HACIA UN BRASIL POST LULA?

La grandiosidad territorial de Brasil, tiene una estrecha relación con su historia, nada parecida a la Argentina, a pesar de que aquí, muchas veces se ha abusado de las comparaciones entre sus procesos procesos (Perón-Getulio Vargas, dictaduras militares, Kirchner-Lula, Cristina-Dilma). Sin ser ambos países nada revolucionarios, desde su propio origen, Brasil, el último país occidental en abolir la esclavitud, nació a la vida “independiente” producto de una decisión de la corte portuguesa, que instaló a Pedro en el cetro imperial de Río de Janeiro. Esto coloca al país en un situación absolutamente diferenciada del resto del continente. La gestación como Estado-Nación tuvo una naturaleza monárquica y su raíz fue una de las realezas más conservadoras del mundo europeo. 

Que Tiradentes en el siglo XVIII, levantando a los mineros o el obrero metalúrgico Lula Da Silva haya provocado cierta resistencia obrera a la izquierda un siglo más tarde, no mueven demasiado el amperímetro. Brasil fue un país conservador, con una dictadura militar (1964-1985), larguísima y cruel, con fazendas casi al borde del latifundio sobre todo el norte y con poderes fácticos, como los industriales de Sao Paulo, la banca carioca y los oligopolios de los medios de comunicación como O Globo, que tienen poder de veto y hasta influyen en quienes osan desafiar ese “establishment“. Más cerca en el tiempo, se sumó la judicatura que empezó a ser independiente paradójicamente con Lula y ahora le paga a él, con su cárcel por 12 años. El cambio fue y es posible en Brasil, pero sólo por esa vía y al ritmo de ese poder de hecho.

Como lo comprobé en mis viajes desde 2015 a Brasil, tras 4 décadas de ausencia, los pragmáticos -ya lejos de la izquierda ortodoxa-, Lula y Dilma y casi todo un PT corrido hacia el “centro”, produjeron mejoras indudables en la calidad de la vida -inicialmente muy baja- del pueblo brasileño, bajaron la pobreza, mejoraron la infraestructura, armonizaron más sus otrora diferencias regionales, pero pactaron con “el diablo”: negociaron y congeniaron con aquella elite. Sin embargo, al hacerlo, tuvieron que entrar en la lógica y redes de tráfico de influencia y corrupción que durante décadas caracterizó a aquélla. En lo sustancial, ambos se beneficiaron por el escaso nivel educativo de la sociedad brasileña, influida por su etnicidad -ahora profundizada por su elevada religiosidad-.

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BRASIL: UNA GRANDEZA CON PIES DE BARRO (PARTE I)

Vas por la ruta y podés detener la marcha del automóvil para refrescarte y tomar agua potable que sale de caños ad hoc al borde del camino, de la misma selva. O cortas los frutos de las palmeras y recogés bananas, a las que podés dejar madurar durante un par de semanas y luego, digerir sin problemas.

Es que Brasil, el segundo productor de bananas de este mundo, detrás de la India, con 18 millones de toneladas y una superficie sembrada de 500.000 hectáreas, es gigantesco por donde se lo mire.

En su superficie, pero también en sus vastos recursos naturales; en su riqueza mineral -y petrolera- y en su potencial alimentario; en su clima tan subtropical, tan abarcativo de regiones tan distantes, desde el norte y el centro hasta el sur, otrora templado. En el “debe”, no dejan de llamar la atención sus desigualdades tan marcadas: por ejemplo, en patrimonios económicos. En Sao Paulo, hay más helipuertos que en Nueva York o cualquier capital europea y no sólo por razones de tamaño urbanística. En Rio do Janeiro, conviven las realidades tan contrastantes de Leblon y Copacabana o Jacarepaguá con la Rozinha, a pocas cuadras.  Las geográficas y regionales son visibles. Rio Grande do Sul o Santa Catarina se parecen a la “Pampa Gringa” argentina pero difieren notablemente de los estados nordestinos, que se parecen, a Perú, Bolivia o Ecuador. En el centro, el verde que lo domina todo, en gran medida, respaldado por una humedad incesante. Ya enel plano político-institucional, ni hablar de la corrupción, ahora pública, gracias al “Mensalao” o el “Lava-Jato” y el archifamoso Juez federal Sergio Moro, nacido en Maringá, Estado do Paraná, hace 44 años. Transparentadas por la misma justicia que no dice ni dijo nada acerca de las largas décadas de dictadura militar, que se impuso desde los años sesenta y fue una de las más feroces y represivas del continente.

Un país, con supermercados inmensos -aunque con cajeras que apenas pueden sumar-, con obras de infraestructura como puentes y autopistas, también gigantes, con un empresariado que ha sabido defender sus intereses a lo largo del tiempo, aunque el resultado de dichas políticas, no hay sido finalmente, la realidad de un país desarrollado, sino sólo, “emergente”. “O mais grande do mondo”, pero emergente. Un Brasil, en el que me resulta difícil entender cómo trabajar como un alemán, cuando la misma naturaleza invita al ocio y el relax permanentes. Todo lo opuesto al esfuerzo y la disciplina moral que exige el desarrollo económico.

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