MARIA ESTUARDO: LA REINA DE LOS ESCOCESES

Escocia es una nación que exigió recurrentemente ingentes sacrificios a quienes pretendieron reinarla, demandando incluso de la vida de terceros. Así como en el siglo XIV, el bravo y popular guerrero William Wallace debió pagar en el patíbulo inglés, la codicia y cobardía de los nobles de su propia amada patria, para que pronto, uno de ellos, Robert de Bruce, se animara a romper con Eduardo I (“Zanquilargo”), reinante en Londres, apenas unas centurias después, María Estuardo (Mary Stuart), también perdió la cabeza para que su hijo James, pueda unificar el trono, como Jacobo I y VI sobre ingleses y escoceses, respectivamente. En una nación, donde la pasión ha prevalecido a menudo sobre la razón, no podía ser de otro modo. La imprudencia, el capricho, la ambición, el orgullo y obviamente, el amor, han sido malos consejeros para una elite, incluyendo sus monarcas, que una y otra vez, cederían ante sus pares ingleses.

Paradójica ha sido siempre la historia de María Estuardo (1542-1587) y de su “hermana”, “prima” y archirrival, Isabel I Túdor (1533-1603).  No en vano, han habido infinidad de libros e historias llevadas al cine, retratando el fuerte contraste entre estas dos Reinas contemporáneas, la una y la otra. En las versiones cinematográficas de 1936 -protagonizada por Katherine Hepburn– y 1971 -con Vanessa Redgrave como actriz principal en oposición a una genial Glenda Jackson que actuaba como la reina inglesa-, por ejemplo, llamaban la atención, la vida “normal” de una (la católica María, casada, joven viuda y nuevamente casada y encinta con Lord Henry Darnley) versus la atribulada y desdichada de la segunda (la protestante Isabel, hija bastarda confinada por Enrique VIII, soltera empedernida, amante de amantes pero sobre todo, enferma de poder).

Apenas asomaba en el horizonte fílmico, algún rasgo opuesto, en términos morales. María, que sería santificada por la Iglesia Católica, era una mujer agradable, seductora, romántica, hasta con convicciones pero de carácter débil, frágil, impulsiva, incapaz de liderar a un pueblo y mucho menos, a dos. Todo ello la conduciría a un destino fatal, viuda dos veces y prisionera 18 años de su edad de 44. Isabel, por el contrario, con una infancia espantosa, rodeada de enemigos (internos y externos), se sobrepuso a tal derrotero, supo adaptarse al contexto adverso y finalmente, reinó 45 años, sacrificando su propia vida privada al Estado. Mientras una fue realmente “humana”, la otra debió omitir su propia naturaleza y el resultado está a la vista, sobre todo, dado el sitial de privilegio mundial al que llevó a Inglaterra, una isla pobre e inhabitable por siglos.

La recientemente estrenada película titulada “Mary, Queen of the Scots”(en español, “Las dos reinas”), protagonizada por las “pelirrojas” (jóvenes) Saoirse Ronan y Margot Robbie, se enmarca en un mundo y en un siglo de neto corte feminista, donde se discute -y reivindica- el papel de aquellas mujeres que lograron reinar en un mundo de hombres “crueles”, como lo afirmaba la propia Isabel, quien admite en uno de los pasajes del film, haberse transformado en uno más de ellos. Casi toda la película dirigida por otra mujer (Josie Rourke), gira en torno de ello.

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ESCOCIA: LA TIERRA QUE LA RAZON NO ENTIENDE

Famosa en los años setenta, por la tradicional vestimenta del kilt y el tartán, que incluso difundiera el buen inglés Príncipe Carlos de Windsor o, por el monstruo del Lago Ness o, por las películas de James Bond, protagonizadas por Sean Connery, un verdadero militante de la causa nacionalista; en los ochenta, por las canciones de Rod Stewart, Big Country, The Proclaimers (con su más que popular “I´m gonna be -5000 Miles”-) o, la película “Highlander”, con Christopher Lambert y en los noventa, por las de Travis; en tiempos recientes, nuevamente, el espía del MI5 ahora encarnado por Daniel Craig o, por el propio Premier británico David Cameron que sin desearlo, la puso en el mapa mundial, producto de su torpeza previa al referéndum de setiembre de 2014. No olvido al australiano Mel Gibson, que le rindió homenaje en su película “Braveheart” (Corazón Valiente) a uno de los tantos héroes nacionalistas de este pueblo, William Wallace, quien murió condenado al descuartizamiento y decapitación por los ingleses, pero, cuándo no, traicionado por los propios. Escocia, sí, Escocia.

Esas tierras montañosas y con valles bien verdes, hegemonizadas durante buena parte del año, por la humedad, la bruma y la lluvia, pero que conocieron tribus humanas desde tiempos inmemoriales, dando lugar a una historia pletórica en aventuras épicas, nobleza y como no podía ser de otra manera, ríos de sangre. Tal vez por ello, no sea extraño ni sorprendente que, en tiempos de gran revalozarización de las identidades políticas, es decir, aquellas “fantasías de completitud” que muchas naciones todavía legitiman, como respuestas a la inexorable globalización, en Escocia, la semana pasada, Nicola Sturgeon, la valerosa dirigente política y líder del SNP (Scottish Nationalist Party) haya solicitado formalmente al gobierno británico, la posibilidad de formular un nuevo referéndum hacia 2018 o 2019, con la esperanza de que esta vez, el “Sí” a la separación del Reino Unido -a la que está integrada desde 1707-, se imponga de modo pacífico en las urnas.

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