ROCK AND ROLL “FIERITA”

 

Mi hijo Nicolás Andrés tenía dos fechas para nacer en octubre de 2000, habiendo descartado ya hacerlo el mismo día que yo (el mítico 17): el 23, el día del cumpleaños de “Charly” García -en el el que nació- o, el 30, el de Diego Armando Maradona. En cualquier caso, sería un día escorpiano, el de un talentoso puro, un genio, aunque Nico hasta el día de hoy, intenta y lo logra, no serlo. Porque sabe en su interior, por eso lo admiro, que ese tipo de vidas son realmente intensas, desmesuradas, constantemente en un subibaja o montaña rusa -a lo Kusturica- y él prefirió la tranquilidad absoluta. Su bajo perfil le permite disfrutar a su manera de las oportunidades que le brinda la vida y él busca, tomar distancia de las adversidades de algunos de sus hermanos mayores e ir zigzagueando los peligros que le deparó -y depara- la vida misma.

Pero claro, ése no fue el camino de Maradona que nos dejó ayer a las 12 del mediodía, a la temprana edad de 60 años, con un corazón grande pero desgastado y pulmones más que agobiados. Si ser Maradona fue difícil y eso lo torturó, como creen descubrir ahora algunos intelectualoides, él también lo buscó. Todos elegimos ser lo que somos. El eligió esa vida porque otra tal vez no le hubiera permitido ese genio del fútbol mundial que fue y hoy todos, sobre todo, fuera del país, reconocen y hasta veneran.

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LA FELICIDAD DE UN NIÑO -O EL COMIENZO DE LA ERA MARADONA-

El martes 10, Argentina puede quedar afuera del Mundial de Fútbol de Rusia 2018, si no tiene un buen resultado (ganar o empatar) y si alguno de sus “hermanos” latinoamericanos no la ayudan con sus finales respectivas. Eso significaría el cierre de un largo ciclo desde 1970, en el que el país estuvo participando siempre en los Mundiales, ganando dos de ellos, siendo subcampeón en otros dos y habiéndose destacado en varios de ellos, como candidato previo. Sin embargo, esa racha tan positiva,  no obstante su declive económico notorio a lo largo de décadas y que pocos países han logrado, está asociado a varios nombres rutilantes, pero sobre todo, a uno, Diego Armando Maradona, “el mejor jugador de todos los tiempos”, “el mejor jugador del siglo” y “el mejor jugador de toda la historia de los Mundiales”.

En el mundo nos conocen por él, hasta podría decirse que el fenómeno Barcelona empezó cuando él fue contratado por el club catalán y ni hablar de Boca Juniors, el club argentino que lo catapultó a la fama global, el insignificante Nápoli (italiano meridional) al que hizo campeonar y el más minúsculo, Argentinos Juniors, una entidad barrial de Buenos Aires, donde debutara profesionalmente y al que hizo subcampeonar. Todos saben de sus éxitos, de sus goles, de su carrera, pero hoy los más jóvenes, lo identifican por sus peleas de la vida, con drogas, el fisco, mujeres, hijos (reconocidos o no) y ex managers, de sus declaraciones siempre polémicas, con sus variados posicionamientos políticos, con su manifiesta incapacidad para lidiar de modo razonable con la fama, aunque pocos conocen sus orígenes y cómo fue posible, que a partir de ellos, tan adversos, él llegara tan lejos. Porque en efecto, quien hoy vive en Dubai, con ex esposas y amantes, con hijos aquí y allá, con una vida cuasi fastuosa,  ganando petrodólares, dirigiendo un equipo mediocre de una liga más que discreta, empezó su vida en una tal Villa Fiorito, un poblado pobre aunque digno, en la localidad de Lomas de Zamora, en el sur del Gran Buenos Aires, un 30 de octubre de 1960.

De sangre gallega, croata e indígena, era el quinto (y primer varón) de 8 hermanos, viviendo con sus padres y abuela, hacinados en una casa muy humilde. Desde pequeño podía exhibir su talento con los pies, en los “potreros” de su barrio, a pesar de que en su casa, dicho por él mismo, “se comía cuando podía” -lección primera para quienes hoy en el mundo, son tan compasivos y complacientes con la pobreza-. Su padre que jamás se quejó de la “exclusión”, ni siquiera conocía ese término, se encargaba de llevar al pequeño en bus, a entrenar y jugar los más de 150 partidos (136 invictos) que jugaría su equipo de inferiores de su primer club (Asociación Atlética Argentinos Juniors), los “Cebollitas”, un conjunto de niños felices que jugaban al fútbol deleitándose a pesar de sus orígenes sociales marginales y a contramano del estilo futbolístico imperante en la época, el famoso “cattenaccio” italiano, tan proclive a la preocupación por obstruir al oponente y no en desplegar  el talento propio. Sugiero mirar respecto a esta infancia poco conocida de Maradona, un programa de TV española, llamado Informe Robinson -Michael Robinson es un jugador británico de los años ochenta que jugó y se encariñó con España y se radicó allí-.

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