SUECIA: UN INFIERNO DISFRAZADO DE PARAISO

Siempre supe que detrás de las cándidas y pegadizas canciones de ABBA y Roxette, había historias personales demaiado pesadas. Como ésta que relatamos a continuación.

Una nena de 12 años, testigo pasivo de los abusos de su padre sobre su madre,  culmina hastiada, arrojándole un bidón de gasolina y prendiéndole así, fuego en su auto. Por intento de homicidio agravado, es encerrada en un manicomio, bajo el “resguardo” del Estado, el mismo Estado que hace “desaparecer” a su padre y condena a la soledad y desamparo a su madre, que ve consumir sus últimos años de vida, perdida en un geriátrico. Para permitir su “rehabilitación social”, un médico psiquiatra inescrupuloso la “domesticará”, teniéndola más de un año, acostada atada con cadenas a la cama.

La nena, “semiliberada”, al crecer en edad, pronto tendrá un tutor, un abogado, que a la postre, al sufrir un accidente cerebrovascular, algo común en ese país hegemonizado por ancianos huraños y solitarios, será reemplazado por otro, extorsionador y abusador de menores, que así también someterá, con la impunidad oficial, a la ahora mujer.  Ella no tendrá a quién recurrir: se rebelará en silencio con una fisonomía punk y sólo podrá defenderse, como una hacker sin igual, gracias a las nuevas tecnologías.

Podrá vengarse de sus “protectores” y hasta poner al desnudo sus vejaciones pero para ello necesitará de la ayuda tan imprevista como incondicional de un periodista y su medio comprometido como, cuando se vaya desenrrollando la compleja trama siniestra que ocultó su ultraje oficial, donde convergían abogados, fiscales, policías y sobre todo, el servicio de inteligencia, preocupada por proteger al perverso padre de la chica, un empleado ex camarada soviético -cuándo no los rusos, nunca un polaco, un checo ni un húngaro-, allí recién aparecería otra oficina gubernamental, dentro del mismo cuerpo de seguridad, pero la de protección constitucional que por fin entendió que se trataba de un fenomenal caso de violación estatal contra lo derechos de una ciudadana, en un país que se precia de salvaguardar como nadie, precisamente, los derechos individuales. Como si todo ello fuera poco, en contra de la víctima, la persigue un hermanastro superasesino, con analgesia congénita, o sea, insensibilidad al dolor. Parece mentira pero la saga se iniciade modo distante con este guión central, al referirse a un caso de neonazismo encubierto, violación y crímenes al interior de una familia empresaria poderosa, cuyos hermanos mantenían oculta la siniestra historia.

El país del que se trata, no es Estados Unidos, tampoco es Gran Bretaña, la que se acaba de ir de la UE, ni siquiera Alemania. Me refiero a Suecia, un país que se jactó siempre de tener un Estado Benefactor, sin cárceles porque no hay presos, con un feminismo acendrado, mostrando su orgullo de ser pacífico y neutral durante guerras mundiales, incluso en la Guerra Fría, el mismo que exporta cultura y hasta financia actividades de organizaciones de ayuda humanitaria y promoción de derechos humanos en el Tercer Mundo. Pero claro, hasta la inocencia que vende for export, tiene su contracara hacia dentro.

En efecto, los suecos reprimen sus sentimientos, son capaces de guardarlos años y años, ocultar sus más terribles miserias humanas, abusar de sus compatriotas, tolerarlo calladamente hasta que algún día, el menos pensado, esa verdad, sale a la luz. Tuvo que ser un escritor de ese origen, Stieg Larsson (fallecido en 2004), quien a través de un “cisne negro literario”, la saga Millenium, llevada luego al cine brillantemente por otro actor también malogrado, aunque en junio del año pasado, Michael Nyqvist, en el rol del periodista investigador y valiente y la actriz Noomi Rapace -una sueca rara porque no es ni rubia ni alta ni bella- en el papel de la víctima del “sistema”, Lisbeth Salander, el que pudo mostrarnos esa otra faceta poco conocida de Suecia, la oscura, la oculta, la reprimida, la feroz, la cruel, la sanguinaria, la agresiva, la pervertida. No tratándose de un país con un régimen totalitario, ni de partido único ni siquiera en los papeles, autoritario, pero donde según parece, también existen enclaves de poder que se creen supralegales, opacos e impunes.

Es que no hay que olvidar que fue en Suecia, donde en 1986, en plena noche de Estocolmo, todavía hasta el día de hoy,  se ignora, alguien mató a Olaf Palme, su gran estadista socialdemócrata y entonces Primer Ministro. Fue un magnicidio comparable al de Kennedy y tantos otros en Estados Unidos. Sin embargo, 32 años más tarde, se desconoce quién lo asesinó.

El milenio se abrió para Suecia, seguramente para lavar aquellas viejas culpas del pasado, de ese siglo que dejó atrás, cuando se pergeñó una imagen hacia el exterior, falsa, hipócrita, revestida de una inocencia que no era tal. Enhorabuena porque siempre es positivo así como para un persona, para un país, que se precia de ser un “paraíso”, limpiarse, oxigenarse, purificarse. De lo contrario, no se entiende que las masas de refugiados migrantes desde Siria o Afganistán, con semejante prontuario doméstico, todavía la elijan como la tan ansiada “Tierra Prometida”.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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