TOP GUN II: TRIBUTO A UN MUNDO QUE NO VOLVERA

Hacía tiempo esperábamos la segunda versión de “Top Gun”. Tuvieron que pasar casi 36 años de la primera que marcó un hito en la historia del cine de acción para que, aún retrasada por la pandemia de Covid-19, habiendo sido anunciada algún tiempo previo a ella, pudiera por fin estrenarse hace semanas.

Más allá del contexto político internacional actual, que pareciera ser análogo al de 1986, en plena Guerra Fría en aquél momento, en un nivel máximo de tensiones entre las potencias occidentales, Rusia y China, en éste, sin omitir el uso político de la película, a mí, ésta me transmitió otras sensaciones quizás más humanas, que pasaré a describir.

Abocado a presevar un viejo avión de guerra en su hangar privado y a experimentar de vez en cuando proyectos aeronáticos de la industria privada contratista del Pentágono, con viejos ex camaradas, Pete Mitchell (“Maverick”) regresa al ruedo de la academia de pilotos navales de elite de Miramar (San Diego), pero esta vez como instructor de vuelo. Su rol de antiguo piloto díscolo, transgresor, excesivamente arriesgado pero hipertalentoso y solidario, que le valiera ante el “sistema” , llegar apenas a ser un capitán multipremiado-, deberá ser reemplazado por el de motivador y transmisor de experiencias a un grupo heterogéneo de jovencitos bastante soberbios y poco habituados a actuar bajo presiones extremas. El fuerte contraste entre las generaciones, unas más habituadas a ciertos códigos y sacrificios en aras de metas y desafíos que parecen inalcanzables y otras con mayores oportunidades y tal vez más especuladoras y pragmáticas, es muy bien recogido por el guión de la película.

Ese último parece ser el mensaje que la dirección de la película quisiera transmitir. “Maverick” difunde el valor de asumir riesgos pero no de manera alocada y siempre con la necesidad de preservar el equipo: fue traumático para él, haber perdido a su compañero “Goose” en la primera “Top Gun” y eso lo persigue hasta hoy. Por eso, el valor de la solidaridad es el segundo a considerar aquí. Hay una tercera prioridad: es el piloto -y no la máquina-, el que hace la diferencia sobre todo en tiempos de paridades tecnológicas, con el enemigo -antes, la URSS, hoy no está claro si Irán u otro-.

Lo demás, como la pareja de “Penny”, ciertas ironías o “gags” en determinados momentos de la trama, la exhibición musculosa-deportiva de la playa, el sentido de la amistad con “Iceman”, la música tanto la clásica como la nueva a cargo de Lady Gaga, etc., son los ingredientes emocionales adicionales para completar una película, que asoma como la más taquillera del año.

En el Día del Padre (#FathersDay), asoma como un interesante tópico del film, la relación de “Maverick” con “Rooster”, el hijo de “Goose”. Un vínculo especial que hereda los pesares y cargas del pasado, como ya se dijo, pero que irá reconfigurando a lo largo de la trama, para finalizar de una manera sorprendente.

Como corolario, claramente la película representa la nostalgia por un mundo y estilos conductuales humanos que tal vez estén viviendo sus últimos días. Así como en el reciente film de la saga de James Bond con Daniel Craig (ya retirado), se insinúa que ese tipo de espías están condenados a desaparecer, en el ejemplo de “Top Gun II”, los pilotos atrevidos y valientes son fácilmente reemplazables por programas de aviones no tripulados.

En cualquier caso, como fuera y donde sea, casi 4 décadas de espera son mucho tiempo en las biografías de muchos: en el caso de este “Top Gun II”, valió la pena aguardar este estreno.

Me despido con la mejor canción de la nueva banda sonora del film: “I Ain’t Worried” interpretada por la banda “One Republic”.

DEL LADO NORRIS DE LA VIDA

Una vez más, una carrera de F1 -como la disputada hoy en el autódromo ruso de Sochi-, ofreció de todo. Amenaza de lluvia durante casi toda la programación, aunque sólo lloviera sobre el final, cambiando casi todo, remontadas espectaculares como las del holandés Verstappen (de último a 2do.) y de los finlandeses Bottas (de 17mo. a 5to.) y Raikkonen (de 13ro a 8vo.), el triunfo 100 de Hamilton -superando tras 14 años a Michael Schumacher- y sobre todo -aquí me detengo-, la debacle del joven Lando Norris. En efecto, el inglés, dirigiéndose con su Mc Laren a su primera  victoria, mandó a callar a su dirección técnica de boxes, prefirió seguir con gomas slicks mientras se largaba a llover y a dos vueltas, del final, terminó despistándose para caer finalmente al séptimo lugar.

Más allá de que el equipo fue en parte corresponsable del ahora consumado error, porque antes decidió continuar en pista tras cambiar apenas una vez, por neumáticos duros en el giro 29, a diferencia de Mercedes Benz y el resto de los teams, lo interesante del caso es la actitud de Norris, inédita en deportes de alta competición, pero que ofrece, creo yo, un costado más que humano y honorable de esa vocación tan superprofesional del automovilismo de máximo nivel. Haber desafiado a su box y arriesgado por llegar a la bandera final a cuadros, al no parar para reemplazar sus slicks por gomas de piso mojado, como se le indicaba, nos revela una personalidad de 21 años, capaz de enfrentar la adversidad e intentar superarla. Norris hoy debe atravesar la peor noche de su corta vida, no pudiendo dormir, arrepentido de haber hecho lo que hizo, quedándose prácticamente con las manos vacías, pero debe saber que sobrevendrán otras batallas y con la actitud de hoy, las vencerá.

Gloria y honor al joven Lando Norris, habrás aprendido la lección del Mar Negro y te lloverán los triunfos.

LOCURA EN MONZA

El domingo 11 de setiembre de 1978, estando yo con mis padres en un barrio porteño donde vivía una familia amiga, fui testigo por TV, del mortal accidente que se llevara la vida del veloz piloto sueco Ronnie Peterson, a bordo de un Lotus, acabando con una riquísima historia de la marca británica de Colin Chapman, plagada de triunfos que sólo retornaría años después de la mano de Ayrton Senna y Kimi Raikkonen. Ese drama se vivió sobre la pista italiana de Monza, en el parque del mismo nombre, cerca de la majestuosa Villa Reale, sobre la salida de la recta principal, allí donde yo mismo pisaría el pasado domingo 2 de setiembre casi por casualidad, sin haberlo jamás previsto y hasta posaría al lado de una bandera de los pocos hinchas suecos que quedan, recordando aquel brillante pero desafortunado corredor.

Pero además de tal recordatorio triste, Monza, cuyo Grand Prix siempre se corre a inicios de cada setiembre, es sinónimo de otras circunstancias más excitantes. Por ejemplo, allí los autos remontan casi vuelo, a una velocidad promedio superior a los 300 km/h. Se trata además de la carrera más emocionante de la F1, dado que año tras años, cuando termina, cientos de miles de aficionados de todo el mundo, se lanzan junto a los tifosi italianos, mayoritariamente ferraristas, a su recta, para festejar el podio de los tres triunfadores. Por eso, cuando este año, me hice presente allí, sin pagar un euro, rodeado de otro medio millón de fanáticos, a los que vimos abuchear a Lewis Hamilton, el ganador más odiado de la historia y ovacionar a mi ídolo, Kimi Raikkonen, por su entrega y sacrificio para Ferrari y su compañero Vettel, siendo ésta su última carrera con el equipo del Cavallino Rampante, en tierras italianas, para terminar su carrera en el suizo Sauber, el mismo team que lo vio debutar hace 17 años.

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