EL ULTIMO ADIOS

Antes de una nueva fase de la guerra de Ucrania y luego del sepelio de Isabel II, escribí estas líneas para la Revista Claves, dirigida por Alberto Costa:

Las desapariciones físicas de figuras públicas tienen diferentes significados. Marcan comienzos o finales de era, representan motivaciones especiales para sus pueblos respectivos o, simplemente, son el preludio de cambios más profundos que no conocemos de modo cierto, hacia dónde y cómo se encaminarán.

En pocas semanas, setiembre de 2022, será recordado por los fallecimientos de Mikhail Gorbachov y la Reina Isabel II de Inglaterra. Ambos longevos, el primero, como ex Secretario General del Partido Comunista y ex Presidente de la también extinta Unión Soviética desde 1985 hasta 1991 y “Su Majestad” británica, la de mayor duración física en la historia de su país.Ambos, nos dejaron siendo mayores de 90 años, siguiendo el gran aumento inédito de expectativa de vida de la época que vivieron y también, ambos, gobernaron Imperios, durante siete (7) décadas. La URSS de Gorbachov habría durado eso e Isabel reinó -aunque no gobernó- durante semejante período.

Más allá de las enormes diferencias institucionales, culturales, simbólicas y hasta personales, hay otras paradojas similares en las vidas políticas de estos sendos líderes. Como queda dicho, Gorbachov e Isabel estuvieron al frente de formatos imperiales, pero les tocó a ellos, despedirlos. 

No era la intención de Gorbachov plasmar acciones imbuidas de ideas, que llevaran al desenlace de la ex URSS, pero así ocurrió. En efecto, la “Glasnost”, la “Perestroika” y el “Nuevo Pensamiento” buscaban revitalizar, al “socialismo real”, fortalecerlo internamente y hasta globalizarlo más allá de Khruschev y Brezhnev. Sin embargo, apenas permitió que se expandiera, sin necesidad de la represión vía tanques soviéticos, la vieja gran utopía se desmoronó país por país, como un verdadero “efecto dominó”.

Isabel había nacido y sido educada para lo que sería y haría el resto de su vida hasta el jueves 8 de setiembre. Darle nuevo vigor a la monarquía de su gran país, como institución, mantener los lazos coloniales desde la metrópoli y conceder unidad en un contexto esperanzador a un reino conformado por tres naciones (y media): ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses.

Sin embargo, sólo habría un envión inicial, que le serviría para mantener una mancomunidad de 54 países, a duras penas sostenida a insistencia de paradiplomacia y un unitarismo que fue contradiciendo cada vez más las tendencias democratizadoras tardías de un Estado que evitó contagiarse dos siglos antes con la convulsión y el terror de la Revolución Francesa. Por último, a Isabel le explotaron en su propio rostro, como madre y suegra, los escándalos familiares de la Corona. Las aventuras extramatrimoniales de su hijo mayor Carlos -un solterón empedernido-, casado con Diana Spencer, una maestra de escuela, con familia plebeya aspirante a noble; las corruptelas de su propio marido Felipe de Edimburgo y otro de sus hijos varones, el ex “Principito” Eduardo; las rebeldías, traiciones y trágica caída de su nuera, ya explicitadas y difundidas por doquier; las de su propio nieto Harry y su esposa, la “ultraplebeya” Megan -y la lista sigue-. Todo ello se mantuvo precaria y artificialmente un largo tiempo, mientras ella conservó el temple para reinar sobre un pueblo de sencillos isleños, actores teatrales y navegantes.

Hoy, con Carlos III y una gestualidad inicial con sus sirvientes, que le empieza a jugar en contra, ante la opinión pública, dudando de su capacidad para tener el temple de su adorada madre, todo eso cruje y los aires republicanistas empiezan a soplar, adentro y fuera de las Islas.

La Unión Soviética fue, pero toda la torpe obra de Gorbachov, aún aplaudiendo su idealismo, resuena hasta nuestros días, incluso en la guerra de Rusia y Ucrania o en la de Azerbaiyán versus Armenia. El caos que siguió al final de la URSS, se asentó sobre promesas orales jamás cumplidas por quienes -defensores de “Occidente”- emplearon a Gorbachov para perpetuar sus intereses de la Guerra Fría en una era posterior que ya no tenía ningún peligro de antagonismo nuclear. Esa ambición desmedida de la OTAN llegó hasta las puertas del corazón de la civilización eslava, primero con Ucrania en 2004 y luego, con Georgia en 2008. Todo ello a pesar de las advertencias del propio Putin, heredero de la Rusia postsoviética. La guerra post Euromaidán en 2014 y su continuidad con el ejército ruso entrando al sudeste ucraniano, completan una película cuyo guión se venía escribiendo hace tres décadas. Gorbachov sería más recordado fuera de Rusia, reconocido y admirado en “Occidente” y, juzgado como “traidor” en su propio terruño.

Así, dos figuras emblemáticas del siglo XX, favorables a la paz mundial, nos dejan. Con sus aciertos y no pocos errores políticos, queda por verse si el mundo que les seguirá, será más o menos estable, más o menos conflictivo, más o menos convulsivo. Lo que va quedando claro, como gran lección de la historia, es que las grandes personalidades ayudan a construirla aunque no controlan los efectos de sus actos. Esta moraleja nos aconseja tornarnos prudentes, no aventurar más utopías regresivas y siempre preferir el camino de la reforma, adaptando nuestras instituciones al cambio. Será la mejor forma de recordarlos para las generaciones venideras, habituadas ya a la impaciencia y la vertiginosidad en el vacío.

MARIA ESTUARDO: LA REINA DE LOS ESCOCESES

Escocia es una nación que exigió recurrentemente ingentes sacrificios a quienes pretendieron reinarla, demandando incluso de la vida de terceros. Así como en el siglo XIV, el bravo y popular guerrero William Wallace debió pagar en el patíbulo inglés, la codicia y cobardía de los nobles de su propia amada patria, para que pronto, uno de ellos, Robert de Bruce, se animara a romper con Eduardo I (“Zanquilargo”), reinante en Londres, apenas unas centurias después, María Estuardo (Mary Stuart), también perdió la cabeza para que su hijo James, pueda unificar el trono, como Jacobo I y VI sobre ingleses y escoceses, respectivamente. En una nación, donde la pasión ha prevalecido a menudo sobre la razón, no podía ser de otro modo. La imprudencia, el capricho, la ambición, el orgullo y obviamente, el amor, han sido malos consejeros para una elite, incluyendo sus monarcas, que una y otra vez, cederían ante sus pares ingleses.

Paradójica ha sido siempre la historia de María Estuardo (1542-1587) y de su “hermana”, “prima” y archirrival, Isabel I Túdor (1533-1603).  No en vano, han habido infinidad de libros e historias llevadas al cine, retratando el fuerte contraste entre estas dos Reinas contemporáneas, la una y la otra. En las versiones cinematográficas de 1936 -protagonizada por Katherine Hepburn– y 1971 -con Vanessa Redgrave como actriz principal en oposición a una genial Glenda Jackson que actuaba como la reina inglesa-, por ejemplo, llamaban la atención, la vida “normal” de una (la católica María, casada, joven viuda y nuevamente casada y encinta con Lord Henry Darnley) versus la atribulada y desdichada de la segunda (la protestante Isabel, hija bastarda confinada por Enrique VIII, soltera empedernida, amante de amantes pero sobre todo, enferma de poder).

Apenas asomaba en el horizonte fílmico, algún rasgo opuesto, en términos morales. María, que sería santificada por la Iglesia Católica, era una mujer agradable, seductora, romántica, hasta con convicciones pero de carácter débil, frágil, impulsiva, incapaz de liderar a un pueblo y mucho menos, a dos. Todo ello la conduciría a un destino fatal, viuda dos veces y prisionera 18 años de su edad de 44. Isabel, por el contrario, con una infancia espantosa, rodeada de enemigos (internos y externos), se sobrepuso a tal derrotero, supo adaptarse al contexto adverso y finalmente, reinó 45 años, sacrificando su propia vida privada al Estado. Mientras una fue realmente “humana”, la otra debió omitir su propia naturaleza y el resultado está a la vista, sobre todo, dado el sitial de privilegio mundial al que llevó a Inglaterra, una isla pobre e inhabitable por siglos.

La recientemente estrenada película titulada “Mary, Queen of the Scots”(en español, “Las dos reinas”), protagonizada por las “pelirrojas” (jóvenes) Saoirse Ronan y Margot Robbie, se enmarca en un mundo y en un siglo de neto corte feminista, donde se discute -y reivindica- el papel de aquellas mujeres que lograron reinar en un mundo de hombres “crueles”, como lo afirmaba la propia Isabel, quien admite en uno de los pasajes del film, haberse transformado en uno más de ellos. Casi toda la película dirigida por otra mujer (Josie Rourke), gira en torno de ello.

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HOLANDA: LA BREVE REPUBLICA LIBERAL DEL SIGLO XVII

Holanda o Países Bajos es famosa por el color naranja de la bandera de la familia Orange-Nassau, por la argentina Máxima Zorreguieta que se incorporó a la realeza europea al casarse con el monarca Guillermo Alejandro, su selección nacional tres veces subcampeona del mundo y una vez campeona de Europa, sus grandes equipos de hockey femenino sobre césped, sus bicicletas gratuitas para recorrer sus ciudades con canales, el “Barrio Rojo” de Amsterdam, los tulipanes, los polders, el apoyo de la Iglesia Protestante a las Madres de Plaza de Mayo, etc. Esa misma experiencia para ganarle tierras al mar, les valió una gran sabiduría técnica para replicarlo en otro países y contar con los capitales en dinero necesarios para ayudar a otros países, como el proyecto que desarrollan con la Hidrovía en el nuestro. Pero para llegar a esa realidad actual tan benigna, positiva y admirada en el mundo, hubo que recorrer un largo y arduo camino.

Es cierto que en algún momento de la historia, Holanda fue potencia marítima mundial, mediando entre España que había llegado a América en el siglo XV e Inglaterra que lo sería a partir del siglo XVIII. Holanda tendría su era de gloria, en el siglo XVII. Una flota con una gran cantidad de barcos y geniales marinos, le permitió explorar nuevas tierras y abrir la rutas comerciales para colocar sus productos. Según el historiador económico Douglass North, Holanda descubrió tempranamente los derechos de propiedad privada y ello incentivó a una mayor productividad de la tierra y el trabajo. Sumado a la gran tolerancia religiosa, el país disfrutó de libertades civiles desconocidas para el resto de uan Europa regada en sangre por las guerras entre católicos y protestantes.

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