VIENA Y SUS CONTRASTES

En el Arenbergpark de la majestuosa capital austríaca, podemos encontrarnos una mañana cualquiera sentado en un banco, a un anciano dándole de comer a las palomas -o a los cuervos, omnipresentes por la cercanía con el verdoso -no azul- Río Danubio (el Donau, en idioma alemán).

Es nada más ni nada menos que el Presidente Federal del país, Alexander Van der Bellen (77 años).

Por cierto, no podría imaginar algún primer mandatario latinoamericano y mucho menos, argentino, que adoptara ese tipo de conductas, incluyendo viajar en metro o en tren, como si fuera un ciudadano común más. En realidad, lo es aunque, independientemente de ese cargo que ostenta hace apenas cuatro años, algo más que simbólico o protocolar como en todo semiparlamentarismo, los gobernantes austríacos no gozan de privilegios especiales, viven en sus domicilios particulares, no tienen autos con choferes ni son mirados por la población, como príncipes o virreyes, con algún “derecho divino”, sino como simples servidores públicos, sin mayor distancia que la que guarda Van der Bellen con sus vecinos vieneses en el subte o el parque.

Foto tomada del Wiener Linien, 2019.

Más reciente, en plena pandemia, 2020.

Sin embargo, en el mismo parque al que suele concurrir el Presidente, profesor universitario (de Economía) y dirigente ecologista Van der Bellen, sorprenden erguidas dos moles de cemento, cerradas, tenebrosas, que impactan mucho más al estar rodeadas de verde, plantas, árboles, pájaros y hasta simpáticas ardillas, con un bar un poco más allá de ambas. Al lado de las mismas, incluso, hay una cancha de básquet -o fútbol cinco-, con piso de mosaico, donde juegan chicos propios del multiculturalismo de este país: negros africanos, balcánicos, musulmanes, cristianos ortodoxos, sirios, persas. Esas moles son los famosos bunkers de la II Guerra Mundial. Han permanecido allí como tristes recuerdos de un pasado austríaco ligado al nazismo: Adolf Hitler nació en Austria y este país fue anexado en 1938, en el contexto del famoso Anschluss (unión o reunión, en lengua alemana), preanunciando lo peor: la invasión un año más tarde, de la invasión alemana a Polonia, un 1 de setiembre de 1939.

Uno de los bunkers con la cancha de básquet al lado.

Una cabina teléfonica en desuso, reciclada a pequeña librería para donar. Atrás, uno de los bunkers.

Coexisten esas dos realidades en un mismo paisaje. La frescura de un país hoy pacífico, neutral (desde 1955 en que lo dejaron los soviéticos), democrático, tolerante -aún con su dosis de islamofobia al límite-, socialmente impecable, sin fisuras, sólo preocupado por la llegada de más afganos o algún escándalo de corrupción (Ibizagate) o fiestas privadas de su Canciller (Bundeskanzel, en idioma teutón), el conservador popular Sebastian Kurz, conviviendo con ese pasado tan ominoso, ligado a la guerra, los campos de concentración, etc.

El futuro de Austria es incierto como el de toda la UE. El drama humanitario en sus fronteras, tanto durante la guerra de los Balcanes en los noventa como las crisis siria y afgana en esta última hasta el presente, más la pérdida de dinamismo macroeconómico y derivado de ello, el marcado euroescepticismo que desemboca en movimientos populistas y de derecha extrema, cuando no, de izquierda como en España, abren severos interrogantes de cuan azarosos serán los próximos años por venir en este hermoso país de Europa Central.

Tal vez, la existencia de esos bunkers todopoderosos encierra, más allá del misterio de qué hay allí adentro todavía, la enorme carga simbólica de no retroceder jamás a ese oscuro pasado.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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