LA FRANCIA QUE CASI CATAPULTA AL PODER A MARINE LE PEN

En medio de la marea del “Brexit” y el triunfo de Trump, con un elocuente mensaje nacionalista, xenofóbico y antieuropeísta, la líder del Front Nationale, Marine Le Pen, encabezaba los sondeos en octubre pasado en Francia.

Sin embargo, en las últimas semanas del año 2016, Francois Fillon, le ganó la primaria de la derecha a Alain Juppé en segunda vuelta y a Nicolás Sarkozy y Jean Francois Copé, entre otros, en la primera. Este episodio ha demostrado una vez más, que la derecha liberal está mucho más politizada y movilizada de lo que se suponía, incluso, mucho más que en otros países de Europa, donde la extrema derecha y algunos retazos de izquierda moribunda, parecen ocupar toda la franja del espectro político, inclinado así hacia el “iliberalismo”. Un 10 % del electorado votó por las primarias del espacio político mencionado, es decir, unos 4,3 millones de votantes, una cifra absoluta marcadamente superior a los 2,8 millones que votaron en las primarias de la izquierda ganadora hace un lustro. Señalando a la izquierda por el fracaso en el gobierno del pusilánime Hollande y advirtiendo a los franceses sobre la potencial quiebra del país, en caso de que ganen la familia Le Pen, Fillon convocó de inmediato a sus ex rivales derechistas para tomar el Palacio Elíseo en las elecciones de abril próximo. Este liberal, católico, jesuita, que votó en contra del Tratado de Maastricht en el referéndum de 1992 y es amigo del Presidente ruso Putin, sabía que tiene una oportunidad histórica, aprovechando la decepción de los progresistas con su propio gobierno, para ganar en primera vuelta y luego, triunfar en el ballotage, como lo hiciera de manera abrumadora (83 contra 17 %) Jacques Chirac contra el padre de Marine, Jean Marie Le Pen, en mayo de 2002.

Pero lo imprevisto nuevamente volvió a ocurrir. Hacia fines de enero, el semanario Le Canard Enchainé denunció que Penelope Fillon, la esposa del candidato, había cobrado en carácter de “asistente parlamentaria”, unos 900.000 euros, desde 1988 y no como había mentido el propio Fillon, desde 1998. También sus hijos, cuando eran estudiantes, habrían cobrado sueldos oficiales, por desarrollar “misiones puntuales”. Además de convertirse en uno de los mayores escándalos de corrupción en la V República Francesa, el “caso Penelope” se convirtió en la tumba política de Fillon, que a pesar de algunos manotazos de último momento, cae inexorablemente en las encuestas y ya es urgido por su partido a renunciar y cederle su lugar al propio Juppé. Todo esto no ha hecho más que favorecer al candidato socialista (más que moderado) Emmanuel Macron pero sobre todo, a Marine Le Pen, incluso para ganar en primera vuelta.

Más allá del caso citado, Francia ha sido un país ejemplar, no por sus éxitos, sino por su singularidad. Escenario histórico de la Revolución de 1789, que fue un “Big Bang” para su época y marcó un antes y después para toda Europa y parte del mundo, incluso haciendo llegar sus efectos más de un siglo después, en tierras lejanas como quedó demostrado con la Revolución de Octubre, por la que los bolcheviques llegaron al poder en Rusia. El despotismo de Napoleón Bonaparte, desde su natal isla de Córcega, enterró esa inflación de expectativas y “derechos abstractos” -diría Edmund Burke en su genial “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”-, pero la decapitación de los reyes ingenuos que eran el carpintero Luis XVI y la austríaca María Antonieta, sí terminó definitivamente con la monarquía e inauguró la República. Sin embargo, hasta 1958, Francia vivió de la mano del parlamentarismo, una gran inestabilidad institucional, un par de revoluciones (1830 y 1848), cuatro Repúblicas, una de ellas interrumpida por el régimen “titere” pronazi de Vichy (1940-1944) y en la faz externa, su decadencia imperial, tras dominar el 9 % de la superficie terrestre: en el siglo XIX, la humillación en México (1862-1867), la derrota contra Prusia en 1870-1871, las dos Guerras Mundiales, la invasión alemana en la segunda, la pérdida de las colonias en Africa -Argelia tras una cruenta guerra (1954-1962), Túnez, Marruecos, Camerún, entre otros- y Asia -la ex Indochina (1945-1954), luego Vietnam, Laos y Camboya-. De la mano del ex héroe de la Resistencia francesa contra los nazis, el General Charles De Gaulle, 1958 marcó el inicio de la V República, con un régimen semiparlamentario o mixto, con un Presidente fuerte pero complementado por un Jefe de Gabinete o Primer Ministro, repartiéndose funciones de gobierno. Desde ese momento, hasta la actualidad, aún viviendo tres períodos de “cohabitación” (1986-1988, 1993-1995 y 1997) entre dos partidos diferentes en el poder, hoy ya evitable a través de la reforma constitucional de 2002, que igualó el período presidencial (bajó de 7 a 5 años) al de la Asamblea Nacional, Francia es un país estable, con alternancia en el poder y con sólo la amenaza extremista del Front Nationale, que ha oscilado con etapas más o menos importantes en su desarrollo electoral, interrumpiendo esos traspasos del poder entre socialistas y republicanos-conservadores-liberales.

Pero las verdaderas amenazas a esa estabilidad francesa, vienen “desde afuera” del sistema. Francia, con más del 11 % de su población, inmigrante, es el sexto país en el mundo, con mayor cantidad de ellos. En términos amplios, si se suman los propios inmigrantes o aquellos cuyos al menos un padre es un inmigrante, entre personas de 25 a 54 años que en otras clases de edades, con el 13,1% de inmigrantes y el 13,5% de hijos de inmigrantes, Francia está en el top europeo, con un total de 26,6% de inmigrantes. En efecto, a lo largo de las décadas, ha recibido millones de inmigrantes de sus ex colonias dispersas por el mundo, pero sobre todo, marroquíes, argelinos, senegaleses, cameruneses, sirios, libaneses y caribeños francófonos. Casi todos ellos han vivido en Francia, con sus familias, incluso en lugares de las urbes más importantes, en banlieus (barrios con departamentos comunes, alejados del microcentro), o “ghettos” de altura, en flojas condiciones de infraestructura, orden y limpieza. Francia es un país laico, que obliga a los extranjeros, a aceptar las condiciones de vestimenta legal y prohibe el uso de tradiciones nativas -este año,  la gran discusión fue el uso de la burkini musulmana en las playas de la Cote D´Azur (Costa Azul)-. Lo sorprendente es que a pesar de dichas barreras estatales, del mismo estilo y filosofía que presenta la tantas veces vilipendiada y despreciada por los propios franceses, Rusia, Francia sigue recibiendo más y más extranjeros. No sólo los refugiados y desplazados por la guerra civil siria, el ISIS y los conflictos africanos, como afganos, sirios y eritreos, sino también otros europeos, de la propia UE, sobre todo, tras la crisis financiera de 2008-2009: portugueses, británicos, españoles e italianos.

Un simple recorrido por la hermosa ribera francesa, transmite el atractivo de la vida en Francia, que puede servir de gran incentivo para tantos inmigrantes y todos los problemas derivados de tal convivencia, bajo el sol multicultural -hasta en Niza, llama la atención de importantes comunidades de rusos, con sus negocios alimenticios tradicionales y sus restaurantes-. Tras la rápida recuperación macroeconómica e industrial que vivió Francia, en los gobiernos de De Gaulle y el piloto de las reformas económicas pro-mercado, el economista liberal Jacques Rueff, junto al Ministro de Finanzas, Antoine Pinay. a partir de 1958 hasta fines de los años sesenta, Francia encabezó junto a Alemania, la Comunidad Económica Europea, el embrión de la Unión Europea (UE). Siempre tuvo una particular fisonomía  estructural económica. En efecto, Francia, logró converger un modelo económico liberal, con libertad de precios pero con mucha presencia estatal empresaria y un servicio público o burocracia muy asfixiante, donde está prestigiado el funcionariado estatal. Es uno de los pocos países del mundo junto a Japón, donde un funcionario público puede ganar más que si se desempeña en el sector privado.

La carga impositiva es alta, las presiones salariales son permanentes, los paros son habituales, el crecimiento del país es lento, el Estado Benefactor no ha sufrido recortes, hay mucho proteccionismo agrícola, los supermercados cierran a las 20 hs. cada día, en este país unitario donde París es todopoderosa pero la calidad de vida es altísima y relajada y ello se advierte en las ciudades de la privilegiada por el sol, Costa Azul.

A pesar de que en Niza, en julio pasado, un “lobo solitario” arrasó con cientos de turistas de todo el mundo, en otro de los atentados que asoló Francia, con el sello de ISIS y Al Qaeda, en el último año, la gente pasea y disfruta del sol y del mar, corre por la “Promenade des Anglais”, se ven allí parejas de lesbianas o gays, muchos extranjeros, pocos bebés, excepto de inmigrantes, etc. Los trenes TGV son espectaculares por su sobriedad, calidad y puntualidad. Los jóvenes tocan el piano en las estaciones de trenes. Las máquinas de expendio electrónico de billetes funcionan y los buses son cómodos y muy baratos. La postmodernidad vive en Francia que fue muy revolucionaria y luego, se conservadorizó, tal vez, en una dimensión mayor que en el resto de Europa.

Ultimo párrafo dedicado a la izquierda francesa. Desde el “cura rojo” Babeuf, en plena Revolución Francesa, pasando por la génesis y evolución del Partido Socialista, con grandes líderes como Francois Mitterrand (Presidente entre 1981 y 1995), Lionel Jospin (Primer Ministro entre 1997 y 2002), Segolene Royal y los actuales Manuel Valls y el próximo candidato a Presidente Emmanuel Macron, más la dirigencia del Partido Comunista (Georges Marchais, Robert Hue y los contemporáneos Jean Luc Mélenchon y Daniel Cohn Bendit, el eurodiputado ecologista que llegó a postular la liberación sexual de los niños con los adultos), más enormes intelectuales como los filósofos Jean Paul Sartre, André Malraux, Pierre Bourdieu, Alain Touraine, Michel Foucault, Jacques Derrida, Roland Barthes, Jean Paul Baudrillard, etc., la izquierda ha sido muy fuerte en el plano electoral como en el de las ideas en Francia. Podría decirse que si bien, toda esa fuerza ha impedido procesos como las reformas thatcheristas británicas de los ochenta, sus programas y políticas de gobierno han impedido el dinamismo de la economía y sociedad francesas, condenando al país, a una estancamiento donde la resignación y el conformismo societal constituyen la regla.

Francia es un país que ha virado a la izquierda, vive en la izquierda pero hoy está amenazado como nunca por derechas más extremas (le Pen) o moderadas (Fillon o Juppé), que serán votadas incluso por las clientelas electorales tradicionales socialistas y comunistas, es decir, sectores obreros y clases medias aburguesadas, respectivamente. Paradójicamente, la afluencia de tanta inmigración tolerada por esa misma izquierda, en nombre del multiculturalismo como la parálisis económica, producto de tanto estatismo desde los años setenta, han terminado por mover el péndulo del humor político de la sociedad francesa hacia el polo opuesto. Una muestra significativa de ello, es el hecho de que hasta la intelectualidad ha mutado y en las cámaras de TV, ya se ven a los Alain Finkielkraut, Michel Onfray, Jacques Sapir y hasta el propio Regis Debray, asumir posiciones que parecen más cercanas al lepenismo y totalmente distantes de sus viejos amores socialistas.

Así, este “milagro”, donde conviven mercado y socialismo “soft” en la Europa de hoy, es Francia. Se trata de la misma que duda si salta al abismo, incluyendo su salida de la UE, con los Le Pen o preserva su continuidad social -y europeísta, al lado de Alemania- aún apostando a cambios que los franceses se han negado a dar por décadas, por ejemplo, la aplicación del modelo capitalista británico.

Acerca de Marcelo Montes

Doctor y Magister en Relaciones Internacionales. Politólogo. Profesor universitario, área Política Internacional. Analista de la política exterior de la Federación Rusa. Investigador. Columnista de medios de comunicación escrita, radial y televisiva. http://consultoriayanalisisrrii.blogspot.com.ar/ https://twitter.com/marceloomontes
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