INTELECTUALES PERDIDOS EN ESTE MUNDO

Quedaron estupefactos primero ante la caída del Muro de Berlín y luego, con el fin de la URSS. Muchos de ellos, tanto los dogmáticos como los arrepentidos, no dejaron de creer que el futuro era “el socialismo real”. Pero tampoco “los del otro lado”, excepto Francis Fukuyama,  creían en los efectos del avance tecnológico sobre los sistemas sociopolíticos y el impulso que ello le daría a las libertades  y la globalización.

Tampoco vieron venir las crisis financieras globales de los años noventa y ni los retrocesos o contramarchas en contra del denostado “neoliberalismo”. Ni siquiera las reacciones de parte del mundo no occidental en contra de la postmodernidad europea o anglosajona, que harían eclosión en el 11S.

Mucho menos podrían interpretar por qué se produjo el “Brexit” en las urnas en 2016 y ni hablar de prever el triunfazo de Trump sobre casi todo el establishment americano. La llegada del populismo a tierras europeas tampoco fue anticipado: si bien se describía hacía tiempo, el impasse en el que cayó la UE desde los dos mil, nada permitía avizorar a los Le Pen versión familiar, Salvini, Iglesias, Wilders y tantos otros personajes caricaturescos que suman grandes cantidades de votos.

Los que tenían que aportar la materia gris, el pensamiento diverso, la explicación, la anticipación -no a la manera de un gurú u oráculo de Delfos, sino a modo de consejero que contribuya a disipar la bruma o la confusión-, no estaban -ni están. En la era de Internet, los influencers se han devorado a los intelectuales.

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