RECUERDOS DE GLORIA Y DESPEDIDAS?

Como visitantes, dos derrotas al hilo, ambas por goleada en menos en una semana y sin anotar goles a favor. Una frente al clásico rival, posibilitándoles clasificar a una Copa internacional y otra, en una final contra el mejor equipo del segundo semestre del año: si la ganaba, lograba su segunda estrella en la historia de 116 años y todo el país hablaría nuevamente de Colón. Todo ello, luego de una brillante exhibición ante los tucumanos, como local. Claro, ahora que el periodismo porteño vocifera lo que el santafesino calló, lo que desde el 29 de noviembre estaba sentenciado, es decir, que por diferencias con la dirigencia, el DT del campeón del primer semestre, Eduardo Domínguez, se iría del club, ese brutal bajón del equipo en pocas jornadas, tiene algún grado de justificación.

Nadie niega el mérito de Domínguez. Hace casi dos años, es cierto: tomó el equipo casi descendido, fue y ganó en Rosario. Ordenó todo puertas adentro, potenció jugadores y armó un equipo con un sentido de pertenencia notable para salir campeón del fútbol argentino, un total de 64 puntos contabilizando todo el año, el cuarto mejor equipo del país y el regreso, tras 12 años, a la Copa Libertadores.

En este segundo ciclo de Domínguez en el club, logró un 55,95 % de efectividad sobre un total de 56 partidos: 27 triunfos, 13 empates y 16 derrotas, con 76 goles a favor y 59 en contra.

En el primer ciclo, había ganado 7 partidos consecutivos y en este segundo,  5.  Dos veces nos alejó del fantasma del descenso. Le ganó al Sao Paulo en Brasil y le ganó a Unión como visitante. También ya nos había clasificado a la Copa Sudamericana en 2018.

En total, contando los dos ciclos, Domínguez logró sobre un total de 126 partidos, un 53,7 % de efectividad, con 56 victorias, 35 empates y 35 derrotas, con 158 goles a favor y 119 en contra.

El destino del ex jugador y técnico de Huracán puede ser Independiente, Boca o el Inter de Porto Alegre, pero eso ya no importa. Incluso Colón podría hacer un último esfuerzo por intentar retenerlo.

Al menos a los hinchas de Colón que poblamos y hasta superamos en número, apoyo y cánticos a una tribuna como la riverplatense, sí nos importa seguir agradeciendo por aquel campeonato logrado pero sobre todo, volver a energizarnos para disponernos a vivir años mejores que éste que se va. Porque Colón está por encima de sus técnicos, de sus jugadores, de sus presidentes, de sus socios. Ello explica su creciente grandeza, representada una y otra vez, por el amor de sus simpatizantes. Como yo mismo fui testigo de esa pasión en Santiago del Estero, el pasado sábado 18.

FRENTE A FRENTE EN LA F1

Este año será recordado como uno de los más emotivos de la máxima categoría del automivlismo mundial. El domingo próximo se correrá la última carrera en Yas Marina, el circuito de Abu Dhabi y llegarán empatados en puntos, el británico Lewis Hamilton y el nederlandés Max Verstappen. Reeditando finales parejas como las de Prost y Senna entre 1985 y 1993 o, Schumacher versus Hakkinen entre 1994 y 2000, los dos europeos buscan definir en unos días, no sólo quién se quedará con el palmarés de Pilotos sino también la marca líder en Constructores.

Un podio de a dos en Jeddah. Verstappen desairó el festejo

Precisamente, como nunca antes tampoco, se ha generado una puja especial entre los máximos directores de equipos: el de Mercedes Benz, el vienés Torger Christian “Toto” Wolff (nacido en 1972) y el de Red Bull, el inglés Christian Horner (nacido en 1973). La rivalidad de la pista se trasladó a los boxes, donde estos dos vieneses, también compiten por declaraciones públicas que denotan también antagonismos personales.

Ojalá todo se dirima en el pavimento y gane el mejor, para acabar con todas las polémicas que han signado esta hermosa temporada.

Wolff: de la bronca al éxtasis

DE APAGONES Y CAMPEONES

Cuenta la leyenda que Colón de Santa Fe está indisolublemente ligado a cataclismos.

Me tocó vivir uno, el sábado 29 de julio de 1995 estando en Viña del Mar, Chile. Ese día, durante la tarde, escuchaba por radio, cómo mi club favorito de fútbol, ascendía por fin a Primera División, luego de enormes peripecias que duraron 14 largos años en la liga inmediata inferior (Nacional B) pero a la primera hora del día siguiente, como si la energía festiva del sudeste del continente, se hubiera trasladado a la costa oeste del Pacífico, temblaba la tierra justo al lado del mar, en mi edificio de 22 pisos, por un terremoto con epicentro en Antofagasta. El lunes pasado, parecía volverse a repetir la historia.

Siete horas duró mi viaje ida y vuelta a Santa Fe, desde el interior de Córdoba, para volver al Estadio Centenario, tras un año y medio de ausencia de público en las canchas -por la pandemia- y tres y medio de mi última visita, en ocasión de un empate con Huracán 0-0. También siete horas duró un gigantesco e inexplicable apagón mundial de las redes sociales gerenciadas por Mark Zuckerberg: Facebook, Instagram y lo más grave, Whatsapp.

El motivo del viaje especial tenía relación con una razón poderosa para celebrar. Colón había salido campeón el 4 de junio pasado, en la ciudad de San Juan, muy lejos de Santa Fe y sin público en las gradas, en razón de las restricciones de la cuarentena: hace exactamente cuatro meses atrás. El festejo del plantel en soledad y apenas la algarabía que duró días enteros, en la propia Santa Fe, en las calles. No había existido ocasión de compartir juntos, hinchas, dirigentes y jugadores, eso que habíamos soñado durante generaciones enteras a lo largo de 116 años: una vuelta olímpica, fuegos artificiales, ritmos musicales, fotos y videos para compartir en un día, donde las redes volvieron sí, apenas comenzó el partido, como si milagrosamente, quisieran formar parte de esa verdadera fiesta colectiva.

Pensé de inmediato en mi viejo, que me llevó por primera vez a una cancha, siendo un niño, haciéndome fanático de esos colores rojinegros; en mi vieja, que siempre me apoyó, aún cuando sufriera como yo, por cada derrota, por radio, por TV o viajando a Santa Fe, cada 15 días desde Rosario; en mi rusa Ekaterina quien sin conocer todo ese pasado de alegrías y sufrimientos varios, volcados más de una vez en estas páginas, me acompañara una y otra vez, en la propia cancha o fuera de ella, cada vez que jugaba Colón, desde donde estemos, incluso en alguna madrugada europea. Yo era un privilegiado que ahora ya por fin, habiéndome asociado recientemente, por primera vez en mi vida, podía estar esa noche especial de lunes laborable, siendo testigo de semejante demostración de fe y lealtad a esos colores “sangre y luto”.

en las afueras del Estadio, en la cola para ingresar, sobre Boulevard Zavalla

Les dejo algunas fotos propias -y ajenas- además de videos alusivos, para que sean copartícipes de esa gran vivencia que me tocó experimentar ese inolvidable 4 de octubre de 2021.

Luis “Pulga” Rodríguez, viajó especialmente desde La Plata, para posar con la Copa y Eduardo Domínguez, DT del equipo campeón.

Me despido recordándoles que las mayoría de las veces, las leyendas asumen la realidad. LA LEYENDA CONITNÚA.

DE LEYENDAS Y SUEÑOS (QUE SE CUMPLEN)

San Juan, 4 de junio de 2021.

Que la pasión en estas latitudes del globo terráqueo, tienen una estrecha relación con el deporte y sobre todo, el fútbol, no es ninguna novedad. Hasta el cine, como por ejemplo, “El secreto de sus ojos” (2009) reflejó dicha obsesión de los hombres pero también recientemente las mujeres, por la actividad del balompié. Sólo así se explica que anoche, una vez que el árbitro Pitana hiciera sonar su silbatazo final en la lejana y cuyana San Juan, aún violando la cuarentena argentina, hayan salido más chicas, adultas y hasta abuelas a las calles de Santa Fe, felices y embanderadas con los colores de sus amores, festejando el ansiado título, a la par de sus hombres o sin ellos. Tal vez, ese mismo encierro ha hecho más que evidente la necesidad de muchos hinchas de expresar de manera atípica, sus emociones inigualables, que de haber existido una situación más normal, también hubieran sido algo más atinadas, aún cuando es difícil imaginar qué se siente en la piel de un simpatizante, cuando su club gana por primera vez en su vida, una estrella.

Es que tuvieron que pasar 116 años y algunas semanas, para que un club del interior de la Argentina, cuyo rasgo esencial es el sufrimiento a lo largo de décadas, pero también la lealtad genuina de sus hinchas, pudiera gritar “Campeón” en un torneo nacional. Fue en un contexto anormal, sin público en los estadios sin localías válidas y tampoco, sin gente de manera masiva, celebrando en las calles, aunque como queda dicho, dicho factor se cumplió a medias por lo visto anoche, en muchos lugares de la Provincia de Santa Fe, no sólo la capital.

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EL “ROCKY DE LAS PAMPAS”

“La experiencia es un peine que te dan, cuando estás pelado” (lo dijo el protagonista de esta columna, pero lo difundió en su video del sábado, CFK)

Por tipos, como él, un argentino puede diferenciarse de cualquier latinoamericano, un peruano, un ecuatoriano pero también de un uruguayo, ni hablar, de un brasileño. Por tipos como él, puede reconocerse como un gen nacional, el familismo amoral de raigambre italiana. Por tipos como él, porteño, también puede justificarse el resentimiento de mucha gente del interior, contra ese estilo parroquiano y barrial pero al mismo tiempo, expansivo, típico del vecino de Buenos Aires.

Fue nuestro “Rocky Balboa”.

“Era un bocón”, me solía decir con cierto desprecio, mi padre, el mismo que me llevó ese tercer fin de semana de mayo de 1976 a la casa de mis abuelos maternos en Santa Fe, donde nos enteramos de su trágica muerte, mientras otro argentino, el moronense Víctor Emilio Galíndez boxeaba y campeonaba -sangrando- en la lejana Johannesburgo (Sudáfrica).

Era Oscar Natalio “Ringo” Bonavena, seguramente, un chico de barrio (Parque Patricios), un tanto infantil, inmaduro, hincha de Huracán -a cuya dirigencia, le recomendó la compra multimillonaria del santafesino Daniel Willington-, tremendamente edípico -recuerdo su amor a los tallarines de su mamá, los domingos, “Doña Dominga”- pero también un “nuevo rico”, ostentoso, un tanto soberbio, en lunfardo, un “fanfarrón”, pero sobre todo, un “guapo”, un boxeador realmente limitado, sin ningún estilo, excepto ir al frente y recibir tremendas palizas, pero también pegar golpes aniquiladores, que llenaba el Luna Park y batía récords en ratings.

Un argentino que desafió sólo y de visitante, con todo en contra, nada más y nada menos, que a un norteamericano. Habría que preguntarle por ejemplo, al gran Muhammad Alí (“Cassius Clay“), quizás el mejor boxeador de la historia, si realmente no sintió la dureza de esos puños del Sur, aquella noche del 12 de diciembre de 1970, en que este ignoto “quemero” logró hacerlo tambalear y hasta derribarlo en el Madison Square Garden de New York en el noveno round, el mismo en que el moreno había previsto voltear a nuestro compatriota.

Hace exactamente 43 años, el 22 de mayo de 1976, el gran Ringo moría asesinado, en circunstancias poco claras, por un guardaespaldas del mafioso del juego y la prostitución de Nevada (Estados Unidos), el siciliano Joe Conforte, cuya esposa Sally también pretendió salvar de aquel submundo a Bonavena, lo cual pudo haber llevado al crimen a la categoría de “pasional”.

Lo cierto es que Ringo, otro ídolo del boxeo argentino, moríría joven, como tantos otros, Carlos Monzón, el “Mono” Gatica, el propio Galíndez, que no pudieron escapar al triste destino de la enorme pero frágil gloria. Su hombría, bravura y desfachatez bien pueden ser reivindicadas – no olvidemos que el hijo de Bonavena se declara kirchnerista“-, aunque también debemos reconocer que tales atributos, que los condujeron a una fama efímera, con funerales que fueron apoteóticos, tampoco alcanzan como virtudes aisladas, para superar el destino de “promesa eterna” de nuestro país, si no se complementan colectivamente con otros valores.