Siempre resultó muy difícil en un país como la Argentina ser un liberal de pura cepa. Una ideología denostada como pocas en las cátedras de las Universidades públicas pero también las privadas, a lo largo de décadas; un uso y abuso del término “liberalismo” -y recientemente del siempre confuso “neoliberalismo” en las arenas política y gubernamental-; un entorno adverso con un largo y “exitoso” predominio de ideas nacionalistas y católicas que han influido fuertemente todo el espectro político pero también el intelectual y hasta el mediático, generando una conducta y valores culposos sobre la trayectoria de progreso que supo tener el país en la segunda mitad del iglo XIX y principios del XX. Como si todo ello fuera poco, en el campo de las doctrinas económicas, el desarrollismo, el estructuralismo y hasta el monetarismo mismo, hijo de cierta versión liberal americana, han lidiado con aquella idea, dicutiendo roles del Estado, el papel de la moneda, la ventaja o desventaja de una inflación persistente, las causas de ésta, las opciones de crecimiento o desarrollo. Todo ello ha comprometido seriamente la posibilidad de que el liberalismo y los liberales tengan un destino venturoso en Argentina a pesar de contar con mayores y mejores credenciales experienciales que sus colegas de muchos lugares de América Latina, una geografía y una civilización peculiarmente antiliberal por su naturaleza hispanista, feudal, católica, autoritaria y corporativista. Basta con leer al brillante tucumano Juan Ignacio García Hamilton para comprobar fechacientemente dicha tradición tan penetrante y duradera.
Lo conocí en la Bolsa de Comercio de Rosario hace exactamente tres décadas, en uno de los primeros Seminarios de la Fundación Libertad, de cuyo pionero, Gerardo Bongiovanni, fuera también factótum. Lo vi por última vez, en ocasión de un Coloquio de la Liberty Fund, organizado eficientemente por Walter Castro, también en Rosario, hace apenas un lustro. Además de brillante orador, Alberto Benegas Lynch (hijo) pertenece a esa pléyade de intelectuales liberales argentinos con una formidable formación académica, heredero de su ilustre padre, pero habiendo sido alumno de “popes” austríacos y miseanos como Hans Sennholz y Murray Rothbard entre otros, se convirtió en un fiel exponente de la tradición liberal clásica, una novedad tan original en un país como Argentina donde existe una gran tendencia al pensamiento colectivista, como mero reproductor de ideas trilladas.
En este video, muy recomendable, Benegas Lynch (hijo) se anima a exponer una vez más, alejándose de la coyuntura y el gobierno de Macri -aunque responda sobre él, en una de las preguntas del auditorio-, sobre temas y propuestas controversiales y audaces, como la demarquía (la elección de gobernantes por sorteo) y la desnacionalización de la moneda (ambas viejas propuestas de Hayek), el fin de las mal llamadas “conquistas sociales” como el salario mínimo, el aguinaldo y la jubilación, el aborto, el matrimonio civil, etc. Siempre Benegas Lynch (hijo) optó por el debate de ideas, con la regla de “tolerar todo y a todos”, descartando sin embargo, algo que les pesa y mucho a los liberales argentinos, por su evidente fracaso en tal campo: la lucha político-partidaria. De hecho, no participó jamás en los viejos partidos como el Cívico-Republicano, la UCEDE, Acción por la República y Recrear. Formador de cientos de dirigentes políticos e intelectuales, acepta su ineptitud como docente al haber tenido alumnos como Francisco “Pancho” Cabrera, Federico Sturzzenegger y Hernán Lombardi, quienes han pasado por el gobierno de “Cambiemos”, pero también exhibe un indisimulable orgullo cuando habla de los Javier Milei, José Luis Espert, Ricardo López Murphy, Roberto Cachanosky y tantos otros economistas liberales que son convocados a diario por los medios de comunicación, generando altos niveles de rating por su credibilidad intelectual.
Este es mi pequeño homenaje en vida a este brillante intelectual liberal sin cortapisas, muy lúcido a sus 78 años, alguien que se animó y se atreve aún hoy a desafiar el economicismo acendrado de muchos liberales vernáculos, incursionando en temáticas a las que muchos eluden a priori porque no tienen posición tomada, aún cuando puede cuestionarse que nunca haya querido participar según una de las reglas caras de la tradición liberal, al menos la burkiana: la organización y la competencia políticas.