ROCK AND ROLL “FIERITA”

 

Mi hijo Nicolás Andrés tenía dos fechas para nacer en octubre de 2000, habiendo descartado ya hacerlo el mismo día que yo (el mítico 17): el 23, el día del cumpleaños de “Charly” García -en el el que nació- o, el 30, el de Diego Armando Maradona. En cualquier caso, sería un día escorpiano, el de un talentoso puro, un genio, aunque Nico hasta el día de hoy, intenta y lo logra, no serlo. Porque sabe en su interior, por eso lo admiro, que ese tipo de vidas son realmente intensas, desmesuradas, constantemente en un subibaja o montaña rusa -a lo Kusturica- y él prefirió la tranquilidad absoluta. Su bajo perfil le permite disfrutar a su manera de las oportunidades que le brinda la vida y él busca, tomar distancia de las adversidades de algunos de sus hermanos mayores e ir zigzagueando los peligros que le deparó -y depara- la vida misma.

Pero claro, ése no fue el camino de Maradona que nos dejó ayer a las 12 del mediodía, a la temprana edad de 60 años, con un corazón grande pero desgastado y pulmones más que agobiados. Si ser Maradona fue difícil y eso lo torturó, como creen descubrir ahora algunos intelectualoides, él también lo buscó. Todos elegimos ser lo que somos. El eligió esa vida porque otra tal vez no le hubiera permitido ese genio del fútbol mundial que fue y hoy todos, sobre todo, fuera del país, reconocen y hasta veneran.

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EN EL CORAZON DE LOS BARRIOS PORTEÑOS

León “Lío” y Berta Festinger constituían un matrimonio de larga data que vivían como miembros de la comunidad judía de Buenos Aires -la más importante tras la de Nueva York, en el tradicional y coqueto barrio de Villa Crespo. Lío era taxista, era propietario de un Ford Falcon al que mantenía en buena forma y con él viajaba con su esposa al resto del país, incluyendo mi Santa Fe, a la que iba cada fin de año, a festejar con nuestra familia y la suya, siendo Ester, su sobrina entrañable, la hija de su hermano nacido en New York Estados Unidos, mi tío Benny, mi prima hermana, nacida el mismo día que yo. Tenían un hijo único, Mario, quien ya adulto, en 1988, probaría suerte en Canadá, donde escalaría hasta tener su propia empresa retroexcavadora de nieve, contratada para jardinería. En 2007, volvería al país para instalar su propia joyería en el mismo barrio.

Un taxi típicamente porteño de los años sesenta

Hoy, los judíos están en retirada en Villa Crespo (81.000 habitantes), conservan pocos negocios debido al avance chino pero nadie podrá negar cómo esta comunidad llegó y creció en ese barrio porteño como “Lío” y Berta y tantos otros de clase media, con su casa propia, con su seguro médico, jubilación, auto, veraneo, etc.

Villa Crespo también alberga un club de fútbol, como Atlanta. Allí, actores como Osvaldo Miranda o más recientemente Sebastián Wainrach, profesores universitarios como Eduardo Slomiansky, economistas ligados a la “city” y la banca como Miguel Angel Broda, cada 15 días, concurren los sábados a ver a su equipo favorito sufrir en las categorías de ascenso. Tuvo su época de gloria en los setenta, cuando se codeaba en la “A” con Boca y River -y mi Colón-, con jugadores de jerarquía como Gómez Voglino, el “Turco” Ribolzi, Omar Atondo y un goleador de raza, como Delio Onnis, célebre en Francia, en la misma época donde la clase media “bohemia” tenía un buen nivel de vida.

El mismo que tenían los habitantes de La Paternal (20.000 hab.), con su famoso Asociación Atlética Argentinos Juniors, donde nació Maradona y vivieran entre otros célebres como el ucraniano “César Tiempo”, el actor Pedro Quartucci y los músicos, el tanguero Osvaldo Fresedo y el rockero “Pappo” ; Caballito (176.000 hab.), con su Ferro Carril Oeste; Floresta (38.000 hab.) con All Boys; Mataderos (64.000 hab.) con Nueva Chicago y Villa Luro (33.000 hab.) con su Vélez Sarsfield. Todos disfrutaron de la misma época de progreso y bienestar. Careciendo de clubes de fútbol tan populares y ganadores, otros barrios como Villa Ortúzar (22.000 hab.), Colegiales (53.000 hab.) y Chacarita (28.000 hab.), este último archirrival de Villa Crespo y al que Borges le dedicara mucha atención en sus libros, muestran fisonomías e historias semejantes. Con sus bares, bazares, panaderías, talleres, librerías, gomerías, mercados, ferias, pescaderías, negocios de quiniela, lavaderos, inmobiliarias, mercerías, etc., acrecentaron sus patrimonios aún en un contexto macroeconómico tremendamente adverso como el argentino, pletórico en inflación alta persistente, devaluaciones y confiscaciones.

Mural dedicado a Maradona en la Calle Alvarez Jonte a una cuadra del Estadio que lleva su nombre.

Claro, a mí no me satisfacen las explicaciones que se precian de científicas intentando enrostrarle al menemismo globalizador, el deterioro social que vivió a partir de los años noventa, dicha clase media otrora tan pujante. Para ser justos, no hay que olvidar tampoco que los porteños tuvieron servicios públicos durante décadas hasta alcanzar la autonomía como Ciudad tardíamente en los noventa y de modo gradual, como la justicia (federal), policía (ídem), transporte (subte, colectivos, trenes), que fueron financiados subsidiariamente por el resto de los argentinos, por el sólo mérito de albergar la capital del país.

Hoy, en favor de ella, el distrito más rico de la Argentina, por ser la sede o matriz de muchas empresas poderosas, ya ha logrado una gran autosuficiencia que depara un enorme debate en torno a sus recursos propios y beneficiarios de sus políticas públicas. Cabe recordar que la ciudad recibe día a día, millones de personas provenientes del conurbano bonaerense, que trabajan en ella, se atienden en sus hospitales, usan su transporte, etc. sin aportar un peso, lo cual genera otra inequidad.

Algunos subsectores de ella pudieron haber sufrido algún traspié, incluyendo los jubilados aunque ello no es atribuible por supuesto sólo a esta barriada porteña, pero el grueso pudo evitar la caída, lo cual es fácil de percibir hoy con sólo pasear por dichos barrios. La creciente marginalidad, con villas al interior de algunos de ellos, como la Villa Fraga; la delincuencia al estilo “punguismo”; el avance cartonero; el cierre de comercios, etc., no ha sido mayor en estos barrios que en otros. Hoy, el Parque Centenario refleja en parte, esa decadencia, con la presencia de muchas parejas jóvenes con niños, con un lenguaje, vestimenta y códigos que distan mucho del que uno está habituado a escuchar o ver en zonas como Palermo, Recoleta o Belgrano.

Ese mismo Parque en los alrededores, presenta a diario, una buena cantidad de puestos de vendedores de libros usados, el cual es un indicador más de la impronta cultural y artística de estos barrios porteños. Alberto Fernández, el actual Presidente argentino, es un vecino connotado de La Paternal y como él, hay muchos académicos, intelectuales, creativos, etc. que terminan generando un contraste enorme -uno más- con algunas ciudades del interior del país, donde puede existir cierto vigor productivo e industrial pero ambientes carentes de vida cultural.

Tampoco el Estado ha retrocedido. Hay una sucursal del Banco Nación cada 10 cuadras, hay policía de la Ciudad más la Federal patrullando calles y veredas, el Gobierno de Rodríguez Larreta ha embellecido parques y paseos, construido viaductos, limpiando áreas abandonadas como los alrededores del Cementerio de la Chacarita, aunque siga viviendo una familia entera allí, al lado de los muertos célebres allí (Gardel, Vandor, Rucci, Calabró, Pugliese, “Tita” Merello, Guy Williams “El Zorro”, Ariel Ramírez, Quinquela Martín, Sandrini, Troilo, Olmedo, Porcel, Gilda, Cerati, Bonavena, etc.) y “fantasmas”.

Incluso el mercado no les dio la espalda. El “boom” de Palermo derramó hacia estos barrios citados, sobre todo los más cercanos. Hubo negocios tradicionales que se reciclaron o especializaron. La Avenida Warnes, célebre en el país por su enorme oferta repuestera para autos y camionetas, continúa con vida y hasta parece revitalizada de la mano de Toyota y otras marcas extranjeras. Pudieron venderse casas o edificios para que se instalen allí gigantes de los medios como Fox Sports, radios como la de Luis Majul, empresas discográficas que crecieron después de 2001 y hasta Universidades privadas.

De acuerdo a la fría estadística, la ciudad de Buenos Aires tiene un ritmo inmobiliario cambiante, fluctuante, incesante pero demográficamente estable. En las últimas siete décadas, su población se mantiene incólume en 3 millones de habitantes. Una muy baja tasa de natalidad, una inmigración que se mantiene alrededor de 15 % de la población -mucho menor que la de inicios del siglo XX- y una esperanza de vida muy elevada lo cual revela un profundo envejecimiento, explican aquella estabilidad. Barrios enteros como Puerto Madero se han sumado pero están dedicados a la inversión inmobiliaria, hotelería y alquiler selectivo para turistas. Muchos porteños de clase alta han emigrado hacia la zona norte (Vicente López, Olivos, Tigre, Pilar, etc.). Lo que ha crecido enormemente es el primer cordón del conurbano (Avellaneda, Lanús, La Matanza, Quilmes): ello explica la duplicación poblacional diurna de la Capital Federal, fácilmente visible en estaciones de trenes y buses como Retiro y Constitución. El corazón de la vieja Buenos Aires todavía permanece vigente en los barrios que hemos citado y descrito aquí: donde hay paz por las tardes, se baldean veredas y los vecinos toman mate en las veredas.

Los barrios citados con su medio millón de habitantes, son otra cara más de la diversa pero excitante Ciudad de Buenos Aires y por ende, del también variopinto país en el que nací. Ningún estereotipo ni tampoco explicación fácil sirven para describir su realidad. Pertenecen a una realidad nacional y urbana con una baja productividad pero al mismo tiempo, con una increíble vitalidad y hasta capacidad de reacción. La misma que me transmitían Lío y Berta cada vez que los veía. Ellos también son ejemplo de supervivencia en esta Argentina tan especial, a su manera.

LA FELICIDAD DE UN NIÑO -O EL COMIENZO DE LA ERA MARADONA-

El martes 10, Argentina puede quedar afuera del Mundial de Fútbol de Rusia 2018, si no tiene un buen resultado (ganar o empatar) y si alguno de sus “hermanos” latinoamericanos no la ayudan con sus finales respectivas. Eso significaría el cierre de un largo ciclo desde 1970, en el que el país estuvo participando siempre en los Mundiales, ganando dos de ellos, siendo subcampeón en otros dos y habiéndose destacado en varios de ellos, como candidato previo. Sin embargo, esa racha tan positiva,  no obstante su declive económico notorio a lo largo de décadas y que pocos países han logrado, está asociado a varios nombres rutilantes, pero sobre todo, a uno, Diego Armando Maradona, “el mejor jugador de todos los tiempos”, “el mejor jugador del siglo” y “el mejor jugador de toda la historia de los Mundiales”.

En el mundo nos conocen por él, hasta podría decirse que el fenómeno Barcelona empezó cuando él fue contratado por el club catalán y ni hablar de Boca Juniors, el club argentino que lo catapultó a la fama global, el insignificante Nápoli (italiano meridional) al que hizo campeonar y el más minúsculo, Argentinos Juniors, una entidad barrial de Buenos Aires, donde debutara profesionalmente y al que hizo subcampeonar. Todos saben de sus éxitos, de sus goles, de su carrera, pero hoy los más jóvenes, lo identifican por sus peleas de la vida, con drogas, el fisco, mujeres, hijos (reconocidos o no) y ex managers, de sus declaraciones siempre polémicas, con sus variados posicionamientos políticos, con su manifiesta incapacidad para lidiar de modo razonable con la fama, aunque pocos conocen sus orígenes y cómo fue posible, que a partir de ellos, tan adversos, él llegara tan lejos. Porque en efecto, quien hoy vive en Dubai, con ex esposas y amantes, con hijos aquí y allá, con una vida cuasi fastuosa,  ganando petrodólares, dirigiendo un equipo mediocre de una liga más que discreta, empezó su vida en una tal Villa Fiorito, un poblado pobre aunque digno, en la localidad de Lomas de Zamora, en el sur del Gran Buenos Aires, un 30 de octubre de 1960.

De sangre gallega, croata e indígena, era el quinto (y primer varón) de 8 hermanos, viviendo con sus padres y abuela, hacinados en una casa muy humilde. Desde pequeño podía exhibir su talento con los pies, en los “potreros” de su barrio, a pesar de que en su casa, dicho por él mismo, “se comía cuando podía” -lección primera para quienes hoy en el mundo, son tan compasivos y complacientes con la pobreza-. Su padre que jamás se quejó de la “exclusión”, ni siquiera conocía ese término, se encargaba de llevar al pequeño en bus, a entrenar y jugar los más de 150 partidos (136 invictos) que jugaría su equipo de inferiores de su primer club (Asociación Atlética Argentinos Juniors), los “Cebollitas”, un conjunto de niños felices que jugaban al fútbol deleitándose a pesar de sus orígenes sociales marginales y a contramano del estilo futbolístico imperante en la época, el famoso “cattenaccio” italiano, tan proclive a la preocupación por obstruir al oponente y no en desplegar  el talento propio. Sugiero mirar respecto a esta infancia poco conocida de Maradona, un programa de TV española, llamado Informe Robinson -Michael Robinson es un jugador británico de los años ochenta que jugó y se encariñó con España y se radicó allí-.

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