TREINTA AÑOS DESPUES

Se acaban de cumplir 30 años de la caída del Imperio Soviético aunque también ayer, por ejemplo, se cumplió un nuevo aniversario de su nacimiento: el 30 de diciembre del año 1922, se creó la URSS.

Cabe recordar que, al nacer, la URSS sóla, poseía cuatro repúblicas socialistas soviéticas, formadas directamente tras la Revolución de Octubre. Siguió expandiéndose hasta tener 15 repúblicas en 1940, ocupando una superficie de 22.402.200 kilómetros cuadrados. Contaría con más de 150 etnias y una población total de 293 millones de habitantes hasta 1991, siendo superada únicamente por China e India.

La URSS dejó de existir en 1991, cuando Rusia, Bielorrusia y Ucrania declararon su disolución y fue reemplazada por la Coalición de Estados Independientes (CEI), de efímero protagonismo.

Esa caida merece una serie de reflexiones, que podemos clasificar en términos psicosociales de “tragedia”, filosóficos de “reflexión identitaria” y finalmente proyectivos, de “balance y perspectivas”.

La caída como tragedia

En efecto, para la población rusa, la caída de la URSS primeramente, fue un “shock”, dado su carácter imprevisto y tumultuoso, rompiendo abruptamente con una socialización que permeó a generaciones enteras. Quien haya visto la película alemana “Goodbye Lenin” podrá imaginar la magnitud de ese golpe letal en la cabeza de millones de rusos.

Segundo, transmitió una evidente sensación de “fracaso”, dado que se percibió como nunca antes, la colosal magnitud de un esfuerzo colectivo, ya sin destino alguno. El regreso masivo de un humillado Ejército Rojo, aunque sin perder batalla alguna y la orfandad rusa entre las ex repúblicas que una tras otra se irían desbandando de la vieja unión, fueron los indicadores más evidentes de tal frustración.

En tercer lugar, un sentimiento de “traición”. Precisamente, el colapso soviético fue visto en diferentes planos, por ejemplo, “hacia afuera”, como el corolario de promesas incumplidas por parte de “Occidente” a Gorbachov (por la expansión de la OTAN hacia el este europeo); “hacia adentro”, por el oportunismo de Yeltsin a expensas de “Gorby”. El fin detonó todo tipo de deslealtades aunque hoy, a nivel de la opinión pública rusa, se crea que el héroe occidental de la culminación de la Guerra Fría, es el máximo traidor: el propio ex Secretario General del PCUS, el reformista Mikhail Gorbachov.

En cuarto término, más bien performativo, la caída fue una transición costosa y sin perspectiva alguna de éxito. Sólo los rusos saben la cantidad de capital humano que perdieron luego de 1991, es decir, una enorme migración masiva de gente, que se suma a las otras existentes durante el “socialismo real”, cuando no, las matanzas y la II Guerra. Agreguemos a ello, la enorme brecha de desigualdad social que se heredó de la era soviética y ahora agudizó.

El debate inconcluso

Pero claro, mientras predominaban la anarquía, el saqueo y la amenaza de separatismo de la era Yeltsin -“amigo” de EEUU-, con la expansión de la UE y OTAN hacia el este, los rusos quisieron recuperar el tiempo perdido, al menos desde el plano existencial. Hubo una enorme discusión identitaria acerca de “qué es Rusia”, algo que había sido interrumpido tras la Revolución Bolchevique. En un vasto país, donde la trayectoria histórica y la especificidad signada por la naturaleza y la tierra -la más extensa del mundo- marcan a fuego lo que es el carácter (o alma) de tal pueblo, el antagonismo entre eslavófilos versus occidentalistas volvía a emerger con fuerza inusitada. Se trataba de analizar y descifrar cómo encarar la globalización y por lo tanto, aparecían tres formas de mirar esa inserción: a) occidentalista (atlanticista-liberal); b) civilizacionista (eurasianista) y 3) nacionalista moderada (luego, putinista). Tras un breve “romance” con la primera (1992-1996), la elite rusa viraría, decepcionada con “Occidente”, hacia las opciones b) y sobre todo, c).

Plena expansión occidental (1992-2000)

Los noventa no podían ser peores para Rusia. Casi todos los Estados de Europa Oriental usaron como “chivo expiatorio” a la URSS para superar sus crisis identitarias, convirtiendo a Rusia, en una suerte de “paria” culposa por aquella herencia. Todos urgieron la necesidad de ingresar a la UE y a la OTAN, como si fueran la solución mágica a todos sus problemas históricos. En la propia Ucrania, en el referéndum crimeano, se votó mayoritariamente por mantenerse bajo jurisdicción de Kiev. En la larga crisis (europea) de los Balcanes, EEUU y la OTAN decidieron unilateralmente el destino de la región, a expensas de una Rusia destratada y hasta humillada. Como si todo ello fuera poco, la crisis financiera de 1998, les sirvió a los rusos para comprender que “Occidente nos presta para someternos pero no invierte lo prometido”. Mientras tanto, Rusia vivió cerca del infierno separatista (por Chechenia), una democracia presidida por un Presidente alcohólico y mafias que dirimían sus pleitos, en plena “democracia liberal” a plena luz del día, regando de sangre, las calles de Moscú y San Petersburgo.

La recuperación (2000 en adelante)

Al inicio del nuevo milenio, nadie podía imaginar que Rusia viviría otra etapa diametralmente diferente, tras la sensación de caos del período Yeltsin. Un cúmulo de factores contingenciales ayudó a que esto ocurriera. Los hubo institucionales como el mérito de la supervivencia de la ex KGB (FSB) -al menos, un poder organizado emergió para reencarrilar al país, sin entrar en valoraciones morales- y el peso de la Iglesia Cristiano-Ortodoxa, que pudo compensar o reequilibrar la forma y estilo de capitalismo que imperó en la Rusia postsoviética.

Lo hubo también político-personales. Nada de lo que pasó post 2000, puede explicarse sin la afortunada elección del “delfín” de Yeltsin:  Vladimir Putin. Su concepción de orden, luego legitimada a nivel externo, a partir del 11S de 2001, con “la guerra contra el terrorismo”, le daría un plus agregado a su popularidad doméstica. Pero económicamente, el “boom” de las “commodities” explicaría en gran medida, la reconstrucción rusa postsoviética.

Balance y perspectivas

Observándolo desde la culminación de 2021 e inicios de 2022, el fin de la URSS fue pacífico. Hubo improvisación pero el destino ruso quedó a salvo. No siguió la trayectoria de disgregación yugoslava.

Tampoco hubo réplicas ni mayor agresividad. Los episodios de Georgia (2008) y Ucrania (2014 en adelante), fueron la excepción, no la regla. La política exterior rusa fue casi siempre reactiva, a la defensiva,  no imperialista ni agresiva. Rusia toleró la expansión de la OTAN sin disparar un sólo tiro.

La convivencia con Europa está garantizada. Se trata de un mix especial de tensiones, negocios y turismo, pero esa misma interdependencia es el mayor reaseguro para que no vuelvan las guerras, a menos que haya un error de Kiev o Tbilisi.

Rusia no se permitió recorrer el camino de Alemania (desarrollo), pero tampoco el de China. La paz social fue privilegiada a rajatabla. Su propio camino apenas la puede depositar en el destino portugués. Pero Rusia es inmensa y no puede tampoco llegar allí. Buscará el desarrollo aplicando la Doctrina Sinatra: “a su manera” y, a pesar de Greenpeace, explotando el Artico, sobre todo, si continúa la tendencia al cambio climático.

Hay un mix social y moral que conforma a los rusos: no se trata de invocar ni exaltar la decadencia europea ni el carácter retrógrado de cierto Islam. La prioridad es la sacrosanta especificidad rusa.

En el horizonte social ruso, hay tres claros peligros: el anquilosamiento o la esclerosis bajo el putinismo al estilo de lo que fuera el estalinismo, sobre todo, si es que Putin se erige en el “Zar electo” hasta 2036; hay una gran incertidumbre respecto al futuro y el rol de la juventud rusa, que por un lado, estalla por libertades en las calles pero también admira los valores de la milicia y el machismo patriarcal y, finalmente, existe el gran desafío de grandes reformas estructurales postergadas por impotencia.

EL CHUPETE DE LOS ARGENTINOS

El chupete cumple una función para los recién nacidos: la de succión. Sólo ellos saben cómo los calma, cómo los relaja, cómo les genera cierta dosis de placer. Pero es un mero paliativo, incluso para padres ansiosos o presionados ante el nuevo hijo. Ese calmante transitorio no es solución de los problemas de gases, cólicos o dentadura, que sí intranquilizan al niño. En todo caso, forma parte de los nuevos problemas que arrastra la vida en su fase inicial. El chupete en exceso, puede ocasionar problemas de dentadura a futuro, pero lo más grave, puede agradar su dependencia y hasta generar retraso en el habla, cuando no, otras dificultades.

Incapaces de lidiar con sus problemas estructurales, así como las personas, inmaduras o no, las sociedades también pueden emplear paliativos para sus dramas existenciales, a modo de “chupetes”. Argentina parece no estar exenta de obrar o imitar semejantes conductas.

Nadie parece ya recordar el triunfo de la oposición parlamentaria del setiembre y noviembre pasados. Se han licuado sus efectos por virtudes ajenas (mediáticas, del oficialismo kirchnerista) pero sobre todo por errores propios. Primero, lejos de las promesas de campaña, ayudaron a reelegir como Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, a Sergio Massa. Luego, votaron nuevos impuestos, perdiendo votaciones por ausencia de diputados propios y finalmente, aprobaron reelecciones de intendentes bonaerenses y hasta la legalización de juegos online en Provincias. Es decir, se comportaron como integrantes de una verdadera “casta política”. Sí, idénticamente al relato del flamante diputado nacional Javier Milei.

la genial caricatura de mi amigo, el sociólogo Dr. Matías Giletta

Pero claro, éste, ya que le gustan tanto las citas bíblicas, tampoco puede “arrojar la primera piedra”. A poco de andar en el ruedo legislativo, desbarrancó. Se vacunó fallándole a los muchos “antivacunas” seducidos por su discurso. Cobró su dieta en lugar de donarla, tal cual lo también prometido. Nombró como secretaria del minibloque parlamentario, a una joven sin antecedentes, más que mostrar su cuerpo en Instagram. Se ausentó en la primera reunión de Comisión de Presupuesto, aduciendo no haber sido invitado mientras realizaba un acto político -disfrazado de “clase de Economía”- en Rosario. Mientras muchos en el interior esperaban una institucionalización seria de su armado partidario nacional, sorprendió ungiendo “gatos”  al frente de esos actos en las Provincias, por encima de dirigentes que habían estado esperándolo ilusionados con su llegada novedosa a la política.

Como si todo ello fuera poco, para completar esta secuencia de errores no forzados, de un advenedizo de la política que se precia de ser presidenciable, mal asesorado por su entorno de oportunistas, “amigas de la cama” e influencers, cuya lealtad está por verse, rompió lazos con José Luis Espert, el otro gran dirigente liberal que lo invitó hace un año y pico a ingresar a la arena política.

Todo lo que el economista apadrinado por el legendario empresario Eurnekian ha denostado en los demás, lo está promoviendo en su propio círculo de amigos y acciones.

Lo expresado me lleva a concluir que Milei puede estar convirtiéndose en un nuevo “chupete” colectivo de los argentinos. Sin relativizar el peso de las ideas liberal-libertarias, cuando uno piensa en ese cúmulo de decisiones mal ejecutadas, de manera improvisada y sin lógica alguna, que aún él hoy puede defender, porque no estamos habituados a ver combatir a esa “casta”, queda claro que es difícil que Milei asome como algo demasiado novedoso en un país tan conservador. Lo más probable es que sea una muestra más de un producto con contenido viejo en un frasco inédito. Cabe preguntarse por ejemplo, dónde estaba Milei en las últimas dos décadas. No es un joven de 20 o 30 años, tiene 51 ya. Qué le impidió actuar antes en política?

Miremos por ejemplo, sus seguidores. Ellos, jóvenes, provenientes de familias deshechas o ensambladas, con padres ausentes o madres omnipresentes, lo apoyan porque se identifican con él, quien también sufriera violencia doméstica, como ellos. No es que han logrado escapar a un supuesto “adoctrinamiento” educativo o tienen acceso a las NTICs y por eso saben quién es Mises o Hayek, sin leer siquiera un libro físico de ellos, como suele repetir el propio Milei. La causa de tal apoyo es más profunda y por ende, más compleja. Milei es para ellos, un guía espiritual, hasta una proyección, de sus propias penurias personales. Pobremente educados en todo caso, incluso en reglas mínimas de urbanidad, en nada se parece esta juventud a la liberal de los ochenta, proveniente de familias consolidadas y de aceptable nivel económico y educativo. Son chicos de bajísima autoestima, para quienes los gritos de Milei, son sus propios gritos de “libertad” contra sus padres que no tuvieron, contra su entorno conurbanizado, rodeados de drogas, fracaso, destrucción, muerte. Para ellos, la palabra “libertad” es un atajo, para salir de ese horrible mundo, no una elección racional.

Milei no deja de ser un consolador, un calmante. Es sorprendente pero su propio grito sacía la sed de bronca de los enardecidos, como él mismo contra su pasado infantil. Hace las veces de un “chupete societal”. Dependerá de él y nada más que él, transformarse en alguien que ayude a reconstruir la Argentina, bajo otros parámetros de mayor sustancia.

Claro, tal vez, le estemos pidiendo demasiado en función del drama que él mismo vivió y del cual no parece querer salir, con ayuda profesional, sino con misticismo, mala contención familiar y entorno donde sobran “los amigos del campeón”. Tal vez, vamos camino, a pesar de que llene plazas en todo el país, durante el 2022, a ver otra decepción, como lo fueron Alfonsín, De La Rúa y Macri. A veces, es mejor criarse sin chupete y dejar que gobiernen los sátrapas que nos gobiernan antes que persistir en las decepciones. La terapia puede ser peor que la enfermedad: la frustración puede conducir a la violencia.

Mientras tanto, sigamos como sociedad jugando como bebés que ya no lo somos. O como “corderos”, como le gusta repetir a Milei, supuesto gran León. Algún día -o no-, como enseñaban los estoicos, asumiremos que la escalera se termina escalón por escalón, con la virtud de la paciencia, incluso golpeándonos, sin siquiera paliativos que nos distraigan del objetivo.

EL ABRAZO DEL OSO

La frase del título de esta nota tiene una connotación especial. Trae a colación una referencia innegable, típica de la Guerra Fría, cuando se decía en tiempos de la “détente” o distensión entre americanos y soviéticos que el “Oso” (nominando así a la vieja URSS), aprovechando esa “ventana de oportunidad”, podría en cualquier momento seducir, envolver y hasta asfixiar a Europa Occidental, influida por los “cantos de sirena” pacifistas antinucleares. El objetivo era dividir el frente occidental, rompiendo la alianza de postguerra con Estados Unidos. La URSS así lograría ganar la Guerra Fría, sin disparar un sólo tiro. Sus propios errores de cálculo más tarde, como la invasión a Afganistán en 1979, contribuyeron a su posterior caída, varios años después.

Claro, nadie vio en ese momento el intento -frustrado- del Oso.

Apelo a la metáfora comunista/anticomunista porque viene como “anillo al dedo” para mi análisis político de hoy. Anoche, habiendo llegado tarde al acto de Javier Milei en Rosario, claramente desganado, desentusiasmado, porque veía la peligrosa tendencia de un nuevo “abrazo del Oso” -esta vez vernáculo- que finalmente corroboré, desde hacía semanas, mis temores se hicieron realidad. Preadvertidos por uno u otro canal -hoy, en el reinado de las NTICs y las redes, eso es posible-, de que había gente -propia y externa- insatisfecha con el armado desde arriba y desde CABA, de ese acto, cuya identidad (acto político, evento social o clase), nunca quedó claro, la seguridad de Milei, conformada por los “Osos Gordos” del inefable Carlos Maslatón, el “Rasputín postmoderno” del nuevo diputado, se encargaron de diluir cualquier intento de sabotaje del acto.

Claro, quedó también en evidencia el formato especial de la obra y obviamente, los intérpretes de la misma. Una pléyade de actores de poca monta, los llamados influencers o you tubers; el despotricador serial “anticasta política” Maslatón y su esposa, que vive de la casta, como empleada del alcalde porteño Rodríguez Larreta y como si esto fuera poco, la hermana del propio Milei, llamada por el mismo, “El Jefe”, lo cual revela que hasta el más genuino liberal, reconoce algún grado de autoridad y dependencia de alguien cercano? Mas un discurso largo, tedioso, que sólo levantaba aplausos con los gritos característicos de Milei. En el interín, “los otros liberales” Espert, Píparo y López Murphy, luchaban durante 9 horas, cuan gladiadores, contra las insólitas argumentaciones del Ministro de Economía Martín Guzmán.

Ahora bien, semejante despliegue populista, reivindicando explícitamente la presencia en las calles, versus la discusión presupuestaria en el Congreso, el ámbito institucional para el cual fue elegido Milei y para lo cual sí está preparado debidamente, denota parte del plan siniestro de Maslatón, un sórdido personaje de la política, de origen judío-sionista, simpatizante del peronismo, armador de una organización estudiantil liberal pero sobre todo, originariamente anticomunista y ex concejal de CABA por la Ucede oficialista (la alsogaraísta), la misma que se entregara como “prostituta” al menemismo en los ochenta. Esta vez, tras un largo receso de más de 2 décadas, donde amasara una enorme fortuna con las criptomonedas o bitcoins, parece estar intentando lo mismo que aquella vez: habiendo votado al kirchnerismo en 2019, para que no gane Juntos por el Cambio, por su supuesto carácter socialdemócrata, Maslatón le hace creer a propios y extraños, que esa jugada le permitió a Milei crecer exponencialmente por encima de todo y todos, siendo “la real oposición a la casta”, reproduciendo el modelo de organización política movimientista que creara el General Perón en contra del esquema típicamente europeo institucionalista de “comités de notables”.

Ese modelo supone, como me dijera explícitamente el legislador porteño lavagnista -hoy mileirista- Ramiro Marra, que mientras “todos tributemos a Milei” -erigido en un gran Zar -endeble emocionalmente por cierto-, puede haber multiplicidad de grupos “armando” en el interior del país, eligiendo fundamentalmente figuras mediáticas y hasta verdaderos/as “paracaidistas”, siempre y cuando agraden al Gran Jefe -o a su Jefa-.

Lo visto y lo afirmado, reproducen una vez más, una Argentina que se niega a morir. Bajo el formato de novedad, con la excusa perfecta de que la política nacional es el barro en estado puro, emergen líderes que dicen representar lo original, lo impoluto, lo diferente, incluso encarnando ideas, como las liberales -o libertarias aunque en clave demasiado “paleo”, conservadora o derechista-. El problema es que ellos mismos a medida que se van desprendiendo de viejos socios (como Espert o Rosales, supuestos “traidores” hoy a los ojos de este Milei versión rockstar 2.0), empiezan a rodearse y dejarse influir por nuevos oportunistas mediocres y adulones, que no trepidan en sumar sus “aportes” aprovechando su popularidad en likes o vistas de Twitter o Instagram.

Maslatón como un titiritero, logra como un sesentón fracasado, embaucar a millones de jóvenes embrutecidos o analfabetizados pero fanatizados conocedores de las redes y los bitcoins, pero sobre todo, al “León de la jauría”, aprovechándose de su debilidad emocional -por viejos traumas infantiles- de éste. Resulta llamativo -aunque no tanto-, que para desequilibrar a esta sociedad anestesiada, los argentinos hayan tenido que recurrir a un verdaderamente desequilibrado como Milei. 

Un Milei que psicológicamente, está lejos hoy del que era hace meses, por ejemplo en marzo pasado. Afable, simpático, siempre prestándose a una selfie, el de hoy luce malhumorado, exigido, nervioso, tal como se lo vio en el debate de candidatos en octubre.

Si esta historia termina bien o mal para el país, dependerá de nosotros. De los que aún creemos que el Congreso es una institución en la que pueden y no deben calentarse las sillas; de quienes concebimos que hay formas no populistas de no renovar la política; de los que pensamos que entre la mirada corta o miope que tienen algunos porteños digitando referentes y la nada misma, hay alternativas locales, federales, de reclutamiento o emergencia de nuevos liderazgos más democráticos.

Será, si triunfamos, la única posibilidad de resistir o ahuyentar al Oso. De lo contrario, aumentará el desaliento, insistirá en destruirnos y con ello, a la propia nación. Pero lo peor es que llevará al propio suicidio político a Javier Milei.

SOBRE LA CUMBRE VIRTUAL BIDEN-PUTIN

Esta es la entrevista que me hiciera la periodista Ana María Serrano, para la TV colombiana (Cablenoticias), en la noche del miércoles 8 de diciembre. Tema central: el encuentro virtual entre los Presidentes de Estados Unidos y Rusia, Joe Biden y Vladimir Putin, respectivamente, por las tensiones entre la OTAN y rusos a propósito de Ucrania.

LA UNION EUROPEA ACORRALADA POR EL ISLAM: EL CASO AUSTRIACO

El mundo occidental-cristiano y el islámico siempre estuvieron en estrecho contacto, quizás más que respecto a otras civilizaciones religiosas. La “guerra contra el terrorismo”, en especial la que detonara a partir del 11S en 2001, hizo que tales contactos sean percibidos como inevitable tensión o conflicto aunque no siempre en la historia, fue así. También aquel hecho pareció significar para muchos, “el regreso de la religión” como  fuerza irracional al ámbito de las RRII, pero tampoco ello tiene asidero: la religión siempre estuvo presente en la política internacional pero el relato histórico sólo visibilizó a los Estados modernos y cristianos secularizados, excluyendo adrede a actores estatales o imperiales no cristianos, como el Imperio Turco-Otomano, creado en 1299.

Tanto la “guerra contra el terrorismo” generando expectativas de conflicto inexorable como el supuesto “regreso de la religión” que plantea un choque inevitable entre la racionalidad occidental y la “barbarie” oriental, crean un marco discursivo propicio para una relación exclusiva amigo-enemigo, en clave agonística.

Esas distancias no son novedosas. Viena fue atacada y asediada por los turcos en tres oportunidades sucesivas en los siglos XVI y XVII. El primer sitio ocurrió en setiembre-octubre de 1529, cuando un ejército de 17.000 a 24.000 soldados y oficiales cristianos, enfrentó el brutal ataque de 120.000 turcos enviados al efecto, por el Gran Solimán el Magnífico.

Los primeros, mayoritariamente españoles y alemanes, comandados por el Conde belga Nicolás de Salm, cuyo corazón está enterrado en la Iglesia Votiva de la actual capital austríaca, en reconocimiento por su labor abnegada y valiente al frente de las tropas antiislamistas.

En 1532, se produjo el segundo ataque turco, que ya involucró mayor cantidad de tropas musulmanas pero también implicó el propio involucramiento personal-militar del joven Emperador Carlos V – I de Habsburgo o Austria-.

La tercera participación turca ocurrió en 1683, con la batalla de Kahlenberg, decisiva y definida en favor una vez más, de los cristianos. Esta vez, éstos conformaban una fuerza de 84.000 soldados y  oficiales versus 170.000 turcos.

En la actual Viena, no obstante que ya no existe ningún amurallamiento que recuerde aquellas batallas, sobreviven apenas vestigios particularmente en lo que hace a los restos físicos de dichos héroes pero sobre todo, cierto capital simbólico de tal divisoria.

En ese sentido, desde el ámbito teórico, Samuel P. Huntington a inicios de los noventa, ha explicado cómo por Viena, cruza exactamente una suerte de línea de fractura civilizatoria, que divide ambos mundos, el cristiano, hacia el oeste y el musulmán, hacia el este.

Esa línea de fractura no obra en la actualidad, como bisagra conflictiva. De hecho, en el siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial y el derrumbe del Imperio Turco-Otomano, que había coexistido pacíficamente con su similar, el Austro-Húngaro hasta aquel hecho sangriento, en los años sesenta, fue importante la emigración turca,fomentada adrede por los Estados alemán occidental y austríaco, respectivamente, para reequilibrar el drenaje masculino, ocasionado por la II Guerra Mundial.

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CHILE: DEL CENTRO AL EXTREMO

Estuve en Buín, comuna de la Región Metropolitana de Santiago, una noche, en julio de 1995. Uno de mis compañeros del Diplomado en Gestión de RRHH para la Calidad Total en la Universidad Diego Portales, estaba retirándose del Ejército chileno y por ello, se dedicaba a estudiar una carrera que lo proyectara hacia el mundo civil. Sin embargo, a modo de especial gentileza, nos invitó a cenar un “asado chileno” en el Regimiento donde él estaba asentado. A algunos de nuestros compañeros comensales, seguro se les atragantó el bocado, cuando señaló que el General Pinochet solía visitar a menudo tal guarnición y se sentaba en la misma mesa que nosotros.

Así como Bolsonaro en Brasil, hace ya un cuarto de siglo, en Buín, comenzó la carrera política, José Antonio Kast, como concejal de la comuna, en 1996, un año después de mi visita. El ayer ganador de la primera ronda de las elecciones presidenciales chilenas, tiene mucho en común con Buín y Pinochet.

Pero además, pocos saben -o recuerdan- que el economista Miguel Kast, fue el verdadero “cerebro” de “El Ladrillo”, el programa económico que los economistas liberales, sobre todo, monetaristas, le entregaron en mano al gobierno militar del General Pinochet. Ese programa, a diferencia de otras experiencias latinoamericanas, se aplicó eficazmente, aún con vaivenes: tuvo un auge entre 1975 y 1980, presentó dificultades serias entre 1981 y 1986 y luego, terminó consolidándose con éxito, de la mano de reajustes implementados por Hernán Büchi Buc, recomendado por el propio Kast, antes de su muerte, producida por un fulminante cáncer óseo, en 1983.

Kast era un devoto católico, incluso había participado de la Democracia Cristiana antes de la radicalización progresiva de ésta en los años sesenta. Hijo de un ex oficial alemán que combatió a las órdenes del Führer, quien se encargaría de describirle la espantosa vida de los alemanes orientales bajo el socialismo real, el joven Miguel era un fervoroso anticomunista, lo cual lo condujo a apoyar el golpe militar de Pinochet contra el gobierno de la Unidad Popular (UP) de Salvador Allende, el 11 de setiembre de 1973. El abogado y luego senador Jaime Guzmán Errázuriz, el ideólogo del llamado “gremialismo”, un movimiento corporativista en lo político pero liberal en lo económico y fundador del partido pinochetista, la Unión Demócrata Independiente (UDI), era el gran inspirador de Miguel Kast.

La misma socialización tuvo el hermano menor de Miguel, José Antonio Kast, hoy con 55 años de edad. Abogado, militante de la UDI, luego de su concejalía en Buín, fue electo diputado varias veces por su partido hasta renunciar en 2016 y presentarse como candidato presidencial “outsider” en 2017 y ahora por el flamante Partido Republicano (PR).

El éxito comicial de Kast tiene una explicación clara: un rol clave en tiempo y lugar. El vino a resguardar el modelo por el que luchara su hermano mayor, quien no pudo gozar sus fulgurantes resultados económicos, educativos y sociales.

El mismo fue consensuado por las principales fuerzas políticas chilenas, incluyendo el socialismo. Ese gran pacto duradero -y centrista- mantuvo a grandes rasgos aquellas líneas principales, haciendo de Chile un país genuinamente transformado en capitalista y moderno.

Sin embargo, las rebeliones estudiantiles de 2006 y 2011, de las que formó parte un joven Gabriel Boric, su contendiente de ayer, una especie de contracara simbólica e ideológica de José Antonio, más el alejamiento progresivo de las bases del modelo, sobre todo, en el segundo mandato presidencial de la socialista Michelle Bachelet (2014-2018), tendencia que no pudo quebrar el líder de la centroderechista Renovación Nacional (RN), el actual Presidente y ex empresario Sebastián Piñera, arrastraron al país a un desaliento generalizado, que verían su eclosión con la violencia callejera de noviembre-diciembre de 2019.

La pandemia de Covid-19 que azotara Chile en 2020, mal gestionada por Piñera, haría el resto. Se inauguró un proceso constituyente bastante convulsivo, destinado a reemplazar la vieja Constitución pinochetista de 1980, con lo cual Chile quedó al borde del abismo por primera vez en décadas: 50.000 millones de dólares se fugaron del país en el último bienio, algo inédito en una nación que había hecho culto de la estabilidad y las transiciones suaves.

Pero todo ciclo tiene su corsi e ricorsi. José Antonio se ha convertido en una suerte de guardián pretoriano de aquello que se hermano había ayudado a construir. Ni RN ni la UDI habían podido enfrentar ya con vigor, las amenazas de cambio total que auguraba y propugnaba la izquierda no sistémica. Cuando las instituciones tan movidas al centro, que ya parecían defender sólo el statu quo, no son capaces de reequilibrar los cambios sociales con inteligencia, debe aparecer un desequilibrante externo. Ese fue el rol que le cupo a José Antonio Kast por derecha y es también el rol que tuvo Boric por izquierda.

Claro, ahora es necesario, para no repetir historias trágicas, que estos extremos vuelvan a movilizarse hacia el centro. Si pretende ganar en el ballotage del 19 de diciembre próximo, Kast deberá acordar con las fuerzas políticas, entre otras, con las que él mismo entró en cortocircuito. Entre otros, tendrá que negociar con su sobrino, el hijo de Miguel, Felipe Kast, senador, economista y líder del partido Evópoli (de tendencia liberal), que sistemáticamente se negó a permitir que triunfe un proyecto de extrema derecha en Chile.

Pero al recuperar el sendero de la moderación aplicando una lógica consensualista, sólo así, Chile podrá seguir teniendo la esperanza de un futuro venturoso, como la trayectoria que venía teniendo cuando empezó el nuevo milenio.

PODER AL SENTIDO COMUN

Muchos especulábamos que el domingo 14 de noviembre se empezaba a terminar la famosa “grieta” entre kirchneristas y antikirchneristas en las elecciones parlamentarias de Argentina. Sencillamente, ello no ocurrió porque el oficialismo logró disimular su estrepitosa derrota general –perdió la hegemonía en el Senado que mantenía desde 1983 y, 13 de 24 provincias, incluyendo las 5 más grandes-, con su relativo emparejamiento- en relación a la PASO de setiembre- en la Provincia de Buenos Aires y su consolidación en el norte del país. Tampoco el triunfo opositor, no obstante ser de casi 8 puntos a favor- fue lo suficientemente holgado en especial, para Horacio Rodríguez Larreta, el alcalde porteño, quien de manera obsesiva, quiere ser Presidente a base de la prolongación de la grieta. En su propio terruño y la Provincia bonaerense, tuvo sus propios obstáculos, en las apariciones fulgurantes de sendos economistas, el libertario Javier Milei y el liberal José Luis Espert, respectivamente.

Desde hacía décadas, el liberalismo no contaba con diputados electos y menos, por los distritos más significativos. A diferencia de otrora, sus campañas fueron personalizadas, con mucha exposición física, en las calles, dando clases públicas, visitando plazas, negocios, fábricas, con una fuerte difusión en redes, a cargo de voluntarios. Desde el alfonsinismo y el propio kirchnerismo, nunca se había visto tanta juventud en torno a líderes políticos. Los jóvenes argentinos, incluso adolescentes, se dejaron seducir por la verborragia y el despliegue incansable de Espert que recorrió una provincia que tiene el tamaño de Alemania pero sobre todo, se identificaron con la rabia contenida que explotó en griterío e insultos, de Milei. Enfrentando el primero, al “sistema” -la trilogía de políticos mediocres y saqueadores, empresarios prebendarios y mafias sindicales- y el segundo, a la “casta” -los políticos que viven del Estado-, ambos candidatos hallaron al responsable perfecto para explicar de modo sencillo, a una sociedad empobrecida y subeducada, las razones de una debacle nacional que ya lleva más de un siglo.

 

Cualquier ideologización del discurso de Espert y Milei suena a esfuerzo banal y reduccionista. Es mucho más complejo de lo que a priori, parece.  Al primero lo apoyan sectores más bien centristas y republicanos, incluso partidos históricos como la Unión de Centro Democrático (Ucede), el Partido Demócrata (PD), el Partido Autonomista Nacional (PAN), pero también nuevos como Republicanos Unidos (RU) y afines. Al segundo en cambio, lo sostienen los libertarios, que rechazan al primero: anarcocapitalistas, minarquistas y objetivistas randianos. Pero también nacionalistas y conservadores, como Victoria Villarruel (diputada electa), Carlos Maslatón y hasta you tubers mediáticos, como “Dannan”, “El Presto”, “Deperoncho” y la cosplay “Lilia Lemoine”, entre otros.

 

El peronismo no está ausente en ambas coaliciones. Raúl Aragón es el sociólogo embanderado en ese movimiento, que siente un profundo rechazo al kirchnerismo, contratado por el operador de Espert, el periodista y ex diputado mendocino Luis Rosales, ex socio del consultor Dick Morris. El recomendó al economista oriundo de Pergamino, ir cooptando a los punteros peronistas del conurbano, abandonados a su suerte por Sergio Massa y el avance de Máximo Kirchner. Del lado de Milei, Ramiro Marra, hoy legislador electo por CABA, militaba junto al ya legislador de Consenso Federal, Eugenio Casielles, en el lavagnismo.

No es fácil por lo tanto, hablar de una “derecha”o de un “bolsonarismo” a la argentina. Mientras Espert está dispuesto a discutir en un referéndum temas como el aborto, Milei se aleja de posiciones liberales, en torno al tema, declarándose “provida” y también discrepan en torno a la gestión de la dieta parlamentaria, el rol del Banco Central y el castigo a los delincuentes y el rol de las fuerzas de seguridad. Milei admira a Trump y lo tiene entre sus gif preferidos en sus chats mientras Espert se declara antipopulista en todas sus formas, tiempos y exponentes. Si esta alianza sobrevive a lo largo del tiempo, lo veremos en los próximos meses.

Es que el mensaje de ambos no parece ser intelectual, ni depende del ya trillado negocio de las fundaciones liberales, ni de las clases medias, algo refractarias al mismo: se sustenta en la actitud y aptitud de entrar al “barro de la política”: involucrarse, comprometerse y llegar a alcanzar los votos de “la otra orilla”, como solía repetir Perón, parafraseado por el gran Mariano Grondona. Cuando los liberales abandonaron la política y la retomaron sólo parcialmente, en los ochenta, gracias a Alsogaray, el país quedó abandonado a su suerte. Como se siente hoy el habitante de Berazategui, Quilmes, Lanús, Lomas de Zamora, Avellaneda, etc. o el vecino de Pompeya, Lugano, Villa Soldati, la Villa 31 y es allí donde por primera vez, un liberal fue a buscar y logró votos. A ellos se llega, no recitando a Hayek o Nozick sino simplemente, siendo sensible a su estado de deterioro, comprendiéndolos, aumentándoles la autoestima, fortaleciéndolos moralmente, para que sean capaces de rechazar toda manipulación clientelar y hasta psicológica, que los haga descreer de que ellos pueden lograr sólo con su esfuerzo.

Con tal apelación al sentido común, el éxito liberal está a la vista: más de un millón de votos, tercera fuerza en dos de los distritos más grandes, cuatro diputados nacionales asegurados -uno más en discusión-, cinco legisladores porteños, tres legisladores provinciales, decenas de concejales bonaerenses, etc. Ahora llega la hora de las previsiones político-estratégicas con vistas a 2023 y aspirar a terciar en la grieta, ante un eventual ballotage: para ello deberán  pensar en la posibilidad de un bloque legislativo propio y unido o, un interbloque, la conformación de un único partido nacional  o, una confederación de partidos y, finalmente, lo más importante, candidaturas votables, populares, con convicciones pero sobre todo, empáticos, con la angustia de la gente.

No será nada fácil pero lo logrado este año, les permite abrigar cifradas esperanzas.

ANTES DEL NAUFRAGIO

La elite sigue bailando en la cubierta de ese Titanic que es Argentina, con rumbo fijo al iceberg, que es la “piña” tantas veces pronosticada por el economista y candidato a diputado nacional Javier Milei, a vertiginosa velocidad. Ese barco tiene un capitán que está cada vez más ensimismado y perdido, sin credibilidad ni entre los propios; posee una tripulación que al igual que los pasajeros, optan por arrojarse al mar, es decir, eligen “la salida Ezeiza” -a sabiendas de un mundo hostil- y no parece haber nadie con voz de mando que frene a todos y redirija la embarcación hacia lugar más propicio.

La melodía la interpreta un grupo de músicos improvisados, que apelan a sus talentos individuales pero la coyuntura desgraciada los aglutinó allí, sin conciencia colectiva ni organización, más que entretener a los desesperados en el tránsito a una agonía un poco más amena.Los ciudadanos, contribuyentes y votantes siempre encuentran algunos artistas a la manera de placebos que les interpretan melodías algo evasivas para hacer más digerible una realidad decadente. Esos placebos son variados: van desde la cultura (música, televisión, radio, redes virtuales) hasta la propia medicina (psicofármacos, anziolíticos, etc.) cuando no, la religión (la institucionalizada y la informal a lo Gilda, “Gauchito Gil” o el Ravi Shankar).

Argentina parece estar muriendo sin morir, desde hace décadas pero todavía resuenan estertores de cierta recuperación cada diez o quince años. Se trata de procesos largos, de cierta paz monetaria y cambiaria, que precipitan cada vez más abruptamente en crisis fenomenales que empobrecen a más de la mitad de la sociedad. Luego, cada reconstrucción demanda mayor esfuerzo colectivo y así, sucesivamente.

En el largo plazo, el estado mental del argentino ha sufrido una gran devastación, al estilo de la que sufrieron los alemanes tras vivir la II Guerra Mundial. Generaciones enteras se han habituado a vivir con inflación crónica de dos dígitos, confiscaciones, destrucción de ahorros, empobrecimiento generalizado, pérdida de horizontes. En una sociedad así, el futuro no existe y la sensación que queda, es apenas, intentar salvarse del naufragio aunque las probabilidades sean mínimas. Para aquellos que lo logren, no queda más que miedo e inseguridad. Para muestra un botón: se ha llegado a conformar un Partido Liberal Pesimista (PLP), cuyos exponentes todos los días, se jactan de mostrar tweets de jóvenes y familias que exhiben “orgullosos” (sic) sus pasaportes en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, emigrando del país.

Si a ello le sumamos la pandemia -y la cuarentena cavernícola que impuso el gobierno nacional con la complicidad del resto de la clase política, con pocas excepciones-, ese cuadro de frustración cuasi patológica genera grandes dudas acerca de cómo salir saludablemente de la encerrona. Máxime cuando semejante temor colectivo, ha sido alimentado durante décadas a modo de refuerzo por ejemplo, por el psicoanálisis.

En efecto, esa “pseudodisciplina”, diría Popper, retroalimenta en la generación de miedo y dependencia. Esclaviza al paciente, lo torna manipulable durante un buen tiempo y no genera las opciones de salida y recuperación. La sociedad medicalizada en el diván, naturaliza tal proceso y termina siendo más dócil a los manejos y desmanejos de su clase dirigente que ya conoce cómo dominarla, sin que aquélla pueda rebelarse. De este círculo vicioso no se sale sino agrietando lentamente el muro del statu quo, con ayuda de algunos poderosos o con violencia, siguiendo con la analogía del Titanic, rompiendo las ventanas del barco, para escapar más rápido, aunque sin saber hacia dónde. No es un dilema sencillo porque las alternativas tienen enormes costos.

La duda que se me genera es: querremos aprender? estamos dispuestos a afrontar tales desafíos? habrá alguna grieta en el muro mental que los argentinos parecen haberse impuesto a lo largo de las décadas para no ver su marcado declive? o se obcecarán con seguir fugándose hacia delante o hacia fuera?

SEMANA DE SORPRESAS (DESAGRADABLES) EN ARGENTINA

Hace menos de una semana, no esperábamos el desenlace de ésta. Tampoco preveíamos el resultado tan abultado en contra del kirchnerismo, ni siquiera su derrota en Provincia de Buenos Aires. Todo lo cual demuestra una vez más que en Argentina resulta imposible aburrirse porque la vertiginosidad de las sorpresas es enorme, no obstante que luego del paseo por la montaña rusa que supone,  volvemos al mismo lugar. Cada momento a la manera de un ciclo perverso, parece reproducir las condiciones previas, acelerando el proceso de autodestrucción, aunque ésta nunca llegue.

En efecto, el gobierno de Alberto Fernández, estaba al borde de la hiperinflación de 1989, pero podía ganar pírricamente como en 2007, terminó siendo derrotado como en 2009, 2013, 2015 y 2017 y aún así, cree ahora que puede recuperarse una vez más, como en 2011 y 2019, por eso recrea insólitamente, un gabinete que se parece a 2014. La respuesta es siempre la misma: a la manera de un suicida, redoblar la apuesta, incrementando la radicalidad del fenómeno. La sociedad misma ha malcriado a la elite kirchnerista: le ha dado una y otra vez, oportunidades.

Primero, cabe un minianálisis de la derrota y su magnitud. El gobierno sufrió una “paliza” similar a la que sufriera #Macri en agosto de 2019. #Populismo sin dólares y cuarentena irracional fueron el combo para que perdieran hasta los propios: los pobres y los jóvenes, clientela especial k desde siempre, huyeron a filas renovadas, como por ejemplo, las de Javier Milei en CABA. El encierro feroz de la cuarentena, el daño a la economía privada y la indignidad de la ayuda estatal, hicieron el resto, para que por ejemplo, medio millón de matanceros no concurran siquiera a votar. La oposición no ofreció nada novedoso, incluso en regiones enteras, como en Córdoba, el esfuerzo que hizo para ganar, fue mínimo: sólo ofreció listas competitivas en todo el país y triunfó, sobre la base de la pérdida de casi 4 millones de votos respecto a dos años antes.

Tras el shock, el dilema que enfrentaba el gobierno el pasado lunes, pasaba por cómo asimilar la derrota, interpretarla y luego actuar en función de ella, considerando que quedaban dos meses para la elección parlamentaria de noviembre y dos años para terminar el mandato, con una elección intermedia con efectos destructivos. “Dilema” porque racionalmente, no se soluciona cortando algunas cabezas y radicalizando más pero tampoco devaluando o arreglando con el #FMI. El primer camino conduce a un desastre general -como bien advierte uno de los “delegados” del Papa Francisco -el Arzobispo de La Plata, “Tucho” Fernández- y el segundo trayecto, lleva a una derrota peor que la del domingo. “Están en el horno”, se regodeaban en la oposición, nada motivada para ayudarlos en tal trance ante una instancia potencial de dialoguismo y sólo el disfraz de CFK como “corderito”, al estilo del “efecto viudez” de 2010, podría salvarlos. Pero tampoco sonaba creíble esa jugada.

Les reconozco que pusieron la cara -para la foto- pero la pusieron

Quedaba por verse la actitud del #peronismo -o los #gobernadores– que no pusieron todo lo que había que poner, oliendo derrota, los acompañarían sólo hasta la puerta del cementerio. Pero al mismo tiempo, todos, sin excepción saben que #divididos, no tendrán rumbo alguno, excepto al abismo.Hoy, en la cumbre de La Rioja, estarán los gobernadores “fondos nacionales-dependientes”, es decir la llamada “Liga del Norte”, pero no así los de las Provincias más ricas, como Santa Fe y Córdoba, a quienes no convence un gobierno de clara raíz capitalina-bonaerense.

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