NEW YORK, NEW YORK

Hace exactamente 28 años, haciendo escala previa en el aeropuerto de El Galeao en Rio de Janeiro, pisaba por primera, única y última vez Estados Unidos. Mucha agua ha pasado bajo el puente, el de Brooklyn y varios más. Paradójicamente, mientras esperaba en la cola de la Embajada en Buenos Aires, para tramitar mi visa, una tal Patricia Bullrich, literalmente, era rechazada por sus antecedentes de  peronista de izquierda, protomontonera y demás, especialmente en aquel momento de la historia argentina, cuando con semejante apellido patricio, militaba en contra de Carlos Menem y su política “de entrega de la Nación”. Hoy, es Ministra de Seguridad de un gabinete que al menos, aunque contradiga a Iván Petrella o Alejandro Rozitchner, de “izquierda” no es. Era una época de giro muy marcado de un otrora populista Menem que buscaba abrir la economía y privatizar todo lo que se opusiera a su paso, a diferencia de cuando ganó y había espantado a muchos argentinos a Ezeiza.

Eran tiempos de final de Guerra Fría, de primera guerra del golfo, de NAFTA, de expectativas desmedidas de democracia y capitalismo, de revolución pero tecnológica, etc. Yo me acababa de ganar una beca vía la Fundación Libertad de Rosario y el economista porteño y “austríaco” Martín Krause, que me brindaba la posibilidad de una estancia de dos semanas en la FEE (Foundation for Economic Education), la fundación creada en 1946 por Leonard Read, Henry Hazlitt y los hermanos Goodrich, entre otros, en Irvington-on-Hudson, en las afueras de New York. Se trataba de un curso, un Summer Seminar de Economía austríaca, más bien desde un enfoque filosófico, valorando la lógica del libre mercado y criticando por ejemplo, el naciente deconstruccionismo. Robert “Bob” Anderson era uno de los más importantes profesores. Israel Kirzner, discípulo de Ludwig Von Mises, era otro. Conocí allí a la más antigua estudiante y secretaria histórica del autor de “La acción humana”, Bettina Bien Greaves, ya octogenaria pero impecable y siempre dispuesta -ella falleció en enero de este año, con más de 100 años de edad-. Eran eminencias que habían vivido y aprendido al lado de popes como Mises y Hayek, los geniales profesores alemanes que se exiliaron en el mundo occidental antes, durante y después de la guerra, expulsados por el nazismo y desde allí construyeron las bases ideológicas del mundo que ahora sí estaba disfrutando yo, el de la revolución liberal-conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que acabaría con la URSS y el socialismo real.

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EL ENORME DEFICIT DE LIDERAZGO EN ARGENTINA

Tres escenarios ilustran como nunca antes, la acefalía en la que se halla la Argentina, un país pletórico de creatividad individual pero que en términos sistémicos, fracasa como proyecto colectivo, crónicamente seducido por un carrusel que lo deposita en el mismo lugar cada tantas décadas, lo cual demuestra el grado de adolescencia societal que afronta. Por ejemplo, algo semejante a lo que vivimos hoy, fue 1974, apenas murió Juan Domingo Perón, sí, hace exactamente 44 años.

En aquel terrible julio, cuando yo tenía 10 años de edad, ya tuve que afrontar el ocaso de un régimen por la pérdida física de su líder omnipresente, que dejó en su impresentable viuda “Isabelita” Martínez (una ex cabaretera del Caribe, todavía “becada” en Madrid), la responsabilidad de conducir el país, rodeada de obsecuentes, “brujos” como el ex cabo policial “Josesito” López Rega y bandas parapoliciales como la “Triple A”. En el Mundial de Alemania, la Selección era un caos por la improvisación con la que se preparó y las irregularidades con el nombramiento de su cuerpo técnico (Sívori-Cap). Pasamos la primera ronda gracias a un milagroso partido contra Haití y merced a la derrota de Italia a manos de Polonia, pero luego perdimos con Brasil y fuimos humillados por una Holanda, que llegaría a la final. Por último, en la materia, donde eclosionan todos nuestros problemas como sociedad, la economía, por vivir siempre más allá de nuestras posibilidades, emitiendo moneda, endeudándonos (afuera o adentro) y despojando al campo, vía retenciones, ya incubábamos el “rodrigazo”, un sinceramiento abrupto de todas las variables (tarifas y salarios), que por fin, explotaban, tras la irresponsable represión inflacionaria de años anteriores (con los militares y el propio Perón). Como los procesos anárquicos no pueden sobrevivir, aunque deriven  en guerra civil, 1976 fue el corolario triste de semejante bienio de estupidez colectiva: el advenimiento de una dictadura militar, que “reinstauró el orden”.

Como decía Marx en “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, “cuando la historia se repite, primero lo hace en forma de tragedia y luego, deriva en farsa”. Unos 35 años de democracia, a la que volvimos -y nunca debemos olvidar-, producto de una guerra perdida en Malvinas -y no por la lucidez dirigencial-, donde no encontramos líderes estadistas, sino políticos con ambiciones vulgares que priorizaron su perpetuidad personal (Menem y Kirchner -incluso éste falló en su cálculo-) o fracasados como Alfonsín y De la Rúa, por errores propios y conspiraciones ajenas. Respecto a 1930, sólo aprendimos que haya cierta alternancia en el poder y que el peronismo haya aceptado en paz, sus tres derrotas electorales (1983, 1999 y 2015) aunque como opositor, le haya plagado el camino de espinas a sus rivales triunfantes.

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USANDO EL PENSAMIENTO LATERAL: DOS CASOS

No hay que leer demasiado al psicólogo maltés Edward De Bono, el gurú del “pensamiento lateral” en los años noventa, para tomar conciencia de que siempre hay salidas, opciones, alternativas a las sombras o dificultades que se ciernen sobre la vida.

Dos filmes británicos, ambientados en 1984, en la ruinosa y decadente situación de las minas de carbón, industria a punto de extinguirse y a la que la Premier Margaret Thatcher le detonó el tiro final, ilustran con la debida cuota de emoción, tales posibilidades. En ambos casos, fue la música, acompañada en uno de ellos, por la danza, la que permitió a sus protagonistas, eludir la dimensión problemática, de sus entornos familiares, grupales o laborales, plagada de amenazas: desocupación, huelgas, piquetes, prisión, represión, traiciones, alcoholismo, drogas, infidelidad matrimonial, desalojos, intentos de suicidio, la enfermedad o muerte de seres queridos. Así, se decidieron a forjar sus propios destinos, mucho más halagüenos, de la mano de sus vocaciones, talentos o capacidades artísticas. Poco a poco, sus vidas no terminaron de irradiar hacia las otras: el tiempo dedicado a actividades vanas, fue cediendo a energías mejor usadas en pro de lo que a ellos les gustaba o sencillamente amaban, dejando atrás esa realidad ominosa y agobiante para todos.

En “Tocando el Viento” o “Brassed Off” (estrenada en 1996), protagonizada por Ewan Mc Gregor, Pete Postlethwaite, Jim Carter y Philip Jackson, entre otros brillantes actores británicos, la banda musical de un pueblito minero imaginario del condado de Yorkshire -Grimley- (en realidad, se trata de la Grimethorpe Colliery Band), pudo llegar a la cima musical de Londres, el Royal Albert Hall, sepultando así las divisiones y el drama entero de la comunidad de trabajadores del carbón.

En “Billy Elliot: Breaking Free (estrenada en el año 2000), donde sobresalen Julie Walters (la misma actriz de “Educando a Rita”) y un Jamie Bell preadolescente, el hijo de un minero en huelga, sólo preocupado por la pérdida de su fuente de trabajo, en el condado de Durham, rechaza boxear como su padre ansiaba por su naturaleza machista y se dedica contra viento y marea, a iniciar su carrera de bailarín de danza, apenas apoyado por una profesora (Georgia) -excedida en peso y fumadora compulsiva- y un amiguito homosexual (Michael).

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GUERRA DE MALVINAS: EL AUTISMO DE LA POLITICA EXTERIOR ARGENTINA

Las cientos de veces que cruzamos esos carteles en las rutas argentinas, siempre me recuerdan la pregunta cruda e incisiva de mi novia, proveniente de un país milenario y guerrero que acaba de recuperar Crimea: “y qué han hecho por recuperarlas?”. La respuesta tal vez, lógica, hubiera sido una guerra victoriosa, pero esa opción, que ella conocía, en realidad, apela a que más allá de tanto cartel y discurso nacionalista hipócrita, efectivamente, a lo largo de casi dos siglos, los argentinos no hemos hecho nada concreto ni eficaz, excepto desde el fútil plano discursivo, para que las Islas sean parte del territorio argentino.

 

La reflexión vale, para estos días cuando se celebran 35 años del desembarco de los conscriptos argentinos en el archipiélago, desalojando por apenas un bimestre, a las escasas fuerzas británicas allí apostadas, custodiando al entonces gobernador Rex Hunt, hecho en el cual, perdiera la vida, el Capitán Giacchino, el primero de una larga lista de algo menos de un millar de desafortunados de los dos bandos, que perecerían en esa absurda guerra.

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LA HISTORIA BRITANICA A TRAVES DEL CINE

A lo largo de mis clases en Sistemas Políticos Comparados, cuando expongo el caso británico y su tan singular evolución histórica, suelo aburrir a mis alumnos, con enorme cantidad de menciones de películas y series europeas y norteamericanas, que se han detenido en diferentes episodios de aquélla. En tiempos de “Brexit” y de eventuales divorcios, respecto a Europa y Escocia misma, bien vale recordar cómo el cine a lo largo de décadas, ha expuesto esa variada historia.

Por ejemplo, si alguno de Ustedes, quiere conocer los orígenes de la Britania, esa isla poblada por tribus del norte de Europa, como los celtas, sajones y normandos, sometidos al dominio del Imperio Romano, pueden ver “La última legión”, con los actores ingleses Colin Firth y Ben Kingsley. La película trata sobre el ocaso del reinado de Rómulo Augústulo, cuando precisamente fueron los pobladores de las islas, los que devenidos en soldados del Imperio Romano decadente, intentaron resistir en inferioridad de condiciones, los embates de los bárbaros. Tal vez, los británicos hayan heredado esos genes guerreros de los romanos y mezclándolos con los de sus invasores, lograron forjar ese temple y capacidad de resistencia original, que han mostrado a lo largo de siglos.

Tanto “Rey Arturo”, en su versión más moderna, con Clive Owen, como “Los Caballeros de la Tabla Redonda”, en su versión más antigua, con Rod Taylor y Ava Gardner, son otras menciones ineludibles a la hora de planear sobre la historia británica, en sus inicios, sobre todo, describiendo al legendario rey y su grupo de nobles leales. “Ivanhoe” y “Robin Hood” son también films obligados, retratando en estos casos, las historias de otros nobles, ya sea en su versión de caballero guerrero -en el primer ejemplo- o de ladrón justiciero -en el segundo-, en tiempos de Cruzadas heroicas y reyes contrastantes como los hermanos Plantagenet, Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra.

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