaria pero sobre todo, no dejaron de actuar para lograr su objetivo final.

Recrear una seducción real, no discursiva, al estilo de la existente en los años sesenta, con los vuelos civiles a las Islas, el intercambio académico, los intereses económicos y logísticos, la triangulación de relaciones con otras naciones que pueden apoyarnos en la causa, etc. pueden constituir la llave para esa reconquista pacífica. Habrá que apelar menos a la creatividad en la señalética en las rutas, para convencer a los ya convencidos y usarla en mayor medida en la política pública exterior, para obtener el alma favorable de los “kelpers”.

 

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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