EL PERIODISMO ARGENTINO VERSUS LAS REDES DEMOCRATIZADORAS

Hace tiempo, disfruto de la radio tanto por las mañanas como por las tardes. Me informaba a través de ella, en los años ochenta cuando no había Internet y seguí haciéndolo en los noventa y los dos mil, ya en pleno furor de la red de redes. Disfrutaba de los comentarios de “El Hombre de la Bolsa”, con el genial Carlos Burone, tristemente desaparecido por cáncer de estómago en 1992, pero también amanecía con Bernardo Neustadt y en el turno vespertino, me atraían los comentarios de Mariano Grondona. Ambos formaban una formidable pareja en el programa “Tiempo Nuevo” en la TV, hasta que el menemismo los dividió. Era el viejo periodismo argentino. El que conformaban los nombrados pero también más atrás en el tiempo, desde la prensa escrita, Jacobo Timermann (“La Opinión”), Robert Cox y James Neilson (“The Buenos Aires Herald”), Félix Laiño (“La Razón”), Manfred Schoenfeld y el español Jesús Iglesias Rouco (“La Prensa”) y también el rosarino, fallecido en 2004, Juan Carlos Casas, ya más dedicado a la economía, los domingos en “La Nación”, con el seudónimo de “David Home”. Pausado, reflexivo, formado, culto, original, hasta ideológico, con convicciones claras y hasta una ética periodística de respeto a las fuentes y al público, sin necesidad de golpes bajos ni mucho menos, defensas corporativas.

Hay que resaltar que aquél buen momento del periodismo argentino, con formadores de opinión e intelectuales con códigos, se daba en el marco de la transición democrática, en plena explosión de las libertades civiles. Era un periodismo también de transición, desde aquel también profesional pero insuficientemente crítico de la dictadura militar, como el de Llamas de Madariaga, Mónica Cahen D’Anvers, Roberto Maidana, Betty Elizalde y hasta la propia Magdalena Ruiz Guiñazú, entre otros, hasta el más liberado, desahogado y hasta sarcástico con la nueva cultura democrática, como el que exhibían todas las tardes desde 1986 hasta 1989, en la TV (ATC), los también malogrados Adolfo Castelo, Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya y los sobrevivientes Raúl Becerra y Nicolás Repetto, o el propio Enrique Vázquez en la Revista “Humor”.

Los tiempos cambiaron y aparecieron jóvenes como Marcelo Longobardi, ex director de una revista genial como “Apertura”, Daniel Hadad, periodista de “Somos”, el propio Nelson Castro, aunque éste no era periodista de profesión, sino médico neurocirujano. Los tres fueron patrocinados por Neustadt y Grondona y como éstos, también se dividieron a propósito del menemismo. Esa década del noventa vio crecer aunque de manera desigual, al desarrollista -pero ecléctico ante el poder- Grupo Clarín y Radio Mitre, sus radios y diarios ligados en el interior y algunos medios opositores como “Ambito Financiero” -más ligado al tratamiento de los temas macroeconómicos- y “Página 12”, cuyo gran mentor fue Jorge Lanata, quien junto a Jorge Verbitsky -ex doble agente de militares y Montoneros-, Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda, protagonizarían un diario que se convertiría en el principal denunciador de la corrupción menemista. Un trayecto parecido recorrería Luis Majul. Desde la parapornográfica “Libre” hasta el éxito de su libro “Los dueños de la Argentina”, dedicada a los “capitanes de la industria” o “patria contratista”, enriquecidos antes, durante y después de la dictadura militar (1976-1983), como las familias Rocca, Macri, Soldati, Roggio, Pescarmona y Bulgheroni, Majul no había adquirido mayor notoriedad, excepto hasta aprovechar al máximo, las denuncias sobre corrupción en la era Menem. Todos irían ocupando el lugar de los grandes periodistas: rápidamente, estos ambiciosos y oportunistas jóvenes, acompañados de algunos veteranos, aprovecharían su momento y hegemonizarían la escena periodística argentina por más de dos décadas.

Ese periodismo no crecía sobre la base de la formación o el nivel cultural, sino el oportunismo: hasta se convirtieron en empresarios. Longobardi y Lanata se tornaron millonarios con las ventas de “Apertura” y “Página 12”, respectivamente; Verbitsky, ídem con “Robo para la Corona”, desnudando el círculo del poder menemista y sus negociados. Mientras Julio Ramos y Roberto García de “Ambito Financiero” luchaban sólos contra el oligopolio de “Clarín”, casi todos los demás, disfrazados de un progresismo de baja calaña, hacían negocios criticando al menemismo, sobreinvestigando la década y de algún modo, contribuyendo al triunfo mediático de la Alianza en 1999. A ninguno de ellos les interesó la marcha económica del país: jamás fueron conscientes de lo que se jugaba Argentina con la caída de la Convertibilidad, la falta de apoyo a Cavallo y luego, López Murphy. Todos, en mayor o menor medida, fueron cómplices de la mayor e irresponsable debacle económica argentina en su historia: la llamada crisis del 2001.

Por ello, es explicable cómo todos se acomodaron en mayor o menor medida, al duhaldismo primero y al kirchnerismo después. El mismo Hadad se transformó en empresario de multimedios y tuvo una coexistencia pacífica con los K a pesar de sus evidentes diferencias ideológicas: ídem Longobardi. Por aquellos años de una Radio 10 acomodaticia, donde además sobresalían Mario Pergolini, con una pseudosátira crítica de los políticos, como “CQC”; Víctor Hugo Morales, relator de fútbol devenido en conductor de programas políticos, Alejandro Fantino, ídem al anterior y el propio Nelson Castro, ya muy alejado de su mentor Grondona, los medios se plagaban de figuras que mezclaban hasta la irreverencia el “periodismo” con la actuación, el “panelismo”con la conducción. Muchos enfatizan el acomodamiento político de todas estas figuras al kirchnerismo, peroen el interín,  obvian cómo se prostituyó la labor y vocación periodística. Claro, tanta intromisión del negocio mediático alteró los roles tradicionales. El fin de la Convertibilidad y la entrada en vigencia de la pesificación y default, trajo aparejado el cram-down” de Clarín y muchos medios sobreendeudados en dólares. Este perdón -o transferencia millonaria del pueblo argentino vía subsidio- a estos grupos, fue minimizado, oscurecido, opacado, silenciado: todos fueron cómplices porque todos se beneficiaban con las medidas desde el poder. Desde el 2002 hasta el 2008, no hubo oposición mediática alguna al poder. Todos aplaudían a los K, todos crecían, todos se enriquecían, todos se callaban. En esos tiempos de complicidad asqueante, yo escuchaba por las mañanas, a Rolando Hanglin, que “surfeaba” e ironizaba al igual que Nicolás Repetto en el televisivo “Sábado Bus”, sobre esa época tan nefasta, en la que gobernaba una pareja de adolescentes como el matrimonio Kirchner, mientras la sociedad argentina se dopaba con ficción subsidiada por la “fiesta sojera” desde el Estado, con telenovelas mediocres protagonizadas por Pablo Echarri, Guillermo Francella, Nancy Duplaá, Florencia Peña, Andrea Del Boca al frente pero también con programas farandulescos de chimenteros como Jorge Rial, Carlos Monti, Susana Roccasalvo, Marcelo Polino, el desfile de travestis y transexuales como Flor de la V y como si todo eso fuera poco, con realities que eran desfiles de prostitutas y managers de pedófilos.

Todo ello se empieza a resquebrajar cuando comienza a romperse la elite. La grieta tiene un origen claramente interno. Clarín se enfrenta a los K sólo porque éstos amenazaban con comprarlo y la coyuntura de la reacción del campo a la crisis de marzo de 2008, sólo potenció la débil oposición. De la crisis del 2008-2009, Argentina sale con cepo cambiario y subsidio a los viajes de la clase media a Europa y Estados Unidos, aunque con un enorme costo empresarial privado. En el 2013, Massa rompe al peronismo también por un mero ataque de oportunismo. Empiezan a llover las denuncias sobre casos concretos de corrupción en la era K. Sólo Elisa Carrió y algunos políticos más, predicando en el desierto, más Jorge Fontevecchia en “Perfil” y en el interior del país, el joven cordobés Pablo Rossi desde Cadena Tres o los rosarinos de la Fundación Libertad en Rosario, los habían advertido antes pero nadie los escuchaba. Neustadt se había muerto en la más absoluta soledad, abandonado por sus ex discípulos. 

Los medios cambiaron su actitud y durante dos años, tuvimos un desfile de periodistas que rompieron lanzas con el kirchnerismo, compitieron por ver cuál había sido el primer opositor y continuaron desbordándonos con denuncias por doquier sobre el enriquecimiento de los K y su banda. En ese momento, como consumidor radial, viré desde Hanglin y me convertí en oyente de Longobardi. Pero claro, había que meditar que ese periodismo judicial se nutría de fuentes muy especiales para llegar a descifrar los negocios de los K. Nadie en ese momento, quiso averiguarlo. Las redes sociales de Internet, hicieron el resto para intentar cambiar el destino político del país, aunque no indagaron acerca de aquellas fuentes, ligadas a la comunidad de inteligencia, también agrietada, sobre todo, en ocasión del “caso Nisman”. Pero el daño moral estaba hecho. Esa minicredibilidad de la que gozaron, contribuyendo al triunfo de “Cambiemos” en el ballotage de diciembre de 2015, duraría poco, apenas se visualizó que constituían una corporación, igual a la judicial, a la que tanto cuestionaban, tanto en tiempos de Oyarbide como ahora, con Farah y Ballestero.

Bastó que una prostituta “cara”, como Natacha Jaitt, conocedora de las alcobas del poder (político, judicial, empresarial, sindical, deportivo y periodístico), divulgase una red de clientes de la pedofilia futbolera de décadas en los clubes Independiente, Newell´s y River Plate, entre los cuales mencionó a varios miembros de la farándula y el periodismo para que los Longobardi, Majul, Novaresio, Fantino, Samuel Gelblung, Lanata, etc. atacaran no sólo a “los mensajeros” (Jaitt, Mirtha Legrand, Nacho Viale) sino denunciaran -tal como era su habitual forma de ver la labor periodística-, que eran ¨víctimas” de campañas u “operaciones” de “servicios de inteligencia”. Longobardi llegó a decir que la culpa de todo la tenían las redes a las que llamó “cloacas”. Sorprendentemente, parecía un militante K lamentando la derrota de Cristina y Scioli por la acción de los “trolls” y los “bots” conducidos por Marcos Peña. Hasta Amnesty International y la propia ADEPA se sumaron a la necesidad de controlar las “fake news“, evitando la denostación de los periodistas, otrora guardianes de la ética democrática y republicana. Antes simulaban serlo levantándose tardíamente contra el “autoritarismo” K  pero ahora quedaba claro que hablaban y actuaban como corporación.

Ahora los argentinos vemos, lo que costó en estas tres décadas de democracia argentina, no haber regulado y arbitrado de modo imparcial, como se debía -y no como simuló intentarlo el kirchnerismo con una Ley de Medios poco operativa-, el poder oligopólico de cadenas televisivas, radiales y de prensa; la empresarialización y autorreferencialidad de no pocos periodistas, erigidos en jueces mediáticos; las relaciones promiscuas entre medios, organismos de inteligencia, políticos y jueces; la farandulización (“tinellización”, según Juan Pablo Baylac) de un periodismo efectista de bajo nivel, nula reflexión y escasa profundidad aunque pletórico de “investigaciones” o “chismes” sobre un grupo selecto de actores políticos, según el gobierno de turno -como se puede verificar todas las noches en programas televisivos como “Intratables” y “Animales Sueltos”; la ausencia de una ética que haga honor a la profesión, cuya misión principal es brindar noticias, hoy, tremendamente desafiada precisamente por las redes, a las que Longobardi descalifica.

Nuestros periodistas quizás entiendan algún día, que en una democracia, deben sobre todo, ser profesionales, no perder nunca la originalidad, ayudar a pensar a la gente y no monologar, ser autorreferenciales, contarnos sus viajes o placeres, sus estilos de vida, cuando quieren callar sobre un gobierno al cual estiman o exagerar la crítica sobre uno que denostan o los perjudicó en sus negocios privados. Con una rutina chabacana, haciendo gala de una improvisación permanente, priorizan sus redes de contactos y lobbystas, llamando siempre a los mismos analistas, nunca abren el juego, porque muy ocasionalmente convocan a expertos académicos y tampoco suelen estudiar en profundidad ni se asesoran, sobre el tema en cuestión. Ausentes de sus cabezas, está la necesaria contribución a la formación de agenda de temas que realmente importen a todos los argentinos y la codirección del debate de tales cuestiones, con el sustento de argumentos sólidos.

Ojalá la denuncia en contra de algunos “periodistas” y actores pedófilos fluya judicialmente aunque dudo que ello ocurra porque el llamado “cuarto poder” arbitrará todos sus medios para evitar que la corporación caiga en el descrédito social y eso conduzca a un ajuste necesario tras el cual, el periodismo recupere su honorabilidad, prestigio y seriedad. Una vez más en una Argentina cambalacheana, habituada al statu quo, donde los políticos tampoco desean ejercer su liderazgo para alterar el orden rutinario, las redes sociales tendrán que seguir presionando para liberar realmente la comunicación filtrada por quienes se arrogaron durante dos décadas, un rol que nadie les otorgó: el de “fiscales de la República”. Hasta que perciban que su función es otra, una vez más, el mercado deberá continuar actuando en reemplazo de ese vacío comunicacional, que se ha abroquelado para defender sus mezquinos intereses.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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