“NO MIREN ARRIBA”

Más de cinco décadas y media. He sido testigo del desmoronamiento de un Imperio que pergeñó una idea de humanidad diferente, con uan sociedad extremadamente igualitaria. He sido testigo de cómo un joven alemán en una avioneta llegó al corazón mismo de dicho Imperio, del cual se creía era invencible, desafiando todos los radares y controles sofisticados. He sido testigo más de una vez, de predicciones que fallaron, de cálculos o estimaciones mal formuladas, de actitudes soberbias que terminaron en verdaderos fiascos para sus protagonistas. Armando Ribas dijo alguna vez que quien se cree inteligente, es genuinamente estúpido. Pero la naturaleza humana, como solían reiterar los Ilustrados Escoceses, ha dado muchos ejemplos de estupideces, sobre todo, cuando se sobreestima la racionalidad.

Vivimos una época diferente a la de hace 3 décadas atrás, la de la posverdad. La gente se enamora de conspiraciones sin sentido, desconfía de todo aquello en lo que sí lo hacía hasta hace poco, tiende a creer en supercherías postmodernas, en recetas fáciles, en lugares comunes, divulgadas por comunicadores “sofistas”. La manipulación está a la orden del día. La película “Red lights” “(“Luces rojas” -2012-), algo de eso, ya nos advertía hace unos años.

Por eso, “Don’t look up”, estrenada vía Netflix el 10 de diciembre pasado, con un elenco multiestelar, una saludable bocanada de aire fresco a esta época de fake news y tanta polarización, a propósito de la pandemia de Covid-19. Superada la novedad (verdad) por parte de dos astrónomos de “medio pelo”, uno veterano y otra doctoranda, la reacción fue la incredulidad y el entretenimiento de la gente seguida de la manipulación y el oportunismo de una política y un empresario ligado a ella. Una vez que los “errores” de éstos -ya en fuga-, el estupor y el miedo colectivos. Tarde o temprano, la verdad se impone pero sus consecuencias serán catastróficas.

La película es lamentablemente para los estudiosos o científicos, una cachetada a sus saberes específicos, diluidos en la marea de la ignorancia, la mediatización y el reino de la imagen. Por eso vale la pena verla: para recordarnos cuan estúpidos solemos ser los seres humanos.

MARCOS MUNDSTOCK (1942-2020)

Les Luthiers, el grupo humorístico-musical es una de las grandes originalidades que pudo generar Argentina, gracias a esa enorme diversidad cultural que supo construir desde fin del siglo XX, como ningún otro país latinoamericano.

Pude ver en vivo y en directo a estos grandes creativos, que usaban instrumentos excéntricos, inventados por ellos mismos, en dos ocasiones: en octubre de 1987 en el Teatro Coliseo en Buenos Aires y en el invierno de 1991, en el Teatro El Círculo en la ciudad de Rosario.

En un tiempo en el que supuestamente importa más la salud que cualquier otro ámbito de la vida, habría que valorar el aporte de ellos, en favor del humor fino, delicado, inteligente sin golpes bajos, con diálogos extraordinarios por el cuidado en el lenguaje y el uso del vocabulario sin emplear palabras soeces o sin caer en la chabacanería. Así, se ganarían mi admiración temprana y aquellas virtudes los conduciría a tener éxito en la propia España, incluso en la comunidad latina de Estados Unidos

Para muchos argentinos, Daniel Rabinovich era el predilecto. Para mí, lo era Marcos Mundstock, santafesino como yo, pero hijo de judíos-polacos de una región (Galitzia) que está hoy en Ucrania. Prácticamente, él era el líder del grupo, tal vez no tanto por su talento musical como los restantes miembros, sino por su dicción perfecta, su voz inigualable -típica de su previa experiencia coral-, su capacidad de guionista y sus condiciones actorales de histrionismo y carisma, las que expondría de manera manifiesta por ejemplo, en la TV -junto a otro judío, “Tato Bores– y el cine -sugiero “El cuento de las comadrejas”-.

La gran lección que le da el “anciano” Mundstock a una joven soberbia que lo manda a un geriátrico, en “El cuento de las comadrejas”, el film de Juan José Campanella.

Hoy nos dejó de manera física, tras afrontar una dura enfermedad, que no era el Covid-19. Probablemente, Mundstock, una gran “gerente de la ironía”, como buen descendiente judío, si amaba la libertad como yo, eligió -como todos lo hacemos- el momento justo para morir y burlarse así de esta pandemia que tanto teme la mayoría de los humanos en el mundo de este tiempo.

Rabinovich y Mundstock en un diálogo plagado de malentendidos.