ESTADOS UNIDOS DEL 4 DE JULIO: DESILUSION Y ENCANTO

Siento una profunda decepción por el presente de Estados Unidos. Se remonta al final de la era Clinton e inicios de Bush (hijo), cuando el debate pasaba por si estuvo “el demonio” en el interior de la Casa Blanca producto del affaire Lewinsky lo cual obligó al segundo a imponer las lecturas obligatorias de la Biblia por parte de sus funcionarios. Se agravó todo con la farsa de las operaciones políticamente ineficaces en Irak y Afghanistán y mucho más, con el advenimiento de Obama, un pseudoprogresista que “vendió” al mundo, algo que no era, amén del espionaje sobre sus aliados. Como si todo ello fuera poco, Donald Trump se alzó con la presidencia, arrasando con todas las expectativas de un sistema inmune a estos populismos.

Es que los Estados Unidos de la actualidad poco tienen que ver con la que conocí en 1990 y admiraba, aunque aquél ya había sufrido un Presidente mentiroso como Nixon y el “síndrome Vietnam”. Hoy, el avance latino es notorio, tal como anticipó y temió Huntington antes de morir y eso no implica un juicio racista, sino el miedo a que nuestra cultura política impregne de caudillismo y déficit de civismo a la norteamericana. Ni hablar el recelo de los negros ante tal avance demográfico de una raza que prueba ser más eficaz. Idem, el exceso de la fuerza policial, ya acorralada e ignorante de qué hacer y cómo obrar ajustada a la ley, ante tales fenómenos. Para qué abundar del aumento en el consumo de drogas en los más cada vez más jóvenes, la creciente obesidad en los adultos blancos o la locura de las armas de fuego en los campuses. Hasta el desastre dejado por el huracán Katrina en Nueva Orléans anticipó la decadencia en infraestructura. Ahora, la pandemia mostró lo que era realmente la New York quebrada de los Cuomo. Todo es un despropósito y cuando hay confusión, la culpa la tiene un tercero: China, Xi Jinping, Rusia, Putin o quien sea. Cabe recordar que a China la trajeron Nixon y Kissinger y todos sus pecados fueron perdonados por todos los Presidentes sucesivos, sin excepción.

Yo, en cambio, prefiero recordar a los Estados Unidos que ignoro si retornarán. Los de la conquista del Oeste, los del empuje de Ford, Morgan y Rockefeller, los del idealismo de Wilson, los del desembarco de Normandía, los del apoyo a Alemania y Japón, sin abandonar nunca a los aliados tradicionales, los que recibían con los brazos abiertos a inmigrantes y científicos emigrados de Europa, los de la carrera espacial y la llegada a la Luna, los del cine hollywoodense en su época de oro por su autocrítica social, los de Reagan, los de la desregulación aérea, los del apoyo a los disidentes de la ex URSS, los del apoyo a la democracia en América Latina, los del apoyo al libre mercado a nivel continental y mundial, los de Steve Jobs y tantos entrepreneurs que hacen que el capitalismo mantenga su vitalidad, los que presionaron a Gorbachov para que deje caer el Muro de Berlín.

Entre la decepción presente que ignoro dónde desembocará y la admiración pasada, que al menos, me deparó un momento, prefiero quedarme con ésta y recordar cada 4 de julio, a los Padres Fundadores, cuan sabios eran cuando advertían con desconfianza sobre el carácter no angelical de los gobernantes, razón más que suficiente para controlarlos.

 

 

 

LOS IDUS DE MARZO

Tal vez, cualquier alumno de Teoría Política I pueda conocer el significado de “los idus de marzo” en la Roma antigua. Eran por ejemplo, los días 13 de cada mes, excepto en marzo, mayo, julio y octubre, en que se celebraban los días 15. Precisamente, el idus de marzo se festejaba el día 15, en honor a Marte, el dios de la guerra.

Pero básicamente, los idus implican en el lenguaje postmoderno, el advenimiento de tiempos con buenos augurios, pero que pueden torcerse súbitamente y tornarse negativos para quienes afrontan desafíos de gobierno o del poder.

La película que nos convoca, en términos de ficción, protagonizada por Ryan Gosling, George Clooney y el malogrado actor Philip Seymour Hoffman, entre otros, trata la campaña primaria del Partido Demócrata entre dos candidatos, un gobernador y un político tradicional, ambos asesorados por sus equipos de consultores. De un lado, un profesional joven, un tanto idealista, contratado por su amigo, un veterano del marketing político y del otro, su contracara, un consultor también avezado pero inescrupuloso. En el medio, una periodista contratada por el segundo para manipular la información del primer candidato.

En un contexto de ideas y valores progresistas, tras el fiasco de los “neocon” de Bush (hijo) en pleno comienzo de la era Obama, cuando se aguardaba en el mundo y en la propia Estados Unidos, una revalorización de la política doméstica y de los políticos en general, el film ofrece una mirada demasiado descarnada y realista que parece opacar aquellas expectativas iniciales.

Hoy, en una nueva era, la de Trump, ya habiendo vivido lo años de Obama, que pasaron sin pena ni gloria, “Los idus de marzo” nos recuerdan que el plano de los valores y los ideales se hallan en tensión permanente con los del poder y los votos, en el mundo de la política.

Claro que, semejante conclusión atrapa a los ciudadanos en un dilema igualmente desconsolador: la frescura que suponen la consecución de ideales, la alternancia y el cambio democrático, pierde sentido ante la ambición desmedida de los políticos, que no trepidan en apelar a cualquier estrategia, incluso inmoral, para acceder y mantener el poder. Esto explica en parte, la atracción que ejercen los nuevos líderes “antiestablishment”.