LOS GATOS, TAN ADORADOS POR LOS RUSOS

Una de las características de la postmodernidad es la necesidad, entre tantas, de los seres humanos, de verse acompañados por mascotas. Ya sea a nivel familiar, con la presencia de los niños, por carencia de hermanos o aún teniéndolos o a nivel de los solteros, viudos o simplemente solitarios, la compañía de un animalito ameniza el ambiente hogareño.

Amo los gatos y los prefiero por encima de los perros, debido a su limpieza casi obsesiva pero sobre todo, por su independencia respecto a los humanos. También aprecio su necesidad de cariño y a modo de contraprestación, su provisión del mismo. Si son más jóvenes que los perros y por lo tanto, se comportan así porque no nos distinguen como seres diferentes de ellos, es una cuestión que se la reservo a los veterinarios para que la debatan y resuelvan. Otros los privilegian por su rol de proveedor de limpieza de casas amplias con patios o jardines, en su vocación de perseguir ratones.

Algo parecido a la Zarina rusa Elizabetta, en el año 1700, quien fue la primera en ese país, que los apreció en función de su papel de conservar limpio el Palacio Real de San Petersburgo. En la actualidad,  en la franja del Palacio de Invierno que ocupa el Museo del Hermitage de San Petersburgo, viven todavía unos 70 gatos, para el disfrute de la administración, el personal y los turistas. Suele celebrarse en la ciudad, la Feria Internacional de los Gatos. Como si esto fuera poco, el 1 de marzo, los rusos celebran el Día Nacional del Gato.

En una encuesta representativa realizada a 43.034 personas de 52 países, realizada por el Grupo Dalia, con sede en Berlín (Alemania), Rusia figura en el primer lugar, con un 59 % de rusos dueños que tienen al menos un gato en su casa y le siguen Ucrania, con un 49 % y Estados Unidos, con un 42 %. Bélgica, está cuarta; Argentina, quinta y Malasia, sexta, aunque este país, lidera por número de felinos por dueño: 3 o más.

LA BUENOS AIRES DE HOY, LA ARGENTINA DE HOY

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Sensaciones encontradas cuando viajo a la Buenos Aires del primer trimestre de 2017. Entre paréntesis, una ciudad fantástica, fascinante por su variedad e historia, pero que me entristece cuando la veo así.

Por un lado, apariencias de prolijidades, mucho marketing amarillo y verde que simbolizan sensación de orden y estatalidad en una ciudad y un país caracterizados por no reivindicar esos factores: policía nueva, unificada (Federal y Metropolitana); carteles de “perdone las molestias, estamos trabajando por vos”, cada dos cuadras; edificios antiguos por reciclar; publicidad oficial con las obras en puentes y subte; bicisendas coquetas con bicicletas públicas impecables; las omnipresentes grúas que acarrean autos mal estacionados; oficinas burocráticas nuevas y viejas del Gobierno de la Ciudad Autónoma, que conduce el obsesivo tecnócrata Horacio Rodríguez Larreta (ex dirigente de la línea peronista de “Palito” Ortega en los años noventa), el sucesor del ahora Presidente Mauricio Macri.

Pero en enorme contraste con esta imagen de cuasi pulcritud, ni siquiera caminando la turística y extranjerizada San Telmo, pueden disimularse los olores nauseabundos por los calles; la gente durmiendo hasta en los volquetes de basura -algo insólito y realmente desagradable-; mendigos de gran variedad pidiendo ayuda en los semáforos, al borde de la extorsión a los automovilistas; camiones que circulan de modo ilegal por arterias de Puerto Madero, la zona portuaria e inmobiliaria más “chic” de la ciudad; caos vehicular a diario, causados por piquetes de desocupados, de desalojados, de todos los que se consideran despojados por algo, aunque no lo estén, tras 12 años de patrañas publicitarias K, “incluyendo” a todos en su “fiesta”.

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