EZEQUIEL GALLO, ADAM FERGUSON Y EL DEBATE ALBERDI-SARMIENTO

Subís a un taxista y se queja en la ciudad argentina en la que estés, que los habitantes locales manejan de manera pésima, ignorando la prioridad de paso por la mano derecha. Para qué abundar de ejemplos de padres o madres que circulan llevando a sus hijitos en moto, con el casco en la mano, para -eventualmente- colocárselo apenas divisen la figura de un agente de tránsito. Se ha generalizado la toma de calles y rutas, por parte de grupos minúsculos, que protestan por las más variadas razones, violando los derechos de terceros, con total impunidad, sin tener en cuenta que existe un orden social, donde es legítimo peticionar a las autoridades pero a través de las instituciones que ellos mismos votan. Desde hace tiempo, son comunes los ataques de padres a los maestros y profesores por retar o evaluar negativamente a sus hijos, alumnos mediocres, cada vez más desinteresados en estudiar o prestar atención en clase. En las encuestas de opinión pública, esta sociedad anómica exhibe y legitima un total desapego al esfuerzo, la ética del trabajo como válido para alcanzar el progreso individual y colectivo, creyendo que existe el atajo -cualquiera sea-, para tener éxito en la vida.

Llama la atención que Argentina plantee este escenario cuando a principios del siglo XX, se erigía en una país de enorme futuro, con una autoestima muy elevada y siendo por demás de atractivo para los muchos inmigrantes que la poblaron, proviniendo de los más lejanos lugares del mundo. Educativamente, asegurando una cierta igualdad de derechos,  la elite que la gobernó, con una lógica muy clara de proyecto de país, permitió que masas enteras de italianos, españoles, judíos, musulmanes, croatas, alemanes, rusos, etc. se formaran y al mismo tiempo, progresaran individualmente. La pregunta que surge al instante por qué ese proyecto fracasó, autocuestionado por los hijos de la propia elite, que con culpa, empezó a criticar los mismos cimientos de aquel orden, su mayor o menor justicia, su legitimidad, su grado de cobertura. Como alguna vez mencionara Mariano Grondona, aquella aristocracia se fue al campo y “cerró la tranquera”, recluyéndose en su vida privada y absteniéndose ya de participar en los asuntos públicos del país. Siguiendo la lógica advertencia burkiana, tal abdicación dejó el país en manos de los conservadores más mediocres, los radicales ya no tan éticos, Perón y los militares y así, el daño, fue enorme. Pero no era cuestión de intérpretes o ejecutores: sí lo era de ideas. Las ideas condujeron al país al resultado de decadencia que hoy vemos.

Hablando de ideas, quien mejor me explicitó en esta vida, el recorrido histórico de esta decadencia, dónde empezó y cómo se gestó, fue el gran historiador argentino Ezequiel Gallo, quien falleciera hace algunos meses atrás. Aunque de familia radical antipersonalista y antiperonista, Gallo, en clave muy diferente, por ejemplo, de un Fernando Iglesias,  no hacía hincapié en Perón, el peronismo o los golpes militares, como el o los gérmenes del ciclo autodestructivo argentino, sino en la propia elite que la condujo a su rotundo pero breve éxito y para ello, indagó en el mismísimo epicentro de aquel ciclo largo de bonanza y progreso, el mismo donde vivimos hoy: la “Pampa Gringa”. En términos de ideas, este gran pensador forjado en la tradición ilustrada escocesa, de Adam Ferguson y otros, en el siglo XVIII, ubicaba el debate -muchas veces ignorado- por los gigantescos ideólogos del modelo agroexportador y “generación del ochenta”: el tucumano Juan Bautista Alberdi y el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento.

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