AMOR EN TIEMPOS DE TINDER?

Entré experimentalmente hace 10 días a la red social de citas y “matches”, lanzada el 15 de noviembre de 2011. Motivar a un querido amigo en tránsito -eterno- de separación, fue el gran detonador de mi ingreso ya que desde mi entrada y salida de Badoo en 2011, no creo demasiado en hallar parejas serias -y mucho menos, amor- a través de estas redes sociales.

Confieso que me entretengo y hasta divierto a diario -aunque pagando-. Buena cantidad de “matches” para aumentar mi ego, que seguramente ya estaba elevado, interesantes cortes o rupturas, producidas por el “desgaste” de no tolerar ni siquiera la demora de “algunas” en aceptar un café cara a cara, aunque en sus perfiles demanden “seriedad”, “relaciones a largo plazo”, “madurez”, etc. y exijan todo tipo de requisitos en los hombres supuestamente tramposos y mentirosos: “fotos reales”, “cero chamuyo”, bla bla bla bla…..

Realmente, mientras el mundo está al borde de una III Guerra Mundial, las mujeres de Tinder, en su gran mayoría, al menos las que yo conocí, se hallan en un estado calamitoso: no estético, sino mental. Disonancia cognoscitiva por doquier, fotos en las que exaltan “soy positiva y simpática” y muestran espaldas, colas o rostros que espantarían a la misma Morticia Adams.  Para colmo, ya no dependen de la “caja boba”: lo son del más sofisticado pero peor, Sr. Netflix. Además, la misma autenticidad que le piden a los hombres, la adeudan, cuando muestran fotos antiguas, con hijos o mascotas, incluso de éstos en soledad. Algunas salen haciendo piruetas en la pared, cuando no, ocultan totalmente su físico y/o rostro, poniendo flyers con lecciones morales. Lo mismo dirán de sus hombres “tan ansiados” -o como se decía antiguamente, “solteros codiciados”?

Ni hablar de los chats. Dan para todos los gustos. Con excepciones, son para el mejor estudio psicológico que quepa en este tipo de ocasiones. Aunque justo es reconocerlo, hay una enorme distancia cultural entre las argentinas y las no-argentinas. Estas últimas reclaman presencialidad física, “talkers” en vez de “texters”, pero al poco tiempo, se nota que tienen más claro, todo. Llama la atención que las argentinas ni siquiera leen los mensajes ni se enteran de quienes las siguen. Pero claro, insisto, “buscan relaciones serias y de largo plazo”. Seguramente, en su favor, tendrán razones para quejarse de no pocos argentinos. Pero nuevamente, se impone la “ley de atracción”: atraen poco y malo porque ofrecen no mucho más que eso.

Ahora, desde el punto de vista estructural, evaluando la misma herramienta tecnológica, puede decirse que Tinder adolece de fallas. El pago escalonado, es decir, la posibilidad de mejorar la dimensión de los contactos, sólo a partir de nuevos pagos (Tinder Gold y Platinum), desalienta a las mujeres, que acumulan pretendientes y chats que no conocen a menos que eroguen pero también a los hombres, que suelen pagar pero tampoco encuentran lo que buscan. Es un problema de expectativas. El mero atractivo visual inicial no garantiza para nada, el desarrollo de nuevas relaciones y mucho menos, duraderas, si no hay entusiasmo, no hay admiración, no hay contagio alguno, mucho menos continuidad en el lazo online, excepto alguna afinidad a manera de espejismo inicial.

Es que resulta difícil recuperar el tiempo perdido. Difícil atraer o conquistar un gran amor así. Difícil disfrutar momentos jubilosos, duraderos, de esta manera. Lo peor, difícil encontrarse a sí mismas, quererse sin necesidad de selfies o leer libros de autoestima o hacer yoga, si no es teniendo claras sus identidades que no pueden nunca construirse solo desde la otredad o desde el supuesto enemigo deseable, el masculino.

En verdad, tampoco les creo mucho, por mi propia experiencia. La más independiente y liberal, se termina transformando en una madre perfecta, cocinera orgullosa y “mantenida” de por vida, por el ex marido o el Estado. Me ha pasado tal vivencia, apenas me separé de mi ex esposa.

Punto. “Tinder” deconstruido. Por fortuna, en unos días más, huyo despavorido de allí.  El algoritmo tendrá que hallar otros inocentes manipulables. Seguiré feliz destrozando a mis rivales ideológicos, en Twitter.

LA HEROINA CON QUIEN EMPEZO TODO

171 días de cuarentena en Argentina. La popularidad de Alberto Fernández bajó aunque no tan abruptamente, desde 80 o 90 % de popularidad cuando la decretó el lejano viernes 20 de marzo pasado, a 50 % Los infectólogos ya no aparecen tan habitualmente en los medios, porque no pueden ocultar que el número de contagiados han conducido a la Argentina al top ten mundial y por ende, no hallan argumentación valedera para explicarlo en función del proceso de aislamiento obligatorio tan duro, que ellos sugirieron y militaron. Ya no aparecen las conferencias de prensa con el trío Fernández-Rodríguez Larreta-Kicillof cada 15 días -apenas discursos grabados y por separado-, tampoco quedan vestigios de la moderación política inicial ni los aplausos nocturnos para los médicos y enfermeras.

Ahora todo parece caos. Números sanitarios que aumentan ya no sólo en el AMBA donde parecen haberse “amesetado” -por fin- sino en el interior del país, donde el aislamiento se cumplió con creces pero según parece, los camioneros o algunos viajantes desprevenidos o reuniones de amigos y familiares, difundieron el virus. Aduanas interiores, tomas de tierras y bares cerrados por orden judicial, más regresiones en las medidas de aislamiento, que sin embargo, generaron reacciones de la gente en ciudades variadas como Rosario, Venado Tuerto, Cipolletti, Orán, la frontera puntano-cordobesa, etc.  Delincuencia generalizada, producto en gran medida de la irresponsable medida judicial, con la venia del Ejecutivo culposo, de liberar cerca de 4.000 presos allá por abril. Jóvenes desaparecidos por la violencia policial, cuando no, amparada por el poder político provincial, desde Buenos Aires pasando por Córdoba hasta Tucumán. Es el producto de la negligencia e ignorancia de los políticos en el control profesional de las fuerzas de seguridad post dictadura, en lo que parece, no les alcanzó con más de 3 décadas y media de democracia para hacerlo. Los médicos intensivistas reclaman por el agobio al que están expuestos y las Facultades de Medicina por fin, se expiden sobre una pandemia de la que recién se enteran. En el plano institucional, la oposición en el Congreso, particularmente en Diputados -CFK maneja a control remoto, el Senado-, recién esta semana que pasó, se percató de la relevancia de la presencialidad tratando de acorralar a un oficialismo que no se da por aludido y se victimiza.

Todo ello, sin dejar de recordar que todo el sistema educativo argentino sigue sin funcionar excepto online con los alumnos, maestros y profesores que puedan conectarse -presumo que la mitad-, sin vislumbrar regreso físico alguno, por presión opuesta de los gremios docentes y no docentes; el transporte urbano e interburbano, que sobrevivía en la “vieja normalidad” gracias al subsidio del gasoil, no funciona; los contactos entre Provincias e incluso entre localidades de una misma Provincia, están prohibidos o regulados por la autoridad central o distrital, por temor a la exportación o importación de contagios; los vuelos de cabotaje no existen y la reapertura de los internacionales, programada para el 1 de setiembre, postergada para inicios de octubre aunque no es segura esa fecha; el fútbol, deporta nacional por excelencia, ha regresado a los entrenamientos, pero los contagios en el club más popular del país (Boca Juniors) amenazan con dilatar aún más el regreso de las competencias oficiales, mientras que por ejemplo, en la vecina orilla del Río de la Plata, Uruguay, que ha hecho todo bien en materia en lucha contra la pandemia, sin cuarentenizar todo el tiempo, a toda la población, ya se han disputado varias fechas del torneo local.

Ante este panorama, el gobierno nacional y los 24 provinciales, incluyendo CABA, insistirán en volver a fase 1 o 2 según distritos, seguirán atemorizando por doquier o culpando a las reaperturas o salidas de amigos, etc. por el crecimiento de los contagios. Los periodistas subsidiados continuarán practicando el terrorismo mediático a pesar de que el Presidente, con su típico autismo, insista que el ametrellamiento  es en sentido contrario. Cuando no, como son tramposos y espurios en su accionar habitual, organizarán marchas con actores y actrices afines, como las de ayer en el Obelisco, quemando barbijos, para exhibir que las protestas pacíficas son “anticuarentena”, irresponsables y egoístas.No hay otra salida para ellos, porque carecen de plan alguno y sólo quieren más poder e impunidad para la Vicepresidenta.

Incoherentes porque atacan al positivismo o al biologismo en las aulas, algunos académicos, particularmente aquellos que son funcionarios nacionales, afines al albertismo, podrán negar el agravamiento de patalogías mentales, aduciendo falta de evidencia científica, pero el daño en la salud mental de la población, incluyendo niños, es enorme. Trastornos de ansiedad en los más jóvenes, depresión en adultos, la angustia generada por no poder despedir a familiares que agonizan o mueren, el distanciamiento entre familiares o parejas, la soledad abrumada por la virtualidad, hasta incremento en la tasa de suicidios. Los impactos son de corto plazo pero sobre todo, en el largo, donde al igual que las morbilidades o enfermedades no Covid19, a nadie hoy le interesa blanquear.

Hoy, del otro lado, las protestas callejeras en las fechas patria, los llamados de Carlos Maslatón a la desobediencia civil “barrani” a lo Henry Thoreau,  la decisión valiente del Intendente de Tandil de generar su propia dinámica de fases de lucha contra el Covid19 -tildada ya de “separatista” e “insolidaria” por la burocracia platense- y algunos otros gestos, mínimos, sin mayores impactos, salvo en redes sociales, expresan la impotencia de una sociedad civil, con la guardia moral baja, incapaz de exigir o luchar por sus derechos y garantías, torciendo el destino al que la han sometido.

Por eso, me gustaría rescatar el papel de esa anciana de 84 años, viviendo en Avenida Libertador en CABA, con un matrimonio de 32 años a cuestas, quien el 22 de abril pasado, bajó de su edificio, sacó su reposera, cruzó con firmeza, llegó al Rosedal y se sentó allí, a tomar sol, motivando enseguida la llegada de 7 policías de CABA, gobernada por un tal Rodríguez Larreta al que ella había votado. No se quiso mover a pesar de las advertencias reiteradas de los hombres de seguridad y sólo cuando ella lo decidió, se retiró, ya con todos los medios de comunicación transmitiendo en vivo y en directo.”Tengo derecho a tomar sol”, les espetó a quienes quisieran escucharla.

Sara Oyuela, enferma de cáncer, mostró el camino de la rebeldía, que no tiene por qué ser irresponsable o inconciente, como quiere manipular el gobierno. Una lástima que recién ahora la sociedad argentina parece pelear por no morir. Ojalá no sea tarde para que “el derecho a tomar sol” o “el derecho a respirar”, no se pierdan, en nombre de la salud, en un contexto de genocidio mental, económico y por qué no, sanitario.

ORIGEN, AUGE Y CAIDA DE UN “MONJE NEGRO”

Martin Gill es un político poco conocido a nivel nacional, apenas ahora, porque es Secretario de Obras Públicas de la Nación, en el gobierno de Alberto Fernández pero lo es mucho más, a nivel local, en su propia Ciudad, donde ha sido Rector de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM) y desde 2015, Intendente reelegido en 2019, aunque hoy esté de licencia desde que asumió en aquel cargo citado en primer lugar. Acaba de ser imputado judicialmente junto a un grupo de allegados y familiares – por la Fiscal Julia Companys, en la justicia provincial cordobesa-, por haber arribado a la ciudad, contagiado de Covid19. Las redes sociales de la ciudad han estallado, divididas, entre los opositores a su figura, juzgándolo por su responsabilidad -o irresponsabilidad doble como funcionario y ciudadano ante la pandemia- y sus simpatizantes -los que le quedan-, quienes le dan ánimo y consideran que se trata de un show mediático para medrar contra su figura pública.

Todo ello en un contexto de una cuarentena que en el interior de Córdoba en general y Villa María, en particular, una ciudad asentada en el corazón del campo -que vive de los servicios-, cuenta con pocos casos de contagiados e ínfima cantidad de muertos por Covid19, aunque la dureza de la cuarentena, de todos modos, vivida más relajadamente que en el AMBA (Area Metropolitana de Buenos Aires) o la misma Córdoba Capital, ha dejado un tendal de comercios con carteles de “alquila o vende” o cerrados definitivamente. En una ciudad que ha crecido enormemente en las dos últimas décadas, producto de la instalación de la Universidad Nacional pero -sobre todo-, del “boom” del campo entre los años 2002 a 2011, Gill está asociado a semejante fenómeno positivo, al menos estéticamente, porque la gente ignora cómo él mismo pudo trepar hasta el máximo poder, independientemente de su lealtad hecha añicos para con Eduardo Accastello, el político justicialista que arribó a la Municipalidad en 1998, tras un largo período de hegemonía política radical, en una ciudad emblemática para los “boinas blancas”, dado que allí nació, vivió y gobernó Don Amadeo Sabattini, uno de los líderes más conspicuos de la UCR, que pudo haber sido Vicepresidente del mismísimo Perón.

Gill pidió disculpas públicamente, seguramente culposo por el alboroto que causó su “visita contagiosa”, en una sociedad altamente sensibilizada y atemorizada adrede por su propio gobierno nacional y su aliado, el provincial, pero, sobre todo, considerando la expulsión de dos periodistas de un medio local online –que anticiparon la noticia de su imputación-, algunas jornadas previas. Villa María no es Formosa, La Rioja, San Luis, Salta, Neuquén, Santa Cruz, Chaco ni Tucumán, donde gobiernan verdaderos monarcas electos y no existe el mínimo republicanismo, porque la oposición legislativa está menguada o es funcional al poder y la justicia más los medios de comunicación están cooptados por amigos del poder o financiados por el mismo.

Pero en una ciudad con el perfil social como el descrito, sin prácticamente pobreza urbana ni demasiada aglomeración, con un IDH relativamente alto, con parámetros cuasi europeos, sin industria contaminante, tras heredar el poder gracias a su supuesta lealtad a Accastello, Gill desmontó toda la estructura anterior y la reemplazó por su propia maquinaria de obsecuentes y mediocres funcionarios, reteniendo el poder hasta de la Universidad Nacional, a cargo de un amigo (el abogado Luis Negretti) y hasta copó la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) -de donde extrajo a su ex Rector, el Ingeniero Pablo Rosso, para primero, sentarlo en el Concejo Deliberante y luego, ungirlo como su “regente”a cargo del Municipio-. Una situación, a todas luces, anómala, irregular, incompatible con un régimen republicano. Comparativamente, igual o peor, que cualquiera de las Provincias antes nombradas.

Esa particular construcción política, sutil, silenciosa, urdida tras bambalinas, se consolidó con un vasto despliegue sobre organizaciones sociales, sindicatos, colegios privados -obviamente públicos-, centros vecinales, cámaras empresarias, colegios profesionales, centros de estudiantes secundarios y por supuesto, en el pináculo de esa fenomenal red clientelar, las dos Universidades, acompañadas por los medios silenciados y un Legislativo comunal que tardó en reacomodarse como verdadera oposición, hasta hace apenas un par de meses tras décadas de refugiarse en “zona de confort”.

Pero claro, semejante construcción no fue rápida y éste precisamente, es el propósito de este artículo, vivencial, experiencial, para describirles -de cerca, a la manera de una genealogía de ese poder-, cómo Gill lo edificó, con paciencia, con inescrupulosidad, a lo largo de más de dos décadas. Como buen descendiente de irlandeses, era católico militante, no provenía de una familia adinerada sino por el contrario, utilizó la red cooperativa de la Iglesia Católica, para financiar sus estudios de Abogacía en la UCC (privada y jesuita)  en Córdoba Capital y luego, en pleno menemato, se incorporó al accastellismo, una de las líneas internas “renovadoras” del peronismo local, aunque tal vez, dada su visión ideológica hubiera ameritado militar en el oficialismo de entonces. Porque Gill siempre fue un político de derecha, coherentemente de derecha, conservador, repito ello a propósito de su particular transmutación actual, en la que seduce a estudiantes supuestamente progresistas y hasta dirigencias transexuales. Tal vez ello tenga que ver con cierta transmutación personal de Gill y no con su verdadero posicionamiento ideológico.

Es que la vida política de Gill no empieza en un gremio, ni en la unidad básica, donde era un “‘ángel rubio”, un oscuro abogado que generaba desconfianza y nada de empatía en el “paladar negro” peronista, ni mucho menos en los barrios pobres, a los que no caminó ni siquiera en campaña. Comenzó colaborando con Accastello en la UNVM naciente -donde yo trabajo como docente concursado desde hace 21 años-. Allí fue su “ladero”, su hombre de máxima confianza y a través de él, pudo enmendar su error inicial de confiar ingenuamente en docentes de Córdoba, para construir una Universidad -y carreras-, con recursos humanos de procedencia local, subordinando a los “extranjeros”, sin reparar quizás que esas miradas externas le darían riqueza y diversidad a la ciudad y región, algo que lamentaríamos y mucho a lo largo de estas dos décadas. Si las Universidades nacionales -en Argentina-, son endogámicas en su gran mayoría, por la estructura legal laboral docente y administrativa, la UNVM es doblemente endogámica: hoy, gracias a Gill, es una Universidad que ha quedado en manos de cierta elite local (abogados, contadores, ingenieros) que responden a una mirada singularmente villamariense, sin feedback con el exterior, con cordobeses y riocuartenses, ahora disciplinados. Resulta todo un contrasentido, en una ciudad que vive de un campo competitivo y globalizado.

Gill ganó primero el poder en 1999, gracias a una elección rectoral emblemática, volvió a hacerlo en 2003 -ya prácticamente sin oposición excepto en Consejos Directivos y Superior- y recién en 2007, tras haber empleado “peones” en el tablero de ajedrez, aquí y allá, mostrándose “leal” al accastellismo, por fin, se candidateó como Rector y también triunfó. A partir de ese momento, inauguró una prolongada fase larga de 8 años, hasta 2011, primero -donde lo apoyé y fui funcionario subalterno de él, en un cargo menor- y hasta 2015, después. Yo había hecho campaña con él, incluso viajé a Buenos Aires acompañándolo en un periplo que incluyó el pago de estudiantes a una visita cultural a la Corte Suprema de Justicia y al Congreso Nacional. Antes, entre 2005 y 2006, cuando yo me erigía, por obra y gracia de las circunstancias, en un líder gremial de cierta “peligrosidad”  -en su horizonte de ambición desmedida-, su acercamiento a mí fue indisimulable. Subrayo esto, porque Gill que sabía que “cada hombre o mujer tienen su precio”, supo captar y cooptar desde el inicio, a diestra y siniestra, de manera hábil, seductora, siempre con una sonrisa, sin importarle demasiado la ideología de cada uno. Más allá de la personalización del relato, préstese atención a su racionalidad, a la claridad de sus objetivos y a cómo fue envolviendo a todos y todas, en su puño, sin coerción alguna. Con una sonrisa.

Siguió haciéndolo en pleno kirchnerismo. Lejos de optar por una salida alternativa, continuó y hasta sobreactuó, vistiéndose de progresista. En el camino, ya había traicionado a quienes le dieron la posibilidad de triunfo en 1999, por ejemplo, el abogado Dante La Rocca Martín, de quien se decía, “su amigo”. Idem Carlos Domínguez, el primer Rector normalizador de la UNVM, quien había sido reelegido en 2003, pero que jamás confió en él y no quiso enfrentarlo. Antes, Rosario Galarza, peronista o más peronista que él, si existiera un “peronómetro”, a quien había dejado en el camino, incluso favoreciendo el juicio de un concurso amañado, donde ella perdería para quedar fuera de toda competencia electoral. Hablando de concursos, el propio Gill pudo ser Rector, gracias a otro concurso -para auxiliar docente, ni siquiera Profesor- en la UTN. Sucesivamente, a lo largo de su vida política, Gill iría descabezando “muñecos” unos tras otros, mientras hacía el lobby necesario para traer obras públicas y financiamiento público nacional para “su UNVM” -como si fuera privada-, mantener contenta a “su tropa” y agradar a “su ciudad”. De nuevo, con una sonrisa. Así, la Universidad no pudo ser un templo donde se buscaba el saber y la verdad, sino un trampolín, más en su búsqueda incesante de poder -aún ignoro, para qué, con qué fin-.

En ese camino, un detalle simbólico: el día de su asunción en setiembre de 2007, algunas estudiantes (mujeres) de agrupaciones inclinadas a la izquierda, hoy mayoritariamente cooptadas como no docentes y unas pocas, retiradas o en el extranjero, se presentaron con féretros negros de cartón, anticipando la “muerte” de la UNVM, con su gestión. Hoy, aquel gesto al que muchos criticamos, reprodujo la realidad: el gillismo, a la manera de “los hunos de Atila” en Europa, destruyó, con tanta chatura y mediocridad, cualquier atisbo de diversidad, de creatividad, de innovación, de vitalidad, existente o naciente en la Universidad. Claro, pocos se animaban a contradecirlo o cuestionarlo en aquella “época de mieles”. A los que dejaba en el camino, en silencio, bien indemnizados, Gill los reemplazaba por otros más adulones, siempre disponibles, que ya conocían las reglas de juego, si querían escalar tanto o más que él. El resultado: una atmósfera sórdida, oscura, cuasi totalitaria, donde todos sospechaban de todos, aún dentro de la misma coalición gobernante que Gill tejió sin prisa pero sin pausa, con la finalidad de eliminar cualquier disenso, que lo atemorizaba.

A pesar de que nunca quise enfrentarlo y fui leal aún a sabiendas de que no comulgaba con su estilo ni falta de principios ni códigos, me tocó el turno de ser una de sus “víctimas” en mayo de 2014, casi un año después que el rectorable Arquitecto Hugo Traverso -a quien desbancó electoralmente de su cargo de Decano reelegido en Ciencias Básicas-, a través de un nuevo “ariete” (Germán Cassetta), instalado a tal fin, ya con Gill como Secretario de Políticas Universitarias (SPU) de la Nación -bajo CFK-. Es que una característica clave de Gill era actuar precisamente, a través de terceros funcionales -de modo hasta cobarde-, tal vez, pocas veces, operaba él mismo: lo hacía cuando estaba absolutamente convencido de hacerlo. Pero, como las leyes de Parkinson lo revelan, al verse obligado a crear y sostener una maquinaria cada vez más pesada de adulones, mediocres y sobornados, la eficacia de esa red, empezó a resquebrajarse.

Claro, haber llegado al Municipio primero, para luego traicionar a su padre político (Accastello), ambicionar la Provincia de Córdoba y llegar casi sin respiro, a la Casa Rosada -un “monje negro” trabajando para otro de igual o peor calaña (Fernández)-. Todo ello, en un cortísimo trayecto, lo llevó a pensar por un instante que tenía la invulnerabilidad de un monarca del siglo XVI. Siguió traicionando, en el plano personal-familiar, a su propia Iglesia Católica, a organizaciones a las que dividió o agrietó, incluyendo tanto al propio peronismo -sumando a connotados antiperonistas y arribistas independientes a su lado– como al radicalismo en la vereda de enfrente y a la minúscula y heterogénea oposición -que sí ayudé a construir- en el seno de la Universidad en 2017. Es que Gill pensaba que toda Villa María le pertenecía, algo así como su propio patrimonio personal. Funcionario del “Estado que te cuida”, creyendo en esa impunidad, víctima de su propia soberbia, cometió una burda torpeza: regresó a su ciudad, violó la cuarentena, contagió, muchos se enteraron y la justicia ahora lo acorraló. Él mismo cayó en su propia trampa. Queda por develar qué será del futuro de su propio “imperio” -de papel-. Es posible, no sé si probable, que quienes rápidamente lo encumbraron, se vayan despegando apenas visualicen un cambio desfavorable en la ecuación del poder. Quien traiciona, termina siendo traicionado.

Por todo ello, ahora no valen las disculpas, aunque tampoco le caben sólo a él. Con casi toda la sociedad, fuimos cómplices. En mayor o menor medida, todos fuimos funcionales a su armado racional. No se salva del reproche, ni la alemana Fundación Konrad Adenauer -KAS- vía una filial nacional (ACEP), que lo sostuvo en algún momento de esta larga historia. Lo ayudamos a colocarse ahí donde él creyó que estaba, libre de culpa y cargo, incluso agradeciéndole cual si fuera un “dios” -de barro-. Hay muchos Martín Gill en el país y -por qué, no- en el mundo. Todos ayudamos a construirlos.

En esta Argentina de movilidad social ascendente en el ocaso, en una ciudad inserta en la lógica capitalista, nacido en un ámbito católico, llegando a dirigir una Universidad pública y laica, Gill fue posible. Paradójicamente, la modernización de la ciudad que él contribuyó a prohijar, lo fagocitó como él mismo fue devorando a quienes creía hasta de modo paranoico, serían sus futuros competidores.

Ojalá, aun esperando el veredicto final de la Justicia, nuestras relaciones humanas y nuestra forma de crecer, sea a través del vínculo con otras vidas, menos perversas, menos manipuladoras, menos ambiguas, menos opacas, sin dobleces, más sinceras, más abiertas, más auténticas. Si queremos una sociedad de verdaderos ciudadanos.

Por lo pronto, me seguiré dedicando con ahínco con mis compañeros/as sobrevivientes de la tierra arrasada que dejó Gill, a la reconstrucción de la UNVM, para que sea lo que nunca le dejaron ser: una institución vital, al servicio de la búsqueda del saber, que lo irradie hacia su región, el país y el mundo y no del proyecto personal de nadie. Costará mucho hacerlo, será arduo reemplazar la cultura instalada de desconfianza, pero podemos intentarlo, al menos, para salvar nuestra dignidad.