BRASlL Y SU RELACION BIPOLAR CON EL MEDIO AMBIENTE

Es un país que ha construido su identidad nacional en función del contacto humano con la naturaleza. Basta con observar el comportamiento diario del brasileño medio, su andar cansino, su paciencia eterna en los semáforos o las colas en las rutas, su vestimenta siempre aliviada y colorida, su actitud relajada ante la vida, su libertad para exhibir el cuerpo, su conducta especial en eventos festivos, hasta su forma de practicar el futebol (fútbol, en portugués). En todo ese cúmulo de acciones, está presente la “natureza” (naturaleza, en portugués). El omnipresente calor, producto del potente sol abrasador; la humedad, la baja presión; un promedio de chuvas (lluvias) superior al histórico; todo ello provoca una vegetación frondosa, abundante, generosa en frutas, legumbres y demás productos que le permiten a cualquier brasileño no sufrir hambre a pesar de la enorme desigualdad social que permite tal flagelo. Basta con transitar cualquier rodovia (ruta) del país de sur a norte y recoger cocos o bananas a la vera del camino.

Ni hablar de la fauna que también es consecuencia de aquel clima. Se pueden ver animales éxóticos como macacos (monos) en los parques de Rio de Janeiro pero también tapoeiras (topos) en los canteros de avenidas además de tartarugas (tortugas) en las praias (playas), sin dejar de mencionar a serpientes en los pueblos más alejados. Las aves también son muy raras y diversas. Hasta los bichos más insignificantes adquieren cierta relevancia: los pernilongos (mosquitos) -altamente virósicos y ardorosos- que vuelan de otro modo a los comunes que nos afectan a los argentinos, son más difíciles de matar y las hormigas son insoportablemente persistentes tras cualquier trozo de comida, que uno deje al aire libre.

Podría ser un pueblo tranquilo, conformista, resignado a convivir con ese medio ambiente, de manera similar a cualquier centroamericano o caribeño, sin inclinación alguna a intervenirlo. Pero el gen brasileño es diferente. Convive con aquella displicencia social, la intención de, al menos, su elite, de transformar ese entorno natural, con una impronta que converja con el “progreso” grabado a fuego en la propia bandera verdeamarelha. Desde los años cincuenta, todos los gobiernos brasileños, civiles o militares, incluyendo el varguismo populista o el izquierdista y proecologista del PT de Lula y Dilma, se han dedicado a construir diques, puentes y túneles, abrir minas, instalar plataformas marinas, o simplemente cualquier infraestructura que implique desviar cursos fluviales, cachoeiras (cascadas), mover suelos, desmontar bosques, erradicar selvas -como lo comprobamos y graficamos el año pasado en plena Amazonia-.

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UNA AMAZONIA BRASILEÑA DIFERENTE

Amazonia, biodiversidad, naturaleza (en portugués, “natureza”) en todo su esplendor. Bañada por la cuenca hidrográfica más grande del mundo, la del Río Amazonas, se trata de la décima parte de todos los bosques que tiene este planeta, la mayor diversidad de especies vegetales y un quinto de todas las especies de aves del mundo. Por ello, sinceramente, esperaba -y ansiaba- encontrar un territorio absolutamente verde, pero selvático, inhóspito, virgen, sin infraestructura alguna, con animales salvajes surcando las rutas.

Claro, al mismo tiempo, resultó triste ver la desertificación y sojificación de la Amazonia, proceso que empezó hace décadas: fue continuo, persistente, hasta inexorable y ni siquiera el Partido Trabalhista con Lula y Dilma en el poder, pudieron evitar a pesar de sus banderas ecologistas.

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