EL DEPARTAMENTO Q: “ALGO HUELE MAL EN DINAMARCA”

El igualitarismo económico no necesariamente deriva en igualdad política sino por el contrario. Hasta podría afirmar que tampoco garantiza el objetivo que se propone. En este sitio, hemos insistido en la insuficiencia e imperfección del modelo igualitarista de las sociedades escandinavas. Son países que están primeros en los rankings mundiales de felicidad aunque dudo de esos parámetros. Son países que disfrutan de niveles de bienestar, parejos para todos y todas, pero claramente a juzgar por el cine policial que comentaré en estos párrafos, por ejemplo, de manera similar a Suecia, Dinamarca, parece seguir siendo una sociedad de abusadores (de todo rango) y abusados.

La saga de los casos del Departamento Q, un grupo especial de la policía danesa, es sencillamente brillante. Las cuatro películas que la constituyen, a lo largo de los últimos siete años, no han dejado dudas respecto a aquellos abusos de los más poderosos sobre los más débiles. Allá la diferencia no la plantean las clases, los más ricos y los más pobres, sino diferentes estratos: cierta elite que va a colegios de primer nivel, como si se tratase de una sociedad premoderna, del siglo XVII o XVIII, con cofradías que unen violadores y asesinos potenciales; curas protestantes que pretenden disimular abusos infantiles de los que buscan escapar, cometiendo ellos los mismos abusos pero en la vida adulta, en nombre de Jesucristo; médicos enfermos psicópatas y fundamentalistas de la eugenesia, al servicio de la sociedad bienestarista, discípulos de Karl Kristian Steincke, que abortaban a jóvenes liberales, sin moral suficiente para tener hijos sanos a la sociedad danesa igualitaria y ahora, hacen lo mismo con mujeres musulmanas, indignas de vivir en el paraíso danés, para luego esterilizar a ambas, sin consentimiento; cuando no, viejas venganzas por traumas en la infancia, que se relacionan con la muerte de padres en accidentes automovilísticos.

Semejantes historias, pesadas, shockeantes, con dolores acumulados en el tiempo que tienden a explotar en algún momento, son recorridas, investigadas y dilucidadas por una pareja de detectives, muy particular, con Carl Möck y un inmigrante sirio nacionalizado danés llamado Assad, tan contrastante como simpática, con una asistente pelirroja, Rose, tan eficaz como ellos, aunque desde el escritorio.

La saga es altamente recomendable, sobre todo en tiempos de cuarentena dura, en especial, para los ilusos e ingenuos progresistas que todavía creen en las bondades del modelo sueco, danés o noruego, como si fueran la panacea de la vida humana y social. Envidio sanamente la valiente autocrítica danesa, puesta de manifiesto en estos cuatro thrillers.

SUECIA: UN INFIERNO DISFRAZADO DE PARAISO

Siempre supe que detrás de las cándidas y pegadizas canciones de ABBA y Roxette, había historias personales demaiado pesadas. Como ésta que relatamos a continuación.

Una nena de 12 años, testigo pasivo de los abusos de su padre sobre su madre,  culmina hastiada, arrojándole un bidón de gasolina y prendiéndole así, fuego en su auto. Por intento de homicidio agravado, es encerrada en un manicomio, bajo el “resguardo” del Estado, el mismo Estado que hace “desaparecer” a su padre y condena a la soledad y desamparo a su madre, que ve consumir sus últimos años de vida, perdida en un geriátrico. Para permitir su “rehabilitación social”, un médico psiquiatra inescrupuloso la “domesticará”, teniéndola más de un año, acostada atada con cadenas a la cama.

La nena, “semiliberada”, al crecer en edad, pronto tendrá un tutor, un abogado, que a la postre, al sufrir un accidente cerebrovascular, algo común en ese país hegemonizado por ancianos huraños y solitarios, será reemplazado por otro, extorsionador y abusador de menores, que así también someterá, con la impunidad oficial, a la ahora mujer.  Ella no tendrá a quién recurrir: se rebelará en silencio con una fisonomía punk y sólo podrá defenderse, como una hacker sin igual, gracias a las nuevas tecnologías.

Podrá vengarse de sus “protectores” y hasta poner al desnudo sus vejaciones pero para ello necesitará de la ayuda tan imprevista como incondicional de un periodista y su medio comprometido como, cuando se vaya desenrrollando la compleja trama siniestra que ocultó su ultraje oficial, donde convergían abogados, fiscales, policías y sobre todo, el servicio de inteligencia, preocupada por proteger al perverso padre de la chica, un empleado ex camarada soviético -cuándo no los rusos, nunca un polaco, un checo ni un húngaro-, allí recién aparecería otra oficina gubernamental, dentro del mismo cuerpo de seguridad, pero la de protección constitucional que por fin entendió que se trataba de un fenomenal caso de violación estatal contra lo derechos de una ciudadana, en un país que se precia de salvaguardar como nadie, precisamente, los derechos individuales. Como si todo ello fuera poco, en contra de la víctima, la persigue un hermanastro superasesino, con analgesia congénita, o sea, insensibilidad al dolor. Parece mentira pero la saga se iniciade modo distante con este guión central, al referirse a un caso de neonazismo encubierto, violación y crímenes al interior de una familia empresaria poderosa, cuyos hermanos mantenían oculta la siniestra historia.

El país del que se trata, no es Estados Unidos, tampoco es Gran Bretaña, la que se acaba de ir de la UE, ni siquiera Alemania. Me refiero a Suecia, un país que se jactó siempre de tener un Estado Benefactor, sin cárceles porque no hay presos, con un feminismo acendrado, mostrando su orgullo de ser pacífico y neutral durante guerras mundiales, incluso en la Guerra Fría, el mismo que exporta cultura y hasta financia actividades de organizaciones de ayuda humanitaria y promoción de derechos humanos en el Tercer Mundo. Pero claro, hasta la inocencia que vende for export, tiene su contracara hacia dentro.

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