EL MORBO DE NETFLIX: AHORA LUIS MIGUEL

Primero fue Colombia, luego México. Los dos “infiernos disfrazados de paraísos” de nuestro continente evangelizado que habla español. Antes fue Pablo Escobar Gaviria. Ahora, Luis Miguel. Pareciera que el “Sr. Netflix”, devenido por consumo de masas postmodernas, en el reemplazante de Hollywood, se empecinara en mostrarnos todas las miserias humanas que hubo o hay detrás de íconos del “realismo mágico” latinoamericano, ya sea en su versión política como artística.

Le toca al “Rey Sol de México”, que ni siquiera lo es, pues en la propia serie se reconoce que es puertorriqueño. La explotación de su padre “Luisito” Rey, la misteriosa desaparición de su madre italiana que vivió en Argentina, su vida descarriada con mujeres, sus hijos naturales, su carrera plagada de ascensos pero también descensos al infierno.

Por qué el Sr. Netflix se ocupa de desnudar tales circunstancias que ponen al desnudo a personalidades que arrasaron multitudes? Simplemente, por el amoral mercado. Detrás de la lógica del entretenimiento online, los precios accesibles y la globalización de sus suscriptores que sustentan a Netflix como negocio, ya no hay guionistas talentosos disponibles para Hollywood, han surgido otros en países de mano de obra barata como India y es más incentivador escribir series interminables que un público cada vez más ignorante consume sin cesar, que películas de una hora y media o dos. Incluso las series son las plataformas para sus actores en posteriores películas. Pero tales éxitos no podrían existir jamás, si del otro lado de la pantalla no existieran millones de personas que se regodean con descubrir las obvias miserias de los mismos ídolos que ellos catapultan. El costo de la fama es elevado y Netflix lo sabe, por ello, ahora lo blanquea y lo usa. Lo novedoso es el regodeo de la gente por saber qué pasó con la madre de “Luismi” o cuán maltratador era su padre con él y sus hermanos o cuál fue el récord de mujeres con las que se acostó.

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COLOMBIA: EL “PARAISO PERDIDO” POR PABLO ESCOBAR (Y VARIOS MAS)

Es un país al que no conozco, pero por las fotos y videos público, compruebo sus hermosas playas, su frondosa vegetación andina, su maravilloso sol. Sí, se trata de un verdadero paraíso. Sin embargo, Colombia ha teñido su tierra e historia reciente con sangre, en un grado notoriamente superior, excepto México, al del resto de una convulsionada Latinoamérica.

Al período llamado “La Violencia” (1946-1958), signado por la cuai guerra civil entre conservadores y liberales, sobrevino la guerrilla, la más antigua de la región, incluso anterior al castrismo, con las FARC, el ELN y el M19; le siguió la protección de los hacendados vía las “Autodefensas”, o sea, escuadrones paramilitares; finalmente, los narcotraficantes, con sus cárteles y sus sicarios (asesinos pagos). Demasiado flagelo social para un país qu además no deja de tener pobreza, desigualdad, subdesarrollo, como todo latinoamericano.

El narcotráfico, ya desde los años setenta, impregnó con su negritud monetaria y crímenes, la política colombiana. Los Cárteles de Medellín y Cali, con los Escobar Gaviria, los Ochoa y Rodríguez Orejuela, sostuvieron alcaldes, concejales, jueces, policías y hasta llegaron al Congreso nacional, ocupando bancas. Como toda mafia, llevaba adelante su poderoso negocio, extorsionando, sobornando, robando, saboteando, secuestrando, atentando, asesinando: los peores delitos para jaquear al propio Estado. En una primera etapa, lo haría de manera solitaria. En una segunda, ya se aliaría con la guerrilla y hasta tendría tentáculos con otros Estados: la Nicaragua sandinista, la Panamá de Noriega, la México del PRI, la Venezuela chavista, etc.

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