OCTUBRE

Es el mes de mi cumpleaños por lo que reviste un carácter muy especial, porque además es el de mi tercer hijo. A lo largo de estos 58, los he tenido todos. Complicados como el de 2011, cuando el día sábado 15, me accidenté en la Ruta 2 camino a Mar del Plata pero también dichosos, como el de 1974, 2016 -cuando mi pareja de aquel entonces me regaló un festejo del 17 juntos en Roma- y 2021 -cuando lo vi ganar a mi Colón ya consagrado campeón en su estadio-.

“октябрь”: así se dice “octubre” en idioma ruso.

Este de 2022 vino lleno de roturas y rupturas: muerte de motores de auto -y heladera-, extracción de un premolar inferior, crisis de relaciones con “amigas” un tanto pretenciosas. Sin embargo, el mismo sábado 15, como una ironía del destino, una cirugía planificada de mi ojo derecho, aquejado por una gran miopía (dificultad para ver a lo lejos), astigmatismo y queratocono, me devolvió gracias a una lente intraocular, la visión perdida hacía casi 5 décadas.

Ese tipo de momentos nos hacen recuperar la sonrisa a pesar de los malos momentos, que finalmente, son materiales. A veces, me pregunto si estamos realmente condenados a alternar esas alzas y bajas, para poder al final del camino, contemplar un balance que termina siendo mucho más positivo del que preveíamos. Parece ser el sabor de la vida misma.

Quienes ven normalmente o tienen una mínima miopía, incluso presbicia, tal vez, no tienen conciencia del sufrimiento o dolor que implica para una persona no ver con dicha normalidad, desde pequeño. Aquí voy testimoniando la evolución de mi visión desde 1974, cuando se me descubrió la miopía, al comunicarle a mi madre, que no veía desde el tercer banco del aula, los números y las letras que escribía la maestra de 4to. grado en el pizarrón. El uso de anteojos se convirtió en una pesadilla para mí y aunque las lentes de contacto aparecieron tempranamente en mi vida, lo que me permitió practicar deportes, nunca olvidaré el momento de llanto profundo y sostenido cuando vine del primer diagnóstico del oculista.

Primer diagnóstico de 1974

Diagnóstico de 1993

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A 48 AÑOS DEL “MILAGRO DE LOS ANDES”

Aún teniendo 8 años y no habiendo jamás viajado en avión, me resultaba difícil entender que un aeronave que cayese, tuviera algún sobreviviente. No sé si todo era más sencillo antes de comprender o asumir aún si haberlo vivido o si éramos más dóciles u obedientes a lo que nos enseñaban nuestros padres y la propia escuela. Lo cierto es que fue enorme el impacto mediático -y como es obvio, la carga emocional- para mí y muchos ese 22 de diciembre de 1972, cuando nos enteramos que 16 jóvenes, que se presumían muertos, estaban finalmente vivos, tras la caída de un avión en plena Cordillera de los Andes.
El accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, conocido popularmente como el «milagro de los Andes», ocurrió un VIERNES 13, sí, el viernes 13 de octubre de 1972, cuando el avión militar con 40 pasajeros y 5 tripulantes que conducía al equipo de rugby Old Christians integrado por alumnos del Colegio Stella Maris de Carrasco (Uruguay), se estrelló contra un risco de la Cordillera de los Andes en Mendoza (Argentina), a 3500 metros de altura, en ruta hacia Santiago de Chile.
Fueron 16 los supervivientes, ninguno de ellos tripulante:
Alfredo Daniel “Pancho” Delgado Salaverry, 25, cumplidos en la cordillera
Daniel Fernández Strauch, 26
Roberto Fernando Jorge “Bobby” François Álvarez, 21, cumplidos en la cordillera
José Luis Nicolás “Coche” Inciarte Vázquez, 24
Álvaro Mangino Schmid, 19
Javier Alfredo Methol Abal, 38
Ramón Mario “Moncho” Sabella Barreiro, 21
Adolfo Luis “Fito” Strauch Urioste, 24
Eduardo José Strauch Urioste, 25

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