BRASIL-ARGENTINA Y EL LIMITE DEL COMPARATIVISMO

Brasil es una realidad muy cercana para mí. Desde pequeño, admiré -y envidié sanamente- su fútbol, conociendo el sur de su vasto territorio por primera vez junto a mis padres hce cuatro décadas exactas cuando tenía 15 años de edad y volví a veranear en él, en los últimos años, recorriéndolo hasta el norte y parte del centro. Ex compañeros de estudios y amigos personales como Marcelo Fretes, Mariano Sánchez, Javier Vadell -a quien tuve como mi propio profesor de Economía Internacional en el Doctorado de Relaciones Internacionales en la UNR en el año 2010- y Guillermo Raffo quienes han tenido o mantienen vínculos afectivos o laborales, incluso tres de ellos, de residencia con el país. El transcurso del tiempo me dio la posibilidad de publicar un capítulo de un libro, proyecto brasileño-español sobre la crisis política de 2015. La afinidad pero también rivalidad con Argentina -producto tal vez de una breve guerra en 1826-1827-, está siempre presente.

En los últimos días, Brasil vivió un comienzo de año de terror.  A fines de enero, el rompimiento de la barragem (represa) en la localidad de Brumadinho en el Estado de Minas Gerais, provocando 157 muertos y 165 desaparecidos con un daño ambiental posterior enorme y ya en febrero, un temporal con una lluvia abundante y duradera que azotó la ciudad de Rio de Janeiro, causando la muerte de 6 personas, fueron dos tragedias que enlutaron al país. Ayer, para agravar este panorama desgraciado en un año que se inició con un nuevo Presidente -internado hace semanas en un nosocomio en Sao Paulo, convalesciente tras la herida provocada durante la campaña electoral del año pasado-, se produjo un incendio pavoroso que mató a una decena de jóvenes promesas de 14, 15 y 16 años, jugadores del Club Flamengo, en las instalaciones del centro de entrenamiento de la entidad, en Ninho do Urubu, también en la capital carioca, donde vivían becados.

Los chicos (en portugués, meninos), aunque apadrinados por actuales y ex jugadores de fútbol profesional, eran atletas de base, que proviniendo de familias pobres de Sao Paulo, Minas Gerais pero también de lugares alejados de Brasil (del norte como Ceará o del sur, como Santa Catarina), dormían insólitamente en un container adaptado como habitación con literas, aunque la Prefeitura (Municipalidad) de Rio de Janeiro sólo la había autorizado como lugar apto para estacionamiento de vehículos. Hay que recordar que el Flamengo es el equipo más popular de Brasil, con más de 32 millones de simpatizantes en todo el país.

Tres acontecimientos muy diferentes, dos de ellos vinculados con el medio ambiente, otro, tal vez más azaroso, provocado por el desperfecto técnico de un aire acondicionado, pero que demuestran a las claras, que detrás de un país que es y se cree grande, llamado a desempeñar un papel importante en su continente y hasta en el mundo – recuérdese la pretensión del ex Presidente Lula -hoy preso en Curitiba-, de una banca estable para Brasil en el Consejo de Seguridad de la ONU como un sexto miembro-, existen debilidades o fragilidades evidentes que alejan al país de la concreción de semejantes ambiciones.

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BRASlL Y SU RELACION BIPOLAR CON EL MEDIO AMBIENTE

Es un país que ha construido su identidad nacional en función del contacto humano con la naturaleza. Basta con observar el comportamiento diario del brasileño medio, su andar cansino, su paciencia eterna en los semáforos o las colas en las rutas, su vestimenta siempre aliviada y colorida, su actitud relajada ante la vida, su libertad para exhibir el cuerpo, su conducta especial en eventos festivos, hasta su forma de practicar el futebol (fútbol, en portugués). En todo ese cúmulo de acciones, está presente la “natureza” (naturaleza, en portugués). El omnipresente calor, producto del potente sol abrasador; la humedad, la baja presión; un promedio de chuvas (lluvias) superior al histórico; todo ello provoca una vegetación frondosa, abundante, generosa en frutas, legumbres y demás productos que le permiten a cualquier brasileño no sufrir hambre a pesar de la enorme desigualdad social que permite tal flagelo. Basta con transitar cualquier rodovia (ruta) del país de sur a norte y recoger cocos o bananas a la vera del camino.

Ni hablar de la fauna que también es consecuencia de aquel clima. Se pueden ver animales éxóticos como macacos (monos) en los parques de Rio de Janeiro pero también tapoeiras (topos) en los canteros de avenidas además de tartarugas (tortugas) en las praias (playas), sin dejar de mencionar a serpientes en los pueblos más alejados. Las aves también son muy raras y diversas. Hasta los bichos más insignificantes adquieren cierta relevancia: los pernilongos (mosquitos) -altamente virósicos y ardorosos- que vuelan de otro modo a los comunes que nos afectan a los argentinos, son más difíciles de matar y las hormigas son insoportablemente persistentes tras cualquier trozo de comida, que uno deje al aire libre.

Podría ser un pueblo tranquilo, conformista, resignado a convivir con ese medio ambiente, de manera similar a cualquier centroamericano o caribeño, sin inclinación alguna a intervenirlo. Pero el gen brasileño es diferente. Convive con aquella displicencia social, la intención de, al menos, su elite, de transformar ese entorno natural, con una impronta que converja con el “progreso” grabado a fuego en la propia bandera verdeamarelha. Desde los años cincuenta, todos los gobiernos brasileños, civiles o militares, incluyendo el varguismo populista o el izquierdista y proecologista del PT de Lula y Dilma, se han dedicado a construir diques, puentes y túneles, abrir minas, instalar plataformas marinas, o simplemente cualquier infraestructura que implique desviar cursos fluviales, cachoeiras (cascadas), mover suelos, desmontar bosques, erradicar selvas -como lo comprobamos y graficamos el año pasado en plena Amazonia-.

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UN PALACIO CON HISTORIA PRESIDENCIAL EN RIO DE JANEIRO

Rio de Janeiro es famosa por sus numerosas atracciones turísticas y playas aunque también como ex capital imperial, alberga importantes edificios históricos, entre otros, el Palacio do Catete, también denominado “Palácio das Aguas” o Palacio del Barón de Nova Friburgo o ex Palacio Presidencial -el actual donde asumió el 1 de enero pasado, está en el Planalto en Brasilia- o Museo de la República.

Diseñado en el siglo XIX, por un arquitecto alemán, a solicitud del Barón de Nova Friburgo -la colonia suiza cercana a la capital carioca-, el ex Palacio Presidencial guarda un interesante eclecticismo porque exhibe varios estilos: grecorromano, renacentista, versallesco y hasta musulmán. Cuenta con una planta y tres pisos además de amplios jardines, con laguitos y estatuas de diferente tamaño. En la actualidad, desde que dejara de ser sede de gobierno en 1960, es visitado por miles de personas por mes y es empleado como parque de descanso para otros tantos ancianos de clase media que viven en el barrio de Catete, uno de los de mejor calidad de vida en Rio, dada su cercanía con el Parque y praia de Flamengo.

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AÑO NUEVO EN BRASIL CON FLAMANTE PRESIDENTE: OTRA ERA?

El 2019 empezó en Brasil con la tradición como cada lustro, de un Presidente novo (nuevo, traducido del portugués). Ya en las calles y las bellas playas del extensísimo litoral costero brasileño, los últimos días del 2018, permitían visualizar no sólo una revitalización de la economía, tras los largos años recesivos de la fase final del petismo en el poder, sólo interrumpido por el ajuste de Michel Temer (2016 en adelante), sino también un clima festivo y de “boom” del consumo que a la postre, quedaría demostrado en el récord de masas de povo (pueblo) presentes en Brasilia, para la asunción del Presidente entrante.

Unas 150.000 personas estuvieron allí el primer día del 2019, con banderas sólo verde-amarelhas con el escudo del “Orden y progreso”, como no ocurría desde la asunción de Lula en su primer mandato, en 2003. Claro, primer síntoma de una nueva era: más banderas brasileñas, más nacionalismo, más sentimiento de patriotismo antes que preocupación por clivajes sociales o económicos. Allí estaban vitoreando a su Capitao (capitán), porque no hay que olvidar que Jair Bolsonaro llegó a esa jerarquía como paracaidista del Exército (Ejército) brasileño. Otro outsider y populista que les prometió como personajes tan disímiles ideológicamente pero comunes en varios aspectos, Chávez, Trump u Orban -de presencia insólita en Brasilia-, que venía a “limpiar Brasil”, en todo sentido: contra la corrupción, contra el narcotráfico, contra “el comunismo” -hubo una mención explícita a que “la bandera brasileña nunca será roja”-. Lo dijo alguien que a pesar de haber sido diputado durante 28 años, se declaró admirador de la feroz dictadura militar de 1964 a 1985.  Ese halo militarista hegemonizó todo el acto de asunción: la omnipresencia de guardias de seguridad, el desfile del auto descapotado con hombres del servicio secreto, las decenas de miles de soldados y oficiales destinados a resguardar la seguridad del evento y del propio Presidente, quien ya sufriera un atentado que lo favoreció en plena campaña hace algunos pocos meses.

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BRASIL: UNA GRANDEZA CON PIES DE BARRO (PARTE II)

Sao Paulo, la capital de América Latina. Rival de Rio de Janeiro en la propia Brasil. Claro, esa puja histórica entre paulistas y cariocas intentó ser resuelta con la creación de la artificial Brasilia, la nueva capital del país, erigida en 1960, gracias al arquitecto Oscar Niemeyer.

Sao Paulo es el centro productivo, corporativo, industrial, comercial y hasta financiero de Brasil: allí se encuentra la todopoderosa FIESP, el lobby desarrollista más importante del país y por qué no del MERCOSUR, el mismo que envidiaría cualquier industrialista argentino.

También es la capital del Estado del mismo nombre, hoy gobernado por el médico Geraldo Alckmin y como Municipio, es administrado por Joao Doria Junior, una especie de “zar de los medios” -a lo Marcelo Tinelli-, aunque con un componente empresarial y hasta católico practicante, de los que el conductor y showman argentino carece. Doria fue el presentador de un programa televisivo “reality”, “O Aprendiz”, de formato muy parecido al que popularizara el actual Presidente de Estados Unidos, el populista Donald Trump, cuando alternaba en los grandes medios norteamericanos.

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