ESCOCIA: LA TIERRA QUE LA RAZON NO ENTIENDE

Famosa en los años setenta, por la tradicional vestimenta del kilt y el tartán, que incluso difundiera el buen inglés Príncipe Carlos de Windsor o, por el monstruo del Lago Ness o, por las películas de James Bond, protagonizadas por Sean Connery, un verdadero militante de la causa nacionalista; en los ochenta, por las canciones de Rod Stewart, Big Country, The Proclaimers (con su más que popular “I´m gonna be -5000 Miles”-) o, la película “Highlander”, con Christopher Lambert y en los noventa, por las de Travis; en tiempos recientes, nuevamente, el espía del MI5 ahora encarnado por Daniel Craig o, por el propio Premier británico David Cameron que sin desearlo, la puso en el mapa mundial, producto de su torpeza previa al referéndum de setiembre de 2014. No olvido al australiano Mel Gibson, que le rindió homenaje en su película “Braveheart” (Corazón Valiente) a uno de los tantos héroes nacionalistas de este pueblo, William Wallace, quien murió condenado al descuartizamiento y decapitación por los ingleses, pero, cuándo no, traicionado por los propios. Escocia, sí, Escocia.

Esas tierras montañosas y con valles bien verdes, hegemonizadas durante buena parte del año, por la humedad, la bruma y la lluvia, pero que conocieron tribus humanas desde tiempos inmemoriales, dando lugar a una historia pletórica en aventuras épicas, nobleza y como no podía ser de otra manera, ríos de sangre. Tal vez por ello, no sea extraño ni sorprendente que, en tiempos de gran revalozarización de las identidades políticas, es decir, aquellas “fantasías de completitud” que muchas naciones todavía legitiman, como respuestas a la inexorable globalización, en Escocia, la semana pasada, Nicola Sturgeon, la valerosa dirigente política y líder del SNP (Scottish Nationalist Party) haya solicitado formalmente al gobierno británico, la posibilidad de formular un nuevo referéndum hacia 2018 o 2019, con la esperanza de que esta vez, el “Sí” a la separación del Reino Unido -a la que está integrada desde 1707-, se imponga de modo pacífico en las urnas.

Subrayo el carácter pacífico, porque la historia de este bravo pueblo, que se empecina en generar revancha tras revancha, a pesar de ciertos apaciguamientos transitorios, está plagada de levantamientos, batallas y hasta guerras con sus vecinos, los ingleses. En la Edad Media, la ya citada rebelión de Wallace, un auténtico líder popular, pero que traicionado por los nobles escoceses, que desconfiaban de su ascendencia sobre la plebe y que, a cambio de las prebendas arrebatadas a los ingleses, terminaron traicionándolo y entregándole a sus enemigos, su cabeza tan preciada por el despótico Rey Eduardo I, alias “El Zanquilargo” o “Piernas Largas” (Longshanks). Paradójicamente, Robert Bruce, el hijo de uno de aquellos nobles, reivindicaría su legado y enfrentaría y vencería a los ingleses en Bannockburn, en el año 1314, con la cual, se sellaría la independencia escocesa aunque formalmente, recién en 1328.

En el interín, no sólo Wallace había muerto cruelmente. Bruce había sufrido derrotas militares sucesivas e infructuosamente hasta había pedido apoyo al Papado y Francia. Hasta cuenta la leyenda, que mientras se ocultaba en el fondo de una cueva y meditaba en la posibilidad de abandonar la lucha, el primer rey escocés vio cómo una minúscula araña intentaba tejer una telaraña en un hueco demasiado grande para ella. Mientras lo contemplaba, Robert Bruce pensó en lo estúpida que era la araña, hasta que se dio cuenta de que la araña había conseguido tejer la tela. Bruce consideró lo que había presenciado como una lección de que él también debía perseverar en sus intentos a pesar de que las circunstancias parecían no aconsejarlo. Así llegó a Bannockburn y tras su victoria, se consagraría el primer rey escocés, como Roberto I, aunque esta hermosa historia, ni Hollywood ni Mel Gibson, más preocupados seguramente por los efectos especiales de la sangre derramada o la cola desnuda de los soldados escoceses de Wallace, se atrevieron a recordarla.

Pero esa independencia duró muy poco porque los ingleses, ahora bajo el reinado de Eduardo III y aprovechando las traiciones de los llamados “desheredados”, aquellos nobles a los que Bruce había despojado de títulos y tierras, violaron los tratados de paz firmados y volvieron a penetrar y dominar territorio escocés en 1332. Por aquellos años, los ingleses no sólo les arrebatarían a los escoceses, la famosa “Piedra del Destino”, un bloque de piedra arenisca, con cierta connotación bíblica, con la que éstos coronaban a sus primeros reyes, con el fin de llevarla nada menos que a la Abadía de Westminster y coronar a los suyos, hasta el siglo XX, más exactamente 1996, cuando el Premier conservador John Major se las devolvió. También los someterían a otras humillaciones, como el derecho a la “prima nocte”, es decir, cualquier soldado inglés tenía derecho a mantener relaciones sexuales con la hija de un noble escocés, para demostrarles su somentimiento y superioridad. Finalmente, los ingleses apelaban a la cooptación de los nobles escoceses: les generaban intrigas, los dividían y les asignaban tierras o títulos según su mayor o menor complacencia con el poder de Londres.

Los conflictos continuaron porque los escoceses se rebelarían una y otra vez. Al no dejar descendencia el hijo de Roberto I, David II, los Estuardo fueron los herederos del trono escocés, a partir de 1371 y gobernaron así hasta entrada la Edad Moderna, el siglo XVI. Fue un período de enorme paz y prosperidad para los escoceses, aunque las divisiones clánicas y económicas y culturales entre los habitantes de los valles (Lowlands o Tierras Bajas) y las colinas (Highlands o Tierras Altas), persistieron. Como señalara el historiador argentino Ezequiel Gallo, gran estudioso de la Ilustración Escocesa del siglo XVIII (Adam Smith, Adam Ferguson, David Hume y Francis Hutcheson, entre otros), ese clivaje respondía a dos visiones o dos modelos de organización social, más allá de las peleas de clanes y valoraciones de atributos morales que ya no existen en las sociedades modernas, como el honor, la valentía y el respeto a la tradición.

El contraste con Isabel I de Inglaterra lo marcó como nadie, su prima, María Estuardo. Bella, elegante, femenina, suave, aunque igualmente déspota, no tardó en enfrentarla política y militarmente, hasta que, producto de las nuevas intrigas palaciegas y traiciones tramadas una vez más, desde Londres, fue arrestada y condenada al patíbulo.

María había sido coronada a la insólita edad de 9 meses en 1543 y apenas un año más tarde, como bebé, ya era acosada por Enrique VIII, el rey de los ingleses, que ya le había elegido futuro consorte en su corte, para sellar la paz con los bravos escoceses. Sin embargo, su madre, la francesa María de Guisa, logró ponerla a disposición de los franceses que la protegieron a cambio de otro pacto matrimonial, esta vez, con el Delfín Francisco, hijo del rey Enrique II. María sería entonces en 1558, coronada reina de Francia y como reina de Escocia, en el exilio, legítima aspirante al trono de la propia Inglaterra, aunque Enrique VIII le negase tal derecho y la considerase una traidora y enemiga.

El levantamiento hugonote en Francia le impidió a los franceses cumplir su parte de proteger al territorio natal de su propia reina y entonces, Escocia quedó sóla, una vez más, librada a su suerte. Católica devota, pero viuda a los 17 años, volvió a su país un año más tarde, con una buena educación pero insuficiente para entender los vaivenes de la política y la facciosidad religiosa reinante en su pueblo que la veía como una extranjera. Los protestantes enemigos de los católicos, pero también éstos que se quejaban de su tolerancia a aquéllos, más los nobles recelosos de sus amantes, como Lord Darnley y el Conde de Bothwell, con quienes tuvo hijos y hasta violaciones y abortos, la obligaron a abdicar el trono escocés en 1567, en favor de su hijito Jacobo, de apenas un año de edad.

Abandonada y repudiada por su propio pueblo, cayó fácilmente en manos de su prima Isabel en 1568. Esta no sólo se aseguró que jamás lograse amenazar su trono ya que no conforme con apresarla, la juzgó, con un tribunal adicto, incluyendo católicos, acusándola de alta traición y confabulación en su contra y la condenó a muerte, en Fotheringhay en 1587. María Estuardo contaba con apenas 45 años de edad. Había estado detenida 19 años en suelo inglés, humillada y traicionada. Hoy, declarada mártir católica, está enterrada en la propia Abadía de Westminster a apenas 9 metros de su prima, Isabel I.

La historia escocesa continuó su derrotero, esta vez, más glorioso. Como decía el manto forrado y vestido por la propia María Estuardo cuando los ingleses la detuvieron –“En mi final, está mi comienzo”, su hijo y nieto lograron llegar al poder, incluso inglés, lo que ella había pugnado y pagado con su vida. En efecto, Jacobo I fue rey de Escocia desde 1567 y de Inglaterra desde 1603, mientras que Carlos I lo haría a partir de 1625 hasta su decapitación en Whitehall, en 1649, a manos del parlamentario y luego Lord Protector de la breve República de Inglaterra, Oliver Cromwell. Jacobo II restauraría la monarquía pero sólo duraría tres años. La Gloriosa Revolución de 1688 depositaría en el trono inglés, no a otro príncipe católico, sino a su propia hija, protestante, María II y a su esposo, el holandés Guillermo III (de Orange). Un año más tarde, Jacobo intentaría recuperar el trono, encabezando un levantamiento desde la católica Irlanda, pero sería vencido y su posterior huida a Francia, le restaría todo el apoyo inicial que había congregado.

A pesar del Acta de Unión establecida en 1707, el siglo XVIII conocería dos grandes rebeliones escocesas, las últimas de carácter sangriento entre ingleses y escoceses, protagonizadas por los llamados jacobitas, es decir, los pretendientes al trono escocés, herederos de Jacobo II, aunque criados en el exilio, en suelo francés. En 1715, apoyado por Francia, España y los Estados Pontificios, el Príncipe Jacobo Francisco Eduardo Estuardo encabezó una primera rebelión contra los ingleses pero fue derrotado. En 1719, la Marina española lograría pisar suelo escocés en su apoyo pero también la expedición fracasaría tempranamente. En 1745, su hijo, Carlos Eduardo Estuardo (“Bonnie Prince Charlie”), desembarcaría en Escocia el 5 de setiembre y tomaría Edimburgo. El efecto sorpresa y las guerras europeas habían posibilitado que los ingleses fueran derrotados en esos primeros meses de campaña pero luego, la pésima estrategia militar del Principe escocés y el escaso apoyo popular y de Francia a su causa, lo condujeron a su inexorable derrota militar en Culloden, el 16 de abril de 1746. La causa estuardista y con ella, la independencia escocesa, quedarían sepultadas hasta hoy, con las gaitas, ofreciendo ritmos de despedida fúnebre.

Los siglos XIX y XX, fueron testigos de escoceses, emigrando masivamente a tierras extranjeras, básicamente europeas y americanas del norte, aunque quienes optaron por quedarse, se sometieron a regañadientes a la dominación inglesa, incluso, prestando servicios en sus ejércitos imperiales. El ejemplo del famoso Regimiento 71, que también llegó al Río de la Plata, en el contexto de las guerras napoleónicas, sería el más elocuente. Escocia cambió toda su estructura económica, los “Lowlands” vencieron con su lógica de adaptación y las “Highlands” agonizaron hasta ver morir su sistema de clanes y dejar sus tierras en manos de terratenientes ingleses o propios. Tanto la hambruna de 1846-1857 como la enorme cantidad de escoceses muertos en la Primera Guerra Mundial de 1914-1918, hicieron el resto.

Esta nación a la que hoy le rindo homenaje, con su flor del cardo como símbolo, su Patrono, San Andrés  y su himno sagrado, prohibido por los ingleses, el “Flower of Scotland”, que empero, resuena en los estadios deportivos, le regaló a este mundo, escritores extraordinarios de la talla de Sir Walter Scott (autor de “Rob Roy” e “Ivanhoe”), Robert Louis Stevenson (“El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”), el gran poeta nacional Robert Burns, James Matthew Barrie (“Peter Pan”) y Sir Anthony Conan Doyle (“Sherlock Holmes”), además de actores teatrales brillantes como Ian Richardson, Nicol Williamson, Brian Cox, Peter Mullan, Sean Connery, Robert Carlyle, Deborah Kerr, Gordon Jackson y los más taquilleros Ewan Mc Gregor, Gerard Butler, James Mc Avoy, John Hannah y Angus Mc Fayden, entre otros. Hoy, esta Escocia, tan generosa, tan sanguínea, tan romántica, tan rebelde, tan perseverante, sigue viva, a pesar de todo y está realmente “cansada de los viejos juegos”, como dijo Sturgeon.

Tras el ocaso económico de los años de postguerra, agravado por la severa crisis industrial de los años ochenta y el thatcherismo, Escocia logró recuperarse gracias a los altos precios del petróleo de los últimos años, la intermediación financiera y la revolución informática del llamado “Silicon Glen”. En ese contexto, más favorable en lo material, que hasta podría justificar una vez más, la dependencia británica, no sorprende que vuelvan a sonar las gaitas, aunque ahora, para convocar a los bravos escoceses, no a las armas, sino a los votos.

Ojalá otra vez, el sentimiento se imponga a la razón o la conveniencia.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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