HOFBURG Y SU BALCON MALDITO

Austria tiene una particular historia de amor-odio con Alemania. En ausencia de ésta, en el siglo XIX, formó parte sucesivamente, con Prusia y otros Estados alemanes, de la  Confederación del Rin o Rheinbund (1806-1813) -bajo hegemonía napoleónica-; la Confederación Germánica o Deutscher Bund (1815-1866) , ya bajo la Santa Alianza, entrando luego en guerra con aquélla y tras un cierto distanciamiento, en el siglo XX, siendo anexada vía el Anschluss a la Alemania nazi, cuyo Führer nació en un pueblito alpino austríaco. Tras haber compartido un lúgubre destino común, con ejércitos de ocupación americano y soviético hasta 1955, Austria logró su independencia, a costa de su neutralidad en la Guerra Fría y hoy, en el seno de la Unión Europea, Sebastian Kurz se alinea casi al unísono con Frau Angela Merkel, incluso en la lucha contra la pandemia.

En la entrada central a la Plaza de los Héroes donde se halla el Palacio

Del fragmento olvidable de la historia, es decir, el nazismo, todavía quedan retazos. En marzo último, la Directora de la Casa de la Historia de Austria, pidió que se reabra al público, el balcón del Palacio de Hofburg, donde Hitler diera su célebre discurso del 15 de marzo de 1938, ante 200.000 personas. El mismo es arquitectónicamente más similar a una terraza, ya que se encuentra directamente encima de una entrada cubierta que conduce al palacio desde la Plaza de los Héroes (en alemán, Heldenplatz), un sitio de manifestaciones políticas y reuniones, tanto pasadas como presentes.

Vieja fortaleza militar del siglo XVIII, restaurada como Palacio en 1847, es uno de los tres más famosos -junto con Schönbrunn y Belvedere- que tiene Viena y uno de los tantos que usaron los Habsburgo, la familia real austríaca -cogobernante de la España imperial- en el pasado. También es el más grande y el más antiguo, habiendo tenido como inquilinos célebres previos a Hitler, a Francisco José I y su esposa Isabel de Baviera, más conocida como “Sissí”. Mucho más fugaz fue la estancia del Zar de todas las Rusias, Alejandro I, quien se hospedó allí durante el histórico Congreso de Viena de 1815.

Estatua en honor al Archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena (Habsburg-Lothringen). Carlos fue Generalísimo del Ejército austríaco, el mayor rival de Napoleón y comparable a Wellesley.

Volviendo al episodio de la apertura del balcón de Hitler, remite una vez al pasado, el mismo que del que Austria se ha hecho cargo, por sus complicidades con el nazismo alemán. Su República actual está entretenida con otros quehaceres más pueriles, si se me permite el término, como el asilo o no, a refugiados afganos pero como se ve, esa especial relación de pocos años con el totalitarismo nazi, vuelve una y otra vez, a impactar, por el peso de la memoria histórica.

Estos carteles alegóricos a la democracia liberal, ubicados en plena Heldenplatz, testimonian la legitimación republicana de la que hace gala Austria día a día, tratando de enterrar para siempre, aquellos años malditos de fines de la década del treinta, aunque pueda haber todavía hoy disidencias respecto a cómo hacerlo.

VIENA Y SUS CONTRASTES

En el Arenbergpark de la majestuosa capital austríaca, podemos encontrarnos una mañana cualquiera sentado en un banco, a un anciano dándole de comer a las palomas -o a los cuervos, omnipresentes por la cercanía con el verdoso -no azul- Río Danubio (el Donau, en idioma alemán).

Es nada más ni nada menos que el Presidente Federal del país, Alexander Van der Bellen (77 años).

Por cierto, no podría imaginar algún primer mandatario latinoamericano y mucho menos, argentino, que adoptara ese tipo de conductas, incluyendo viajar en metro o en tren, como si fuera un ciudadano común más. En realidad, lo es aunque, independientemente de ese cargo que ostenta hace apenas cuatro años, algo más que simbólico o protocolar como en todo semiparlamentarismo, los gobernantes austríacos no gozan de privilegios especiales, viven en sus domicilios particulares, no tienen autos con choferes ni son mirados por la población, como príncipes o virreyes, con algún “derecho divino”, sino como simples servidores públicos, sin mayor distancia que la que guarda Van der Bellen con sus vecinos vieneses en el subte o el parque.

Foto tomada del Wiener Linien, 2019.

Más reciente, en plena pandemia, 2020.

Sin embargo, en el mismo parque al que suele concurrir el Presidente, profesor universitario (de Economía) y dirigente ecologista Van der Bellen, sorprenden erguidas dos moles de cemento, cerradas, tenebrosas, que impactan mucho más al estar rodeadas de verde, plantas, árboles, pájaros y hasta simpáticas ardillas, con un bar un poco más allá de ambas. Al lado de las mismas, incluso, hay una cancha de básquet -o fútbol cinco-, con piso de mosaico, donde juegan chicos propios del multiculturalismo de este país: negros africanos, balcánicos, musulmanes, cristianos ortodoxos, sirios, persas. Esas moles son los famosos bunkers de la II Guerra Mundial. Han permanecido allí como tristes recuerdos de un pasado austríaco ligado al nazismo: Adolf Hitler nació en Austria y este país fue anexado en 1938, en el contexto del famoso Anschluss (unión o reunión, en lengua alemana), preanunciando lo peor: la invasión un año más tarde, de la invasión alemana a Polonia, un 1 de setiembre de 1939.

Uno de los bunkers con la cancha de básquet al lado.

Una cabina teléfonica en desuso, reciclada a pequeña librería para donar. Atrás, uno de los bunkers.

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