AMOR EN TIEMPOS DE TINDER?

Entré experimentalmente hace 10 días a la red social de citas y “matches”, lanzada el 15 de noviembre de 2011. Motivar a un querido amigo en tránsito -eterno- de separación, fue el gran detonador de mi ingreso ya que desde mi entrada y salida de Badoo en 2011, no creo demasiado en hallar parejas serias -y mucho menos, amor- a través de estas redes sociales.

Confieso que me entretengo y hasta divierto a diario -aunque pagando-. Buena cantidad de “matches” para aumentar mi ego, que seguramente ya estaba elevado, interesantes cortes o rupturas, producidas por el “desgaste” de no tolerar ni siquiera la demora de “algunas” en aceptar un café cara a cara, aunque en sus perfiles demanden “seriedad”, “relaciones a largo plazo”, “madurez”, etc. y exijan todo tipo de requisitos en los hombres supuestamente tramposos y mentirosos: “fotos reales”, “cero chamuyo”, bla bla bla bla…..

Realmente, mientras el mundo está al borde de una III Guerra Mundial, las mujeres de Tinder, en su gran mayoría, al menos las que yo conocí, se hallan en un estado calamitoso: no estético, sino mental. Disonancia cognoscitiva por doquier, fotos en las que exaltan “soy positiva y simpática” y muestran espaldas, colas o rostros que espantarían a la misma Morticia Adams.  Para colmo, ya no dependen de la “caja boba”: lo son del más sofisticado pero peor, Sr. Netflix. Además, la misma autenticidad que le piden a los hombres, la adeudan, cuando muestran fotos antiguas, con hijos o mascotas, incluso de éstos en soledad. Algunas salen haciendo piruetas en la pared, cuando no, ocultan totalmente su físico y/o rostro, poniendo flyers con lecciones morales. Lo mismo dirán de sus hombres “tan ansiados” -o como se decía antiguamente, “solteros codiciados”?

Ni hablar de los chats. Dan para todos los gustos. Con excepciones, son para el mejor estudio psicológico que quepa en este tipo de ocasiones. Aunque justo es reconocerlo, hay una enorme distancia cultural entre las argentinas y las no-argentinas. Estas últimas reclaman presencialidad física, “talkers” en vez de “texters”, pero al poco tiempo, se nota que tienen más claro, todo. Llama la atención que las argentinas ni siquiera leen los mensajes ni se enteran de quienes las siguen. Pero claro, insisto, “buscan relaciones serias y de largo plazo”. Seguramente, en su favor, tendrán razones para quejarse de no pocos argentinos. Pero nuevamente, se impone la “ley de atracción”: atraen poco y malo porque ofrecen no mucho más que eso.

Ahora, desde el punto de vista estructural, evaluando la misma herramienta tecnológica, puede decirse que Tinder adolece de fallas. El pago escalonado, es decir, la posibilidad de mejorar la dimensión de los contactos, sólo a partir de nuevos pagos (Tinder Gold y Platinum), desalienta a las mujeres, que acumulan pretendientes y chats que no conocen a menos que eroguen pero también a los hombres, que suelen pagar pero tampoco encuentran lo que buscan. Es un problema de expectativas. El mero atractivo visual inicial no garantiza para nada, el desarrollo de nuevas relaciones y mucho menos, duraderas, si no hay entusiasmo, no hay admiración, no hay contagio alguno, mucho menos continuidad en el lazo online, excepto alguna afinidad a manera de espejismo inicial.

Es que resulta difícil recuperar el tiempo perdido. Difícil atraer o conquistar un gran amor así. Difícil disfrutar momentos jubilosos, duraderos, de esta manera. Lo peor, difícil encontrarse a sí mismas, quererse sin necesidad de selfies o leer libros de autoestima o hacer yoga, si no es teniendo claras sus identidades que no pueden nunca construirse solo desde la otredad o desde el supuesto enemigo deseable, el masculino.

En verdad, tampoco les creo mucho, por mi propia experiencia. La más independiente y liberal, se termina transformando en una madre perfecta, cocinera orgullosa y “mantenida” de por vida, por el ex marido o el Estado. Me ha pasado tal vivencia, apenas me separé de mi ex esposa.

Punto. “Tinder” deconstruido. Por fortuna, en unos días más, huyo despavorido de allí.  El algoritmo tendrá que hallar otros inocentes manipulables. Seguiré feliz destrozando a mis rivales ideológicos, en Twitter.

“TOC TOC”

Es una enfermedad de la postmodernidad. Puede hallarse en la todavía no moderna Africa o algunos lugares de Asia y hasta América Latina, pero seguramente en sus centros urbanos sí, aquejando a cientos de miles o por qué no, millones de personas. Son fobias, tics nerviosos, expresiones, manías, que adquiriendo carácter crónico, parecen esclavizar a las personas que las sufren. Atacan a todo tipo de clases sociales, incluso se dice que hubo nobles y hasta reyes que las tuvieron. Por ejemplo, Pedro El Grande, el Zar ruso que construyó San Petersburgo, tenía muecas faciales constantes, guiñando los ojos, frunciendo boca y nariz y moviendo la mandíbula, todo lo cual era bien manifiesto en presencia de sus visitantes europeos que luego lo difundieron, según el pintos ruso del siglo XIX, Valentín Seróv. Hoy, estos emergentes de los miedos humanos, se tratan en el diván de los psicólogos o en terapia grupal, pero supongo que hay muchísimos que no lo hacen por vergüenza.

Por eso, rescato el filme español, estrenado el año pasado, donde sobresalen, un actor argentino, Oscar Martínez -en un papel mucho más lucido que en “Relatos Salvajes”- y una Rossy de Palma -que por fin se liberó de Pedro Almodóvar- y que se refiere al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC; en inglés OCD). Precisamente, el nombre de la película -y obra teatral- se titula “Toc Toc”.

Habría que recordar que una década antes de “Toc Toc”, ya el genial Jack Nicholson había mostrado el trastorno en la película “Mejor imposible”, junto a Helen Hunt y Greg Kinnear.

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