Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes

EN EL CORAZON DE LOS BARRIOS PORTEÑOS

León “Lío” y Berta Festinger constituían un matrimonio de larga data que vivían como miembros de la comunidad judía de Buenos Aires -la más importante tras la de Nueva York, en el tradicional y coqueto barrio de Villa Crespo. Lío era taxista, era propietario de un Ford Falcon al que mantenía en buena forma y con él viajaba con su esposa al resto del país, incluyendo mi Santa Fe, a la que iba cada fin de año, a festejar con nuestra familia y la suya, siendo Ester, su sobrina entrañable, la hija de su hermano nacido en New York Estados Unidos, mi tío Benny, mi prima hermana, nacida el mismo día que yo. Tenían un hijo único, Mario, quien ya adulto, en 1988, probaría suerte en Canadá, donde escalaría hasta tener su propia empresa retroexcavadora de nieve, contratada para jardinería. En 2007, volvería al país para instalar su propia joyería en el mismo barrio.

Un taxi típicamente porteño de los años sesenta

Hoy, los judíos están en retirada en Villa Crespo (81.000 habitantes), conservan pocos negocios debido al avance chino pero nadie podrá negar cómo esta comunidad llegó y creció en ese barrio porteño como “Lío” y Berta y tantos otros de clase media, con su casa propia, con su seguro médico, jubilación, auto, veraneo, etc.

Villa Crespo también alberga un club de fútbol, como Atlanta. Allí, actores como Osvaldo Miranda o más recientemente Sebastián Wainrach, profesores universitarios como Eduardo Slomiansky, economistas ligados a la “city” y la banca como Miguel Angel Broda, cada 15 días, concurren los sábados a ver a su equipo favorito sufrir en las categorías de ascenso. Tuvo su época de gloria en los setenta, cuando se codeaba en la “A” con Boca y River -y mi Colón-, con jugadores de jerarquía como Gómez Voglino, el “Turco” Ribolzi, Omar Atondo y un goleador de raza, como Delio Onnis, célebre en Francia, en la misma época donde la clase media “bohemia” tenía un buen nivel de vida.

El mismo que tenían los habitantes de La Paternal (20.000 hab.), con su famoso Asociación Atlética Argentinos Juniors, donde nació Maradona y vivieran entre otros célebres como el ucraniano “César Tiempo”, el actor Pedro Quartucci y los músicos, el tanguero Osvaldo Fresedo y el rockero “Pappo” ; Caballito (176.000 hab.), con su Ferro Carril Oeste; Floresta (38.000 hab.) con All Boys; Mataderos (64.000 hab.) con Nueva Chicago y Villa Luro (33.000 hab.) con su Vélez Sarsfield. Todos disfrutaron de la misma época de progreso y bienestar. Careciendo de clubes de fútbol tan populares y ganadores, otros barrios como Villa Ortúzar (22.000 hab.), Colegiales (53.000 hab.) y Chacarita (28.000 hab.), este último archirrival de Villa Crespo y al que Borges le dedicara mucha atención en sus libros, muestran fisonomías e historias semejantes. Con sus bares, bazares, panaderías, talleres, librerías, gomerías, mercados, ferias, pescaderías, negocios de quiniela, lavaderos, inmobiliarias, mercerías, etc., acrecentaron sus patrimonios aún en un contexto macroeconómico tremendamente adverso como el argentino, pletórico en inflación alta persistente, devaluaciones y confiscaciones.

Mural dedicado a Maradona en la Calle Alvarez Jonte a una cuadra del Estadio que lleva su nombre.

Claro, a mí no me satisfacen las explicaciones que se precian de científicas intentando enrostrarle al menemismo globalizador, el deterioro social que vivió a partir de los años noventa, dicha clase media otrora tan pujante. Para ser justos, no hay que olvidar tampoco que los porteños tuvieron servicios públicos durante décadas hasta alcanzar la autonomía como Ciudad tardíamente en los noventa y de modo gradual, como la justicia (federal), policía (ídem), transporte (subte, colectivos, trenes), que fueron financiados subsidiariamente por el resto de los argentinos, por el sólo mérito de albergar la capital del país.

Hoy, en favor de ella, el distrito más rico de la Argentina, por ser la sede o matriz de muchas empresas poderosas, ya ha logrado una gran autosuficiencia que depara un enorme debate en torno a sus recursos propios y beneficiarios de sus políticas públicas. Cabe recordar que la ciudad recibe día a día, millones de personas provenientes del conurbano bonaerense, que trabajan en ella, se atienden en sus hospitales, usan su transporte, etc. sin aportar un peso, lo cual genera otra inequidad.

Algunos subsectores de ella pudieron haber sufrido algún traspié, incluyendo los jubilados aunque ello no es atribuible por supuesto sólo a esta barriada porteña, pero el grueso pudo evitar la caída, lo cual es fácil de percibir hoy con sólo pasear por dichos barrios. La creciente marginalidad, con villas al interior de algunos de ellos, como la Villa Fraga; la delincuencia al estilo “punguismo”; el avance cartonero; el cierre de comercios, etc., no ha sido mayor en estos barrios que en otros. Hoy, el Parque Centenario refleja en parte, esa decadencia, con la presencia de muchas parejas jóvenes con niños, con un lenguaje, vestimenta y códigos que distan mucho del que uno está habituado a escuchar o ver en zonas como Palermo, Recoleta o Belgrano.

Ese mismo Parque en los alrededores, presenta a diario, una buena cantidad de puestos de vendedores de libros usados, el cual es un indicador más de la impronta cultural y artística de estos barrios porteños. Alberto Fernández, el actual Presidente argentino, es un vecino connotado de La Paternal y como él, hay muchos académicos, intelectuales, creativos, etc. que terminan generando un contraste enorme -uno más- con algunas ciudades del interior del país, donde puede existir cierto vigor productivo e industrial pero ambientes carentes de vida cultural.

Tampoco el Estado ha retrocedido. Hay una sucursal del Banco Nación cada 10 cuadras, hay policía de la Ciudad más la Federal patrullando calles y veredas, el Gobierno de Rodríguez Larreta ha embellecido parques y paseos, construido viaductos, limpiando áreas abandonadas como los alrededores del Cementerio de la Chacarita, aunque siga viviendo una familia entera allí, al lado de los muertos célebres allí (Gardel, Vandor, Rucci, Calabró, Pugliese, “Tita” Merello, Guy Williams “El Zorro”, Ariel Ramírez, Quinquela Martín, Sandrini, Troilo, Olmedo, Porcel, Gilda, Cerati, Bonavena, etc.) y “fantasmas”.

Incluso el mercado no les dio la espalda. El “boom” de Palermo derramó hacia estos barrios citados, sobre todo los más cercanos. Hubo negocios tradicionales que se reciclaron o especializaron. La Avenida Warnes, célebre en el país por su enorme oferta repuestera para autos y camionetas, continúa con vida y hasta parece revitalizada de la mano de Toyota y otras marcas extranjeras. Pudieron venderse casas o edificios para que se instalen allí gigantes de los medios como Fox Sports, radios como la de Luis Majul, empresas discográficas que crecieron después de 2001 y hasta Universidades privadas.

De acuerdo a la fría estadística, la ciudad de Buenos Aires tiene un ritmo inmobiliario cambiante, fluctuante, incesante pero demográficamente estable. En las últimas siete décadas, su población se mantiene incólume en 3 millones de habitantes. Una muy baja tasa de natalidad, una inmigración que se mantiene alrededor de 15 % de la población -mucho menor que la de inicios del siglo XX- y una esperanza de vida muy elevada lo cual revela un profundo envejecimiento, explican aquella estabilidad. Barrios enteros como Puerto Madero se han sumado pero están dedicados a la inversión inmobiliaria, hotelería y alquiler selectivo para turistas. Muchos porteños de clase alta han emigrado hacia la zona norte (Vicente López, Olivos, Tigre, Pilar, etc.). Lo que ha crecido enormemente es el primer cordón del conurbano (Avellaneda, Lanús, La Matanza, Quilmes): ello explica la duplicación poblacional diurna de la Capital Federal, fácilmente visible en estaciones de trenes y buses como Retiro y Constitución. El corazón de la vieja Buenos Aires todavía permanece vigente en los barrios que hemos citado y descrito aquí: donde hay paz por las tardes, se baldean veredas y los vecinos toman mate en las veredas.

Los barrios citados con su medio millón de habitantes, son otra cara más de la diversa pero excitante Ciudad de Buenos Aires y por ende, del también variopinto país en el que nací. Ningún estereotipo ni tampoco explicación fácil sirven para describir su realidad. Pertenecen a una realidad nacional y urbana con una baja productividad pero al mismo tiempo, con una increíble vitalidad y hasta capacidad de reacción. La misma que me transmitían Lío y Berta cada vez que los veía. Ellos también son ejemplo de supervivencia en esta Argentina tan especial, a su manera.

ARGENTINA OPEN 2020

El tenis es mi deporte favorito y no podía dejar de estar en la inauguración del Abierto argentino, luego de nuestro paso por Hamburgo 2019.

En pleno corazón de Palermo, el Lawn Tenis Club, donde yo mismo jugara con mi ex profesor de tenis y diplomático retirado Darío Mengucci en 2017, es el escenario de este tradicional torneo.

Aquí ganaron Nadal, Ferrer, Moyá y Almagro, entre otros españoles, además del brasileño “Guga” Kuerten.

 

DECADENCIA U ORIGINALIDAD?

En algún momento, triunfó Fontanarrosa y se hizo “normal” el vocabulario con “malas palabras” o insultos sin ninguna necesidad, incluyendo los medios de comunicación. Hacerlo es sinónimo de creer que uno se identifica con la gente común y por lo tanto, tal popularidad garantiza ayor audiencia o “rating“.

En algún momento, el desapego a la palabra empeñada se transformó en habitual y entonces hasta fue festejada la transgresión. La conducta honorable ya no fue ejemplaridad y por el contrario, empezó a verse como objeto de burla.

En algún momento, la vulgaridad ganó espacio como nunca. En los videographs de los noticieros se visualizan errores groseros de ortografía. Los panelistas no convocados por sus experticias o saberes en un tema sin por otros atributos no necesariamente meritocráticos, gritan sin escucharse los unos y los otros. Pero también lo hacen las conductoras, como si estuvieran en su propio ámbito privado. Lo chabacano es ley porque no existe la mesura ni el autocontrol. El crimen de Villa Gesell ha ilustrado como nunca antes, esa hegemonía del exceso (atroz): tal vez estremezca, porque se trata de jóvenes de clase media.

Podría seguir con un listado de conductas o acciones que veo y analizo a diario, en la calle, en el trabajo, en los diferentes ámbitos públicos en los que nos movemos. Tal vez, al igual que el cine, la música rock nacional de los años dos mil, refleje mejor que nada, ese ocaso al que nos referíamos. Estos dos videos pueden ser ilustrativos de él, con la tolerancia a la indisciplina laboral y el culto a la apropiación de lo ajeno.

Algunos dirán que mi reflexión es la de un conservador nostálgico de tiempos que tampoco eran lo que “imagino” o que el cambio tecnológico o el reino de lo políticamente incorrecto, han ganado terreno no sólo en Argentina sino en el mundo, por lo que esta vulgarización que describo es generalizada.

También podría decirse que esta Argentina anómica, violenta y -paradójicamente- sin reacción, está encontrándose a sí misma, al desnudo, mostrando tras 36 años de democracia, lo que realmente es o, ha sabido construir, sin tutelajes de ningún tipo, a diferencia de otras sociedades. Esa es su originalidad, aunque duela.

EL VIENTO REINA EN EL FIN DEL MUNDO

Una cuenta pendiente era conocer Ushuaia, la ciudad más austral, la del “fin del mundo”, sí, el mismo que imaginó el gran Julio Verne en sus obras como “Los hijos del Capitán Grant” (1868), aunque tampoco puedo dejar de recordar la epopéyica “campaña del desierto” del General Julio Argentino Roca, los viajes de exploradores terrestres como Charles Darwin y Alexander Von Humboldt o marítimos como Hernando de Magallanes o sencillamente aventureros como el rumano Julius Popper o el francés Oriele Antoine de Tounens, que en el siglo XIX, se autoerigieron “reyes de la Patagonia”. Claro, son tierras lejanas, inhóspitas, hasta agresivas por la ferocidad del incesante viento y el frío penetrante, que este verano, se hizo notar como nunca.

El viento es diario, con mayor o menor intensidad, incluyendo ráfagas de 60 a 80 km. por hora. El sol, especial por el agujero en la capa de ozono, impacta de lleno en la piel humana, resecándola de manera anormal. El frío nocturno completa la agresividad del clima patagónico.

Ese viento pone a prueba la potencialidad del aprovechamiento de energía eólica, por ejemplo, cerca de la santacruceña Caleta Olivia (CO) y la chubutense Comodoro Rivadavia (CR). Es que la Patagonia, está toda atravesada por la tensión entre energías renovables y no renovables. Al lado del furor por Vaca Muerta en Neuquén, que elimina cualquier grieta entre kirchneristas y anti K, el petróleo y la minería, no así insólitamente la pesca, forman parte de la historia de incentivos naturales innegables que ofrece la Patagonia. El primero de ellos en CO y CR pero también la propia Tierra del Fuego.

Además de la enorme riqueza forestal e ictícola de la región, la fauna es célebre por su variedad: a las maras, las avestruces y guanacos que todos visualizamos a lo largo de la Ruta Nacional 3, a veces caminando, corriendo desaprensivamente y por ende, muriendo atropellados, podemos agregar a los petreles, albatros y cormoranes que acompañan en acantilados, a pingüinos, focas y lobos marinos que descansan y navegan a lo largo de la costa atlántica.

No dejé nunca en este largo viaje, con el que coroné el fin del 2019 y el inicio del 2020, de valorar el esfuerzo de argentinos, chilenos y hasta peruanos que viven en estas alejadísimas latitudes, en poblaciones minúsculas, casi insignificantes, comparables a ciudades o pueblos de envergadura media o pequeña de la “Pampa Gringa” argentina. Gente que a lo largo de décadas, ha emigrado de las regiones más pobres pero también de las más prósperas del propio país y vecinos, en aras de construir futuros más venturosos o con el fin de dejar atrás historias negativas.

Hablando de chilenos y peruanos, ellos están. Pienso en Rudy Ulloa, el chofer trasandino de Kirchner, hoy devenido en próspero empresario, dueño de radios, canales de TV y diarios de la zona, algo que comprobé, son demasiados para una zona tan despoblada como ésta. Claro, el mestizaje es abundante en la región: tiene un componente latinoamericano que se mezcla con el originario, haciendo el paisaje étnico –y geográfico-comparable al Perú cercano a Lima: el del sol permanente, las tierras secas, las arenas y el viento.

La diferencia es que aquí no venden en las calles o rutas: ya ciudadanos argentinos o residentes, son empleados públicos provinciales o municipales, regentean hoteles o trabajan como personal doméstico. Ya no emigran con el ritmo o la intensidad de los años sesenta o setenta, cuando Argentina era un paraíso al lado de Chile o Perú. Hoy, la situación se ha emparejado a favor de ellos pero igualmente, cuando se suscitan nuestras ya habituales crisis cambiarias, ellos se vienen. Es sintomático que haya una delegación nacional de Migraciones en Río Gallegos, ciudad cercana a los dos pasos limítrofes con Chile en dicha Provincia tan cara a los afectos kirchneristas.  

CR es una ciudad progresista pero desigual por el petróleo. Ofrece una renta per cápita elevada pero mucha gente vive en sus alrededores en barrios más bien periféricos. Forma parte de la costa chubutense, marcadamente diferente del Parque Nacional Los Alerces (Futalaufquen, Verde, Rivadavia, Menéndez, Krugger, etc.) que allende a la cordillera, resguarda a ciudades como Esquel y Trevelín. A esa zona, la recorrí embelesado por sus paisajes “suizos” hace 3 décadas, como mochilero, con el hoy médico residente en Badajoz (España) Germán Lucini, su hermano profesor de educación física, Raúl, el también galeno (santafesino) Ignacio “Nacho” López Candioti, el traumátólogo rosarino Javier Sosa Escalada, que nos dejó sin una carpa a mitad del viaje y otros compañeros.

Aunque parezca mentira, hay lugar aquí para realidades semejantes a las europeas. Por lo menos, así las percibieron los pioneros galeses que se instalaron a partir de 1865, en Trelew, Madryn y Gaiman. Ellos habrán imaginado las costas patagónicas semejantes a las de las Islas Británicas, para luego traer sus hábitos europeos, como las tortas y té galeses.

Vinieron a estas tierras cuando el General Julio Argentino Roca buscaba expulsar a los indios, de una manera mucho más eficaz que lo intentado décadas atrás por el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas. Criticado en Córdoba por genocida y demás, Roca aquí llevó y llegó la civilización de su mano, expulsando a los indios (yámanas, onas y patagones), entregando a los campos extensos a militares y familias allegadas, etc. No fue el patrón civilizatorio del Lejano Oeste norteamericano. Aquí no hay que dejar de mencionar la intención chilena de ocupar y poblar la Patagonia. Lo que hizo Roca fue un ejercicio pleno de soberanía, más allá de las teorías conspiracionistas con las que nos hemos habituado los argentinos desde la infancia y que alguna vez citó Carlos Escudé creyendo que son nuestros vecinos los expansionistas cuando tal vez en la realidad, sea exactamente al revés.

Estatua de Julio Argentino Roca en Río Gallegos

Los habitantes patagónicos han gozado de subsidios varios (consumo de gas o naftas) o la promoción industrial de la electrónica y electrodomésticos, que financian el resto del país, pero resulta claro que el crecimiento de la población ha sido mínimo: Argentina en las 3 últimas décadas de democracia, jamás ha promovido ninguna política eficaz y de largo plazo que le diera al lejano sur, la importancia estratégica que merece. Todo lo cual por supuesto, descompromiría el enorme desequilibrio estructural regional que hoy favorece tanto al conurbano bonaerense.

La infraestructura argentina es mínima, siendo cada vez más reemplazada por el clientelismo de intendentes y gobernadores. Los funcionarios nacionales de Obras Públicas, dependientes de Mario Meoni, ahora serán los interlocutores de los “zares” patagónicos: polideportivos, asfaltado de calles, alumbrado de calles, gas natural y agua potable, autovías provinciales. Claro, con poca transparencia, con desigualdad ante la ley (intendentes y gobernadores amigos versus rivales), con montos per cápita absolutamente desproporcionados. Esa “película” ya la vimos con De Vido y su favoritismo a Leones en desmedro de Marcos Juárez en Córdoba: ahora con Martín Gill, viviremos una historia parecida, pero con miles de intendencias a nivel nacional.

Mientras tanto, el debate de qué hacer con la Patagonia, por qué y para qué tenerla, qué hacer con sus poblaciones famélicas mientras seguimos poblando el conurbano bonaerense para favorecer al peronismo, podrá continuar ad infinitum, mientras se consolida la tendencia unitarista del país.  

Párrafo final para los Kirchner. Ellos vivieron e hicieron política en el sur, sobre todo por su demagógica campaña por los Hielos Continentales en los noventa y dos mil y obviamente, en el feudo de la Provincia de Santa Cruz. No fui testigo de una sóla obra pública ni siquiera en Río Gallegos que demuestre o justifique tantos años de gestión tanto de Néstor como Intendente y Gobernador como de CFK como senadora nacional en la etapa previa a ellos en la Presidencia de la Nación. Algo que realmente confirma mi hipótesis de que en Argentina, no es la eficiencia o responsabilidad en la gestión pública la que legitima gobiernos o reelecciones de políticos en los máximos cargos, sino el liderazgo de las redes clientelares financiadas con recursos nacionales (por ejemplo, en la Patagonia, regalías petroleras). Esa fue la “virtud” de la familia Kirchner para lograr el poder, mantenerse en él y acrecentarlo hasta arribar al corazón federal, Buenos Aires en 2003, de la mano del antimenemismo de la familia Duhalde.

He aquí el mausoleo de Néstor Kirchner en la ciudad de Río Gallegos.

A modo de despedida, luego de mi quinto viaje a la Patagonia, recordando el patrimonio universal de estas tierras majestuosas del “fin del mundo”, le recomendaría a Greta Thunberg que se haga una escapada a esta región tan lejana, incluso que se llegue a la Isla de los Estados como lo hizo Mario Markic “En el camino” y redescubra in situ, el sentido de su lucha ecologista, en lugar de elegir el altar mediático de sus combates a los líderes mundiales.

Allí, como me ha pasado a lo largo de todo este formidable último periplo, podrá entender quizás, incluso el sentido de la vida, el mismo que desde la lejana Francia, el genial Julio Verne supo imaginar en “El faro del fin del mundo” (1905).

Porque tal vez, el fin sea el inicio de todo.

PD: la mención a la Isla de los Estados y a Julio Verne tiene un gusto especial para mí, porque la primera, gran y única referencia de la existencia de Argentina que tenía mi novia Ekaterina cuando la conocí hace 9 años, era simplemente ésa, referida a su lectura infantil de “Los hijos del Capitán Grant”.

EN AQUEL CASTILLO SUECO

Allí empezó la historia. En aquel castillo medieval de Borgholm abandonado tras un incendio de 1806 y situado en la isla sueca de Oland, en las costas del Mar Báltico. Allí empezó a escribirse en letra de molde, globalmente, el éxito musical de la segunda banda sueca más famosa, tras ABBA, Roxette, formada como dueto, por la maravillosa voz de Mare Fredriksson y la guitarra de Per Gessle.

En Borgholm, tras un par de videos filmados en tiempos del suceso de MTV, la dupla que había nacido en 1986, pudo ganar fama mundial, sobre todo al alcanzar los principales charts norteamericanos y británicos, a fines de lo ochenta y comienzos de los noventa.

El recuerdo de aquella música pegadiza, con baladas inolvidables, que marcaron años hermosos de mi vida, como el trienio 1990-1993, pero también de toda la generación X, se torna inevitable ahora, al saber que ya no podremos contar más con la presencia física en un escenario de la cantante principal, fallecida tras una larga enfemedad, la semana pasada. La misma que se animó a cantar descalza en Borgholm.

Claramente, “las cosas ya nunca más serán lo mismo”.


INTELECTUALES: UNA CUESTION DE COMPROMISO

Cuando hoy leía la noticia de que, luego de una década, los integrantes de “Carta Abierta” decidían cerrarla, porque se había acabado la “resistencia” al gobierno de Macri que mañana termina, no dudé en recordar el papel de otros dos intelectuales de otro tiempo y lugar, que contrastan notoriamente con la actitud de aquéllos. Mientras los argentinos citados, adoptan antes que nada, el rol de “militantes”, los dos que mencionaré, cada uno bajo las circunstancias que les tocó vivir, asumieron compromisos manifiestos, con sus convicciones o saberes primero, con sus sociedades o sus países o el mismo mundo después, aunque no necesariamente con sus gobiernos. Es más, hasta podría decirse que tuvieron una enorme valentía, porque además de enemistarse o ser incomprendidos por muchos de sus pares, también se convirtieron en enemigos de esos gobiernos que alguna vez dijeron cobijarlos.

Los casos que quiero recordar, son los de Alan Turing (1912-1954) y Hannah Arendt (1906-1975).

Turing era inglés, matemático, criptógrafo, profesor universitario del King´s College de Cambridge, maratonista y hasta precursor de la informática y la inteligencia artificial moderna. Ayudó a descifrar el Código Enigma, el mismo que usaban los alemanes durante la II Guerra Mundial, con el fin de coordinar toda su logística armamentística y movimientos de conquista de Europa y Africa. Con su equipo de talentosos como él, en el sur de las Islas, en Blechley Park, con infinita paciencia y en el mayor secretismo incluso varias décadas más tarde del final del conflicto, durante dos años diseñó una máquina capaz de lograr aquel objetivo, evitando así la continuación de la guerra por dos años a tres años y salvando de esa manera, entre 14 a 21 millones de vidas adicionales a las que hubo.

No fue el nacionalismo hoy tan de moda en el Reino Unido del “Brexit” de Johnson ni la retribución a Churchill, quien lo apoyaría incondicionalmente, sino la vanidad, el orgullo y en todo caso, el amor a su precoz pareja masculina (Christopher Morcom), los que motivaron a Turing para tal hazaña. Precisamente, enterado el gobierno británico de tal condición de homosexual, lo castigó con dureza, a la castración química y en tal circunstancia de humillación y desamparo, Turing, con apenas 41 años cumplidos, podría haberse suicidado, algo que no resulta totalmente claro aún.

El ejemplo de Hannah Arendt es aún más indignante por las críticas que recibió. Hannoveriana, de origen judío (por adopción), habiéndose criado en Köenigsberg (hoy la rusa Kaliningrado), la ciudad de Immanuel Kant -el padre del “imperativo categórico”- había sufrido en carne propia, el horror de la persecución nazi en el comienzo del régimen pero sobre todo, de los colaboracionistas franceses, logrando escapar milagrosamente a Estados Unidos. En mayo de 1960, cuando el Mossad israelí detuvo “ilegalmente” al “carnicero” nazi Adolf Eichmann -en suelo argentino donde vivió como “un buen vecino”- y lo condujo a un juicio en Tel Aviv, Arendt le reclamó al New Yorker, que la contrate como corresponsal para ser testigo periodística de semejante suceso. Quería estudiar el comportamiento y la declaración de Eichmann. Llegó a la conclusión que el genocida no era un monstruo ni un demonio como pretendía mostrar el lobby judío para victimizar una vez más al “pueblo elegido”. Había actuado según una cadena de mandos, una verdadera división del trabajo, donde cada uno de los engranajes cumplía con su tarea, él, uno más, bajo la jefatura del temible Doctor Mengele. Arendt brillantemente expondría esta secuencia bajo el concepto de “la banalidad del mal”.

Por ello, Arendt fue denostada por los lectores del New Yorker, pero también por la mayoría de los cuerpos académicos de la Universidad de Princeton (1959-1963), la Universidad de Chicago (1963-1967) y la New School of Social Research de New York (1967-1975) donde trabajó y sobre todo, por sus amigos, muchos de ellos judíos sobrevivientes e intelectuales como ella. Incluso el propio Estado de Israel la atacó y agravió, a ella que había sido una sionista desde el inicio. Apenas fue defendida por el editor William Shawn y sobre todo, su tercer marido, el profesor de Filosofía, Heinrich Blücher-como antes con Turing, su “esposa por contrato”, Joan Clarke-.

Arendt creía firmemente en la relevancia de la voluntad individual, incluso para elegir en situaciones extremas como las que impone un régimen totalitario. Por eso, no escatimó críticas a los “consejos judíos” que colaboraron con los nazis, en los campos de concentración, escogiendo previamente a los prisioneros, para salvarlos o no en las cámaras de gas, aunque fuera “políticamente incorrecto” para su época. Justificar el juicio y la condena a Eichmann, no significaba que no se pudiera entender la lógica de su accionar pero a su vez, también, desnudar la conducta cómplice de los líderes de su propio credo, tan aberrante en términos morales, como la de aquel burócrata que todas las noches dormía con su familia, después de jornadas criminales enteras.

Los casos citados demuestran que cuando un intelectual descubre, racionaliza o simplemente piensa, porque ésa es su principal razón de ser (o pasión), sin terceras intenciones, llegando a conclusiones no necesariamente complacientes con alguien, una catarata de diatribas seguramente recibirá, al extremo de terminar con las vidas de los involucrados. Turing no soportó la presión o tal vez, la soledad sin su amado; Arendt siguió viviendo pero en una suerte de ostracismo o vacío del establishment académico, aún cuando ella siguió defendiendo sus posturas con hidalguía pero sobre todo, valentía. Pero ambos, tildados injustamente de soberbios o vanidosos, eran espíritus inquietos, a quienes les llamaba la atención lo que al común de los mortales, no les atrae: en el caso de Turing, con una enorme dificultad desde pequeño para comunicarse oralmente, con los demás, la criptografía era una fórmula adecuada para disimular tal carencia.

Quizás esos valores escaseen hoy en todo el mundo. Hay demasiada complacencia con el poder de turno, demasiado interés profesional, demasiada vocación de arribismo, cero convicción, cero compromiso con la verdad, cero principismo. El mejor homenaje que les podemos hacer a los Turing y a los Arendt y a tantos “incómodos”, “curiosos”, “locos” o “anormales”que se jugaron la vida por el arte de pensar muy diferente, tanto en sociedades “libres” -en el caso de ambos- como en totalitarias o autoritarias -muchos otros-, es no renunciar jamás a nuestras convicciones, a nuestras ideas, a nuestras presunciones, a nuestros descubrimientos, incluso aunque parezcan caprichos. Es la única manera de sacudir la modorra, el letargo, la levedad en los que se mueven las nuevas generaciones, sólo habituadas a la pasividad y comodidad que le imponen las tecnologías en continua evolución, lo cual las convierte en fáciles presas para el poder.

Algunos, como los ex “Carta Abierta” ya han renunciado a tales propósitos.

“THE IMITATION GAME” (2014)

“HANNAH ARENDT Y LA BANALIDAD DEL MAL” (2012)


ANOTHER “AMERICA FIRST”: LA “MAFIA”

Estados Unidos exhibe hace tiempo, grandes virtudes sociopolíticas y económicas, que la condujeron a ser una superpotencia mundial, como por ejemplo, el talento emprendedor e innovador de tal sociedad; la habilidad para importar cerebros haciéndolos sentir mejor que en su país de origen; el notable federalismo tan arraigado en la conciencia del norteamericano medio; la temprana independencia familiar de los hijos; la escasa y hasta negativa valoración que tiene el Estado en el plano público; la fortaleza institucional de un presidencialismo, original, inédito en su época, a prueba de magnicidios, de Roosevelt y hoy, del propio Trump, la enorme confianza en los terceros no familiares (capital social), que permite como decía Tocqueville, una admirable vocación de crear organizaciones privadas y voluntarias.

Claro, cada una de esas mismas virtudes pueden asumir costos no deseados o mostrar ciertas contracaras no demasiado positivas. El desarraigo familiar, cuando no deriva en una mayor responsabilidad individual, puede conducir a un elevado y creciente consumo de drogas entre los adolescentes. El nulo estatismo mental del norteamericano medio, tal vez, se relacione con una sociedad que se autoorganizó desde su origen en el siglo XVII incluyendo la desmonopolización del uso de la fuerza, es decir, la libre portación de armas, lo cual se traduce en recurrentes epidemias de violencia. Tanta democracia e institucionalidad, aún con -o gracias al- voto voluntario como praxis sociales, los estimula erróneamente a creer que todo el mundo puede ser democratizado o democratizable como ellos, omitiendo diferentes trayectorias históricas, culturas, etc., todo lo que luego, alienta el intervencionismo militar sin siquiera medir intereses geopolíticos.

La mafia se inscribe dentro de estos claroscuros. Al ser -antes, no ahora- una sociedad tan abierta al foráneo, tan receptiva al emigrante, venga de donde venga, sobre todo, insisto, desde su origen, porque así se fundó, como una tierra de peregrinos que escapaban de la opresión, la persecución y los privilegios de sangre, uno de los fenómenos quizás indeseables, que vino en los barcos, fue la mafia -la italiana, la china, la irlandesa, la judía, la católica-.

Por eso, Hollywood también ha rendido tributo desde hace tiempo a esta peculiar forma de hacer negocios vía el crimen organizado, aprovechando la gran cantidad de directores y actores de sangre italiana que ha reclutado a lo largo del tiempo, para mostrar la particular y ominosa forma de vida de los Corleone, los Soprano y Cía, ya sea con un tinte biográfico o desde la mirada de los agentes de la ley y el orden. Por eso, no sorprendió el pasado fin de semana, el extraordinario éxito del estreno -cuándo no vía Netflix– de la última película del director y productor neoyorquino Martin Scorcese y otros tres “peso pesado” de la talla de los septuagenarios legendarios Robert De Niro, Al Pacino y sobre todo, Joe Pesci -en otra memorable actuación-, en The Irishman” (“El irlandés”).

Esa película describe a lo largo de tres horas, la vida de Frank Sheeran, un americano de origen irlandés que habiendo tenido una traumática experiencia en Italia en la Segunda Guerra Mundial, sirviendo a las órdenes del polémico General Patton -rabioso anticomunista- y matando a oficiales y soldados nazis ya rendidos, cuando regresa a Estados Unidos, tras manejar un camión de reparto de carne ovina, escala rápidamente de la mano del siniestro Russell Bufalino (mafia siciliana). “El irlandés” se convertirá pronto en chofer, guardaespaldas, confidente y sicario del todopoderoso jefe del sindicato de camioneros, los “Teamsters”, Jimmy Hoffa. El guión elegido por Scorcese es demostrativo de cómo, sobre todo en estos tiempos de Millennials pragmáticos, tanta vida de holgura y poder está asociada a la muerte desde el inicio hasta el fin, matando en vida al propio mafioso, cargado de culpas por haber derribado el muro entre lealtad y traición pero también alejándolo de una forma u otra, de quienes dijo “proteger” -sus familiares-, condenándolo a la peor de las prisiones en la vejez: el olvido en la soledad.

Frank Sheeran y Jimmy Hoffa.

Pero también el filme, basado en un libro de Charles Brandt, muestra cómo dos hitos de la historia americana, como son el promisorio y popular John Fitzgerald Kennedy y hasta la ciudad “paraíso” enclavada en medio del desierto, Las Vegas, recibieron tremendo financiamiento con aquel dinero ilegal, lo cual llevó a que el gobierno federal, investigara y castigara selectivamente a los capo-mafia mientras otros perfeccionaban la fórmula -o contrataban cada vez más sofisticados abogados- para escapar al control de la ley. Incluso en el caso del citado Buffalino, se demuestra en la película, acerca de sus vínculos con la temible CIA, particularmente considerando su virulento anticastrismo, que lo llevaría a urdir el frustrado ataque a la Cuba de Fidel en Bahía de los Cochinos en abril de 1961.

En estos tiempos, allá de Trump con su “America First, creyendo que la grandeza norteamericana sólo tiene relación con todo lo bueno del ADN estadounidense y aquí, de mafiosos no asumidos, como la Vicepresidenta electa, CFK, líder conspicua de una asociación ilícita pero que se autoengaña como “perseguida política, víctima de una conspiración” o de Hugo Moyano, el multimillonario sindicalista camionero, declarado admirador de Hoffa y alimentado por todos los gobiernos desde los noventa en adelante, la película citada tiene una singular actualidad y ello explica su enorme y curiosa teleaudiencia.

Claro, salvando las distancias, existen algunas sutiles diferencias entre las mafias de Estados Unidos y Argentina.

Allá, los mafiosos son condenados efectivamente a purgar sus buenos años a la cárcel, porque la justicia existe y no es “camelo”. Además, los dirigentes delictivos prefieren usar la Quinta Enmienda para no no autoincrimnarse cada vez que llegan a la instancia judicial oral. Luego, directores y guionistas valientes difunden la historia a través del cine y ganan dinero por ello.

Aquí, mientras tanto, difícilmente terminen sus años en la cárcel porque usan los fueros legislativos para evitar ir a prisión o, suelen ser convincentes con sus alegatos victimizándose y rotulando a los jueces como sus verdugos al servicio de intereses oscuros. Conviene trabajar para ellos y no morir asesinado “aunque parezca que fue un accidente”, denunciando sus negociados.

Mientras, en un país se intenta plasmar la igualdad ante la ley aún con dificultades, en el nuestro, reina una impunidad y la desconfianza en la justicia.

EL INICIO DEL “AMERICA FIRST”: EL “FAR WEST”

El sello distintivo del discurso que catapultó a Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, en noviembre de 2016 y que sería el sello de buena parte de su primer mandato, fue y es, la prioridad otorgada al interés y bienestar de los propios americanos, lo cual se condensa en su expresiva “America First”. Al tratarse de un velado reproche a las gestiones anteriores de la Casa Blanca de las últimas tres décadas por lo menos, incluyendo las republicanas y obviamente las demócratas que priorizaron la contribución de Estados Unidos a la globalización y asi, a sus potenciales rivales como China, en realidad no es una fórmula novedosa. Por el contrario, recoge la más genuina tradición de la “excepcionalidad americana”, aquello que lo hizo original, diferente y poderoso al “gran país del Norte”, lo mismo que lo llevaría a atribuirse el derecho a expandir la democracia y el capitalismo alrededor del mundo.

Porque esas 13 colonias de la costa este lindante con el Atlántico, que nacieron de las diásporas de peregrinos expulsados por las guerras religiosas europeas en el siglo XVII que sellaron el Pacto del Mayflower para construir una sociedad inédita, igualitaria, rousseauniana y con una elevada catadura moral puritana, desde sus inicios, se plantearon ser forjadoras de un “Destino Manifiesto”. Fueron edificando sus cimientos desde el autogobierno democrático local, pasando por su independencia (fiscal y militar) de la hegemónica e imperial Gran Bretaña y luego, paso a paso, ampliando la frontera hacia el oeste inexplorado, virgen, habitado por tribus indómitas de indios salvajes.

Además de la compra de Alaska al poco visionario Zar ruso en 1867, la adquisición de la Louisiana a los franceses, por parte de Jefferson en 1803, al oeste del Río Mississipi, fue decisiva para estimular la colonización de miles y miles de americanos, además de gentes de otras latitudes (chinos, japoneses, judíos, hindúes, hasta chilenos y peruanos). Incluyendo la mítica batalla del Alamo (1836), el triunfo sobre los mexicanos en el bienio 1846-1848, permitiendo anexar Texas, California, Arizona y Nuevo México -equivalente a la pérdida del 50 % del territorio para el país vecino-, le dio mayor certidumbre al horizonte del proyecto colonizatorio al que se le sumó la “fiebre del oro” (1848-1849). En cualquier caso, fue el “America First” del siglo XIX, porque semejante empresa civilizatoria, se hizo con la anuencia del Estado americano, pero por cuenta y riesgo de los propios colonos: tal aventura implicaba, priorizar la territorialidad americana, ampliándola, urbanizándola, conectándola vía el ferrocarril. Ello explica por qué y a diferencia del resto del continente, Estados Unidos pudo plasmar el sueño hamiltoniano de una industria nacional fuerte y pujante, “protegida”, sí, pero naturalmente, por la gran expansión de su geografía habitable y cultivable.

Esa conquista del “Far West” no fue nada sencilla. El cine de Hollywood ha hecho innnumerables reconocimientos a tal proeza humana. Tal vez de manera edulcorada y un tanto nacionalista ostentosa, “for export” luego de la II Guerra Mundial: Gary Cooper, James Stewart, John Wayne, Robert Mitchum, Richard Widmark, Henry Fonda, Anthony Quinn, Clint Eastwood y tantos otros actores han protagonizado recordadas películas donde personificaban a los vaqueros, pistoleros, “cowboys”, incluso “sheriffs” y “marshalls”, que con sus caballos y revólveres inventados por Samuel J. Colt, se batían en duelos memorables, aquellas formas nobles de dirimir reyertas, venganzas, “cazar recompensas” o cobrar viejas deudas pendientes entre sí o con forajidos, deseosos de asaltar las caravanas de miles de migrantes que surcaban las praderas hasta poder instalarse y fundar poblados.

Los delincuentes también tuvieron sus historias: Billy The Kid que moriría con apenas 21 años, Joaquín Murrieta, Sundance Kid, Butch Cassidy, Jesse James, etc. Igualmente, los caciques o líderes indios como Toro Sentado, Tekumseh, etc. así como los blancos que simpatizaban con ellos, fueron objeto de leyenda: “Caballo Loco”, personificado por el irlandés Richard Harris, el teniente Dunbar de “Danza con lobos”, escenificado por Kevin Costner y tantos otros. En el medio, cabe citar a personajes como Davy Crockett, Daniel Boone y hasta Buffalo Bill, gran cazador de bisontes, que podía entenderse muy bien con los indios, aunque peleara contra ellos, del lado del Ejército federal.

Esa mirada hollywoodense, sumado a la versón italianizada, más parodial, que construyó el “spaghetti western, el de Lee Van Cleef, Franco Nero, Bud Spencer y Terence Hill, que se complementa con las series de los años sesenta y setenta, como “El llanero solitario”, “Bonanza”, “Valle de pasiones”, “El Gran Chaparral”, “El hombre del rifle” y “La familia Ingalls”, tal vez, no era lo suficientemente descriptiva del tremendo escenario de cambio social, económico y hasta ecológico que implicó aquella fenomenal proeza.

Muchos de los colonos eran sectas religiosas, como los mormones, lo cual les permitió avanzar en grupos fervorosos, autoorganizados y solidarios, lo cual les permitió continuar y afrontar con estoicismo la larga travesía, plagada de obstáculos: los robos a las carretas y diligencias, el cuatrerismo (hurto de ganado), la amenaza india y las enfermedades mortales como la disentería y el cólera. La trata, o sea, la compra y venta de mujeres para la prostitución, ya era común por aquellos años, considerando la gran cantidad de hombres dedicados a actividades económicas como el trabajo en las minas, el cultivo de cereales, la cría de ganado vacuno o la instalación de vías férreas o postes de telégrafo. Ellas eran clave para los burdeles y saloons, donde también los hombres montaban casas de apuestas. Pero la “otra mujer”, la de la familia, tenía un doble papel: en el hogar estrictamente, con el cuidado de sus hijos pero sobre todo, a cargo de la educación pública, civil y religiosa. Las viudas que se habían convertido en pioneras y las amerindias, también eran protagonistas de la vida civil en los nuevos asentamientos. Las condiciones climáticas y sobre todo, los inviernos, tampoco eran muy estimulantes para aquellas primeras sociedades del “Lejano Oeste”.

La ocupación de los pioneros no sólo implicó un gran cambio ecológico, expandiendo la frontera del alambrado de campos y cultivos, sino también demográfico expulsatorio: desplazó definitivamente a mexicanos e indios, condenando a estos últimos, expoliados y diezmados luego de sangrientas guerras famosas, a las reservaciones del Estado federal. La “fiebre del oro” californiana, por ejemplo, supuso la caída de la población aborigen de 150.000 almas a 30.000 en 25 años, en las cercanías de San Francisco, ciudad que creció al mismo tiempo, de la mano de las raza blanca y amarilla, exponencialmente.

Todo ese tipo de adversidades pero también epopeyas, construyeron el mito del esfuerzo y sobreesfuerzo americano, personalmente responsable, arrollador, exitoso, capaz de lograr lo imposible y desde esa autoestima colectiva, se fueron construyendo los pilares de una nación que luego en el siglo XX, sobre todo, en su segunda mitad, lideraría el mundo.

La pregunta que cabe hacerse es si el entusiasmo de Trump por esa idea del “America First” es justificado, considerando que el mito del “Far West” tuvo algún componente racista pero al mismo tiempo, implicó una aceptación y hasta una búsqueda deliberada de la nación americana, aún con su propio camino -expansionista- por un lugar en el mundo. Precisamente, no parece ser ésa la intención del discurso trumpiano, más inclinado a retraer o replegar el espíritu americano hacia dentro y así, tornarlo incompatible y hasta confrontativo con el resto del globo.

UN MAGO DEL FUTBOL

Los Millennials nacían a este mundo cuando ya Juan Román Riquelme, uno de los cuatro mejores jugadores de futbol que dio este país junto a Maradona, Messi y Bochini, empezaba a deslumbrar en el Mundial Juvenil de 1997 logrando campeonar a la Argentina en Malasia. Hoy, es nombrado en una nueva faz, la política, candidateándose como Vicepresidente segundo de una lista opositora al macrismo hegemónico en Boca Juniors, el club de la Ribera en el que se consagró desde 1996 a 2002, a pesar de que se había formado en “el semillero del mundo”, Argentinos Juniors, la entidad del barrio porteño de La Paternal, del cual es hincha, el actual Presidente argentino electo, Alberto Fernández.

De bajo perfil mediático, a menudo hermético, lo cual le granjeó pocos amigos en un país como Argentina, donde hay que abrir la boca hasta cuando redunda, Riquelme era un jugador algo cuestionado por su frialdad y hasta “lagunas mentales” en el juego, especialmente por su forma displicente de desplegar su fútbol. Pero nadie jamás pudo dudar de su inteligencia extraordinaria para mirar la dinámica del partido, colocar preciosas asistencias de gol y cuando no, potentes y precisos remates al arco desde media distancia o tiros libres. Era muy difícil -o imposible- arrebatarle la pelota: sacaba de quicio a sus marcadores, dejándolos siempre al borde de la tarjeta amarilla o la expulsión. Con un físico muy particular -y raro para un “enganche” de su categoría-, aunque tampoco fuera un 10 normal, Riquelme sabía como pocos, esconder el balón y sacar pases filtrados, que descolocaban a los defensores rivales. Como si tales talentos no le alcanzaran, dominaba mentalmente el juego, supliendo la disciplina táctico-física con su dominio mental.

Aquí lo vemos lucirse jugando para la selección argentina dirigido por Peckerman y Bielsa contra el Brasil campeón mundial de 2002, en 2005 y el Chile de Bielsa en 2007, respectivamente. En ambos partidos, Riquelme sería la figura central, marcando hermosos goles contra sendos rivales poderosos.

En el Mundial de Alemania de 2006, el único que jugó, Argentina quedaría eliminada por el anfitrión por penales en cuartos de final. Fue el último mejor equipo nacional que yo viera jugar en certámenes globales. Observarlo a Juan Román jugar con Messi era un deleite especial. Los absurdos caprichos de Bielsa en 2002 y Maradona en 2010, lo privarían de jugar otros dos Mundiales.

A nivel de clubes, Riquelme jugó también en el Barcelona (2002) pero sin destellar como lo haría en el pequeño Villarreal de España (2003-2006), llegando a una semifinal de la Champions League, cobrándose revancha de su experiencia anterior. Volvió a Boca Juniors (2007-2013), su verdadero lugar en el mundo aunque se retiró donde había comenzado: en Argentinos Juniors (2014).

Admirado y respetado por los hinchas de River, me despido con los goles que Riquelme le marcó a mi Colón: lo tuve que padecer pero al mismo tiempo, disfrutar y envidiar sanamente, a menudo, jugando en contra.

EL COSTADO HUMANO DE LE MANS (X 2)

Es un circuito europeo muy especial pero mucho más lo es la carrera que se desarrolla allí año a año, a pesar de que que haya perdido cierto fulgor de antaño, de la mano de la modernización tecnológica. Cerca de la localidad -comuna de 143.000 habitantes- de Le Mans, Francia, sede de la fábrica de Renault, más exactamente en el circuito de La Sarthe, cada mediados de junio, se pone a prueba en un día entero, corriéndose de noche, la resistencia de pilotos avezados y autos, con velocidades que pueden oscilar entre 300 a 405 km/hora. Por eso, el cine le ha rendido su merecido tributo, tanto en los años setenta como en la actualidad, tal vez recordando aquellas épocas donde el hombre hacía rendir a la máquina y no al revés.

En 1971, se estrenó “Las 24 Horas de Le Mans”, con un galán del momento, el actor norteamericano Steve Mc Queen, quien tendría una corta vida, apenas medio siglo, falleciendo en México, de un cáncer de pulmón. Dicha película estaba basada en hechos reales aunque los personajes eran ficticios. Lo relevante del filme, con la banda sonora a cargo del genial compositor parisino Michel Legrand, donde prevalecen la fotografía y el audio de poderosos motores en desmedro del guión o el diálogo, era mostrar al televidente, además de todo lo que rodea al espectáculo, el costado humano del mismo: el dolor de un piloto por la muerte de su amigo en la temporada anterior; la solidaridad con su viuda que siguió concurriendo a las competencias y la posibilidad de priorizar un segundo puesto en aras del equipo, aunque a diferencia de la otra película que comentaremos, por decisión propia del piloto involucrado.

Hace apenas algunos días, se estrenó otro filme “Contra lo imposible”, dedicado a una experiencia épica que rodeó a Le Mans, pero en 1966. Ferrari, la marca italiana, que fabrica pocos pero exquisitos modelos al año, incluyendo de competición, ganaba la carrera consecutivamente desde 1961 a 1965. Ford, la gran marca americana, gracias al entonces gerente comercial y creador del modelo Mustang, Lee Iacocca (décadas más tarde, salvador de la quiebra de Chrysler y fallecido en julio de este año), decide ingresar al mercado de las competencias automovilísticas en Europa y por lo tanto, desafiar a Ferrari, luego de haber intentado comprarla en apenas 10 millones de dólares. Lo que eran decisiones estratégicas comerciales, puramente racionales, en realidad, encubrían enormes pasiones humanas. El orgullo de Don Enzo Ferrari “Il Commendattore, mancillado por la ignominiosa oferta de Henry Ford II y la no menor vanidad de éste, quien buscaba una manera de emular y opacar a su abuelo y su padre juntos, fueron los motores empresariales de la nueva aventura.

Pero la hazaña de derrotar a Ferrari, no hubiera existido tampoco sin el afán emprendedor de Carroll Hall Shelby, un joven texano multimillonario especializado en la venta de autos con motores europeos en Estados Unidos pero que había finalizado frustrado su fulgurante carrera profesional como piloto, al diagnosticársele una enfermedad cardíaca que paradójicamente, lo dejaría sobrevivir hasta los 89 años -murió hace 7-. Mucho menos, sin la pasión y obsesión del oriundo de Birmingham (Inglaterra), veterano de la II Guerra, emigrado a Estados Unidos, piloto de carreras en dicho territorio, dotado de un gran conocimiento y sensibilidad mecánicas, Ken Miles. Entre ambos y el equipo de ingenieros y diseñadores que formarían, lograrían quebrar la hegemonía ferrarista, que nunca más volvería a los sport prototipo o Endurance y sólo tendría cuatro pilotos campeones en la Fórmula Uno, en las últimas cuatro décadas y media: el austríaco Niki Lauda, el sudafricano Jody Scheckter, el alemán Michael Schumacher (5 veces) y el finlandés Kimi Raikkonen. En 90 años recién cumplidos de Ferrari, el del finés en 2007, fue el último título mundial logrado por un piloto de Il Cavallino Rampante“.

La película recién estrenada, también es un canto a la deportividad, otro jalón que se ha ido deteriorando a lo largo del tiempo. Decisiones de equipo, tomadas en nombre del contrato o del dinero o del prestigio de la marca, por las cuales un piloto menos destacado aunque coyunturalmente ganador en la evolución de una carrera, debe ceder su lugar al número uno del equipo, terminan afectando la credibilidad de la competencia, además de lesionar vínculos entre los mismos corredores. Así como Miles en 1966, a lo largo del tiempo, en F1, Peterson, Reutemann, Raikkonen, hoy Bottas, Leclerc y tantos otros, han tenido que padecer situaciones semejantes, desafiando o no, las órdenes desde boxes y pagando altos costos en los casos de no mostrar docilidad u obediencia debida, exigidas por la letra fría de contratos.

Dicho sea de paso, la imagen de los 3 Ford cruzando al unísono la línea de meta en Le Mans 1966, habiendo humillado a Ferrari, se parece a la llegada del domingo pasado 17 en Interlagos, el GP de Brasil en F1, cuando un débil Toro Rosso, con motor Honda, a cargo del francés Pierre Gasly, habituado al último pelotón, evitó a metros de llegar a la bandera a cuadros, el sorpasso del séxtuple campeón mundial, el británico Lewis Hamilton, al mando del imbatible Mercedes Benz. Como aquella oportunidad cuando el motor americano destronó al italiano, será éste el presagio de que a partir de la nueva normativa de la máxima categoría en 2021, los japoneses derrotarán a los alemanes?

Cabe recordar que aquellos tiempos de Le Mans, donde marcas como Ferrari, Ford, las británicas Jaguar y Aston Martin y la francesa Matra-Simca, han quedado muy atrás. Hoy, se disputan el cetro allí, desde 1979 en adelante, los alemanes de Porsche (15 veces ganador) y Audi (13 triunfos, 9 de los cuales catapultaron al danés Tom Kristensen), muy superiores a los franceses de Peugeot (3 victorias, la última hace una década), los japoneses de Toyota (ganadores en las ediciones 2018 y 2019, de la mano del español ex campeón de la F1, Fernando Alonso) y Mazda (una sóla vez), más Bentley, Sauber, BMW, Mc Laren y Rondeau, entre otros.

Párrafo final para el hijo de Miles, Peter. Tenía 15 años cuando vio ganar, dar “su vuelta perfecta” pero también morir a su padre, en el desierto californiano de Riverside, un 17 de agosto de 1966, probando otro modelo Ford, el J-Car -luego del accidente, renombrado MK IV, que correría el gran Mario Andretti en Le Mans 1967-. Hoy, a los 70 años, tras no haber visto más una carrera desde 1965, es un empresario dedicado a la venta y colección de autos vintage, entre otros, los Cobra que adoraba su amado padre. Otro ejemplo más de que en algún lugar nuestro, llevamos la pasión de nuestro padre, por más que nos haya dejado hace tiempo.