UNA “BALA PERDIDA” DE ORIGEN FRANCES

Desde “Contacto en Francia” y aún pasando por los “Ríos de color púrpura”, no me veía gratamente sorprendido como con el estreno de Netflix -al que no adoro como la mayoría- del 19 de junio pasado.

Se trata de “Balle perdue” (en francés) o “Lost bullet” (en inglés) o “Bala perdida”, un film policial que tiene todos los aditamentos – y más- para ser la revelación del año, por su guión, su fotografía, efectos especiales y una actuación convincente de sus protagonistas como Alban Lenoir en el papel del ex convicto y mecánico Lino, Nicolás Duvachelle como el oficial corrupto ligado a narcos y la morena Stéfi Celma, como la compañera del primero.

Dirigida por Guillaume Pierret, ya ha batido todos los récords en la teleaudiencia europea y va camino a ser la competencia de “Rápido y furioso” pero en versión del Viejo Mundo. Cabe subrayar que está ambientada en hermosos paisajes de la región de Sète, cerca de Montpellier, al sur de Francia. Auspician dos productos típicamente galos, como Renault y Carrefour pero bueno, la perfección no existe. A no perdérsela.

Trailer en versión anglosajona:

Trailer en versión francesa:

EL DEPARTAMENTO Q: “ALGO HUELE MAL EN DINAMARCA”

El igualitarismo económico no necesariamente deriva en igualdad política sino por el contrario. Hasta podría afirmar que tampoco garantiza el objetivo que se propone. En este sitio, hemos insistido en la insuficiencia e imperfección del modelo igualitarista de las sociedades escandinavas. Son países que están primeros en los rankings mundiales de felicidad aunque dudo de esos parámetros. Son países que disfrutan de niveles de bienestar, parejos para todos y todas, pero claramente a juzgar por el cine policial que comentaré en estos párrafos, por ejemplo, de manera similar a Suecia, Dinamarca, parece seguir siendo una sociedad de abusadores (de todo rango) y abusados.

La saga de los casos del Departamento Q, un grupo especial de la policía danesa, es sencillamente brillante. Las cuatro películas que la constituyen, a lo largo de los últimos siete años, no han dejado dudas respecto a aquellos abusos de los más poderosos sobre los más débiles. Allá la diferencia no la plantean las clases, los más ricos y los más pobres, sino diferentes estratos: cierta elite que va a colegios de primer nivel, como si se tratase de una sociedad premoderna, del siglo XVII o XVIII, con cofradías que unen violadores y asesinos potenciales; curas protestantes que pretenden disimular abusos infantiles de los que buscan escapar, cometiendo ellos los mismos abusos pero en la vida adulta, en nombre de Jesucristo; médicos enfermos psicópatas y fundamentalistas de la eugenesia, al servicio de la sociedad bienestarista, discípulos de Karl Kristian Steincke, que abortaban a jóvenes liberales, sin moral suficiente para tener hijos sanos a la sociedad danesa igualitaria y ahora, hacen lo mismo con mujeres musulmanas, indignas de vivir en el paraíso danés, para luego esterilizar a ambas, sin consentimiento; cuando no, viejas venganzas por traumas en la infancia, que se relacionan con la muerte de padres en accidentes automovilísticos.

Semejantes historias, pesadas, shockeantes, con dolores acumulados en el tiempo que tienden a explotar en algún momento, son recorridas, investigadas y dilucidadas por una pareja de detectives, muy particular, con Carl Möck y un inmigrante sirio nacionalizado danés llamado Assad, tan contrastante como simpática, con una asistente pelirroja, Rose, tan eficaz como ellos, aunque desde el escritorio.

La saga es altamente recomendable, sobre todo en tiempos de cuarentena dura, en especial, para los ilusos e ingenuos progresistas que todavía creen en las bondades del modelo sueco, danés o noruego, como si fueran la panacea de la vida humana y social. Envidio sanamente la valiente autocrítica danesa, puesta de manifiesto en estos cuatro thrillers.

“CRIMEN EN EL CAIRO”: EL TRIUNFO DEL MAL

Es un buen filme sueco de Tarik Saleh con una historia descorazonadora en un Egipto que fue Imperio y ahora pena por la “normalidad” desde hace algunos siglos. Un país norafricano más del mundo subdesarrollado y oriental, que empero, se ha acostumbrado a la anormalidad. La de la inestabilidad institucional crónica, la del militarismo, la de los autócratas como Gamal Nasser (1954-1970), Anwar El Sadat (1970-1981), Hosni Mubarak  (1981-2011)y el emergido del último golpe de Estado, Abdel-Fatah Al Sisi (2013 hasta la actualidad), la de las esperanzas destrozadas como “la Primavera Arabe” con la “Hermandad Musulmana” (2011-2013), es decir, con muchas oscilaciones políticas pero sin cambios de fondo, reales, que democraticen la sociedad egipcia en serio y terminen con la impunidad, la desigualdad económica, la inequidad, la frustración juvenil y la falta de horizontes.

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