FEROZ, CLANDESTINA Y COBARDE

Así fue la respuesta de la última dictadura militar argentina (1976-1983), a la historia de la violencia argentina. Feroz, porque el Estado lo hizo con sadismo, es decir, una clara perversión moral. Clandestina, porque recurrió a la arbitrariedad, la delación, el secuestro y la tortura, siempre al margen de toda ley. Cobarde, porque atacó, en lugar de proteger, a civiles, muchos de ellos, inocentes, por ejemplo, mujeres embarazadas a punto de parir, que no tenían relación alguna con la llamada “subversión”.

Estas frases y calificativos son propias de la gran película “1985, Argentina”, recientemente estrenada y candidata al Oscar como mejor película y film extranjero, el domingo próximo en Los Angeles, protagonizada entre otros por Ricardo Darín, Peter Lanzani y el genial Norman Briski y dirigida por Santiago Mitre. Son parte del gran alegato del Fiscal Strassera, el día de la acusación contra los responsables de las Juntas Militares, en el inédito y ejemplar juicio público, tanto a nivel latinoamericano como global, el más importante post Nüremberg contra los criminales nazis.

Argentina aprendió varias lecciones de aquellos juicios. Contribuyeron a la reconstrucción del valor “justicia”, algo que sigue pendiente, aunque ya no en los términos que teníamos de ella, en los inicios de los ochenta. Fue un juicio civil, imponiéndose sobre la posibilidad de un fuero específicamente militar, por lo que implica el triunfo del sentido genuinamente democrático de impartir justicia, por encima de cualquier casta o privilegio. Fue también la cabal demostración de que aún con protagonistas de un pasado ominoso, como el propio Fiscal Strassera, ex funcionario judicial de la dictadura, como Moreno Ocampo, de familia patricia y militar, pero al frente de un equipo joven y sin intereses o compromisos previos, pueden encararse cambios institucionales “bisagra”, especialmente cuando un país todo pretende dejar atrás una historia de pesadilla regada con sangre.

La película, sin ser brillante, tiene sus dosis de emotividad elevada, combinada con un buen guión y una apropiada documentación, recordándome en lo personal, uno de los mejores años de aquella hermosa década que fueron los ochenta, musicalizada de manera acorde a ello.

DOS REGRESOS CON LAGRIMAS

La semana pasada, dos bandas británicas, emblemáticas de rock-pop regresaron a los escenarios, tras el declive evidente de la pandemia. Una, fue Genesis, liderada por Phil Collins, secundado como siempre por Mike Rutherford y Tony Banks y la otra fue The Rolling Stones, conducida por el interminable Mick Jagger acompañado por Keith Richards y Ron Wood. 

Genesis dio su concierto el miércoles 22 de setiembre pasado, en el Utilita Arena de la ciudad inglesa de Birmingham, donde lamentablemente, se vio a ese eximio baterista que es Phil Collins, muy deteriorado en su condición física, sin poder llegar a ciertas notas musicales y hasta para moverse, habiendo estado sentado la mayor parte del recital en un taburete.

En el caso de los Rolling, que dieron un concierto privado unos días antes que Genesis, el lunes 20, en una carpa montada en un estadio de la ciudad de Boston, ante unas 300 personas, la nota siginicativa de la jornada fue la ausencia física de Charlie Watts, el legendario baterista de la banda, fallecido en agosto pasado.

Más allá del dolor de estas pérdidas a las que ya nos vamos habituando, queda el recuerdo de los grandes momentos vividos, que disfrutamos aquellos de mi generación, que tuvimos la fortuna de vivenciarlos en su mayor esplendor, dejando huellas imborrables. En tal sentido, me siento uno de tantos privilegiados, porque no creo que los jóvenes de hoy tengan semejantes impactos emocionales con los cantantes de la actualidad, como los tuvimos nosotros, con aquéllos.

He aquí dos grandes temas de estas icónicas bandas, grabadas precisamente, en tales circunstancias de gloria para ambas. Hay que reflejarlos así, PORQUE LA MUSICA, COMO ARTE, NO MUERE.

HOFBURG Y SU BALCON MALDITO

Austria tiene una particular historia de amor-odio con Alemania. En ausencia de ésta, en el siglo XIX, formó parte sucesivamente, con Prusia y otros Estados alemanes, de la  Confederación del Rin o Rheinbund (1806-1813) -bajo hegemonía napoleónica-; la Confederación Germánica o Deutscher Bund (1815-1866) , ya bajo la Santa Alianza, entrando luego en guerra con aquélla y tras un cierto distanciamiento, en el siglo XX, siendo anexada vía el Anschluss a la Alemania nazi, cuyo Führer nació en un pueblito alpino austríaco. Tras haber compartido un lúgubre destino común, con ejércitos de ocupación americano y soviético hasta 1955, Austria logró su independencia, a costa de su neutralidad en la Guerra Fría y hoy, en el seno de la Unión Europea, Sebastian Kurz se alinea casi al unísono con Frau Angela Merkel, incluso en la lucha contra la pandemia.

En la entrada central a la Plaza de los Héroes donde se halla el Palacio

Del fragmento olvidable de la historia, es decir, el nazismo, todavía quedan retazos. En marzo último, la Directora de la Casa de la Historia de Austria, pidió que se reabra al público, el balcón del Palacio de Hofburg, donde Hitler diera su célebre discurso del 15 de marzo de 1938, ante 200.000 personas. El mismo es arquitectónicamente más similar a una terraza, ya que se encuentra directamente encima de una entrada cubierta que conduce al palacio desde la Plaza de los Héroes (en alemán, Heldenplatz), un sitio de manifestaciones políticas y reuniones, tanto pasadas como presentes.

Vieja fortaleza militar del siglo XVIII, restaurada como Palacio en 1847, es uno de los tres más famosos -junto con Schönbrunn y Belvedere- que tiene Viena y uno de los tantos que usaron los Habsburgo, la familia real austríaca -cogobernante de la España imperial- en el pasado. También es el más grande y el más antiguo, habiendo tenido como inquilinos célebres previos a Hitler, a Francisco José I y su esposa Isabel de Baviera, más conocida como “Sissí”. Mucho más fugaz fue la estancia del Zar de todas las Rusias, Alejandro I, quien se hospedó allí durante el histórico Congreso de Viena de 1815.

Estatua en honor al Archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena (Habsburg-Lothringen). Carlos fue Generalísimo del Ejército austríaco, el mayor rival de Napoleón y comparable a Wellesley.

Volviendo al episodio de la apertura del balcón de Hitler, remite una vez al pasado, el mismo que del que Austria se ha hecho cargo, por sus complicidades con el nazismo alemán. Su República actual está entretenida con otros quehaceres más pueriles, si se me permite el término, como el asilo o no, a refugiados afganos pero como se ve, esa especial relación de pocos años con el totalitarismo nazi, vuelve una y otra vez, a impactar, por el peso de la memoria histórica.

Estos carteles alegóricos a la democracia liberal, ubicados en plena Heldenplatz, testimonian la legitimación republicana de la que hace gala Austria día a día, tratando de enterrar para siempre, aquellos años malditos de fines de la década del treinta, aunque pueda haber todavía hoy disidencias respecto a cómo hacerlo.