LA PRISION DE LOS REYES

Europa, siglo XVIII, sí, el mismo llamado de “la Ilustración” o de “las Luces”, en el cual, se suponía, sobre todo, a partir de la Revolución Francesa, la razón humana se impondría sobre la religión y la superchería. A la luz del siglo XXI en el que vivimos, se supone que hemos involucionado un poco, no?, sobre todo, para los neohegelianos que piensan la vida y el mundo en términos teleológicos.

Vuelvo al contexto. Aquel fue el primer siglo de la historia de la humanidad, en el que comenzaba a ser incómodo nacer y mantenerse como rey. Tras la Revolución Inglesa instaurando la especial “república” (o dictadura parlamentaria) de Oliver Cromwell (1599-1658) y la Gloriosa Revolución de 1688 que depositó en el trono británico, a un príncipe holandés (Guillermo de Orange, luego Guillermo III) y su esposa María (luego María II), lenta pero inexorablemente, empezaría a prevalecer el axioma de “el rey reina pero no gobierna”. Una verdadera crisis de identidad sobrevolaría las cortes europeas, empezando por la propia inglesa.

No en vano, tres historias, recogidas por el cine, ilustrarían las enfermedades, los pesares, las depresiones y hasta las desventuras y/o desdichas de tres monarcas: la inglesa Ana (la primera como tal de la Gran Bretaña unificada), el inglés Jorge III y el danés Cristián VII.

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MARIA ESTUARDO: LA REINA DE LOS ESCOCESES

Escocia es una nación que exigió recurrentemente ingentes sacrificios a quienes pretendieron reinarla, demandando incluso de la vida de terceros. Así como en el siglo XIV, el bravo y popular guerrero William Wallace debió pagar en el patíbulo inglés, la codicia y cobardía de los nobles de su propia amada patria, para que pronto, uno de ellos, Robert de Bruce, se animara a romper con Eduardo I (“Zanquilargo”), reinante en Londres, apenas unas centurias después, María Estuardo (Mary Stuart), también perdió la cabeza para que su hijo James, pueda unificar el trono, como Jacobo I y VI sobre ingleses y escoceses, respectivamente. En una nación, donde la pasión ha prevalecido a menudo sobre la razón, no podía ser de otro modo. La imprudencia, el capricho, la ambición, el orgullo y obviamente, el amor, han sido malos consejeros para una elite, incluyendo sus monarcas, que una y otra vez, cederían ante sus pares ingleses.

Paradójica ha sido siempre la historia de María Estuardo (1542-1587) y de su “hermana”, “prima” y archirrival, Isabel I Túdor (1533-1603).  No en vano, han habido infinidad de libros e historias llevadas al cine, retratando el fuerte contraste entre estas dos Reinas contemporáneas, la una y la otra. En las versiones cinematográficas de 1936 -protagonizada por Katherine Hepburn– y 1971 -con Vanessa Redgrave como actriz principal en oposición a una genial Glenda Jackson que actuaba como la reina inglesa-, por ejemplo, llamaban la atención, la vida “normal” de una (la católica María, casada, joven viuda y nuevamente casada y encinta con Lord Henry Darnley) versus la atribulada y desdichada de la segunda (la protestante Isabel, hija bastarda confinada por Enrique VIII, soltera empedernida, amante de amantes pero sobre todo, enferma de poder).

Apenas asomaba en el horizonte fílmico, algún rasgo opuesto, en términos morales. María, que sería santificada por la Iglesia Católica, era una mujer agradable, seductora, romántica, hasta con convicciones pero de carácter débil, frágil, impulsiva, incapaz de liderar a un pueblo y mucho menos, a dos. Todo ello la conduciría a un destino fatal, viuda dos veces y prisionera 18 años de su edad de 44. Isabel, por el contrario, con una infancia espantosa, rodeada de enemigos (internos y externos), se sobrepuso a tal derrotero, supo adaptarse al contexto adverso y finalmente, reinó 45 años, sacrificando su propia vida privada al Estado. Mientras una fue realmente “humana”, la otra debió omitir su propia naturaleza y el resultado está a la vista, sobre todo, dado el sitial de privilegio mundial al que llevó a Inglaterra, una isla pobre e inhabitable por siglos.

La recientemente estrenada película titulada “Mary, Queen of the Scots”(en español, “Las dos reinas”), protagonizada por las “pelirrojas” (jóvenes) Saoirse Ronan y Margot Robbie, se enmarca en un mundo y en un siglo de neto corte feminista, donde se discute -y reivindica- el papel de aquellas mujeres que lograron reinar en un mundo de hombres “crueles”, como lo afirmaba la propia Isabel, quien admite en uno de los pasajes del film, haberse transformado en uno más de ellos. Casi toda la película dirigida por otra mujer (Josie Rourke), gira en torno de ello.

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LOCURA EN MONZA

El domingo 11 de setiembre de 1978, estando yo con mis padres en un barrio porteño donde vivía una familia amiga, fui testigo por TV, del mortal accidente que se llevara la vida del veloz piloto sueco Ronnie Peterson, a bordo de un Lotus, acabando con una riquísima historia de la marca británica de Colin Chapman, plagada de triunfos que sólo retornaría años después de la mano de Ayrton Senna y Kimi Raikkonen. Ese drama se vivió sobre la pista italiana de Monza, en el parque del mismo nombre, cerca de la majestuosa Villa Reale, sobre la salida de la recta principal, allí donde yo mismo pisaría el pasado domingo 2 de setiembre casi por casualidad, sin haberlo jamás previsto y hasta posaría al lado de una bandera de los pocos hinchas suecos que quedan, recordando aquel brillante pero desafortunado corredor.

Pero además de tal recordatorio triste, Monza, cuyo Grand Prix siempre se corre a inicios de cada setiembre, es sinónimo de otras circunstancias más excitantes. Por ejemplo, allí los autos remontan casi vuelo, a una velocidad promedio superior a los 300 km/h. Se trata además de la carrera más emocionante de la F1, dado que año tras años, cuando termina, cientos de miles de aficionados de todo el mundo, se lanzan junto a los tifosi italianos, mayoritariamente ferraristas, a su recta, para festejar el podio de los tres triunfadores. Por eso, cuando este año, me hice presente allí, sin pagar un euro, rodeado de otro medio millón de fanáticos, a los que vimos abuchear a Lewis Hamilton, el ganador más odiado de la historia y ovacionar a mi ídolo, Kimi Raikkonen, por su entrega y sacrificio para Ferrari y su compañero Vettel, siendo ésta su última carrera con el equipo del Cavallino Rampante, en tierras italianas, para terminar su carrera en el suizo Sauber, el mismo team que lo vio debutar hace 17 años.

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INGLATERRA HACE HISTORIA EN RUSIA 2018

Cuatro de los catorce jugadores de la Selección de Inglaterra que le acaba de ganar a Suecia en Samara, la lejana Rusia, apenas habían nacido cuando en el Mundial de Italia en 1990, los “Three Lions” lograron su último pase a semifinales de una Copa ecuménica. Como condenada por el destino, desde el único y último campeonato jugado en su casa en 1966, la trayectoria inglesa en Eurocopas y Mundiales, no conocía otro destino que penurias. Incluso aquel logro de hace 28 años, fue menospreciado por una triste eliminación por penales, a manos del luego campeón, la Alemania de Beckenbauer.

Getty Images, UK.

Hoy, estos jóvenes jugadores emularon a los Peter Shilton, Stuart Pearce, Mark Wright, Chris Waddle, Paul Gascoigne, Trevor Steven, David Platt, Peter Beardsley y Gary Lineker de aquel lejano 1990 y volvieron a obtener el segundo pase de semifinales en un Mundial en 28 años. Hay que recordar que esta generación de los Jordan Pickford, Jordan Henderson, John Stones, Kieran Trippier, Dele Alli, Raheem Sterling, el gran goleador Harry Kane y el veterano Ashley Young, conducidos por el elegante Gareth Southgate como técnico, se forjó en seleccionados juveniles con copas mundiales Sub 17 y Sub 20 más buenas actuaciones en torneos europeos Sub 21 pero que en mayores, tuvo que hacerse cargo de una pesada herencia, reemplazando a dos generaciones sucesivas de la “vieja guardia” como David Seaman, John Terry, Tony Adams, Rio Ferdinand, Steven Gerrard, Frank Lampard, Paul Ince, David Beckham, Alan Shearer, Michael Owen, Wayne Rooney y tantos otros brillantes que no lo obtuvieron ningún triunfo significativo, soliendo quedar eliminados en instancias definitorias, casi siempre por penales. Como si “la nueva generación”, aún practicando un fútbol más ordenado y apegado a jugar el balón contra el piso pero convirtiendo sus goles a la vieja usanza -pelota parada y cabezazos-, continuara signada por el infortunio, Inglaterra ganó su grupo en la eliminatoria sobre Eslovaquia y el archirrival Escocia aunque penó empatando con ésta en el último minuto en  el Hampden Park de Glasgow, el mismo donde Maradona hiciera su primer gol para la Selección Argentina hace 39 años atrás.

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“MOHAWK”: UNA CANADA MÁS ALEJADA DE ESTADOS UNIDOS

La frontera americano canadiense es la más larga del mundo y lejos de invitar a un conflicto, ha sido siempre el ejemplo de la mayor cercanía entre países del que se tenga memoria. Ambos Estados pusieron los primeros peldaños del NAFTA en momentos de gran amistad entre los ex Presidentes Brian Mulroney y Ronald Reagan, ambos conservadores y en la práctica, desde las guerras entre británicos y franceses en el siglo XVIII, jamás hubo tensión entre dichas naciones. Sin embargo, en las últimas horas, la ya comprobada distancia entre Justin Trudeau, Premier canadiense y Donald Trump, el ya siempre polémico Presidente norteamericano, se ha dejado advertir de manera palpable y permite abrir serios interrogantes acerca de la relación entre ambos Estados a futuro.

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CHURCHILL: EL LIDER HACE LA DIFERENCIA

Mayo de 1940. El Primer Ministro británico Chamberlain, un pacifista e idealista a ultranza, dimite, aquejado de cáncer pero sobre todo, exhausto al no poder frenar el avance veloz, sorpresivo y devastador de las tropas alemanas de Hitler por el norte y centro de Europa. Habiendo caído Bélgica y Holanda, con una Francia casi al borde de su rendición y, con Berlín preparando un inminente ataque al archipiélago, a los británicos, desde el Rey, pasando por la mitad del Partido Conservador, al que pertenecía Chamberlain, les seducía la idea de una vez más, como buenos isleños, jugar mezquinamente y hacer la paz con Alemania, vía la mediación italiana, salvando su pequeño territorio sin importarle el destino del continente a merced de los nazis. El destino quiso que el hombre destinado a evitarlo fuera un tal Winston Leonard Spencer Churchill. Hijo de un político aristócrata -descendiente de los duques de Marlborough-, Churchill, quien había peleado contra los bóers en Sudáfrica y los alemanes en la I Guerra Mundial y había traicionado a liberales y conservadores por igual, fue ungido a regañadientes por su propio Partido, a partir de las dudas del cuarto hijo del Vizconde de Halifax y del propio Rey Jorge VI, que tampoco le perdonaba haber desaprobado la abdicación de su hermano Eduardo VIII para casarse con la plebeya americana Wallis Simpson en 1936.

Nadie confiaba en Churchill. Era un alcohólico empedernido, desayunaba y se iba a dormir con whisky, almorzaba y cenaba con champagne y fumaba tantos habanos que su fiel y suave esposa apenas soportaba financiar sus cuantiosas deudas causadas por los vicios. Todos dudaban de su sano juicio y temían por las consecuencias funestas de sus actos. Con alguna razonabilidad, porque había tomado decisiones insensatas en más de una ocasión cuando tuvo responsabilidades políticas en el pasado, particularmente, como Primer Lord del Almirantazgo, en el desastre de Gallípoli a manos de las fuerzas turcas en 1915. Indómito, irascible, hasta inicialmente maltratador de sus cercanos, sin el don de la templanza, Churchill reconocía la herencia de un padre abandónico (Lord Randolph Churchill) y una madre glamorosa y “demasiado amada”: había sido un niño criado en internados escolares elitistas donde ya se destacaba por ser díscolo e independiente. Pero claro, en una situación así, como la que vivía Inglaterra ante el acoso de Hitler, sólo alguien con tales rasgos de personalidad, ya sea, un loco, un insensato o un audaz, era capaz de tomar el poder y enfrentar al maniático germánico: Churchill reunía los tres “atributos”. Había cumplido con su sueño de toda la vida: ser Primer Ministro. Tal vez, tarde, a una edad no prevista, en el momento más oscuro de la historia de su nación, al borde de la capitulación, aunque no estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión.

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LA DERROTA DE LA “ARMADA INVENCIBLE”

Siglo XVI. 1588. El rey de España, el ultracatólico y contrarreformista Felipe II decide enfrentar a la reina de Inglaterra, la protestante, Elizabeth I (Isabel I). Al mando del Duque de Medina-Sidonia, envía una poderosa escuadra armada naval de 137 barcos y 2.431 cañones, para invadir y conquistar las islas.

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26 AÑOS SIN FREDDIE MERCURY

Prefiero recordar a Mercury por su música, su voz, su liderazgo en Queen y su enorme despliegue físico en un escenario, que por el SIDA, su pareja al momento de morir, su origen africano en la ex colonia británica de Zanzíbar, su infancia en esa paradisíaca isla, donde se mezcla lo indio con lo persa. A diferencia de estos tiempos, donde la prensa amarilla se regodea con esos detalles y termina banalizando a los cantantes, los de mi generación que convivimos con las letras y canciones de Queen, la banda legendaria que lideraba Mercury, privilegiamos seguir atados o influidos por lo artístico, lo cultural pero sobre todo, la impronta y el legado de algunos que demostraron ser imprescindibles. Claramente, no hubo más Queen sin Mercury, no hubo más INXS sin Hutchence ni Police sin Sting. Eso demuestra que si bien, nadie es irremplazable en este planeta, una vez más, hay excepciones a tal regla.

Quedémonos con sus canciones, las personales y las de la banda británica. Yo me quedaré personalmente, con el recuerdo imborrable del primer recital al que fui en mi vida, el 6 de marzo de 1981, en el Estadio Mundialista de Rosario Central, en el barrio de Arroyito en la ciudad de Rosario, donde fui testigo del gran show de Queen en Argentina. Para los no memoriosos, éste se produjo casi un año antes del conflicto militar con los británicos por las Islas Malvinas, en ocasión de desatarse una absurda ola nacionalista cultural que censuraría a Queen y toda otra música británica de las radios argentinas, por varios meses.

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GEORGE BEST, “SIMPLY THE BEST”

Hace 12 años, un 25 de noviembre de 2005, con un transplante renal encima y el marcado deterioro de años que le dejó un alcoholismo crónico al que no pudo gambetear, nos dejaba George Best, un jugador norirlandés de increíble y maravilloso talento.

Contemporáneo del brasileño Pelé, el holandés Cruyff, el portugués Eusebio y el italiano Gianni Rivera, entre otros, pero mucho antes que Maradona, el francés Cantoná, Messi y el lusitano Cristiano Ronaldo, Best se hizo famoso, jugando para el Manchester United de Inglaterra, el mismo gran equipo del inglés Bobby Charlton y el escocés Dennis Law, con quienes compartirían la famosa “Holy Trinity”, “la sagrada trinidad” que ha quedado en la historia del legendario club británico, por sus campeonatos ganados y goles logrados.

Pero sobre todo, más allá de la vida licenciosa de Best, repartida entre mala fama, mujeres y alcohol, terminando sus días de futbolista en los ochenta, en ligas ignotas como la norteamericana (de aquel momento), la sudafricana y la de Hong Kong, sin siquiera ser admitido por el técnico Billy Bingham, para jugar por su selección nacional, el Mundial de España 1982, a sus 36 años, lo cual hubiera sido el digno broche de oro a su gran carrera deportiva, es digno de comentar ese talento de Best.

Gran dribbleador, encarador, una mezcla de la elegancia de Fernando Redondo más la capacidad para llevar la pelota “atada a sus pies” del “Bichi” Borghi, más la rapidez y capacidad goleadora del mismo Maradona, Best se lucía haciendo goles de todo tipo, con jugadas previas donde parecía hacer siempre una de más, pero siempre las terminaba con la pelota adentro del arco. Cuando veo sus videos, me hace recordar al gran Cristian Castillo, ex Atlanta, Colón y Olimpo, un grandioso jugador, que también se perdió una brillante carrera en River y en el exterior, por su vida privada desordenada, pero que jugaba al igual que Best, con su casaca fuera del pantalón, con sus medias bajas, como si desplegara toda su desfachatez en todo el césped de la cancha.

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JUNIO: UN MES SIEMPRE ESPECIAL PARA LOS ARGENTINOS

El sexto mes del año tiene un significado particular para los argentinos. no porque sea el de su independencia, que es en cada julio o el de su tan especial “revolución” que no lo fue, en cada mayo. En cambio, junio es el mes de su Bandera celeste y blanca, la misma del color del cielo, aunque no porque haya sido izada en algún  junio del siglo XIX, si no, en honor a su creador, Manuel Belgrano. Este fue un versátil político, abogado y militar, quien murió un día 20, de este mes, pero del año 1820, en una jornada muy especial, donde llegaron a coexistir tres gobernadores en la región más importante del país, que se acababa de independizar de España pero que ya empezaba a mostrar un desorden crónico.

No obstante, junio también es un mes de Mundiales de fútbol, cada cuatro años, y desde 1974, ininterrumpidamente, casi como si fuera una liturgia más importante que la católica, los argentinos se ubican en las pantallas de sus televisores y ven los partidos de su Selección clasificada a los 11 que han habido en diferentes países del mundo desde aquél año. También cientos de miles, los que pueden, por sus ingresos económicos, suelen viajar a las diferentes sedes de cada Mundial, en cualquiera de los continentes donde se haya jugado. Es que en 4 (cuatro) de esos 11 (once) torneos ecuménicos, Argentina fue protagonista especial: ganó en 2 (1978 en su casa y 1986 en México) y fue subcampeona en otros 2 (1990 en Italia y 2014 en Brasil).

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