37 AÑOS DE DEMOCRACIA ARGENTINA: ALGO PARA CELEBRAR?

No mucho porque la foto del momento es patética. La semana que acaba, nos dejó al peronismo bifronte al desnudo: con la carta de la Vicepresidenta CFK “respaldando” al Presidente Fernández (perdón?) y pidiendo negociar (perdón? bis) con -no se sabe bien- quién; el desalojo de Guernica en manos de piqueteros de izquierda subsidiados por el gobierno, pero reprimidos por parte de Berni, que forma parte de la misma coalición gobernante; la expulsión de los ocupantes -también paragubernamentales en este caso, a cargo del delegado papal Juan Grabois- de otro campo, el de la familia Etchevehere, azuzada por una interna entre hermanos, por parte de la policía entrerriana y, como si esto fuera poco, la baja artificial del dólar “blue” con la venta de dólares a futuro, o sea, un típico seguro de cambio que pagará más tarde o más temprano, toda la población argentina, aún la que como decía Perón, “jamás vio un dólar”.

De este peronismo dividido por el propio “fuego amigo”, que gobierna o simula gobernar sobre este Titanic a la deriva que es la Argentina, al borde de una hiperinflación y un caos en materia de gobernabilidad, pasamos al radicalismo que quiere reconstruir un polo alternativo, a la manera de lo que fue “Juntos por el Cambio” y antes “Cambiemos”, que no cambió nada y en todo caso, nos retrotrajo al pasado reciente más oscuro (2003-2105). El problema es que tanto ésta como la del oficialismo, parecen querer recrear adentro, una alternativa socialdemócrata con Rodríguez Larreta, Vidal, Carrió y Lousteau, pero con el republicano liberal López Murphy adentro, como si intentaran recrear (sic) los infelices años ochenta, dado el enorme desencanto que produjeron. Todo un síntoma de un tiempo que se niega a desaparecer como fueron los setenta para buena parte de la elite kirchnerista, que usó y abusó de esa iconografía falsa de la rebeldía de aquellos “jóvenes idealistas”.

La izquierda parece resucitar y vuelve a salir a las calles y hasta propone huelgas en el seno de las Universidades, donde estaba durmiendo el sueño de los débiles o aletargados, algo que avergonzaría hasta el mismísimo “Che Guevara”.

Finalmente, la centroderecha que se había apartado a los medios y sólo había apoyado con votos, el fantasioso experimento macrista, descubrió con la aparición de Javier Milei que la posibilidad de un déjà vu de los años ochenta, en la gloria del Capitán Ingeniero Don Alvaro Alsogaray y su nave insignia -la UCEDE- es factible, para volver a erguir este país moribundo.

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COVID-19: FUKUYAMA, ONCE AGAIN

The end of history will be a very sad time. The struggle for recognition, the willingness to risk one’s life for a purely abstract goal, the worldwide ideological struggle that called forth daring, courage, imagination, and idealism, will be replaced by economic calculation, the endless solving of technical problems, environmental concerns, and the satisfaction of sophisticated consumer demands. In the post historical period there will be neither art nor philosophy, just the perpetual care taking of he museum of human history. I can feel in myself, and see in others around me, a powerful nostalgia for the time when history existed. Such nostalgia, in fact, will continue to fuel competition and conflict even in the post historical world for some time to come. Even though I recognize its inevitability, I have the most ambivalent feelings for the civilization that has been created in Europe since 1945, with its north Atlantic and Asian offshoots. Perhaps this very prospect of centuries of boredom at the end of history will serve to get history started once again”.

This was the final paragraph of his famous article “The end of history?” in The National Interest, summer 1989.


ANOTHER “DARK AGE”?

Todos recordamos -y criticamos- el optimismo ingenuo de Fukuyama cuando anticipó el “fin de la historia” en “The National Interest” en 1989. Pero al mismo tiempo, en esa ocasión, el célebre pensador también pronosticó algunos de los flagelos que podrían difundirse de la mano de la globalización, entre otras, las pandemias, ocasionadas precisamente por la libre circulación de personas (viajes por todo el mundo).

La llegada del coronavirus (COVID-19) el 21 de enero de este año a China y su expansión al resto del mundo, nos remite a aquella advertencia. Al igual que el SARS (2003), la gripe A (2009), el Ebola -más vinculado a Africa- (2014) y otras epidemias globales desde los años noventa, el nuevo virus ataca poblaciones de ancianos, en países con escasas defensas sanitarias donde se entra en pánico, apenas los gobiernos -como el argentino- que sobrestimaban el problema, empiezan a ser reaccionar tardíamente.

Mientras China y Corea del Sur, con culturas colectivistas, por ideología o cultura, pudieron sobreponerse a los fracasos iniciales, España e Italia mostraron sus debilidades estructurales y Reino Unido, en una muestra más de alarde nacionalista, exhibió una conducta díscola fomentando “la inmunidad del rebaño”, evitando medidas extremas como las de la mayoría: confinamientos tipo cuarentenas, restricción de circulación, cierre de fronteras, inactividad forzada, suspensión de espectáculos públicos, delación de incumplimientos individuales.

Cualquiera sea la duración del problema, el impacto económico global es notorio: caída de bolsas, depreciación de activos. Pero más allá de ello, lo que cuenta, a la hora de evaluar conductas morales, es el efecto psicológico. Quizás estemos en el momento bisagra de la pandemia: o se detiene o se agudiza aún más, con consecuencias impredecibles.

Pero el miedo, por las lecciones que recogemos de la historia, no trae buenas noticias. Por el contrario, cuando las sociedades son atacadas por ese “otro mal”, se exageran los costos y el problema original, lejos de acotarse, se expande. La desconfianza se espiraliza y se sobrecarga la labor estatal, sin alcance ni margen suficientes para resolverlo. Como en muchos otros órdenes, por ejemplo, la guerra contra el terrorismo, a partir de 2001, el pánico no fue buen consejero. Algunos demonios novedosos aparecieron y aún es muy dificultoso extirparlos.

Tampoco creer que apelando al llamado a la solidaridad o la “conciencia social”, utilizando recomendaciones de políticas compulsivas sobre la población, como si todos fuéramos orientales, podrá ganarse en eficacia, es caer en otra ingenuidad. El “yo me quedo en casa” puede generar problemas adicionales, como los contagios intrafamiliares o mayor debilidad inmunizatoria.

Es que a diferencia de hace un siglo atrás, la viralización de la información gracias a las nuevas tecnologías, nos permite estar mucho más atentos y ágiles para reaccionar ante un “enemigo invisible” para el cual todavía no hay vacuna. Mientras tal difusión no se convierta en psicosis contraproducente, el equilibrio en materia de prevención, sin caer en sobreactuación, puede tener externalidades más positivas.

CUANDO “TODOS LO SABEN”, MENOS TU

La película española “Todos lo saben” (2018) es la excusa para escribir de cierta concepción cultural latina acerca de la familia, que bien puede ser no muy funcional a un orden social más productivo y ético. El film muestra de manera lenta y algo reiterativa, la actitud típica de una familia del interior español. Hay clima festivo, camaradería, hospitalidad, incluso mucha intimidad pero también la contracara, o, dirían algunos, la lógica consecuencia de “meter la narices donde no corresponde”, es decir, violar el respeto por los demás: traiciones, deslealtades, recelos, envidias. La trama, centrada en el secuestro de un pariente, más cercano de lo que se presumía, pone al descubierto todo tipo de intrigas que estuvieron latentes durante largo tiempo.

La película me permitió rememorar muchas reivindicaciones que se hicieron del familismo, esa mirada tan especial que se hace de la supremacía de la familia como núcleo de una sociedad, particularmente en Iberoamérica pero también en la Península Itálica. Cuando deportistas argentinos de la talla de Diego Maradona y “Ringo” Bonavena, pero también en la actualidad, la telenovela de los Icardi y los Nara, exaltaban y exaltan el papel de los padres, los esposos o las esposas, como verdaderos “caciques”, dueños de las vidas de sus parejas e hijos, lo cual puede trasladarse fácilmente al plano empresario -son muchas las empresas familiares tanto en España, Italia como en América Latina-, no parece haber forma posible y legítima de inclusión para aquellos extraños o lejanos que integran la sociedad pero se hallan fuera el ámbito del parentesco o la consanguinidad. El personaje de Darín en la película citada, pone de manifiesto lo dicho, con el agravante de que representa a un extranjero, lo cual denotaría cierta xenofobia en el guión.

En resumen, todo se circunscribe a la confianza. Como afirmó Francis Fukuyama en “Trust”, las sociedades más progresistas son las que se animan a confiar más en los que no son parientes. Construyen vínculos legales, asociativos, hasta financieros con los que están más allá del “batallón propio”, diría Burke. Eso les permite crecer y expandirse a lo largo del tiempo.

En los años noventa, yo mismo fui testigo directo durante cuatro años, trabajando para el Grupo Villavicencio (u Oroño), holding médico de la ciudad de Rosario, de evidente raigambre familiar, de la intrigas palaciegas entre hermanos, hijos, cuñados y yernos, que sin duda, distraían tiempo y recursos  en tan poderoso clan, retrasando su desarrollo empresarial y generando dudas acerca de su vigencia, más allá de la vida finita de sus fundadores.

En un conocido estudio en los años cincuenta, sobre las causas de la pobreza en el sur de Italia, Edward C. Banfield descubrió cierta “incapacidad de los lugareños para actuar conjuntamente en favor de cualquier objetivo que trascienda los intereses inmediatos de la familia nuclear”, y ello, porque la lealtad a la propia familia era el único valor aceptado por todos hasta el punto que imposibilitaba colaborar con cualquiera de otra familia.

Banfield denominó a este fenómeno, familismo amoral y atribuyó este singular ethos a una combinación de variables idiosincráticas. Su tesis desencadenó un extenso debate acerca de los requisitos culturales del desarrollo económico y las diferencias entre sociedades cerradas y abiertas y, pronto, este síndrome de familismo amoral fue también utilizado para explicar otros fenómenos como la Mafia o la Camorra pues basta con trasladar esa lealtad incondicional desde el núcleo familiar a la fratría masculina para encontrar el crimen organizado.

Según el español Emilio Lamo de Espinosa, efectivamente, esta singular ética se caracteriza al menos por tres normas, de indiscutible cumplimiento. En primer lugar, “cualquiera de los míos” puede hacer lo que sea (my country, right or wrong); siempre tendrá razón frente a los demás y merecerá -y tiene derecho a exigir- mi apoyo incondicional, al igual que él está dispuesto a darlo, sin condición alguna. En segundo lugar, “quien no está conmigo está contra mí”, pues no puede haber neutralidad, y así el mundo se divide en “buenos” (los míos) y perversos (los demás), que merecen reprobación generalizada. Finalmente, “quien ha estado conmigo no puede dejar de estarlo”; la omertá (ley del silencio o código de honor siciliano) no tiene marcha atrás pues la ruptura de este tipo de lealtades es, simplemente, traición que merece la máxima condena (eventualmente, la muerte).

Se ha discutido mucho cuál es el alcance de este flagelo. Pero lo que es probable es que una vez asimilado, puede trasladarse a cualquier grupo: mi religión, mi nación, mi partido político, mi sindicato, incluso mi “nuevo movimiento social”, todo ello, right or wrong. Son, por supuesto, lealtades perversas que una vez establecidas, exigen una entrega total, cerrando al grupo sobre sí mismo y acorazando a sus miembros. Pues en el extremo, se es sólo como miembro del grupo, que defiende la identidad total.

Habría que preguntarse si en Latinoamérica, no hemos pagado un precio demasiado elevado en términos de atraso, por mantener tan vigente este familismo amoral que la Europa meridional apenas disimula sólo por mantenerse en el espacio de la UE, Bruselas y Berlín.

Italia y el equilibrio de baja confianza

El decrecimiento demográfico de Europa del sur

FRANCIS FUKUYAMA Y SU NUEVO MENSAJE, DESDE TAIWAN

La muerte del orden internacional tal cual lo conocemos? El siempre polémico -y para mí, original- Francis Fukuyama, de descendencia japonesa pero ciudadano norteamericano, brindó una reciente conferencia en Taipei, la capital de Taiwan, el pequeño país que la principal socia norteamericana, China reivindica para sí, desde hace décadas, en ocasión de la guerra entre el Kuominterm de Mao-Zedong y el Kuomintang de Chiang-Kai-Shek. La relevancia de esta conferencia radica en el abordaje de un tema crucial en estos tiempos. En efecto, el pensador neohegeliano, que creía de manera optimista y hasta ingenua, en “el fin de la historia” y que predijo y ratificó el triunfo del capitalismo y la democracia a nivel global, en 1988, por encima del sistema de planificación centralizada y el régimen totalitario de partido único, ahora pareciera volver sobre sus pasos. Hoy, Fukuyama se muestra preocupado por eventos como el “Brexit” y el ascenso electoral de los partidos de extrema derecha y/o populistas y/o nacionalistas que pueden alterar sustancialmente el orden liberal tal cual lo conocemos desde el fin de la II Guerra Mundial.

Subraya Fukuyama que dicho orden liberal se empezó a construir en 1948, con la creación de la ONU y la difusión del sistema económico capitalista, al menos en la mitad del orbe, bajo la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados en la segunda conflagración mundial. Más allá de la primera crisis del petróleo en los setenta, ese orden permitió el ascenso de otras potencias económicas, precisamente, dos de las cuales, fueron derrotadas en aquella guerra, como Japón y Alemania, que pudieron aprovechar su momento de recuperación, en algo así como “free-riders” de dicho sistema. Paralelamente, se advertía la declinación relativa de la propia Estados Unidos: como potencia que cubría la mitad del PBI mundial en 1945, descendió 20 puntos en los años setenta. La creación de la Comunidad Económica Europea y el poder de la OPEP eran síntomas de un mundo en cambio pero al mismo tiempo, más interdependiente y cooperativo, más allá del antagonismo de la Guerra Fría.

Sin embargo, en los años ochenta, las políticas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher alteraron para siempre el paisaje macroeconómico estructural de los países desarrollados. Con la globalización, dos generaciones más tarde, empezaron a verse los impactos sociales de dichas políticas. Vastos sectores industriales quedaron rezagados, con altas tasas de desempleo, despoblando o languideciendo regiones enteras, mientras otros sectores de la “nueva economía”, como la informática y las finanzas, se expandieron exponencialmente. agudizando este fenomenal cambio estructural. Países otrora pobres y ahora emergentes, como China e India se beneficiaron enormemente con este proceso, recibiendo enormes flujos de inversiones y expandiendo el comercio mundial, con sus producciones e intercambios. De hecho, este orden liberal lo es mucho más que en los años setenta o en los noventa, por el flujo comunicacional y financiero, pero el problema, advirte Fukuyama, es que parece haberse ralentizado y hasta es desafiado por fuerzas opuestas.

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