RECUERDOS DE ADOLESCENCIA EN EL RIO

Febrero es un mes que suele ser corto y excepto los Carnavales, no tiene ningún aditamento especial para quienes trabajamos todo el año y ya no viajamos al exterior como antes. No es absolutamente laborable porque no tengo clases aunque sí turnos de exámenes y tampoco es comparable a enero, que suele ser el mes clave para vacacionar. Tampoco lo ayuda el clima. Suele ser más lluvioso en zonas cálidas como la costa atlántica o las sierras, cuando no frío, como resultó ser la semana pasada, la más otoñal en seis décadas.

En ese contexto, motivando a un amigo a viajar una vez más, al menos a nivel “cabotaje” (turismo interno), dado que dados los impuestos, es aún caro viajar al exterior, a diferencia de 2016-2019, tomamos el auto y nos encaminamos a recorrer la llanura argentina, en las Provincias de Córdoba y Santa Fe, por el interior de su interior. Pueblitos pequeños, algunos insignificantes, otros más destacados y hasta pujantes. Partimos de Villa María a las 10 hs. de la mañana y al llegar a Cintra (1.200 habitantes), doblamos hacia la izquierda con rumbo noroeste, alcanzando San Antonio de Litín (algo más de 1.200 hab.) primero y Alicia (3.600 hab.), después.

A continuación, cruzamos la frontera interprovincial y adentrándonos en Santa Fe, conocimos Landeta, donde nos llamó la atención una mansión que alcanza una manzana, con parque incluido, que están aún sin terminar, en un pueblo realmente fantasmal. Me propuse averiguar qué político o empresario puede ser el dueño de semejante inmueble equivalente a una pirámide egipcia en medio de la nada misma, del tipo de los edificios exóticos de los megalomaníacos Rodríguez Saá que solemos ver a la vera del camino en San Luis, pero en el interín prosigo con el relato. Por el estilo albañilesco a secas de la casona, me inclino a pensar que su propietario es un político, por qué no el propio Presidente Comunal, dado el mal gusto evidente en la construcción.

Nos esperaba Carlos Pellegrini (6.700 hab.) en la misma ruta provincial que Las Rosas, Las Parejas y Armstrong, ciudades industriales del oeste santafesino. Allí nos tomamos un café en la Estación de Servicio de Axion.

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DE CALCHIN AL MUNDO

Extraído del Twitter de @DiegoFonsecaDF.
“En la Universidad, no teníamos dinero. Viajábamos haciendo dedo, esperando que un alma caritativa nos levantase en la ruta y nos dejase en casa. O cerca. Ese *cerca* era todo un asunto. Convenía que te dejen en Villa del Rosario o en Sacanta o El Arañado.
Villa era una ciudad mediana, con tráfico: hay autos. Hay más chance de que te levanten. Los otros dos son más pequeños pero cercanos a mi ciudad, Las Varillas. (Yo prefería Sacanta: me gustaba una chica de ahí y soñaba con la probabilidad de que pasara en bici, auto o a pie.)

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Anyway, en ese trayecto, había una máxima: no aceptes que te dejen en Calchín. Calchín es un pueblo de pocas calles montado sobre un lado de la ruta provincial 13, que es una línea de asfalto recto e interminable. Eso jodía a Calchín: todos pasaban por Calchín huyendo de Calchín.

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Años A, la Municipalidad montó *bumps* en la ruta para que los autos no le matasen vecinos. Pero eso no evitaba la idea general: Calchín es de paso, nadie va a Calchín. Para todos era un pueblo muerto. Muy chico, sin autos: sin vida. En Calchín no pasaba nada.
Pero igual sucedía: si nadie te levantaba temprano a la salida de Córdoba, pasaban las horas y querías escapar de allí como sea. Entonces, sí, un alma generosa se estacionaba, corrías hasta el auto y preguntabas “¿hasta dónde?” “Calchín”, se oía. Y ya, te entregabas.
Lo único que podías hacer en Calchín era escuchar los ruidos del campo. Pájaros, una vaca lejos, quizá los cascos de un caballo repiqueteando sobre el asfalto. Tenía una terminal de buses chiquitona, aburrida. A favor: su buen sánguche de salame con queso mataba el hambre.
Las horas eran incómodas. Te hundías en el banco de una plaza o pateabas piedras al lado de la ruta. Si era invierno, te jodías: el frío pampeano es existencial: ocupa tus células. Si era verano, te jodías: tu única compañía eran las cigarras: su chirrido cantaba tu sentencia.
Era muy difícil salir de Calchín porque pasaban todos a alta velocidad. Eras un condenado. Como si la vida, y no un auto, las posibilidades y no un camión, te hubieran dejado atrás sin siquiera disminuir el paso o echarte una mirada. Pero al final lo lograbas: salías de Calchín”.
Esta introducción que elegí de un twittero oriundo de Las Varillas, ciudad cercana a Calchín, me permite ilustrarles más facilmente acerca del pueblo de donde es originario Julián Alvarez, ex jugador de River (campeón en el 2021 contra mi Colón) y hoy player del Manchester City y campeón mundial con la Selección Argentina en Qatar 2022, con apenas 22 años.
Muchos sociólogos podrán explicar acerca de las condiciones o contextos en los que se cría un jugador talentoso y exitoso, desde su familia, pasando por la escuela y su vecindario y si todo ello influye o no y cuánto en su logro deportivo. Alvarez cuenta con una familia que lo contuvo, tiene 2 hermanos más futbolistas ya en el fútbol inglés como él y hasta fue abanderado en su colegio. Pero claro, todo ello en Calchín, un pueblo aislado del mundo, como dice Fonseca, con 2.500 habitantes, la gran mayoría descendientes de piamonteses tercos y donde lo único que puede aspirar un chico es a mirar el horizonte para ver la oportunidad de salir de allí. O, como la gran mayoría, resignarse a su condición de calchinense. El antecedente de Alvarez fue Germán “Tato” Martelotto, quien jugara de mediapunta en Belgrano de Córdoba y llegara a la Selección de Basile en 1991.
Hasta Calchín entonces me movilicé ayer para ser testigo directo de la fiesta de bienvenida de su pueblo a Julián, tras haberse consagrado en Qatar. Salí de Villa María , en el centro del país, a las 17.20, tomé la Ruta 158, pasé por Las Mojarras, Arroyo Algodón, La Playosa, Pozo del Molle y allí desvié hacia el oeste, a Carrilobo, Calchín Oeste para finalmente llegar a Calchín a las 18.35.
Tras descender de un helicóptero, Alvarez se subió a una autobomba y recorrió el pueblo de 45 manzanas, escoltado por familiares, hinchas y amigos, hasta llegar a su club de origen, el Club Atlético Calchín, donde no cabía un alfiler. Decenas de miles  de simpatizantes, venidos hasta de Catamarca y Santiago del Estero, le dieron la bienvenida, matizada por la música de Los Caligaris.
El pueblo por fin salió de su letargo gracias a su hijo pródigo. Enhorabuena.

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